Lujo comunal
eBook - ePub

Lujo comunal

El imaginario político de la Comuna de París

  1. 176 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

Lujo comunal

El imaginario político de la Comuna de París

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

En el nuevo trabajo de Kristin Ross sobre el pensamiento y la cultura legados por la Comuna parisina de 1871 reverberan los motivos y acciones que informan las protestas y rebeliones de nuestros días, cuya expresión más poderosa hallamos en la toma del espacio público. Nuestras preocupaciones –el internacionalismo, la educación, el futuro del trabajo o la teoría ecológica y su práctica– sirven de enfoque a una original investigación que vuelve a poner en escena las palabras y acciones de los viejos communards parisinos. La Comuna –con todo su alcance y propagación posterior– vuelve a cobrar vida gracias a este portentoso ensayo, en el que resuenan las palabras –y actos– de aquellos trabajadores parisinos que un día se convirtieron en revolucionarios y el sentido que dieron a su lucha, así como la reelaboración y continuidad de su pensamiento que confeccionaron partidarios tales como Karl Marx, Piotr Kropotkin y William Morris, quienes establecieron contacto y conocieron a supervivientes de la insurrección. La Comuna de París fue un laboratorio de invención política crucial, ante todo –como nos recuerda Marx– por su propia "existencia de trabajo". Lujo comunal nos permite abordar con nuevos ojos las complejas entretelas de un experimento extraordinario.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a Lujo comunal de Kristin Ross en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Philosophy y Political Philosophy. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2017
ISBN
9788446043584
Categoría
Philosophy
CAPÍTULO I
Más allá del «régimen celular de la nacionalidad»
Nuestra bandera es la bandera de la República Universal
Cuando Marx escribió que lo más importante de la Comuna de París de 1871 no eran los ideales que pretendiera materializar, sino su propia «existencia fáctica» [«its own working existence», «ihr eignes arbeitendes Dasein»], subrayaba la ausencia entre los insurgentes de un proyecto compartido de la sociedad por venir. La Comuna, en ese sentido, fue un laboratorio de ensayo de invenciones políticas, improvisando sobre la marcha o reuniendo apresuradamente prédicas e ideas anteriores, reconfiguradas según las necesidades del momento y alimentadas por los deseos nacidos en las reuniones populares de finales del Imperio. La Comuna, una insurrección en la capital bajo la bandera de la República Universal, siempre se ha resistido, como acontecimiento y como cultura política, a cualquier integración fácil en la narrativa nacional. Como recordaba años más tarde uno de sus antiguos integrantes, fue, por encima de todo, «un acto audaz de internacio­nalismo»[1]. Con la Comuna, París no quería ser la capital de Francia, sino un colectivo autónomo en una federación universal de los pueblos. No deseaba ser un Estado, sino un elemento, una unidad en una federación de comunas que debía ser, en última instancia, internacional. Para los historiadores, en cambio, aparte de la alusión de rigor al número y relevancia de sus miembros extranjeros, la originalidad no nacionalista de la Comuna no ha constituido un rasgo central de su legado, y las huellas de la forma en que se produjo y practicó ese aspecto de su imaginario político propio no son fácilmente perceptibles en la historiografía clásica del evento, más preocupada, en general, por las maniobras militares y las disputas y plasmaciones legislativas en el Hôtel de Ville.
Para rastrear ese tipo de ideas, debemos recurrir, en cambio, a pasajes como este que recogen las memorias de Louise Michel. Es abril de 1871. Acaba de describir a «un negro tan negro como el azabache, con dientes puntiagudos como los de un animal salvaje; es muy bueno, muy inteligente y muy valiente, un antiguo zuavo pontificio convertido en miembro de la Comuna»:
Una noche, no sé exactamente cómo, sucedió que los dos estábamos solos en la trinchera frente a la estación; el antiguo zuavo pontificio y yo, con dos rifles cargados […]. Tuvimos la suerte increíble de que la estación no fuera atacada aquella noche. Mientras realizábamos nuestra guardia, yendo y viniendo por la trinchera, me dijo cuando nos cruzamos:
—¿Qué efecto tiene en usted la vida que llevamos?
—Bueno –le dije–, el efecto de ver ante nosotros una orilla que tenemos que alcanzar.
—Para mí –replicó– es como leer un libro con ilustraciones.
Continuamos recorriendo de un lado a otro la zanja bajo el silencio de los versalleses en Clamart[2].
Ahí podemos empezar a distinguir todo lo que había de improbable e imprevisto en las actividades de la Comuna, las prácticas que podían reunir a un africano de la guardia papal y la maestra de escuela Louise Michel, con sus viejos godillots [«botas»] militares bajo el vestido, realizando los dos solos la guardia nocturna en una trinchera. El Ejército papal había luchado en el lado francés en la guerra franco-prusiana, pero se disolvió cuando los prusianos entraron en París; ese hecho ayuda a explicar la presencia del africano en la zona en aquel momento, aunque no su paso a la Comuna. Pero, más allá de la distribución visual sorprendente de esos dos individuos particulares en un relato y en una trinchera, está también la forma en que se les puede oír reflexionar sobre su propia presencia en la historia y su desarrollo mientras se está produciendo. Estas reflexiones pueden ser enigmáticas y elípticas, pero podríamos interpretarlas de este modo: ¿vamos hacia algo nuevo, o estamos leyendo un viejo libro ilustrado, una historia de aventuras tal vez, o una historia de la Revolución francesa?; ¿se trata de llegar a un mundo nuevo, o somos figuras que hablan a partir del lugar que se nos asigna en una narración?; ¿somos hombres y mujeres nuevos, o estamos representando a personajes de la abigarrada imaginería de una vieja historia? Las experiencias expresadas por los dos comuneros son distintas y muestran cuán diferente puede ser la relación de cada uno de ellos con la propia subjetivación política. Pero no se contradicen y nos dan una visión de la transformación de la experiencia del tiempo bajo la Comuna y su relación con lo social, una relación determinada por las formas de memoria histórica que asumen nuevas configuraciones y figuras o movilizan formas y figuras antiguas en un nuevo contexto.
La prehistoria de esta escena se puede encontrar en las oleadas de bullicio y entusiasmo, la fiebre que se apoderó de las reuniones populares y de clubes en todo París durante los dos últimos años del Imperio. Prosper Olivier Lissagaray, comunero veterano, así como su primer y más influyente historiador, nunca dio mucho crédito a aquellas reuniones populares, viéndolas como antros del postureo y la retórica jacobina, con grandes palabras y poca acción. Tal vez por esta razón las principales crónicas históricas de la Comuna siguieron la senda de Lissagaray situando como inicio y anclaje de la historia de la Comuna el 18 de marzo 1871 con un hecho (más bien fallido): el que Marx calificó como intento de «atraco» de Thiers para confiscar los cañones de Montmartre pertenecientes a la Guardia Nacional, que habían sido pagados por suscripción popular en el barrio. Las mujeres de los obreros confraternizaron con los soldados, que rechazaron la orden de disparar contra la multitud. Prácticamente todas las historias o crónicas de la Comuna, las de Frank Jellinek, Stewart Edwards y Henri Lefebvre, y más recientemente la de Alain Badiou, se construyen a partir del Manifiesto del Comité Central fechado el 18 de marzo. Así, la Comuna se inicia con una extralimitación chapucera del Estado y la reacción que esta provoca; sus orígenes son espontáneos y casuales, nacidos de las circunstancias particulares de la guerra franco-prusiana, y están motivados por el fuerte sentimiento de defensa nacional de los parisinos. En este último punto estaba de acuerdo incluso Thiers, quien se refería a la Comuna como «patriotismo equivocado» o «desviado»[3].
Pero, si empezamos por el Estado, terminamos en el Estado. Comencemos en cambio con las reuniones populares al final del Imperio, las diferentes asociaciones y comités que engendraron y las «colmenas zumbantes» que eran los clubes revolucionarios durante el asedio. Entonces vemos una imagen diferente, porque fueron aquellos encuentros y clubes los que crearon e inculcaron la idea –mucho antes del hecho– de una comuna social. Lo que se desarrolló en aquellas reuniones fue el deseo de sustituirlo por una organización comunal, es decir, una cooperación directa de todas las energías e inteligencias, un Gobierno compuesto por traidores e incompetentes. La Policía de la época, así como numerosos comuneros y una corriente minoritaria de historiadores posteriores de la Comuna, lo sabían muy bien. «Son los clubes y asociaciones los que han hecho todo el daño […]. Yo atribuyo todo lo que acaba de suceder en París a los clubes y reuniones […] al deseo de esa gente de vivir mejor de lo que su condición permite»[4]. En su Diccionario de la Comuna, el anticomunero Chevalier d’Alix definía los «clubes» y reuniones públicas como «el Collège de France» de la insurrección[5]. El historiador Robert Wolfe escribe: «Si hubiera que adscribir los orígenes de la Comuna a un solo punto de partida, cabría elegir el 19 de junio de 1868, fecha de la primera reunión pública no autorizada realizada en París bajo el Segundo Imperio»[6].
Pero yo elegiría otro punto de partida, algo posterior. La escena es la misma: la reunión vespertina en el salón de baile de Vaux-Hall en el Château-d’Eau. Para entonces los parisinos ya habían asentado su derecho a reunirse y asociarse y llevaban ejerciéndolo unos meses. En las primeras reuniones de veteranos de 1848, oradores viejos y experimentados se reunían con obreros jóvenes de la sección de París de la Asociación Internacional de Trabajadores y con refugiados de Londres, Bruselas y Ginebra. Quienes hablaban lo hacían «con decoro, tacto, y a menudo con cierto talento, mostrando un conocimiento real de las cuestiones que abordaban»[7]. El tema principal había sido durante varias semanas el trabajo de las mujeres y el modo de lograr que sus sueldos se incrementaran. Durante dos meses se había tratado ordenadamente, con exposiciones estadísticas sobre los salarios de las mujeres a las que la prensa prestaba poca atención y hasta el Gobierno se olvidaba a veces de enviar a sus espías policiales. Pero una tarde de otoño un cierto Louis Alfred Briosne, feuillagiste (fabricante de flores y hojas artificiales) de cuarenta y seis años de edad, subió al podio en medio de una atmósfera de aburrimiento bastante general. Ni su corta estatura ni su delicado estado debido a la tuberculosis que pronto acabaría con él le impidieron dejar caer una bomba en la sala:
Subió al podio […] un hombre de talla algo inferior a la media, apoyándose en la tribuna como si estuviera a punto de nadar hacia el público, como observaron varios de los asistentes.
Hasta entonces, los oradores habían comenzado a hablar con la fórmula sacramental: «señoras y señores…»; pero él, con voz clara y suficientemente vibrante, lanzó un apelativo que había quedado prácticamente olvidado durante un cuarto de siglo: «¡ciudadanas y ciudadanos!».
La sala estalló en aplausos. El hombre acogido de esa manera tal vez no dijo nada más interesante que cualquiera de los que lo habían precedido, pero ¿qué importa? Con sus «ciudadanos», había evocado, ya fuera intencionalmente o no, ¿quién sabe?, todo un mundo de recuerdos y esperanzas. Cada uno de los presentes dio un respingo, se sobresaltó, se estremeció […]. El efecto fue inmenso y su reverberación se extendió al exterior[8].
El comunero Gustave Lefrançais que nos dejó este relato vinculaba de inmediato la resonancia de esas palabras a su último momento de uso común un cuarto de siglo antes, recordando que habían sido términos sagrados del vocabulario revolucionario en 1789 y de nuevo en 1848. El uso de «ciudadanos» se mantenía vivo gracias a las sociedades secretas y tradiciones revolucionarias, mientras que otro término semejante, «patriotas», había pasado de moda entre los jóvenes socialistas y nadie lo utilizaba ya en 1871. Pero la fuerza particular de su uso por Briosne en la reunión de Vaux-Hall tenía menos que ver con una rememoración del pasado que con una nueva acepción, que no denotaba la pertenencia a un organismo nacional sino más bien una escisión en el m...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Agradecimientos
  5. Introducción
  6. Capítulo I. Más allá del «régimen celular de la nacionalidad»
  7. Capítulo II. Lujo comunal
  8. Capítulo III. La literatura del Norte
  9. Capítulo IV. Semillas bajo la nieve
  10. Capítulo V. Solidaridad