Historia de los Estados Unidos de América
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Historia de los Estados Unidos de América

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Historia de los Estados Unidos de América

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Los Estados Unidos de América, surgidos violentamente de las aspiraciones de sus primeros colonizadores, han llegado a ser una de las naciones más poderosas del mundo, mientras su pasado sigue dando forma todavía a su presente y moldeando su identidad misma como país. La búsqueda de su independencia como nación y las ambigüedades sobre las que se fundó conforman la base de este libro lúcido y sincero. Tomando como punto de partida la América colonial con la llegada de los primeros europeos, atraídos por la promesa del lucro económico e impulsados por la piedad religiosa, trata con minuciosidad las tensiones inherentes de un país levantado sobre el trabajo de esclavos en nombre de la libertad; aquel forzado a afirmar su unidad y reevaluar sus ideales ante la secesión y la guerra civil, y aquel que luchó por establecer su supremacía moral, seguridad militar y estabilidad económica durante las crisis financieras y los conflictos globales del siglo xx. En este estudio aparecen intercaladas las múltiples voces de la historia de la nación: esclavos y esclavistas, revolucionarios y reformadores, soldados y hombres de Estado, inmigrantes y refugiados. Son dichas voces, junto con las del país multicultural que es hoy, las que definen los Estados Unidos de América en el amanecer de un nuevo siglo.

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Información

Año
2014
ISBN
9788446043478
Edición
1
Categoría
Historia
7
Una tierra prometida: el paso al Siglo Estadounidense
Derramando una lágrima por el pasado sombrío, nos volvemos entonces hacia el deslumbrante futuro y, cubriéndonos los ojos, seguimos adelante. El largo y tedioso invierno de la raza ha terminado. Su verano ha comenzado. La humanidad ha roto la crisálida. El cielo se despliega frente a ella.
EDWARD BELLAMY, El año 2000, 1888.
Ida B. Wells tenía únicamente cinco meses de edad cuando fuerzas confederadas al mando de Earl van Dorn atacaron su ciudad natal de Holly Springs (Misisipi) en diciembre de 1862, teniendo como objetivo el depósito de suministros allí establecido como apoyo para el asalto del general unionista Ulysses S. Grant a Vicksburg (Tennessee). Era una adolescente cuando, en 1878, una epidemia de fiebre amarilla devastó su comunidad, matando a sus padres y a uno de sus hermanos. Y en 1884, a la edad de veintiuno, la echaron por la fuerza de un vagón para señoras mientras viajaba en un tren de la Chesapeake, Ohio and Southwestern Railroad alegando que era solo para blancos. En cierto modo, las experiencias de Wells constituían un ejemplo más que típico de los peligros y las dificultades a que se enfrentaban muchos norteamericanos en la recta final del siglo XIX, especialmente en el Sur, donde la yellow jack representaba una amenaza persistente, por no decir constante, para la vida. La fiebre amarilla, de todos modos, actuaba sin tomar mucho en cuenta la raza, cosa que no podía decirse de los trenes de aquella época. Ida B. Wells era tan vulnerable como cualquier otro estadounidense a la amenaza de la infección vírica, y particularmente vulnerable, sin embargo, a la virulencia del revanchismo racial, por el simple motivo de que era negra.
Ida había asumido la carga de mantener a su familia tras la muerte de sus padres, y no iba a aceptar dócilmente las opiniones reaccionarias de un revisor de tren. Le puso un pleito a la compañía y lo ganó. Mas cuando el Tribunal Supremo de Tennessee anuló el acuerdo al que se había llegado –Ida había recibido una compensación–, ello hizo despertar de su engaño a una joven que, técnicamente, había nacido esclava pero que había creído, como tantos otros, que la «América del pasado se fue para no volver» y que la «nueva nación», los Estados Unidos del futuro, «será completamente libre. La libertad, la igualdad ante la ley, será su gran piedra angular», tal como había afirmado el congresista por Illinois Isaac N. Arnold en 1864[1]. Sin embargo, con excesiva frecuencia, había que hacer valer esa libertad frente a una oposición muchas veces violenta, especialmente por parte de ciertos extremistas en los antiguos estados confederados. Con el tiempo, los aspectos más destructivos de esa violencia pasarían a ser el eje de la vida de Ida Wells y definirían su legado.
El surgimiento en Pulaski (Tennessee) en 1866, siendo Ida todavía una niña, del tristemente célebre Ku Klux Klan, un grupo violento de supremacistas blancos, reveló la determinación de al menos parte del Sur blanco de socavar los esfuerzos de aquellos que, como Arnold, habían defendido durante mucho tiempo la abolición y, una vez conseguida esta, la protección de la igualdad de derechos para todos en la nación. El Klan, vinculado al Partido Demócrata y formado principal pero no exclusivamente por antiguos confederados, se dedicaba a intimidar a simpatizantes de la Unión y a republicanos en general y de manera especial a afroamericanos, y a impedir que estos ejercieran sus derechos legales a la libertad y la propiedad y, en casos extremos, a la propia vida. Algunos de los que visitaron el Sur por esta época, como el empresario John Murray Forbes, se dieron cuenta enseguida del mensaje mortal claramente expuesto en los símbolos con forma de «tibias cruzadas y calaveras» y «dagas chorreantes de sangre» que «decoraban» numerosas ciudades sureñas a finales de la década de 1860[2]. Aunque es posible que el simbolismo tuviese un carácter particularmente sureño, la actitud no era exclusiva de los antiguos estados confederados, sino un elemento intrínseco del lenguaje racista que por entonces empleaba el Partido Demócrata (figura 7.1).
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Figura 7.1. «Aquí gobierna el hombre blanco», de Thomas Nast. Esta viñeta, que apareció en Harper’s Weekly el 5 de septiembre de 1868, se burlaba de la plataforma del Partido Demócrata en las elecciones de ese mismo año, cuyo eslogan reproducía el título de la ilustración. Las tres figuras blancas representadas comprendían (de izquierda a derecha) una caricatura de un inmigrante irlandés; a Nathan Bedford Forrest, el líder del Ku Klux Klan (cuya hebilla del cinturón, «CSA», y cuyo cuchillo inscrito con las palabras «La Causa Perdida» dejaban claro que representaba a los Estados Confederados de América); y a Horatio Seymour, el candidato presidencial demócrata, el cual se oponía a las «Leyes de Reconstrucción». Aparecen pisando a un soldado afroamericano y la bandera estadounidense que este llevaba, mientras el soldado trata en vano de alcanzar una urna electoral (esquina inferior derecha). El pie de imagen reza: «Consideramos las (llamadas) Leyes de Reconstrucción del Congreso usurpaciones inconstitucionales, subversivas y carentes de validez». Bajo estas leyes, aprobadas en el contexto de la rotunda victoria republicana en las elecciones al Congreso de 1866, el Sur fue dividido en cinco distritos militares y se obligó a cada antiguo estado confederado a establecer el sufragio universal masculino y a redactar una nueva constitución estatal, además de a ratificar la Decimocuarta Enmienda. Las imágenes que aparecen al fondo de la ilustración resultan más perturbadoras incluso que la central, al consistir en una escuela o asilo en llamas y en un linchamiento (una referencia clara a la violenta oposición a la Guerra de Secesión que estalló en los disturbios de Nueva York de 1863 por el llamamiento a filas de la población masculina, durante los cuales el Orfanato para Niños de Color de la Quinta Avenida resultó atacado y se linchó a varias personas). Imagen por cortesía de la Library of Congress Prints and Photographs Division (LC-USZ62-121735).
Con todo, en 1868 la nación no estaba preparada ni para volverle la espalda a los logros de la Guerra de Secesión ni para alinearse con una postura racial tan abiertamente discriminatoria como la que representaba el Partido Demócrata, cosa que expresó con claridad mediante su elección de un antiguo general unionista, Ulysses S. Grant, como presidente. Durante el primer mandato de Grant, el gobierno federal aprobó tres Leyes de Garantización de Derechos (Enforcement Acts, 1870, 1871) distintas diseñadas para frenar la violencia del Klan y las respaldó mediante el envío de marshals federales al Sur para asegurar su cumplimiento. En particular, Grant autorizó a Hiram C. Whitley, jefe del Servicio Secreto del Tesoro, a reunir pruebas que incriminaran delictivamente a miembros concretos del Klan. Whitley recordó con orgullo en sus memorias que había ayudado a conseguir «más de dos mil acusaciones» contra «esta infame organización» pero, como él bien sabía, el precio para aquellos que testificaron a tal objeto fue alto[3]. Las palizas crueles, pero a veces también los linchamientos, eran el modo de intimidación más habitual dirigido a negros y blancos al tratar de silenciar la oposición al Klan.
Los mundos de Hiram Whitley e Ida B. Wells, completa y absolutamente separados en todos los demás sentidos, colisionaron en lo relativo a este único tema; salvo, naturalmente, por que no se trataba de un solo tema. La cuestión no tenía que ver únicamente con el choque entre la agresividad blanca y la asertividad negra, con el atrincheramiento blanco frente a la emancipación. Era algo mucho más complejo. De lo contrario, una persona como Hiram Whitley, un hombre que había trabajado como cazador de esclavos fugitivos, un hombre que se opuso a la abolición, y más tarde a extender el sufragio a los afroamericanos, un hombre que, por una breve temporada, había sopesado la idea de luchar por la Confederación antes de ponerse del lado de la Unión, no habría sido tan activa en la protección de los derechos civiles de una gente por la que, claramente, sentía poca simpatía y con la que no tenía nada en común. En la figura de Whitley confluían una gran diversidad de programas de tipo práctico y personal, como estaba sucediendo en la nación en sí a finales del siglo XIX. Era un mundo de contradicciones. Era el mundo en el que había crecido Ida B. Wells.
Los Estados Unidos de finales del XIX eran un mundo de posguerra. Este hecho puede verse enmascarado a menudo por el rápido crecimiento de las ciudades, los avances de la tecnología y el transporte, y la expansión del país hacia el oeste por esta época. Sin embargo, todo esto tuvo lugar en el contexto de una nación que aún padecía las consecuencias de un conflicto: físicas, prácticas y psicológicas. La Guerra de Secesión terminó en 1865, pero había dejado tras de sí más de 600.000 estadounidenses muertos, un número casi igual de heridos o inválidos de por vida, y la economía nacional en una situación precaria. A los muertos se los podía llorar. A los supervivientes, cuyas condiciones de vida resultaban a menudo penosas, había que mantenerlos. Este era el problema al que se enfrentaban tanto el Norte como el Sur. No eran solo las ciudades del Sur lo que había que reconstruir, no solo la economía lo que hacía falta estabilizar. Muchos de los veteranos supervivientes de la violencia que había comportado la Guerra de Secesión tuvieron que ser mantenidos durante el resto de sus vidas, vidas que se prolongarían, en algunos casos, hasta bien entrado el siglo XX.
Además, naturalmente, como la guerra había sido un conflicto civil, la devastación económica y la destrucción física sufridas en mayor medida por el Sur no constituían un problema del que la nación pudiera desentenderse, ni uno que probablemente fuera a solucionarse en el lapso de unos pocos años. El valor de las propiedades inmobiliarias en el Sur se había reducido a la mitad en el transcurso de la guerra, y el de su producción agrícola en 1860 no se volvió a alcanzar hasta el cambio de siglo, y se mantuvo muy por detrás del del conjunto de la nación hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En el Sur de la posguerra, tanto los agricultores negros como los blancos se vieron rápidamente atrapados en un sistema de servidumbre por deudas, o sharecropping (aparcería), como era conocido. Al estar trabajando la tierra de otros a cambio de una parte de la cosecha, la mayoría tuvo que cultivar algodón en vez de cereales o verduras a fin de pagar los intereses de unos préstamos que no tenían más opción que garantizar pero que jamás podían esperar devolver. A nivel nacional, la situación se vio agravada por el hecho de que Grant, pese a ser un gran líder militar, resultó ser un presidente poco eficaz en tiempos de paz. La corrupción política y financiera que salpicó sus dos mandatos en el cargo, y que motivó la despectiva denominación del periodo por Mark Twain como «Edad Dorada», tuvo como resultado una política federal vacilante hacia el Sur en general y hacia los afroamericanos en particular.
Si bien en 1865 se creó la Agencia de Libertos (Freedmen’s Bureau), la cual estaba financiada con fondos federales y dirigida a facilitar la transición de la esclavitud a la libertad por medio de, entre otras cosas, la construcción de escuelas y hospitales y el ofrecimiento de asistencia y asesoramiento general, dicha agencia duró solo cinco años y nunca disfrutó de los recursos necesarios para alcanzar sus ambiciosos objetivos. De hecho, nunca recibió los recursos necesarios para mantener la salud básica de los libertos y libertas, ya comprometida por la esclavitud y agravada por las condiciones en los «campos de contrabando» en los que muchos habían acabado –lugares propicios para la aparición del cólera y otras enfermedades muy graves.
Los problemas a los que se enfrentó la sección médica de la Agencia de Libertos fueron en varios sentidos sintomáticos de las dificultades de tipo más general que comportó el paso de la esclavitud a la libertad. Los atribulados médicos lidiaban con una burocracia federal más preocupada por el protocolo y el procedimiento que por suministrar una ayuda real, por contener el caos que por atender imperativos médicos, no digamos ya sociales. Asimismo, la presencia de tropas de la Unión...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Contra
  4. Legal
  5. Dedicatoria
  6. Agradecimientos
  7. Introducción
  8. Terra Nova: Imaginando América
  9. Una ciudad sobre una colina: los orígenes de una nación redentora
  10. La causa de toda la humanidad: de las colonias a El sentido común
  11. Verdades evidentes: la fundación de la república revolucionaria
  12. La última y mejor esperanza de la tierra: hacia la segunda revolución estadounidense
  13. El imperio avanza rumbo al oeste: de unión a nación
  14. Una tierra prometida: el paso al Siglo Estadounidense
  15. La fe del soldado: conflicto y obediencia
  16. Traspasando la última frontera: un nuevo trato para la nación
  17. Un país en transición: Estados Unidos en la era atómica
  18. Ejércitos de la noche: contracultura y contrarrevolución
  19. Bibliografía
  20. Biografías
  21. Publicidad