Mao. Sobre la práctica y la contradicción
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Mao. Sobre la práctica y la contradicción

Slavoj Zizek presenta a Mao

Slavoj Zizek, Alfredo Brotons Muñoz

  1. 272 páginas
  2. Spanish
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Mao. Sobre la práctica y la contradicción

Slavoj Zizek presenta a Mao

Slavoj Zizek, Alfredo Brotons Muñoz

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"El comunismo no es amor. El comunismo es un martillo, que se usa para aplastar al enemigo." Mao Los primeros escritos filosóficos de Mao apuntalaron las revoluciones chinas y, con sus llamadas a la insurrección, siguen constituyendo algunos de los textos más agitadores de todos los tiempos. El explosivo comentario que el inconformista filósofo Slavoj Žižek realiza sobre éstos alcanza conclusiones inquietantes sobre el lugar que el pensamiento de Mao ocupa en la doctrina revolucionaria.

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Información

Año
2010
ISBN
9788446038078
Introducción
Mao Tse-tung, el señor marxista del desgobierno
Slavoj Žižek
Una de las más arteras trampas que acechan a los marxistas es la búsqueda del momento de la Caída, cuando las cosas se torcieron en la historia del marxismo: ¿fue ya el último Engels con su comprensión más positivista-evolucionista del materialismo histórico? ¿Fueron el revisionismo y la ortodoxia de la Segunda Internacional? ¿Fue Lenin?[1] ¿O fue Marx mismo en su obra tardía, tras abandonar su humanismo de juventud (como algunos «marxistas humanistas» sostenían hace décadas)? Todo este tema debe rechazarse: aquí no hay oposición, la Caída ha de inscribirse en los mismos orígenes. (Para decirlo de manera más mordaz, tal búsqueda del intruso que infectó el modelo original y desencadenó la degeneración de éste no puede sino reproducir la lógica del antisemitismo.) Lo que esto quiere decir es que, aun si –o, mejor, especialmente si– uno somete el pasado marxista a una crítica implacable, primero tiene que reconocerlo como «propio de uno», asumiendo la plena responsabilidad por él, no desentenderse cómodamente del «mal» giro de las cosas atribuyéndolo a un intruso externo (el «malo» de Engels, que era demasiado estúpido para comprender la dialéctica de Marx; el «malo» de Lenin, que no alcanzó el núcleo de la teoría marxista; el «malo» de Stalin, que arruina los nobles planes del «bueno» de Lenin, etc.).
Lo primero que se ha de hacer, pues, es aceptar plenamente el desplazamiento en la historia del marxismo que se concentra en dos grandes pasos (o, mejor, violentos cortes): el paso de Marx a Lenin, así como el paso de Lenin a Mao. En cada caso, hay un desplazamiento de la constelación original: del país más avanzado (como Marx esperaba) a un país relativamente atrasado –la revolución «se produjo en un país equivocado»–; de los obreros a los (pobres) campesinos como principal agente revolucionario, etc. De la misma manera que Cristo necesitó la «traición» de Pablo para que el cristianismo surgiera como una Iglesia universal (¡recuérdese que, entre los doce apóstoles, Pablo viene a ocupar el lugar dejado vacante por el traidor Judas!), Marx necesitó de la «traición» de Lenin para poner en marcha la primera revolución marxista: es una necesidad interna de la doctrina «original» admitir y sobrevivir a esta «traición», sobrevivir a este violento acto por el que uno se ve arrancado de su contexto original y arrojado a un paisaje extraño donde tiene que reinventarse a sí mismo: sólo así nace la universalidad.
De manera que, por lo que a la segunda transposición violenta, la de Mao, se refiere, es demasiado fácil condenar su reinvención del marxismo como teóricamente «inadecuada», como una regresión con respecto a los principios de Marx (es fácil demostrar que los campesinos carecen de la desustanciada subjetividad proletaria), pero no es menos inadecuado desdibujar la violencia del corte y aceptar la reinvención de Mao como una continuación lógica de la «aplicación» del marxismo (confiando, como suele suceder, en la simple expansión metafórica de la lucha de clases: «hoy en día, la lucha de clases predominante ya no se da entre los capitalistas y el proletariado de cada país, se ha convertido en el enfrentamiento entre el Tercer Mundo y el Primero, entre las naciones burguesas y las proletarias»). Los logros de Mao en este terreno son tremendos: su nombre representa la movilización política de los cientos de millones de trabajadores anónimos del Tercer Mundo cuyo trabajo suministra la «sustancia», la base, invisible del desarrollo histórico; la movilización de todos aquellos a los que incluso un poeta de la «otridad» como Lévinas despreció como el «peligro amarillo» –del que posiblemente es su texto más raro, «El debate ruso-chino y la dialéctica» (1960), véase un comentario sobre el conflicto chino-soviético:
¡El peligro amarillo! No es racional, es espiritual. No implica valores inferiores; implica una extrañeza radical, algo extraño al peso de su pasado, desde donde no se filtra ninguna voz o inflexión familiar, un pasado lunar o marciano[2].
¿No recuerda esto a la insistencia de Heidegger, en los años 1930, en que la principal misión del pensamiento occidental hoy en día consiste en defender el avance griego, el gesto fundacional de «Occidente», la superación del universo prefilosófico, mítico, «asiático», luchar contra la renovada amenaza «asiática»: el gran antagonista de Occidente es «lo místico en general y lo asiático en particular»[3]? Es esta «radical extrañeza» asiática lo que el movimiento comunista de Mao Tse-tung moviliza, politiza.
En su Fenomenología del espíritu, Hegel introduce su famosa idea de que la feminidad constituye «la eterna ironía de la comunidad»: la feminidad
cambia por medio de la intriga el fin universal del gobierno en un fin privado, transforma su actividad universal en una obra de un individuo particular y pervierte la propiedad universal del Estado al convertirla en posesión y ornamento de la familia[4].
En contraste con la ambición masculina, una mujer quiere el poder a fin de promover sus propios estrechos intereses familiares o, aún peor, su capricho personal, incapaz como es de percibir la dimensión universal de la política del Estado. ¿Cómo no recordar la tesis de F. W. J. Schelling según la cual «el mismo principio que en su inoperatividad nos porta y sostiene es el que en su operatividad nos consumaría y destruiría»[5]? Un poder que, cuando se mantiene en su lugar adecuado, puede resultar benigno y pacificador, se convierte en lo radicalmente opuesto a él, en la furia más destructiva, en el momento en que interviene en un nivel superior, el nivel que no es el suyo propio: la misma feminidad que, dentro del círculo cerrado de la vida familiar, es el poder mismo del amor protectivo se convierte en frenesí obsceno cuando se manifiesta en el nivel de los asuntos públicos y de Estado... En resumen, está bien que una mujer proteste contra el poder estatal público en defensa de los derechos de la familia y el parentesco; pero pobre de una sociedad en la que las mujeres se empeñen en influir directamente en las decisiones concernientes a los asuntos de Estado, manipulando a sus débiles parejas masculinas, emasculándolos efectivamente... ¿No sucede algo parecido con el terror provocado por la perspectiva de despertar a las anónimas masas asiáticas? Éstas son aceptables si protestan contra su destino y nos permiten ayudarles (mediante acciones humanitarias a gran escala), pero no cuando se «hacen directamente con el poder» ellas mismas, para horror de los comprensivos liberales siempre dispuestos a apoyar la revuelta de los pobres y desposeídos a condición de que se haga con buenos modales.
El admirador secreto de Bourdieu en el Cáucaso de Georgi M. Derlugian[6] cuenta la extraordinaria historia de Musa Shanib de Abjazia, el líder intelectual de esta turbulenta región que de manera increíble se convirtió de intelectual disidente soviético en respetado profesor de filosofía pasando por reformista político democrático y caudillo fundamentalista musulmán, con toda su carrera marcada por la extraña admiración por el pensamiento de Pierre Bourdieu. Hay dos modos de abordar tal figura. La primera reacción consiste en despreciarla en cuanto una excentricidad local, tratarla con ironía benevolente: «Qué elección tan extraña, Bourdieu: a saber lo que este folclórico tipo ve en Bourdieu...». La segunda reacción consiste en afirmar directamente el alcance universal de la teoría: «Mirad si es universal la teoría, que cualquier intelectual, desde París hasta Abjazia, puede debatir las teorías de Bourdieu...». La verdadera tarea, por supuesto, es evitar ambas opciones y afirmar la universalidad de una teoría como resultado de un trabajo y una lucha teóricos muy intensos, una lucha no externa a la teoría: la cuestión no es (sólo) que a Shanib le costó mucho trabajo saltarse las limitaciones del contexto local y comprender a Bourdieu: la apropiación de Bourdieu por un intelectual abjazio también afecta a la sustancia misma de la teoría y la transpone a un universo diferente. ¿No hizo –mutatis mutandis– Lenin algo parecido con Marx? La desviación de Mao con respecto a Lenin y Stalin incumbe a la relación entre la clase obrera y el campesinado: Lenin y Stalin desconfiaban muy profundamente del campesinado, veían como una de las principales tareas del poder soviético acabar con la inercia de los campesinos, su apego sustancial a la tierra, «proletarizarlos» y con ello exponerlos plenamente a la dinámica de la modernización... en claro contraste con Mao, el cual, en sus notas críticas sobre Los problemas económicos del socialismo en la URSS de Stalin (1958), señalaba que «los puntos de vista de Stalin son casi completamente erróneos. Su error fundamental proviene de su falta de confianza en el campesinado»[7]. Las consecuencias teóricas y políticas de esta desviación son verdaderamente tremendas: implican nada menos que una reelaboración a fondo de la noción hegeliana en Marx de la posición proletaria como la posición de la «subjetividad desustanciada», de los reducidos al abismo de su subjetividad.
Este es el movimiento de la «universalidad concreta», esta «transubstanciación» radical por la cual la teoría original tiene que reinventarse en un nuevo contexto: sólo sobreviviendo a este transplante puede emerger como efectivamente universal. Y, por supuesto, de lo que aquí se trata no es del proceso pseudohegeliano de «alienación» y «desalienación», de cómo la teoría original es «alienada» y luego tiene que incorporar el contexto ajeno, reapropiárselo, subordinarlo a sí misma: lo que a tal noción pseudohegeliana se le escapa es la manera en que este violento transplante a un contexto ajeno afecta radicalmente a la teoría original misma, de modo que, cuando esta teoría «regresa a sí misma en su otridad» (se reinventa en el contexto ajeno), su misma sustancia cambia... y, sin embargo, esta desviación no es solamente la reacción a una sacudida externa, sigue siendo una transformación inherente de la misma teoría de la superación del capitalismo. Así es cómo el capitalismo es una «universalidad concreta»: de lo que se trata no es de aislar lo que todas las formas particulares de capitalismo tienen en común, los rasgos universales que comparten, sino de comprender esta matriz como una fuerza positiva en sí misma, como algo que todas las formas particulares en vigor tratan de contrarrestar a fin de contener sus efectos destructivos.
El signo más fiable del triunfo ideológico del capitalismo es la virtual desaparición del término mismo en las últimas dos o tres décadas: desde los años 1990,
virtualmente nadie, con la excepción de unos cuantos marxistas supuestamente arcaicos (una «especie en peligro de extinción»), se refería ya al capitalismo. El término simplemente se había suprimido del vocabulario de los políticos, sindicalistas, escritores y periodistas... por no mencionar a los sociólogos, que lo habían relegado al olvido histórico[8].
¿Y qué pasa con el auge del movimiento antiglobalización en los últimos años? ¿No contradice claramente este diagnóstico? En absoluto: un examen minucioso muestra rápidamente cómo también este movimiento sucumbe a «la tentación de transformar una crítica del capitalismo mismo (centrada en los mecanismos económicos, las formas de organ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Introducción
  5. Otra bibliografía
  6. Nota a la traducción
  7. Una sola chispa puede incendiar la pradera
  8. Oponeos a la veneración de los libros
  9. Sobre la práctica
  10. Sobre la contradicción
  11. Contra el liberalismo
  12. La bomba atómica no intimida
  13. El imperialismo norteamericano
  14. A propósito de los problemas
  15. Anotaciones a los problemas económicos
  16. Sobre el tratamiento correcto
  17. ¿De dónde provienen las ideas correctas?
  18. Charla sobre cuestiones de filosofía
  19. Otros títulos
Estilos de citas para Mao. Sobre la práctica y la contradicción

APA 6 Citation

Zizek, S. (2010). Mao. Sobre la práctica y la contradicción (1st ed.). Ediciones Akal. Retrieved from https://www.perlego.com/book/2043078/mao-sobre-la-prctica-y-la-contradiccin-slavoj-zizek-presenta-a-mao-pdf (Original work published 2010)

Chicago Citation

Zizek, Slavoj. (2010) 2010. Mao. Sobre La Práctica y La Contradicción. 1st ed. Ediciones Akal. https://www.perlego.com/book/2043078/mao-sobre-la-prctica-y-la-contradiccin-slavoj-zizek-presenta-a-mao-pdf.

Harvard Citation

Zizek, S. (2010) Mao. Sobre la práctica y la contradicción. 1st edn. Ediciones Akal. Available at: https://www.perlego.com/book/2043078/mao-sobre-la-prctica-y-la-contradiccin-slavoj-zizek-presenta-a-mao-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Zizek, Slavoj. Mao. Sobre La Práctica y La Contradicción. 1st ed. Ediciones Akal, 2010. Web. 15 Oct. 2022.