A todo riesgo
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A todo riesgo

  1. 192 páginas
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  4. Disponible en iOS y Android
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Índice
Citas

Información del libro

Cuando uno ha sido un mandamás y se encuentra con la pasma en el tren, sin blanca en el bolsillo, con dos chavales a su cargo, siempre puede recurrir a los amigos. Pero si éstos llevan una vida estable y no quieren mojarse, no queda más remedio que batirse en solitario. Abel ha sufrido esa amarga experiencia. Pero una cosa es cierta: queda la venganza y Abel es de gatillo fácil...A todo riesgo fue llevada a la gran pantalla en 1960 con el propio José Guiovanni como guionista y con Lino Ventura y Jean Paul Belmondo como los principales actores de reparto.

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Información

Año
2013
ISBN
9788446038405
Capítulo IX
El mecánico examinaba unos cables bajo el capot del Simca deportivo. El taller se encontraba en el último piso del garaje.
—¿Qué le pasa? –preguntó Stark.
—Está jodido.
Siempre pasaba lo mismo antes de presentar la cuenta.
—Lo necesito.
—Le prestaremos uno. El suyo no estará listo hasta última hora de la tarde.
Pensó que podría quedarse en casa con Liliane.
—Haga lo que pueda –dijo al salir.
Decidió comprar algo para comer. Eran las once de la mañana. Liliane había dormido en su casa. Ella le estaba esperando.
Deseaba que se trasladara a vivir allí definitivamente, pero ella no quería. Solía decirle con un punto de tristeza:
—Deberías dedicarte a otra cosa.
O bien:
—Es una pena que lleves ese tipo de vida.
Él no respondía y ella, por su parte, no parecía esperar otra respuesta. Había elegido vivir peligrosamente y robar le facilitaba la vida.
Sin embargo, quería tanto a Liliane que daba vueltas a la idea de montar un negocio, cargarse de preocupaciones a cambio de una posición social.
—¿Y si comprásemos un negocio, qué te parecería? –le había preguntado un buen día.
—Te acostarías tranquilo todas las noches.
Le exasperaba recordar ese tipo de respuesta. Iba a marcharse de gira a finales de julio, durante agosto y septiembre. Aprovecharía para tomar el portante a Deauville. El sitio estaba atestado de pasma, pero le faltaba bastante dinero para establecerse.
Habían vuelto a ver a Abel y obtenido permiso para visitar a los chavales en casa de Chapuis. Los niños preferían a Liliane antes que a Jacqueline. Les aportaba su fantasía, su juventud. La llamaban tía Lili y Stark ya no sabía qué hacer con ellos; esto la hacía feliz.
Esa mañana, esperaba que su amante volviera a casa. Estaba sola en el piso. Sonaron dos timbrazos breves.
Abel solía llamar así. No era él, sino una chica alta, rubia y bien vestida, aunque un poco llamativa. Tenía los ojos rasgados y la voz cantarina.
—Me he equivocado –dijo dando un paso atrás para ver mejor la puerta.
—¿Por quién pregunta? –preguntó amablemente Liliane.
—M. Éric Stark.
—Es aquí. No está ahora, pero entre, no tardará.
Hacía ya muchos días que Monique pensaba venir. Ahora que sabía todo, le sobrevenía una rabia sorda teñida de tristeza.
—Siéntese –le propuso Liliane.
—¡Mira, sigue teniendo los pájaros!
Monique movía el bolso de un lado para otro. Tenía ganas de romper algo. Rozó a Liliane.
—¿Llego en mal momento, no?
—No la comprendo –murmuró Liliane.
—¿Me toma por tonta o qué? Está aquí contoneándose en bata y ¿qué cree que debería hacer? ¡Echarme a su cuello, desearle mucha felicidad y montones de hijos! Lo que han debido reírse a mi costa. ¡Se lo tenían tan calladito! Y yo que creía que era un hombre… Hace tres años que le tengo por un hombre y no tiene ni el valor de decirme que tiene una gachí. ¡Esta sí que es buena!
—¿Puedo hablar? –preguntó Liliane con voz tranquila.
—Hable todo lo que quiera, cielo, y sobre todo no se crea que vengo a mendigar. Tengo hombres a patadas, ¿me oye? Me siguen como perritos falderos, y el más inútil vale cien veces más que el fracasado que vive aquí.
—No lo pongo en duda y me complacería mucho que se lo dijera. Mire, yo no sabía nada de usted y ni siquiera le pido que me crea. Voy a empezar por marcharme, tranquilamente, sin más. Y puede decirle que no es por orgullo ni para que venga detrás de mí. Dígale esto y ya verá cómo la cree.
Subió a la habitación, se vistió en un abrir y cerrar de ojos y bajó. Le parecía que la chica no se había movido ni un milímetro. Monique miraba a esa hermosa mujer y no creía lo que estaba viendo. Transmitía una fuerza y un control fuera de lo común.
—Buena suerte –dijo Liliane–. Le pertenece más que a mí y estoy segura de que está muy dolida.
—¿Dolida yo? Está de broma…
—No tengo ganas de bromear. Todo lo que sé es que una mujer como usted no se mueve si no se siente dolida.
Monique estaba segura de que la mujer no pertenecía al hampa. Se preguntaba de dónde la habría sacado el bandido de Éric. Liliane ya estaba abriendo la puerta. Por nada del mundo hubiese querido cruzarse con Stark.
—¡Eh! Espere un poco –gritó Monique.
Pero ella cerró la puerta sin volverse. Veía los peldaños emborronados y las lágrimas desbordaron los párpados que las sujetaban apenas. «Es una idiotez llorar por esto, es una idiotez», pensaba mientras bajaba. Y cuanto más trataba de convencerse, más dolor sentía, hasta dejarla totalmente aislada, sola en el mundo.
Y no se tienen ganas de vivir cuando se camina por la calle y la acera se va hundiendo bajo los pies, y la gente empujando e insultando porque se camina en línea recta, sin ver nada.
Éric habría podido cruzarse con ella. Volvía a su casa por la avenida de Ternes. Pero no iban por la misma acera. Llevaba bolsas y le deleitaba la idea de comer en su casa, con Liliane.
No cogió el ascensor y subió los peldaños de dos en dos. Sacó las llaves y abrió sin perder un segundo.
Hello![1] ¡Ha llegado Papá Noel! –gritó exultante.
No oyó nada. Pensó que estaría en el cuarto de baño. Dejó las bolsas en la cocina y retrocedió para subir a la habitación.
Monique había salido del living-room[2] y estaba en el primer peldaño de la escalera interior.
—¿Qué significa esto? –preguntó.
—Significa que se ha marchado y que vas a tardar en echarle el guante.
—¿Qué coño has venido a hacer aquí?
Apenas movía los labios; se acercó a ella.
—Merezco una explicación, ¿no? Te he estado esperando, te he llamado por teléfono a todas partes, creí que te habías metido en algún lío y voy y me encuentro con esta tipa.
No tuvo tiempo de parar las bofetadas de Stark. No había tomado impulso, pero la fuerza de los golpes dejó huella en el rostro de Monique. No era partidario de pegar a una mujer, pero no podía controlarse.
—No es una tipa, ni una gachí, ni una puta, ¿oyes? Es una mujer. Venga, desembucha. ¿La has visto? ¿Qué te ha dicho? ¡Qué te ha dicho, me cago en dios!
La cogió por la muñeca y la arrastró al salón.
—Déjame –gritó–. Si me pones la mano encima, no te diré nada.
Le dio un empujón y la tiró encima de un sofá. Quedaron al descubierto las largas piernas nerviosas de tobillos finos. Se levantó y le sostuvo la mirada.
—¡Qué bonito! Me engañas y me mueles a golpes. No, sin bromas, ¿no me habrás tomado por una de esas pelanduscas que van por el Nevada?
—Allí nos conocimos, y si quieres tener todavía posibilidades de hacerte con un chulo, vas a tener que explicarme lo que le has contado a esa chica.
—Esa chica, como tú dices, no ha empezado a hacerte sufrir.
—¡Estaba en mi casa! ¿Oyes? ¡e-n-m-i...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Capítulo primero
  5. Capítulo II
  6. Capítulo III
  7. Capítulo IV
  8. Capítulo V
  9. Capítulo VI
  10. Capítulo VII
  11. Capítulo VIII
  12. Capítulo IX
  13. Capítulo X
  14. Capítulo XI
  15. Otros títulos publicados