La idea de Israel
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La idea de Israel

Una historia de poder y conocimiento

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La idea de Israel

Una historia de poder y conocimiento

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Desde su fundación en 1948, el Estado de Israel se ha basado en el sionismo, el movimiento que estaba detrás de la propia creación, para fundamentar su propia esencia, proporcionar una identidad específica y determinar una dirección política. En este innovador nuevo trabajo, el célebre historiador israelí Ilan Pappe revisa el papel que de forma continuada ha desempeñado la ideología sionista.La idea de Israel estudia cómo opera el sionismo, más allá de la esfera militar y de la política gubernamental oficial, adentrándose en áreas nos exploradas como la educación, los medios de comunicación o el cine, así como en los usos que se hacen del Holocausto en la estructura de soporte ideológico del Estado.De forma concreta, Pappe examina la forma en que sucesivas generaciones de historiadores han enmarcado el conflicto de 1948 como una campaña de liberación, creando un mito fundacional que ha permanecido de forma incuestionada en la cultura y la mentalidad de la sociedad israelí en la hasta los años noventa del siglo pasado. El mismo Ilan Pappe formó parte sustancial del movimiento postsionista que surgió entonces, por lo que fue atacado y recibió continuas amenazas de muerte mientras se exponía la verdad de política de exclusión israelita con respecto a sus vecinos y conciudadanos (de segunda clase), los palestinos, y se desvelaba la horrible estructura que vinculaba la producción de conocimiento con el ejercicio del poder.Esta obra es un enérgico y urgente llamamiento en la guerra de las ideas que se da en todo el mundo en torno a la construcción del pasado, y del futuro, del conflicto árabe-israelí.

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Información

Año
2016
ISBN
9788446043232
Edición
1
Categoría
Religión
CAPÍTULO IV
Los pioneros
Hacia el final de su vida, uno de los primeros antisionistas de Israel, Maxim Ghilan se hizo amigo mío. Cuando lo conocí, vivía pobremente y apenas se las arreglaba para pagar sus cuentas en la dura realidad de Tel Aviv. Y sin embargo, con los últimos céntimos que tenía en el bolsillo –junto con mi propia pequeña contribución financiera ocasional– produjo una fascinante publicación mensual llamada Mitan, que en hebreo significa literalmente una carga y un IED, un artefacto explosivo improvisado. La calidad del papel era la mejor que yo hubiera visto alguna vez, lo cual, por supuesto, triplicaba el gasto de producción y reducía aún más las condiciones de vida de Maxim. «¿Por qué insiste en utilizar semejante formato elegante y costoso?», le pregunté. Al fin de cuentas, como todas las publicaciones antisionistas en hebreo que aparecieron antes y después de Mitan, teníamos más colaboradores que lectores. «Es evidente», me respondió. «Después de la catástrofe que sobrevendrá en Israel –y la catástrofe sobrevino–, solo el papel de la mejor calidad sobrevivirá en las ruinas y la gente podrá adoptar entonces nuestras ideas progresistas.»
La historia de vida de Ghilan no es muy diferente de la de muchos otros individuos de la primera generación de pensadores antisionistas del Israel judío. Todos ellos eran individualistas, marginados y en muchos aspectos quijotescos. Su existencia no conformista y solitaria debería yuxtaponerse a lo que en este libro llamamos el momento postsionista, el momento en que una gran cantidad de personas respaldó brevemente sus opiniones. Este capítulo cuenta la historia de aquellos pioneros y trata de seguir su trayectoria hasta la aparición del momento postsionista a mediados de los años noventa.
En el Estado de Israel hay dos formas de convertirse en un judío antisionista. O bien uno abandona la tribu del sionismo porque ha sido testigo de un hecho consumado en nombre del sionismo tan horrendo que lo ha llevado a repensar la validez de la ideología que permitió tal brutalidad, o bien, uno es un pensador por profesión o por inclinación que no cesa de evaluar y revisar los conceptos y preceptos del sionismo y gradualmente, ante tantas paradojas y absurdos internos, va virando hacia una posición vital más universal y mucho más antisionista.
Esta combinación de disgusto ante el modo en que se trata a los árabes en el territorio del país y el repudio intelectual de la lógica misma del dogma fue lo que motivó a los primeros antisionistas. La académica fue el último ámbito afectado por tales dudas y críticas, pero cuando lo onda expansiva llegó hasta allí, su producción fue prodigiosa y alcanzó un volumen nunca visto hasta entonces. Mientras los críticos judíos de Israel que surgieron después confiaban sobre todo en los gurúes internacionales de alto perfil o en las teorías más reconocidas para explicar sus críticas al sionismo, los pioneros como Ghilan basaron sus opiniones en un momento personal transformador.
El hogar político de esos primeros incrédulos del sionismo en Israel fue el Partido Comunista, pero pronto la mayor parte de ellos abandonó el partido para continuar su camino individualmente o dentro de nuevos grupos más pequeños que, finalmente, buscaron aliarse con la Organización para la Liberación de Palestina y, en particular, con sus facciones izquierdistas, tales como el Frente Democrático para la Liberación de Palestina. Otros se situaban más cerca de la versión china del comunismo y, como es típico en los grupos radicales de izquierda, sus disputas internas causaron separaciones y divisiones, seguidas de intentos de reunificación. Sus debates apuntaban a determinar hasta qué punto un nacionalismo, aun en el caso del nacionalismo palestino, merecía el apoyo de los comunistas internacionales, maoístas y marxistas. En este mismo capítulo, describiré luego esos debates; por el momento, me limitare a señalar que había dos conclusiones lógicas a las que podían llegar los participantes. Los que entendía que el movimiento nacional palestino era el principal vehículo para instrumentar la agenda socialista, marxista o maoísta, de un modo u otro, se unieron al movimiento. La otra posición era seguir siendo internacionalista, senda que habitualmente llevaba al autoexilio o a unirse a grupos más internacionalistas. Cualquiera de las opciones se trataba en Israel como acto de alta traición y la mayoría de esos activistas pagaron un precio muy alto por defender sus posiciones. La mayor parte de esos pioneros han sido olvidados y no ha quedado registrado adecuadamente el precio que pagaron. Por esa razón, considero importante contar algunas de aquellas historias de vida.
Maxim Ghilan había nacido en Lille, pero pasó casi toda su infancia en España durante la Guerra Civil española; su padre, una figura destacada del bando republicano, fue asesinado por los fascistas y, en 1944, la familia huyó a Palestina. Como muchos otros que cuestionaban el sionismo en los primeros años del estado, Ghilan pasó por una fase nacionalista y hasta peleó con la Banda Stern durante los últimos días del Mandato británico. En 1950, fue arrestado acusado de ser un activista de derecha todavía leal a la Banda Stern que planeaba derrocar al régimen progresista Mapai, régimen que dominó la política israelí durante muchos años. Lo que vio estando en la cárcel cambió a Ghilan.
Durante su primera temporada en la cárcel, presenciar la tortura infligida a los prisioneros palestinos lo llevó a cuestionarse seriamente el sionismo. En su condición de poeta y periodista, no tuvo reparos en utilizar pornografía blanda para atraer a los lectores hacia sus textos antisionistas y alcanzó fama como periodista de investigación cuando reveló la participación israelí en el asesinato de Mehdi Ben Barka, líder de la oposición marroquí, perpetrado en 1966, investigación por la que fue enviado a la cárcel durante un largo periodo. La implicación de Ghilan en este asunto fue muy típica de él. Además de sentirse cómodo con el uso del erotismo como medio de atraer lectores a opiniones desafiantes en Bool (que en hebreo significa «seducir»), periódico del que era uno de los editores, a veces solía infiltrar crónicas sobre la participación de Israel en el mundo árabe, algunos basados en documentos que recibía y otros que surgían de su imaginación. Cuando Ben Barka murió asesinado, Ghilan escribió que había agentes del Mossad implicados en la operación. Luego, cuando el Servicio Secreto llegó para arrestarlo, Ghilan afirmó que no sabía si aquella acusación era verdad. Fue encarcelado durante cuatro meses y medio por revelar información secreta al enemigo. Pero, en realidad, él no poseía tal documentación. Era apenas un atento observador de la actividad subversiva israelí en el mundo árabe y sencillamente juzgó que era probable que un líder marroquí propalestino –alguien que molestaba a una casa real que no era hostil a Israel– pudiera ser blanco del Mossad[1].
En 1967, como tantos otros de estos guerreros solitarios de la paz y la justicia, Ghilan se exilió voluntariamente en París y, también como muchos de ellos, retornó después de que se firmaran los acuerdos de Oslo 1993. Antes de dejar París, averiguó a través de varios buenos amigos si existía la posibilidad de que el Servicio Secreto lo arrestará al pisar suelo israelí. El organismo estatal afirmó luego que tales conversaciones nunca tuvieron lugar; lo cierto es que Ghilan ya no representaba un incordio para el aparato de seguridad israelí. Pero, hasta donde pudo determinar Ghilan, Israel tampoco había cambiado mucho, y cuando él murió, en 2005, estaban tan desilusionado con el sionismo como lo había estado en 1948[2].
Ser testigo ocular de una clase de brutalidad diferente cambió la vida de otro pionero del pensamiento antisionista, Israel Shahak. Corría 1950 cuando un día vio con horror que un judío religioso se negaba a ayudar a un ciudadano palestino herido porque era Sabbat y la ley judía, la Halajá, se lo prohibía. Este acontecimiento traumático, según él mismo cuenta, lo convirtió en antisionista: una fuerte reacción inducida por su difícil biografía. Durante la Segunda Guerra Mundial, había escapado del gueto de Varsovia hacia su ocupada ciudad natal antes de ser recapturado y enviado al campo de exterminio de Poniatowa. Pudo volver a escapar, esta vez junto a su madre y vivió por un tiempo el horror nazi hasta que volvió a caer prisionero y pasó los últimos días de la guerra en Bergen-Belsen.
El sobreviviente de doce años y su madre llegaron a Palestina en 1945, donde quienes habían tomado la decisión de abandonar Europa antes del Holocausto, no daban la bienvenida a los sobrevivientes de la tragedia. Nacido Israel Hummelstaub, Shahak, como muchos otros judíos, hebreizó su apellido al llegar a Palestina. Pero solo completó su plena iniciación en la sociedad israelí cuando sirvió en una unidad de elite de las Fuerzas de Defensa de Israel; más tarde fue contratado en la Comisión de Energía Atómica Israelí[3].
En el recién fundado Estado de Israel, Shahak se oponía a las interpretaciones cotidianas de la ley rabínica judía y se inquietaba por el modo en que se la aplicaba a los no judíos, es decir, a los ciudadanos palestinos. Afirmaba que lo que veía era una implementación literal de ciertos textos teológicos judíos de acuerdo con una tradición que se remontaba a los primeros días de la religión. Después de estudiar e investigar esos textos y la historia judía global, Shahak llegó a la conclusión de que los palestinos eran, no solamente víctimas de políticas militares colonialistas y opresivas, sino también presas de una ideología racista/teológica dominante.
Al escribir años después sobre su vida, Shahak agregó otro acontecimiento transformador: el ataque israelí contra Egipto de 1956. Y confesó que después de aquel hecho se sintió traicionado por el sionismo y, en particular, por su líder David Ben-Gurion. No fue simplemente la colusión anglo-francesa-israelí en sí misma lo que dio nueva forma al mundo ideológico y moral de Israel Shahak; aún más significativo para él fue la narrativa que lo acompañó. Esta aparecía de la manera más chocante en la retórica de Ben-Gurion quien continuamente se refería a la operación Sinaí como el amanecer de una nueva era que anunciaba el restablecimiento del imperio judío bíblico. Este nuevo mesianismo alarmó a Israel Shahak y reafirmó sus peores temores acerca del nuevo estado judío. Según sus propias palabras, el Estado de Israel parecía ser una siniestra y destructiva arma de guerra que no se detendría ante nada en su batalla contra la totalidad del mundo árabe y específicamente el pueblo palestino. Para su horror, esa maquinaria estaba alimentada por la teología y el moderno nacionalismo judíos.
La fusión del nacionalismo y la religión era una combinación letal que le recordaron las políticas que tanto lo habían mortificado siendo niño en Polonia. Esta asociación debe de haber sido extremadamente dolorosa para un sobreviviente de un campo de concentración nazi quien, a muy poco tiempo de haberse instalado a salvo en Israel, comenzaba a hacer un viaje retrospectivo a su pasado. Desde entonces sus escritos y actividades se dirigieron contra los abusos y las injusticias perpetradas por su nuevo estado, como si ese compromiso fuera la mejor manera de confrontar el horror que había experimentado en Bergen-Belsen y otras partes durante el Holocausto.
Un objeto de estudio de Shahak fue una afirmación especialmente sagrada del sionismo: que los judíos eran perseguidos en toda Europa y que por lo tanto necesitaban un refugio que naturalmente debería ser su antigua patria en Palestina. Dentro de Israel, se retrataba y aún se retrata la vida de los judíos en la Europa del este, como un relato perpetuo y repetido de persecución cristiana y europea que solo cesó con el surgimiento del sionismo y la creación del Estado de Israel. Para Shahak, esta narrativa hegemónica israelí de la vida judía moderna fue manipulada y es engañosa por lo que se opuso a ella francamente[4].
En la narrativa sionista, la historia moderna del antisemitismo, que no debe confundirse con la del periodo medieval, comenzó en 1648, cuando los cosacos de Ucrania, conducidos por Bohdan Khmelnytsky, se rebelaron contra la Unión Lituano-Polaca de la época. Fue una rebelión popular en el sentido de que los vasallos y otros grupos marginales, tales como los tártaros, unieron fuerzas para enfrentar a un sistema feudal opresor. «Khmel el Diablo» lo llamaban sus contemporáneos judíos, pues había sido el encargado de supervisar una serie de pogromos contra las comunidades judías en la zona de la rebelión. Solo unos pocos judíos murieron a causa de una plaga que hacía estragos en aquella época; otros fueron capturados y obligados a convertirse al cristianismo o fueron vendidos como siervos. Una carta desesperada escrita por un rabino local a Oliver Cromwell, por entonces Lord Protector de las islas británicas, afirma que 180.000 judíos habían sido asesinados. En la narrativa sionista, lo que impuso semejante destino a las comunidades judías de la Europa del este en la segunda mitad del sig...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Introducción. Sobre la idea de Israel
  5. PRIMERA PARTE. LA IDEA DE ISRAEL EN LA ACADEMIA Y EN LA FICCIÓN
  6. Capítulo I. La historia «objetiva» de la tierra y el pueblo
  7. Capítulo II. El forastero que se transformó en terrorista: El palestino en el pensamiento sionista
  8. Capítulo III. La guerra de 1948 en palabras e imágenes
  9. SEGUNDA PARTE. EL MOMENTO POSTSIONISTA DE ISRAEL
  10. Capítulo IV. Los pioneros
  11. Capítulo V. Reconocer la catástrofe palestina: La guerra de 1948 revisitada
  12. Capítulo VI. El surgimiento de la academia postsionista, 1990-2000
  13. Capítulo VII. Tocar el nervio vivo de la sociedad: la memoria del Holocausto en Israel
  14. Capítulo VIII. La idea de Israel y los judíos árabes
  15. Capítulo IX. El momento cultural postsionista
  16. Capítulo X. Sobre los escenarios y pantallas postsionistas
  17. Capítulo XI. El triunfo del neosionismo
  18. Capítulo XII. Los nuevos historiadores neosionistas
  19. Epílogo. La Marca Israel 2013
  20. Bibliografía básica