VI
El rey de Hispania, la señora Lupa y el sepulcro del apóstol Jacobo. Estructura y génesis de una leyenda hagiográfica
José Carlos Bermejo Barrera
Mar Llinares García
En la realidad histórica se entremezclan continuamente lo real y lo imaginario, hasta el punto de que ambos pueden considerarse como dos caras de una misma moneda. Pero a veces ocurre que lo imaginario se transforma en pura fantasía, ya sea en el ejercicio del juego de la ficción o en la creación de fantasías y falsificaciones que esconden la defensa de intereses de todo tipo: económicos, de prestigio social, etc. Este fue el caso de las leyendas hagiográficas, cuyo estudio y clasificación comenzó en el siglo XVII con la labor erudita, metódica y a veces heroica de los padres bolandistas, que tuvieron que afrontar la incomprensión de algunas autoridades eclesiásticas, y sufrir la condena por ejemplo de la Inquisición española por sus estudios de las vidas de los santos y los Apóstoles, como es el caso de Santiago. Los bolandistas creían que la razón y la fe eran compatibles y que los mayores enemigos de la religión son la superstición y la superchería, y por eso se enfrentaron a algunos hagiógrafos hispanos, a los que siempre reprocharon su credulidad interesada. Incluso uno de sus maestros, Daniel Paperbroch, tuvo que escribir un libro para defenderse de los ataques de la Inquisición.
Durante varios siglos llevaron a cabo su plan de trabajo con las Acta Sanctorum, una gigantesca colección documental en la que fueron publicando sucesivos tomos ordenados según los meses del año y agrupando el estudio de los diferentes santos de acuerdo con el día de su celebración. En el caso de cada uno de ellos, se recogían datos y documentos de todo tipo que permitiesen reconstruir su vida y separar lo que pudo ser real de lo imaginario. El culto de los santos, las reliquias y las peregrinaciones habían sido objeto de durísimos ataques durante la Reforma protestante, que los había suprimido. Por ello los bolandistas, unos religiosos que creían que la razón y la fe podían ser compatibles y que había que defender el culto de los verdaderos santos, creyeron que su labor era imprescindible, y que debían denunciar lo que no eran a veces más que falsificaciones, supercherías e incluso en ocasiones negocios para explotar la credulidad y desesperación de la pobre gente.
Uno de los tomos más criticados de las Acta Sanctorum fue el dedicado al mes de julio, en el que se contenía la fecha de la celebración del culto del apóstol Jacobo, llamado siempre así en sus textos, y nunca Santiago. A continuación desarrollaremos nuestro análisis partiendo básicamente de una leyenda, contenida en este tomo, cuyo texto transcriben y a la que hemos denominado, por los motivos que contiene, «El rey de Hispania, la señora Lupa y el sepulcro del apóstol Jacobo». Intentaremos plantear una conjetura acerca de su origen y analizaremos su estructura interna, para desarrollar luego un recorrido por otras versiones de la misma y ver cómo algunos de sus elementos se reelaboran en el folklore gallego y se convierten en tradición popular.
Señalan estos autores que Juan Bosco, monje celestino, recogió esa siguiente historia en la Bibliotheca Floriacensis y que Laurentius Surius la publicó en Vitis sanctorum, die XXV Julii. Posteriormente lo haría también el cardenal Aguirre en su libro Conciliis Hispaniae, Tomo 3, página 120, y luego Gaspar Sanctium en su Disputationes de S. Jacobi praedicatione in Hispania, tract. 3, cap. 19, 20 y ss.
Estos libros contienen hechos multa falsa, absurda et fabulosa. Por esa razón decidieron omitir los detalles más fabulosos (tetricam illam historiam), pero los resumen porque reconocen que esos libros ya no son accesibles. El texto que vamos a traducir estaría reperitur in vetusto codice manuscripto cenobii Marchianensis, que estaría catalogado en su biblioteca como MS 103, fol. 64.
Jacobo, hermano de Juan Evangelista, habiendo retornado de predicar en Hispania, fue en el día de la Pascua a visitar la iglesia de Jerusalén, que estaba gravemente corrompida por los dos magos Hermógenes y Fileto, quienes con sus falsos engaños y sus predicaciones habían diezmado como lobos el rebaño del Señor. Jacobo convirtió a esos mismos magos, maestros del error, y a muchos otros a la verdadera fe y los hizo nobles doctores de la Iglesia.
Pero entonces los judíos, movidos por la envidia, promovieron un tumulto y detuvieron violentamente a Jacobo, conduciéndolo al Pretorio de Herodes, el hijo de Aristóbulo. Una vez dictada la sentencia de muerte lo condujeron al lugar en que iba a ser decapitado. En el camino hacia él curó a un paralítico y convirtió a un escriba que lo acompañaba camino del cadalso. Conmovido por Jacobo y guiado por la penitencia, le confesó que él era también cristiano, aunque había informado de todo esto a Herodes. Los dos fueron conducidos al suplicio y mientras iban de camino le pidió a Jacobo la absolución. Y él, sin dudarlo un instante le dijo: «la paz sea contigo» y lo besó. Después rogó que trajesen agua y lo bautizó, siendo decapitado junto a él.
Su cuerpo fue recogido por Hermógenes, Fileto y los demás discípulos y trasladado a una nave, para poder esconderlo en otro lugar y luego con la ayuda del Señor poder enterrarlo dignamente. Nada más embarcarse se quedaron dormidos y al día siguiente llegaron a Hispania, donde él ya había predicado antes, y tomando el cuerpo lo colocaron sobre una piedra, que luego vieron flotar como líquido elemento.
Había en aquellos tiempos una mujer muy poderosa, Lupa de nombre y por su modo de actuar, que tenía el gobierno de toda la provincia. Se dirigieron a ella con el cuerpo pidiéndole que les concediese un lugar para sepultarlo y que, si no quería aceptar la doctrina del Dios vivo, por lo menos acogiese el cuerpo del muerto enviado por Dios. Entonces ella ordenó detener a estos hombres y enviarlos al crudelísimo rey para que los castigase.
El rey ordenó encarcelarlos en las profundidades de una cárcel y luego se puso a pensar cómo los mataría. Acto seguido se recostó en un banquete, mientras un ángel los liberaba de la cárcel, y ante la vista del pueblo los sacaba de la ciudad. Acabada la comida, el rey envió mensajeros a la cárcel y ordenó traer a los reclusos, pero cuando estos llegaron se dieron cuenta de que ya no había nadie. Por orden del rey recorrieron todo el reino, preguntando a todo el mundo si habían visto a los peregrinos salir de la ciudad, enviando con premura a algunos para que los persiguiesen, pero al hundirse un puente por el que cruzaban se precipitaron al abismo.
Tras ello el rey y los suyos, presas del pánico, ordenaron que volviesen estos con honores y recibieron el bautismo y la fe de Cristo. [Aquí añaden los editores que en el manuscrito de la Biblioteca Floriacensis se dice que el rey y los suyos bajaron a la cripta, quedando presos en ella, pero como nos les parece verosímil retoman la narración en el párrafo siguiente.]
Volvieron de nuevo junto a Lupa para pedir un lugar para la sepultura. Ella estaba verdaderamente afligida, y no quiso protegerlos de la maldad del rey, sino que, además, como el mismo rey y todos los suyos se habían adherido a Cristo, quiso acabar con ellos con una nueva trampa.
Tenía ella entonces unos enormes bueyes salvajes terriblemente indómitos y feroces y así dispuso que pusiesen a esos bueyes bajo el yugo y llevasen el cuerpo del Maestro en un carro, pensando que los bueyes se revolverían y acabarían con ellos. Sin embargo, una vez hecho el signo de la cruz, pudieron uncir a los bueyes como si fuesen corderos y colocaron el cuerpo del Maestro en el carro. Los bueyes antes indómitos condujeron el cuerpo del Apóstol directamente al palacio de Lupa, donde lo depositaron.
Al ver esto ella creyó en Cristo y ordenó consagrar su palacio como iglesia, en la que enterró al Apóstol, dotándola de muchas posesiones y de toda clase de ornamentos. Allí se hicieron muchos milagros y muchos más se convirtieron a la fe. Murió este mismo Apóstol en la Pascua bajo Herodes Agripa, pero se celebra su memoria el VIII de las kalendas de Agosto, cuando fue trasladado y enterr...