X. La reproducción del capital
(Capítulos XVIII-XX del libro segundo)
En la sección tercera del libro segundo Marx imagina una economía dividida en dos grandes departamentos o sectores. El sector I produce medios de producción para otros capitalistas (desde materias primas y productos semiacabados hasta maquinaria y otros artículos de capital fijo, incluido el entorno construido para la producción). El sector II produce bienes para ser consumidos individualmente por trabajadores y capitalistas (incluyendo también el entorno construido para el consumo). El sector que produce bienes de consumo tiene que comprar sus medios de producción al sector I. Los obreros y capitalistas que operan en el sector I tienen que comprar sus bienes de consumo al sector II. Para que tal economía funcione adecuadamente y sin interrupciones, los intercambios entre ambos sectores deben equilibrarse. En condiciones de reproducción simple (sin expansión), el valor de los medios de producción destinados al sector II tiene que ser equivalente al de los bienes de consumo distribuidos entre los trabajadores y capitalistas del sector I.
Ese es el modelo básico de la economía examinado en estos capítulos. Será útil describir el carácter general del modelo desde el principio. Una vez que hemos captado a fondo su forma general, será mucho más fácil seguir la detallada investigación que efectúa Marx.
Los llamados «esquemas de reproducción» se describen en los apartados 2 y 3 del capítulo XX (II-II, 69-78; KII, 391-401). Aunque Marx muestra un ejemplo aritmético, es fácil darle forma algebraica. El producto total de cada sector en determinado año se puede representar, en términos de valor, como capital constante (c) + capital variable (v) + plusvalor (p). Marx deja de lado la cuestión del capital fijo y los distintos tiempos de rotación, y supone que todo se produce y consume en un año. Expone un ejemplo aritmético simple, calculado en unidades de valor, en el que la tasa de plusvalor (p/v) y la composición de valor (c/v) son iguales en los dos sectores. Así, para un año determinado, postula:
Sector I 4.000c + 1.000v + 1.000p = 6.000 medios de producción
Sector II 2.000c + 500v + 500p = 3.000 bienes de consumo
Algebraicamente, esto se puede representar así:
Sector I c1 + v1 + p1 = w1 (el valor total de medios de producción producidos)
Sector II c2 + v2 + p2 = w2 (el valor total de bienes de consumo producidos)
La demanda total de medios de producción es c1 + c2. La demanda total de bienes de consumo es v1 + v2 + p1 + p2. Suponiendo que la demanda y la oferta están en equilibrio (II-II, 76-78; KII, 399-400), entonces
w2 = c2 + v2 + p2 = v1 + v2 + p1 + p2
lo que, tras eliminar los términos iguales en ambos miembros, se reduce a
c2 = v1 + p1
La demanda de medios de producción en el sector II debe igualar a la demanda de bienes de consumo procedente del sector I para conseguir las proporciones de valor necesarias que aseguren una reproducción continua y equilibrada. En el ejemplo aritmético, los 2.000c necesarios para producir bienes de consumo en el sector II equivalen a los 1.000v + 1.000p de consumo personal de los trabajadores y capitalistas que operan en el sector I. Tal como dice Marx, «el resultado de todo esto es que, en el caso de la reproducción simple, la suma de valor v + p del capital-mercancía en el sector I (y, por tanto, también la parte proporcional correspondiente del total de las mercancías producidas en el sector I) debe ser igual al capital constante empleado en el sector II como parte proporcional del total de las mercancías producidas» (II-II, 78; KII, 401).
De aquí se derivan, naturalmente, todo tipo de cuestiones, por ejemplo: ¿cómo se pueden disponer los procesos de producción y realización capitalista de forma que se consigan (al menos aproximadamente) las proporcionalidades adecuadas? ¿Qué sucede cuando el capital fijo se distribuye de forma dispar entre los sectores y cuando nos encontramos con distintos tiempos de rotación? Por encima de todo, en el capítulo XXI se plantea la cuestión más importante: ¿cómo puede proceder la acumulación a una escala cada vez mayor manteniendo las debidas proporcionalidades?
Los esquemas diseñados por Marx incorporan todo tipo de hipótesis: por mencionar sólo las principales, sólo hay dos clases, trabajadores y capitalistas (como se esbozó brevemente en el capítulo XVII); sólo hay dos sectores, que producen respectivamente medios de producción y bienes de consumo (aunque en determinado momento descompone los bienes de consumo en imprescindibles y artículos de lujo); oferta y demanda están en equilibrio; el periodo de rotación es para todos de un año; no existe cambio tecnológico; y todo se intercambia por su valor. Aunque Marx reconoce inicialmente que debería examinar los procesos de reproducción «tanto en términos de valor como en términos de [valor de uso] material» (II-II, 68; KII, 393), en la práctica sólo presenta las relaciones proporcionales en valor entre los dos sectores, suponiendo pues que las exigencias físicas cuantitativas para la reproducción se satisfacen automáticamente. De esas hipótesis derivan un montón de problemas. Las complejidades que surgen de su relajación dan auténtico vértigo.
La sección tercera del libro segundo presenta, pues, un modelo operativo de la reproducción de un modo capitalista de producción mediante la circulación continua de capital, que constituye claramente la culminación de toda la argumentación del segundo volumen, de modo parecido a la conjunción, en la sección séptima del libro primero, de muchas de las ideas en él presentadas. Ambos volúmenes contienen capítulos preparatorios sobre la reproducción, primero simple y luego ampliada, pero hay algunas diferencias significativas. En el libro primero, la «Ley general de la acumulación capitalista» sintetiza muchos de los descubrimientos antes establecidos para presentar un modelo operativo que explica la formación de un ejército industrial de reserva, continuamente creciente, de trabajadores sometidos al desempleo y una pobreza creciente; el libro segundo aprovecha las distinciones entre los distintos circuitos del capital expuestos en los cuatro primeros capítulos, dejando a un lado muchos de los descubrimientos clave –en particular con respecto a la circulación del capital fijo y los distintos tiempos de rotación–, para elaborar un esbozo del funcionamiento de la reproducción ampliada del capital.
En esos esquemas, hay que subrayarlo, el consumo de los trabajadores representa una «proporción relativamente decisiva» (II-II, 95; KII, 413). Si los esquemas sugieren algún tipo de política, es la necesidad de estabilizar los ingresos de los trabajadores a fin de armonizar la relación entre la producción total de medios de producción y la demanda total de bienes de consumo. Esto contradice los descubrimientos del libro primero, donde Marx considera el creciente empobrecimiento de la clase obrera como un resultado inevitable del capitalismo de libre mercado; pero sólo apunta a esa contradicción, porque el capítulo equivalente al de la «Ley general» está ausente en el libro segundo. Es interesante imaginar cómo podríamos leer el primer volumen si el capítulo sobre la «Ley general» no se hubiera escrito, y por lo tanto dispusiéramos únicamente de los capítulos sobre la reproducción simple y ampliada.
A la inversa, debemos imaginar cómo habría sido un capítulo equivalente al de la «Ley general» en el libro segundo. ¿Habría que imaginar, por ejemplo, en un número significativo de lugares a un número significativo de trabajadores arrastrados de forma creciente a un consumismo sin fin y cada vez más insensato a fin de establecer las condiciones para la realización de los valores en el mercado? ¿Se evidenciaría asimismo lo poco interesados que tales trabajadores estarían en una revolución socialista, dado lo atrapados que están en un seductor consumismo capitalista? ¿Qué papel desempeñaría un anticonsumismo (del tipo que floreció durante la década de 1960 en parte del mundo, y que ocupa ahora un lugar central en muchas de las políticas medioambientalistas o ecologistas) en los movimientos revolucionarios? Evidentemente, es difícil imaginar que Marx hubiera escrito un capítulo tal, y, para la mayoría de los marxistas convencidos, la propia idea habría sido seguramente denunciada como escandalosa. Pero lo más interesante de los esquemas de reproducción de Marx es que no niegan en modo alguno tales posibilidades (aunque quizá fuera precisamente por eso por lo que Rosa Luxemburg, por poner un ejemplo, se sentía tan desazonada por su contenido). Y en la medida en que el 70 por 100 de la actividad económica en Estados Unidos y otros países capitalistas avanzados se ve ahora impulsada por el consumo (mientras que en la China actual representa la mitad, lo cual está probablemente más cerca de las condiciones que prevalecían en tiempos de Marx), y en que muchos de los trabajadores supuestamente «acomodados» están efectivamente seducidos por el consumismo del mundo capitalista que habitan (con todos sus evidentes fallos), tenemos ahí, a nuestra disposición, algunos instrumentos para analizar tal situación económico-política. Obviamente, la contradicción con la tesis del creciente empobrecimiento apuntada en el capítulo XXIII del libro primero plantea serios problemas. Pero los buenos marxistas nunca deberían rehuir tal contradicción sólo porque sea tan seria como incómoda.
Pero hay formas de afinar esa contradicción central. En un par de ocasiones Marx señala la existencia de lo que ahora denominamos «clases medias» (II-II, 95; KII, 413). El papel primordial de esas clases en las condiciones actuales es servir como espina dorsal del consumo, así como de sostén político general para una democracia capitalista en funcionamiento. Esas capas de la población fueron también evocadas en el libro primero, cuando Marx señala que la regulación de la jornada laboral llegó a su culminación cuando «la capacidad de resistencia del capital se debilitaba gradualmente a la par que aumentaba la combatividad de una clase obrera que veía aumentar el número de sus aliados en aquellas capas sociales no interesadas directamente en la cuestión» (I-I, 392; KI, 313). Algo similar se sugiere también en uno de los varios planes de estudio que Marx bosquejó en los Grundrisse (EFCEP 1, 203-204; Grundrisse, 188), donde prometía estudiar los «impuestos o la existencia de clases improductivas». Y en su trascendental examen de las fuerzas políticas que dieron lugar a la Comuna de París en 1871, Marx ofrecía un papel destacado en las luchas políticas de la época a las «incipientes clases medias» agobiadas por las deudas (la «pequeña burguesía» mencionada también en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, donde analizaba el movimiento contrarrevolucionario posterior a 1848).
La importancia de tales capas sociales para suministrar la demanda efectiva necesaria fue planteada primeramente por Malthus (aunque la clase de consumidores que él tenía en mente era más aristocrática y parásita de lo que sería ahora factible, excepto quizá en los países del Golfo). Habiéndose aceptado desde hace tiempo que el crecimiento de una clase media –empleada principalmente en puestos de gestión, administrativos y de servicios, y con salarios estables y satisfactorios– ha sido decisiva para la estabilización económica, social y política del capitalismo, se podría argumentar que la contradicción que encontramos aquí se debe más al modelo hipotético de Marx, con sólo dos clases, que a cualquier situación real. La contradicción en una situación con tres clases podría entonces evolucionar como una contención de los salarios del tipo considerado en el libro primero para las capas obreras más bajas (como ejemplo, China) y un flujo de ingresos para una clase media de consumidores que incluiría una capa de trabajadores privilegiados además de las clases improductivas (como ejemplo, Estados Unidos, donde algunos trabajadores son propietarios de sus casas y disfrutan de un estilo de vida acomodado en las periferias urbanas), capaz de mantener la demanda efectiva considerada en el libro segundo. Los ingresos de las clases medias, en el esquema marxiano, provendrían necesariamente de la producción de valor y plusvalor, aunque en las condiciones actuales tendrían como complemento los gastos estatales en el fondo de consumo, alimentados por la deuda, y la creciente disponibilidad de crédito para impulsar el consumismo de clase media (en particular con respecto a la demanda de vivienda). Resulta interesante que ahora se reconozca en general que el nivel de vida de esa clase media se está viendo seriamente amenazado en Norteamérica y gra...