George A. Romero
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George A. Romero

Cuando no quede sitio en el Infierno

  1. 192 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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George A. Romero

Cuando no quede sitio en el Infierno

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Información del libro

El estreno de La noche de los muertos vivientes en 1968 convirtió a George A. Romero en uno de los directores más admirados de su generación. Sin embargo, la obra del realizador, considerado el padre del cine de zombis, no se reduce a un largometraje ni se limita a un subgénero. Sus películas son estudios de su tiempo y su filmografía constituye una radiografía política de los últimos decenios, una reflexión sobre las estructuras sociales y económicas que atrapan a sus personajes. Obras maestras como Martin o Dawn of the Dead han hecho a Romero acreedor del reconocimiento de la crítica francesa y anglosajona, pero en el mundo de habla hispana sigue siendo un cineasta mal conocido.Este libro es el primero escrito en nuestra lengua que ofrece un análisis completo de su filmografía y desglosa las claves temáticas y estéticas de un cine tan insólito como personal.

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Información

Año
2013
ISBN
9788446038153
Edición
1
Categoría
Film & Video
1
Los atrapados.
Personajes prisioneros de sí mismos
De un lado la jaula, del otro el pájaro. Gira el taumatropo y crees que el ave está enjaulada en calabozo tan estrecho como el puño, que sus alas serán hojarasca contra el barrote, plumas contra el acero. Gira el taumatropo y crees que nunca escaparás, mas lo cierto es que tu cárcel no está aquí y que sólo tú ves los cerrojos que creíste que por siempre te tendrían prisionero. Gira el taumatropo y ves el pájaro enjaulado, mas lo cierto es que ave y rejas jamás compartieron la misma cara del espejo.
Todo calabozo continúa también dentro de tu cuerpo, en tus brazos que no alcanzan lo que amas, en tus piernas que no corren lo bastante para huir. Te arrastras entonces como un muerto, prisionero de tu carne que envejece o se va pudriendo: para Romero, nosotros somos los muertos. Pero eres, por encima de todo, prisionero de tus propios miedos y de los cuentos que, desde niño, te has ido creyendo.
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Sólo nuestra fantasía hace prisionera al ave del taumatropo.
En su cine, Romero nos muestra un taumatropo girando tan veloz que sólo vemos los barrotes. Pero lo cierto es que, en su núcleo, nos habla de personajes que huyen hacia sus captores. Como el escalador al que aplasta una avalancha y en su lucha excava hacia abajo porque no sabe dónde ha quedado el cielo, así son las historias de George A. Romero: celdas cuya llave siempre estuvo en nuestras manos.
Pero detengámonos antes en Braddock, ciudad en la que transcurre Martin (Martin, 1976). Braddock no tiene más vida que Brujas, la muerta (1892); pero a diferencia de la obra de Georges Rodenbach, el desconsuelo de Braddock no es el del viudo que persigue la sombra de la amada en cada torre y en cada puente sus cabellos, sino la melancolía de un tiempo que no fue, de una magia que, si estuvo, ya se ha ido. En la tierra no del duelo, sino de la melancolía, Romero describe un paisaje que sangra a sus personajes, un conciliábulo de beatos, apáticos y fracasados.
Como dedos de una mano muerta, las calles de Braddock se alargan para apresarnos; sin embargo, sólo nuestros temores nos celan en cautiverio. Quizá Martin sea realmente un vampiro –ni él ni nosotros llegaremos a saberlo–, pero en el filme de Romero, Pittsburgh y Braddock son los auténticos muertos: acerías cerradas, cadáveres de cemento, calles por las que yerran los solitarios y los viejos. La fotografía de Michael Gornick retrata la ruina económica a ras de suelo, las grietas del pavimento, la basura en las aceras, los desguaces en los que se vuelven chatarra todos los mercedes. Era un vecindario real, pero, como recuerda Romero[1], reinaba una gran tristeza en el lugar mientras «la gente seguía esperando sentada en las tabernas a que los molinos volvieran a abrir sus puertas. Había un sentimiento de pérdida, de sueño americano derrumbado».
Braddock, 1976, se enclava en la crisis económica de los setenta, en el Cinturón del Óxido (Rusty Belt) de Estados Unidos. La ciudad vampiro drena de vida a los ancianos y amas de casa que viven en ella, e incluso el celuloide –en 16 milímetros– se nos antoja pálido y desvaído. Mas los problemas de Martin no sólo provienen de la urbe sin horizontes, la familia opresiva o las depresiones del capitalismo, sino, ante todo, de su incapacidad para enfrentarse a tal entorno, de su evasión hacia la fantasía. Ésta es la dicotomía que atraviesa todo el cine de George A. Romero: el capitalismo y sus instituciones son la jaula, pero somos nosotros quienes insistimos en ser sus prisioneros. De esta cárcel interior y de sus prisioneros hablaremos en el presente capítulo.
La cárcel comienza en tus sueños
En cierto modo, todo el cine de Romero está poblado de reclusos y de monstruos cuerpo adentro, de personajes sitiados no sólo por zombis, sino también por los condicionantes sociales que les rodean. Romero enumera estos condicionantes a lo largo de su filmografía: las convenciones sociales (La estación de la bruja [Season of the Witch, 1972] y Martin)[2], el deseo reprimido (La mitad oscura [The Dark Half, 1993]), el consumismo (Dawn of the Dead, 1978)[3], el capitalismo (El rostro de la venganza [Bruiser, 2000]), los ideales utópicos (Los caballeros de la moto [Knightriders, 1981]) o nuestro propio cuerpo (Atracción diabólica (Monkey Shines, 1988)]; pero, sobre todo, los suyos son personajes prisioneros de su incapacidad para el cambio.
«Quizá todas las historias de terror –escribe Stephen King[4]– traten en realidad del desorden y el temor al cambio.» La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968) se escribe como remedo de Soy leyenda, la novela de Richard Matheson, y describe un mundo en el que la revolución ya se ha producido y sólo queda un superviviente que resiste a ser transfigurado por el cambio. Del mismo modo, según Romero: «Los personajes centrales de mis películas son siempre los hombres, mentirosos que reaccionan de manera estúpida, hombres que reaccionan o no al cambio. […] Para mí, la verdadera tragedia es que las personas no se dan cuenta del cambio, incluso cuando es manifiesto: no intentan adaptarse y continúan viviendo como antes»[5].
En La tierra de los muertos vivientes (Land of the Dead, 2005), el fin del mundo tuvo lugar hace tanto que ya no es posible recordarlo; pero los ricos siguen habitando apartamentos caros y comprando lujo en su centro comercial de Fiddler’s Green. Como un muerto que aún camina, el televisor reproduce una y otra vez las imágenes de un paraíso de apartamentos y tiendas. Pero esta imagen de la tierra prometida está ya enferma, emborronada por la estática del televisor y arañada por el bucle del vídeo que no cesa. Recorremos junto a Cholo el cielo abovedado de los ricos y la cámara se detiene en la jaula de las aves amarillas. Sabremos, más tarde, que éstos son pájaros mecánicos, tan falsos como la vida que pueda llevarse entre las rejas.
Del mismo modo, si buscaras un reloj en un centro comercial no podrías encontrarlo. El tiempo se ha parado. Los protagonistas de Dawn of the Dead, Francine, Peter y Stephen, se atrincheran en unos grandes almacenes y allí pasan en blanco el resto de sus días, escondiéndose de los muertos. Al igual que Fran, Peter y Stephen, en un mundo de tiendas, podrías pensar que todo es tuyo, que el tiempo ha sido abolido. Los muertos se levantan de las tumbas, la vida sigue igual, mejor incluso, pues ahora tienes al alcance el paraíso. Para siempre y todos los días, tal como sucederá también en La tierra de los muertos vivientes.
El tiempo suspendido es una constante para los personajes atrapados de Romero. Del mismo modo que en los ejemplos anteriores, aunque desde un enfoque más intimista, Martin sigue a su protagonista, para quien el presente se expande como una sucesión de días idénticos. Nunca cambia nada. Soy un vampiro de ochenta y cuatro años, pero mi cuerpo permanece adolescente. El hoy y su horizonte se cubren con las ruinas que van comiéndose el mañana antes de que éste nos alcance. Podríamos escapar, como su prima Christina, e irnos de este cementerio para no volver a recordarlo. «“No, no te olvidaré. ¿por qué dices eso?” “Porque te vas. Y la gente siempre se va para poder olvidar dónde estaba”». Pero nosotros preferimos quedarnos, atrapados en familia o a la escucha de la radio, emborracharnos o destruirnos. La fantasía será entonces la estrategia de la huida, la fuga hacia el vacío. La amante de Martin, la señora Santini, querría ser vampira, no le basta con huir de la rutina con su amor adolescente. Al igual que ella, Joan –la esposa de La estación de la bruja– necesita arrancarse la piel de ama de casa y sólo la toga de hechicera le hace olvidar ese pellejo que envejece cada día entre cotorras, convites, ropa hortera y un marido imbécil.
Sin embargo, para Romero[6],
estar atrapado es un estado mental. La estación de la bruja es la que mejor lo expresa de todas mis películas. Esta mujer podría hacer todo lo que quisiera, pero necesita una excusa, meterse en el mundo de la brujería y creer que es la brujería la que le permite hacer lo que quiere. La gente se atrapa a sí misma en una situación en la que las creencias religiosas, el matrimonio, la sociedad o cualquier otra cosa les mantienen cautivos. Las personas quedan atrapadas sin llegar a saberlo. Todo individuo tiene poder para ser un individuo; sin embargo, prefiere mantenerse encasillado.
Para Martin, no hay cepo que le prenda ni cadena más gruesa que el tintineo de la campana prendida en su puerta. Porque por más que nos encadenen reglas de otros, la cárcel empieza en nuestros sueños. Lo vemos en la secuencia onírica que nos da la bienvenida a La estación de la bruja.
A pesar de la estética surrealista y la puesta en escena vanguardista, dicha secuencia representa la verdad de Joan en forma de pesadilla. En el bosque de sus sueños, va siguiendo a su marido, las ramas de los árboles se han quedado yermas y el esposo, al avanzar, va dejando que laceren el rostro de su esposa. El sotobosque, sin embargo, está se...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Dedicatoria
  5. Agradecimientos
  6. Introduccion
  7. 1 Los atrapados. Personajes prisioneros de sí mismos
  8. 2 El desencanto
  9. 3 Máquina inútil
  10. 4 Los muertos
  11. Biofilmografia
  12. Filmografia
  13. Anexo
  14. Bibliografia
  15. Otros titulos