Syriza
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El anuncio de algo nuevo

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La victoria de la Coalición de Izquierda Radical (Syriza) puede significar el principio de un nuevo tipo de políticas en el que la dignidad de los ciudadanos y la soberanía de Grecia sean los ejes centrales de actuación, en lugar de la obstinada sumisión a los dictados de las instituciones europeas y los poderes financieros. Este libro analiza la formación política griega Syriza y su historia, como una nueva forma de hacer política en Europa.

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Información

Año
2015
ISBN
9788446042167
II
LA CRISIS: EL DESCENSO A LOS INFIERNOS
Ahora no existe ya el terrorismo blanco. La única acepción que aún tiene validez es la del «gobierno de un pueblo por medio de procedimientos violentos y crueles». Así fue el gobierno de la dictadura militar. A no ser que consideremos terrorismo blanco las continuas amenazas de nuevos recortes de los sueldos, de las pensiones y de las pagas extra. Esta es nuestra versión del terrorismo blanco, «el que practica la clase burguesa dominante a través de los organismos del Estado.
Petros Márkaris, Pan, educación, libertad.
Mientras la mitad de los griegos intentan transformar Grecia en un país extranjero, la otra mitad emigra.
Nikos Dimou, La desgracia de ser griego.
GRECIA, FIN DE CICLO
Grecia vivió tiempos de bonanza desde que se anunciara la celebración de los Juegos Olímpicos de 2004 en la ciudad de Atenas. Los preparativos supusieron una inyección descomunal de dinero público para obras e infraestructuras, absolutamente desproporcionadas para un país de sus características, y merced a un apabullante mecanismo de propaganda se convenció a los ciudadanos de que era el momento de mostrarse como un país moderno y de vanguardia.
En los años previos a la celebración del evento, únicamente la Coalición de Izquierda y Progreso (Synaspismós) –como ya se vio en el anterior capítulo– se posicionó con fundamentadas críticas en contra de la turbia gestión con la que se estaban llevando a cabo los preparativos. En uno de los debates parlamentarios dedicados al proceso de preparación de los JJOO, desarrollado el 16 de enero de 2002, Nikos Konstantópoulos recordó que su grupo parlamentario era el único en destacar que existía un compromiso mayor que el de las celebraciones y los actos festivos, el cual hacía referencia al desarrollo económico y político del país y exigía de los poderes públicos dar participación a la ciudadanía y evaluar convenientemente los costes sociales, urbanos, económicos y ambientales, para no tener que pagar años después la factura.
En aquella ocasión el líder de la coalición de izquierdas detectó un grave descontrol organizativo en el seno del gobierno, negligencias con respecto al calendario de ejecución de las infraestructuras, una tendencia a ir engordando los presupuestos de las obras y una inquietante falta de transparencia en la remisión de cuentas por parte de la administración. «En ese contexto –señaló Konstantópoulos–, hay una preocupante incertidumbre sobre el costo total de los Juegos Olímpicos. Un coste que ya está fuera de control, que sigue un camino arbitrario de resultados impredecibles, iniciado con estimaciones de unos pocos cientos de millones de euros, que ya ha superado el anuncio preliminar de 1.200 millones y ya reclama de las arcas públicas cerca de 3.000 millones de euros[1].» Pero su solitaria oposición no modificó en nada el apabullante plan, que incluía todo tipo de estadios e instalaciones de nueva construcción, residencias, apartamentos, vías de acceso, autopistas, líneas de metro y tranvía, carreteras y hasta un nuevo aeropuerto, dejando el usado hasta entonces en el más absoluto abandono, y sin ningún destino claro más de una década después.
El presupuesto inicial se cuadriplicó oficialmente y llegó a los 9.000 millones de euros. Pero actualmente aún se desconoce el importe exacto desembolsado, que muchos sitúan en torno a los 28.000 millones. De hecho, la deuda externa de Grecia aumentó durante los años en que se llevaron a cabo las obras –entre 2001 y 2004– en 30.000 millones de euros, sin que se sepa a ciencia cierta adónde fue a parar el dinero.
Pero si el derroche urbanístico fue proverbial, las comisiones y sobornos pagados por las corporaciones internacionales no le fueron a la zaga. Empresas como la alemana Siemens –que ya había sobornado a varios ministros griegos en otras licitaciones– se hicieron con concesiones multimillonarias en el gran negocio que fueron los JJOO. Para completar el panorama, la llegada al gobierno del partido conservador Nueva Democracia en 2004 supuso una reactivación de la arraigada política caciquil de situar a familiares y amigos en ministerios, empresas públicas y hasta en organizaciones sindicales. En apenas cuatro años Karamanlís contrató a 55.000 nuevos funcionarios, escogidos de entre sus votantes, para reforzar las redes clientelares que tan buenos apoyos proporcionaron siempre a los partidos del sistema. De ese modo la corrupción a gran escala que copaba las alturas se vio completada por la base, y se generalizó un ambiente social en el que quien tenía algo que callar debía mirar hacia otra parte. De ese modo lo explicaba tiempo después el periodista independiente Kostas Vaxevanis: «En Grecia tenemos un sistema político totalmente corrupto, que solo funciona para satisfacer sus propios intereses. Se ha formado un Estado clientelar en el que, si una persona quiere trabajar en el sector público, tiene que pertenecer a un determinado partido político. Quieren perpetuar este sistema y por eso meten miedo a la gente»[2].
Tras la celebración de las Olimpiadas los ciudadanos griegos disfrutaron todavía durante algún tiempo de una falsa burbuja de crecimiento, alimentada principalmente por un consumo desmedido, fruto de una financiarización a todos los niveles de la economía nacional. Fue su forma de acceder a la integración en la eurozona, toda vez que el sector secundario apenas proporcionaba el 20 por 100 del PIB y la agricultura, con un porcentaje aún menor, presentaba el índice más bajo de toda la eurozona, mientras que el porcentaje del consumo doméstico era con mucho el más alto de todos los países del euro. Al mismo tiempo la tasa de ahorro adoptó una tendencia marcadamente negativa a partir de 2004, lo que certificaba el aumento de todo tipo de préstamos en los hogares.
Desde finales de la década de los ochenta del pasado siglo hasta el momento en que estalló la crisis financiera global en 2008 la deuda privada pasó de un importe equivalente al 10 por 100 del PIB, a cerca del 60 por 100, llegando a alcanzar en julio de 2010 los 100.000 millones de euros (un incremento del 20 por 100 con respecto a comienzos de 2008). Un informe bancario presentado por el diario Kathimerini a finales de 2012 aún mostraba que cerca de la mitad de la deuda privada en Grecia correspondía a los hogares (un 14 por 100 a préstamos de consumo, 32.450 millones de euros; y un 32,4 por 100 a hipotecas, 75.000 millones de euros), con niveles muy superiores al endeudamiento del sector industrial, agrícola o turístico[3].
La financiarización, que había sido el motor de las economías periféricas a lo largo de más de una década y de forma evidente desde que adoptaron el euro, dio lugar a un creciente aumento de la deuda de todos los sectores y, especialmente, del Estado. La integración en la Unión Monetaria Europea tuvo una especial importancia en este sentido, tanto por su contribución a la pérdida de competitividad como por el impulso dado al sector financiero. El euro impuso una política monetaria unificada, basada en la contención de la inflación y en un valor de la divisa acorde con los intereses de los países más fuertes. En la práctica esto supuso unos tipos de interés bajos en toda la eurozona y una posición del BCE acorde a los intereses de los poderes financieros, así como contrapuesta a la de los estados endeudados, que no pudieron recibir ninguna ayuda de la institución.
Por tal motivo, cuando entre 2008 y 2009 el «gobierno» europeo (BCE y CE) comenzó a reflotar el sistema financiero, una de las primeras consecuencias fue la «socialización» de las enormes pérdidas bancarias por parte de los ciudadanos, al convertirlas en deuda pública. La siguiente, más depravada y cruel, surgió cuando los mismos bancos rescatados decidieron utilizar parte del dinero público recibido para apostar a que, antes o después, alguno de los estados de la eurozona no podrían hacer frente al pago de su deuda. La pertenencia al euro hacía que los países más endeudados, como Grecia, no pudieran disponer de la posibilidad de devaluar la moneda para enfrentarse en mejor situación a la recesión que se cernía sobre toda la UE.
LA UNIÓN MONETARIA Y GRECIA
En 1992 las elites europeas pusieron en vigor el Tratado de Maastricht, con el que abrían las puertas a un ambicioso plan basado en la centralidad de las corporaciones alemanas, a las que había que dotar de un espacio vital para sus exportaciones mediante una moneda fuerte, buscando al mismo tiempo que se constituyeran en el eje del desarrollo industrial del resto de la UE. El crecimiento europeo se basó, por tanto, en el efecto combinado de mantener engrasada la poderosa industria alemana de bienes de equipo y de consumo, y en desarrollar una amplia demanda en el resto de países, que se convertirían en su mercado natural.
Maastricht impuso un tope al déficit presupuestario, una ratio para la deuda-PIB por debajo del 60 por 100, una política monetaria (gestionada por el BCE) antiinflacionaria y una cláusula antitransferencia, lo que significaba que los países que tenían dificultades no podrían recibir ayuda ni de las instituciones europeas ni de otros estados miembro. Si no se concibió ningún instrumento de solidaridad interregional, que equilibrara la situación fiscal de unos países respecto a otros (un mecanismo de reciclado de excedentes), fue sencillamente porque Alemania no lo iba a necesitar. Hasta ese momento cuando dos o más países presentaban desequilibrios comerciales la solución solía encontrarse en la devaluación monetaria. Según lo explica Yanis Varoufakis, economista y ministro de Finanzas griego, «antes de que se estableciera el euro, el persistente superávit de Alemania en relación con países como Grecia o Italia resultó en una gradual devaluación del dracma y la lira con respecto al marco alemán. De ese modo se mantenía el equilibrio, mientras las crecientes asimetrías comerciales eran contrarrestadas por desequilibrios cuya profundidad aumentaba análogamente en los tipos de cambio». Sin embargo, una vez que estos países pasaron a estar ligados por la misma moneda (el euro) hubiera sido preciso un mecanismo que redistribuyera los excedentes bien «en forma de simples transferencias», bien «en forma de inversiones productivas y rentables en las regiones deficitarias». Porque en caso contrario la «unión monetaria está abocada a sucumbir a desplazamientos tectónicos, provocando que a la larga se formen grandes grietas, antes de que finalmente la unión se haga trizas»[4].
Berlín aceptó la opción de una unión monetaria con una divisa fuerte que pusiera coto a los especuladores y que protegiera a su industria de posibles depreciaciones. Al tiempo, el apoyo de los países de la periferia europea a una moneda común se sustentó tanto en el hartazgo de sus elites, que veían cómo sus cuentas bancarias perdían valor con cada devaluación, como en la euforia de los trabajadores, efecto de una buena carga de propaganda en la que se vendió la moneda común como la herramienta que evitaría la inflación y que, por tanto, garantizaría de forma efectiva sus aumentos salariales.
El coste de la operación no se correspondió, sin embargo, con las metas anunciadas. Para mantener la inflación por debajo del nivel del 3 por 100 –requisito imprescindible de pertenencia a la eurozona– los países deficitarios tuvieron que inducir el estancamiento efectivo en los sectores productivos de sus economías. De modo que la caída de los ingresos salariales tuvo que ser paliada mediante el aumento del crédito, conseguido mediante el abaratamiento de los tipos de interés. La clase trabajadora se vio forzada a aceptar salarios reales más bajos a cambio de endeudarse cada vez más con préstamos personales y tarjetas de crédito[5].
Las implicaciones en la eurozona fueron graves, la financiarización en la periferia se desarrolló en el marco de la unión monetaria y bajo la sombra dominante de Alemania. Mientras los países del sur eran fuertemente deficitarios, Alemania generaba un superávit que ahogaba las economías más débiles[6].
En el contexto de déficit por cuenta corriente, ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Presentación
  5. Introducción. Grecia, hora cero
  6. I. La izquierda griega: una historia marcada por la división
  7. II. La crisis: el descenso a los infiernos
  8. III. La alternativa: las propuestas de Syriza
  9. IV. La oposición: impedir un cambio de rumbo
  10. V. Una conclusión anticipada sobre el futuro
  11. Anexo. Los nombres del gobierno