Viviendo en el final de los tiempos
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Viviendo en el final de los tiempos

Slavoj Zizek, José María Amoroto Salido

  1. 496 páginas
  2. Spanish
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Viviendo en el final de los tiempos

Slavoj Zizek, José María Amoroto Salido

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No debería haber ninguna duda: el capitalismo global se está aproximando rápidamente a una crisis terminal. Slavoj Zizek, el filósofo más peligroso de Occidente, identifica la crisis ecológica mundial, los desequilibrios dentro del sistema económico, la revolución biogenética y las explosivas divisiones sociales con los cuatro jinetes de este moderno apocalipsis que se avecina.Pero si para mucha gente el fallecimiento del capitalismo parece ser el fin del mundo, ¿cómo se enfrenta a la vida la sociedad occidental en los tiempos finales? En un nuevo y agudo análisis que no olvida ni la protesta política ni la evasión ideológica, características de estos tiempos, Zizek sostiene que nuestras respuestas colectivas al Armagedón económico se corresponden con las etapas del dolor: negación ideológica, explosión de ira e intentos de negociación, seguidos por la depresión y la retirada. Después de atravesar ese punto cero, podemos empezar a percibir la crisis como una oportunidad para un nuevo comienzo.Como lo expresara Mao Zedong: "Hay un gran desorden bajo los cielos, la situación es excelente".

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Información

Año
2012
ISBN
9788446038115
Epílogo[1]
¡Bienvenidos a tiempos interesantes!
El estadista práctico no se adapta a las condiciones existentes, denuncia las condiciones como inadaptables.
G. K. Chesterton, «The Man Who Thinks Backwards»[2]
En China (eso dicen), si realmente odias a alguien, la maldición que le lanzas es: ¡Espero que vivas tiempos interesantes! Históricamente los «tiempos interesantes» han sido periodos de intranquilidad, guerras y luchas por el poder, en los que millones de inocentes sufrieron las consecuencias. Actualmente nos estamos aproximando claramente a una nueva época de tiempos interesantes. Después de décadas del Estado del bienestar, cuando los recortes financieros se limitaban a breves periodos y estaban sostenidos por la promesa de que las cosas pronto regresarían a la normalidad, estamos entrando en un nuevo periodo en el que la crisis económica se ha convertido en permanente, simplemente en una manera de vivir. Además, actualmente, la crisis se produce en ambos extremos de la vida económica –en la ecología (la externalidad natural) y en la pura especulación financiera–, no en el centro del proceso productivo. Por eso es fundamental evitar la simple solución de sentido común: «Tenemos que librarnos de los especuladores, poner orden ahí, y la producción real continuará». La lección del capitalismo es que esta es-peculación «irreal» es aquí lo real; si la eliminamos, la realidad de la producción sufre.
Estos cambios no pueden menos que hacer pedazos la confortable posición subjetiva de los intelectuales radicales, que como mejor se expresa es por medio de uno de sus ejercicios mentales favoritos durante todo el siglo xx: el impulso a «catastrofizar» la situación. Cualquiera que fuera la situación real sobre el terreno, tenía que ser denunciada como «catastrófica», y cuanto más positivas parecían ser las cosas, más se permitían este ejercicio; de ese modo, independientemente de nuestras diferencias «meramente ónticas», todos participamos en la misma catástrofe ontológica.
Heidegger denunciaba la edad actual como la del mayor «peligro», la época del nihilismo consumado; Adorno y Horkheimer vieron en ella la culminación de la «dialéctica de la Ilustración» en el «mundo administrado»; Giorgio Agamben incluso definió los campos de concentración del siglo xx como la «verdad» de todo el proyecto político occidental. Podemos recordar la figura de Horkheimer en la Alemania Occidental de la década de los cincuenta: aunque denunciaba el «eclipse de la razón» en la moderna sociedad de consumo occidental, simultáneamente defendía a esta misma sociedad como una solitaria isla de libertad en el mar de los totalitarismos y de las corrompidas dictaduras a lo largo del globo. Era como si la irónica ocurrencia de Churchill sobre la democracia como el peor de los regímenes políticos, exceptuando a todos los demás, se repitiera aquí de una manera seria: la «sociedad administrada» de Occidente es un mero barbarismo en forma de civilización, el punto más alto de alienación, la desintegración del individuo autónomo, etc. No obstante, ya que todos los demás regímenes políticos son peores, finalmente no queda más opción que apoyarla… Se tiene la tentación de proponer una lectura radical de este síndrome: ¿quizá lo que los desventurados intelectuales no pueden soportar es el hecho de que ellos llevan una vida básicamente feliz, segura y confortable, de modo que, para justificar su elevada vocación, están obligados a construir un escenario de catástrofe radical?
Al someterse a un tratamiento psicoanalítico, se aprende a clarificar los propios deseos: ¿quiero realmente lo que pienso que quiero? Tomemos el proverbial caso de un marido que mantiene una apasionada relación extramatrimonial y que sueña con el momento en que su mujer desaparezca (muera, se divorcie, o lo que sea) para poder ser libre de vivir con su querida; cuando finalmente su sueño se realiza, todo su mundo se desmorona y descubre que, después de todo, ya no quiere a su amante. Como dice el viejo proverbio, solo hay una cosa peor que no tener lo que uno quiere: tenerlo. Los académicos de izquierdas se están aproximando ahora a ese momento de verdad: ¡queríais un cambio real, ahora lo podéis tener! Ya en 1937, en The Road to Wigan Pier, George Orwell describió perfectamente esta actitud cuando señaló que «todas las opiniones revolucionarias obtienen parte de su fuerza de la secreta convicción de que no se puede cambiar nada»: los radicales invocan la necesidad de un cambio revolucionario como una cierta clase de apuesta supersticiosa que alcanzará su opuesto; que evitará que el cambio se produzca realmente. Si se produce una revolución debe hacerlo a una distancia prudencial: en Cuba, Nicaragua, Venezuela… de manera que, mientras mi corazón se ve enaltecido cuando pienso en esos lejanos acontecimientos, puedo seguir promocionando mi carrera académica.
Libertad en las nubes
Esta nueva situación no exige de ninguna manera que abandonemos el paciente trabajo intelectual, sin ninguna «utilidad práctica» inmediata. Actualmente, más que nunca, hay que tener presente que el comunismo empieza con lo que Kant llamó el «uso público de la razón», con el pensamiento, con la igualitaria universalidad del pensamiento. Cuando Pablo dice que, desde un punto de vista cristiano, «no hay hombres ni mujeres, judíos ni griegos», está afirmando que las raíces étnicas, la identidad nacional, etc., no son categorías de la verdad. Haciendo la misma observación en términos kantianos, cuando reflexionamos sobre nuestras raíces étnicas entramos en un uso privado de la razón, limitado por suposiciones dogmáticas contingentes; es decir, actuamos como individuos «inmaduros», no como seres humanos libres que habitan en la dimensión de la universalidad de la razón. Para Kant, el espacio público de la «sociedad civil mundial» designa la paradoja de la singularidad universal, de un sujeto singular que en una cierta clase de cortocircuito, eludiendo la mediación de lo particular, participa directamente en lo Universal. Desde esta perspectiva, lo «privado» no es la materia de nuestra individualidad como opuesto a nuestros lazos comunales, sino el propio orden institucional-comunal de nuestra identificación particular.
Por ello, nuestra lucha debería centrarse en esos aspectos que plantean una amenaza para la esfera pública transnacional. Parte de esta tendencia global hacia la privatización del «intelecto general» es la reciente tendencia, en la organización del ciberespacio, hacia la llamada «computación en la nube». Hace poco más de una década, un ordenador era una caja grande sobre el escritorio y las descargas se hacían con disquetes y memorias USB. Actualmente ya no necesitamos esos engorrosos ordenadores individuales, ya que la computación en las nubes se basa en internet. El software y la información llegan a los ordenadores, o a los teléfonos inteligentes, bajo demanda, en forma de herramientas o aplicaciones basadas en la red, a las que los usuarios pueden acceder y que pueden utilizar por medio de navegadores, como si fueran programas instalados en su propio ordenador. De esta manera, con cualquier ordenador podemos acceder a la información desde cualquier lugar del mundo en que nos encontremos, mientras los teléfonos inteligentes ponen este acceso literalmente en nuestro bolsillo. Actualmente ya estamos participando en la computación en las nubes cuando realizamos una búsqueda y obtenemos millones de resultados en una fracción de segundo; el proceso de búsqueda lo realizan miles de ordenadores conectados que comparten los recursos de la nube. De forma similar, Google Books permite el acceso a millones de obras digitalizadas en cualquier momento, en cualquier lugar del mundo. Por no mencionar el nuevo nivel de socialización que han abierto los teléfonos inteligentes: hoy en día un teléfono inteligente incluirá habitualmente un procesador más potente que el que tenía la gran caja del PC estándar hace solo un par de años. Además, está conectado a internet, de forma que no solamente puedo acceder a múltiples programas y a una inmensa cantidad de datos, sino que instantáneamente puedo intercambiar mensajes de voz o videoclips, coordinar decisiones colectivas, etcétera.
Este maravilloso nuevo mundo, sin embargo, representa solamente una cara de la historia, que, en conjunto, se parece al conocido chiste del médico: «Primero las buenas noticias, después las malas». En la actualidad los usuarios acceden a programas y a software que se hallan muy lejos, en habitaciones climatizadas que albergan miles de ordenadores. Citando un texto de publicidad sobre la computación en las nubes, «los detalles se abstraen de los consumidores, que ya no necesitan ser expertos o controlar la infraestructura tecnológica que les apoya “en la nube”». Aquí hay dos palabras delatoras: abstracción y control. Para administrar una nube se necesita un sistema de monitorización que controle su funcionamiento, un sistema que por definición está oculto del usuario final. Por ello la paradoja es que, a medida que el nuevo artilugio que tengo en la mano (Smartphone o un diminuto portátil) está cada vez más personalizado, es más fácil de utilizar, tiene un funcionamiento más «transparente», más tiene que descansar todo el sistema en el trabajo que se hace en otro lugar, en el enorme circuito de máquinas que coordinan la experiencia del usuario. En otras palabras, para que la experiencia del usuario se vuelva más personalizada o no alienada, tiene que estar regulada y controlada por una red alienada.
Esto, por supuesto, sucede con cualquier tecnología compleja: un telespectador, por ejemplo, normalmente no tiene ni idea de cómo funciona su mando a distancia. Sin embargo, aquí la vuelta de tuerca adicional es que ahora no es solamente la tecnología básica lo que está controlado, sino también la elección y accesibilidad del contenido. Es decir, la formación de «nubes» va acompañada por un proceso de integración vertical: una sola compañía o corporación tendrá cada vez más participación en todos los niveles del cibermundo, desde las máquinas individuales (PC, iPhones, etc.) y el hardware en la «nube» para los programas y el almacenamiento de datos, software en todas sus formas (audio, vídeo, etc.). De ese modo, todo se vuelve accesible, pero solamente mediado a través de una compañía que lo posee todo, software y hardware, contenido y ordenadores. Poniendo un ejemplo evidente, Apple no vende solamente iPhones e iPads, también es propietaria de iTunes. Recientemente incluso ha llegado a un acuerdo con Rupert Murdoch que permite que las noticias en la nube de Apple sean proporcionadas por el imperio mediático de Murdoch. Dicho sencillamente, Steve Jobs no es mejor que Bill Gates: ya sea Apple o Microsoft, el acceso global está cada vez más basado en la privatización virtualmente monopolista de la nube que proporciona ese acceso. Cuanto más acceso recibe un usuario individual a un espacio público universal, más privatizado está ese espacio.
Los apologistas presentan la computación en la nube como el siguiente paso lógico en la «evolución natural» de internet y, aunque de una manera tecnológica-abstracta eso es cierto, no hay nada «natural» en la progresiva privatización del ciberespacio global. No hay nada «natural» en el hecho de que dos o tres compañías con una posición cuasi monopolista puedan no solamente establecer los precios a voluntad, sino también filtrar el software que proporcionan para dar a su «universalidad» un giro particular que depende de intereses comerciales e ideológicos. Es cierto que la computación en la nube ofrece a los usuarios individuales una riqueza de elección sin precedentes, pero ¿esta libertad de elección no está sostenida por la elección inicial de un proveedor respecto al cual cada vez tenemos menos libertad? A los partidarios de la apertura les gusta criticar a China por sus intentos de controlar el acceso a internet, pero ¿no estamos nosotros viéndonos envueltos en algo comparable, en la medida en que nuestra «nube» no funciona de una manera diferente al Estado chino?
¿Cómo, entonces, tenemos que luchar contra este cercamiento? ¿Representa WikiLeaks una evolución positiva? Uno de los informes confidenciales recientemente desvelados por WikiLeaks describe al dúo ruso que forman Putin y Medvedev como Batman y Robin. Esta analogía puede extenderse: ¿no es Julian Assange, el organizador de WikiLeaks, una evidente contrapartida en la vida real del Joker en El Caballero oscuro, de Christopher Nolan? Pero, ¿qué es el Joker, con su deseo de desvelar la verdad bajo la máscara, convencido de que eso destruirá el orden social? ¿Es un libertador o un terrorista? Y, continuando con la analogía, ¿cómo tenemos que juzgar la lucha entre WikiLeaks y el Imperio estadounidense?; la publicación de documentos secretos del gobierno estadounidense ¿es un acto en defensa de la libertad de información, del derecho de la gente a conocer, o es un acto terrorista, que supone una amenaza a la estabilidad de las relaciones internacionales? Pero ¿qué pasaría si esa no fuera la verdadera lucha, qué pasaría si la batalla ideológica y política crucial fuera la que se produce dentro de WikiLeaks, entre el acto radical de publicar documentos secretos del Estado y la manera en que este acto ha sido reinscrito en el campo político-ideológico hegemónico por, entre otros, la propia WikiLeaks?
Esta reinscripción no se refiere principalmente a la llamada «colusión corporativa», es decir, al acuerdo al que llegó WikiLeaks con cinco grandes compañías de comunicaciones a las que daba el derecho exclusivo de publicar selectivamente los documentos. Mucho más importante es el modo conspirativo de WikiLeaks, que se presenta a sí misma como un grupo secreto «bueno» atacando a uno «malo» (el Departamento de Estado de EEUU). El enemigo se identifica ahora con esos diplomáticos estadounidenses que ocultan la verdad, manipulan al público y humillan a sus aliados mientras persiguen despiadadamente sus propios intereses. De ese modo, desde esta perspectiva el «poder» se identifica con los chicos malos en la cumbre, en vez de concebirlo como algo que penetra en todo el cuerpo social, que lo atraviesa de arriba abajo, determinando cómo trabajamos, consumimos y pensamos. La propia WikiLeaks probó esta dispersión del poder cuando compañías importantes, como Mastercard, Visa, Paypal y el Banco de América, empezaron a unir sus fuerzas con el Estado estadounidense para sabotear WikiLeaks. El precio que se paga por dedicarse a semejante modo conspirativo es acabar atrapado en él: no sorprende que ya abunden las teorías conspirativas en cuanto a quién está, en última instancia, detrás de WikiLeaks (¿la propia CIA?).
El modo conspirativo se complementa con su aparente opuesto: la apropiación liberal de la saga de WikiLeaks como representante de otro capítulo en la gloriosa historia de la lucha por el «libre flujo de la información» y del «derecho a saber» de los ciudadanos. De esta manera, finalmente, WikiLeaks queda reducida simplemente a un ejemplo más radical del «periodismo de investigación», el niño mimado de los luchadores por la libertad liberales. Llegados a este punto, solo hay un pequeño paso para desembocar en la ideología de esos éxitos editoriales y cinematográficos –desde Todos los hombres del presidente, hasta El Informe pelícano– en los que una pareja normal y corriente descubre un escándalo que alcanza directamente al presidente, obligándole a dimitir. Sin embargo, incluso aunque se muestra que la corrupción alcanza a la misma cima del poder, no obstante, la ideología reside en el optimista mensaje final de estas obras: ¡qué gran país es el nuestro, donde una pareja de gente honesta como tú y yo puede derribar al presidente, al hombre más poderoso de la Tierra!
La pregunta es la siguiente: ¿se puede reducir solamente a esto a WikiLeaks? La respuesta es claramente que no: desde el mismo comienzo había algo en la actividad de WikiLeaks que iba más allá del tópico liberal del libre flujo de la información. No debemos buscar este exceso en lo referente al contenido. La única cosa verdaderamente sorprendente de las revelaciones es que no hubo ninguna sorpresa en ellas: ¿no nos enteramos exactamente de lo que esperábamos enterarnos? Todo lo que se perturbó fue la ca...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Introducción
  5. Capítulo I
  6. Interludio I
  7. Capítulo II
  8. Interludio II
  9. Capítulo III
  10. Interludio III
  11. Capítulo IV
  12. Interludio IV
  13. Capítulo V
  14. Epílogo
  15. Otros títulos
Estilos de citas para Viviendo en el final de los tiempos

APA 6 Citation

Zizek, S. (2012). Viviendo en el final de los tiempos (1st ed.). Ediciones Akal. Retrieved from https://www.perlego.com/book/2043187/viviendo-en-el-final-de-los-tiempos-pdf (Original work published 2012)

Chicago Citation

Zizek, Slavoj. (2012) 2012. Viviendo En El Final de Los Tiempos. 1st ed. Ediciones Akal. https://www.perlego.com/book/2043187/viviendo-en-el-final-de-los-tiempos-pdf.

Harvard Citation

Zizek, S. (2012) Viviendo en el final de los tiempos. 1st edn. Ediciones Akal. Available at: https://www.perlego.com/book/2043187/viviendo-en-el-final-de-los-tiempos-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Zizek, Slavoj. Viviendo En El Final de Los Tiempos. 1st ed. Ediciones Akal, 2012. Web. 15 Oct. 2022.