Introducción al catolicismo
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Introducción al catolicismo

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El Vaticano, la Inquisición, la anticoncepción, el celibato, las apariciones y milagros, tramas y escándalos: la Iglesia católica suele ocupar un lugar en los noticiarios. Pero, ¿en qué creen realmente los mil millones de católicos del mundo entero y cómo ponen en práctica sus creencias en el culto o en el seno de la familia y la sociedad?Esta amena e ilustrativa introducción al catolicismo pretende ser un retrato realista, que parte del primitivo credo cristiano para llegar hasta las raíces del pensamiento católico moderno. No se exponen en esta obra tecnicismos teológicos, sino que se intenta explicar de forma clara y concisa tanto la estructura institucional de la Iglesia como sus prácticas litúrgicas –prácticas que, hasta los mismos católicos, encuentran a veces desconcertantes– y la religiosidad católica.¿Cuál es el papel de las escrituras en el catolicismo? ¿Para qué sirven los sacramentos y la oración? ¿Cuál es la misión de la Iglesia? ¿Qué dicta la moral social y personal en el catolicismo? ¿Por qué el católico debe confesarse? ¿Qué hace santa a una persona? ¿Es "infalible" el Papa?Todas estas preguntas, y muchas otras, encuentran su respuesta en esta guía introductoria, carente de toda intención doctrinal interesada.

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Información

Año
2014
ISBN
9788446039907
XI. La Iglesia católica contemporánea
Introducción
Uno de los hilos conductores de este libro es la tensión que existe entre el pasado y el presente del catolicismo. Las necesidades de reforma siempre suponen un reto porque hay que buscar un equilibrio entre los cambios y la necesaria fidelidad al pasado. No cabe duda de que la Iglesia católica intenta ser fiel a su antigua Tradición; fiel a las enseñanzas apostólicas de las que es custodia, así como a ciertas tradiciones menores que nos han legado los siglos. En una tradición religiosa histórica antigua siempre se corre el riesgo de que la reverencia por la Tradición y las tradiciones acabe osificándose en un conjunto de creencias y prácticas articuladas en nombre de esa Tradición o, por el contrario, se tire por la borda el pasado en nombre de la supuesta «relevancia» que tienen las exigencias que plantea la vida presente. En el primero de los casos, una religión corre el riesgo de convertirse en un museo en el que las ideas y prácticas están atrapadas en ámbar y se mantienen por pura nostalgia. En el segundo, el riesgo está en querer estar a la moda olvidando que lo que hoy es importante, mañana puede considerarse un mero capricho pasajero.
Como hemos visto en detalle al hablar de la reforma interna de la Iglesia católica, esta siempre ha sido consciente del hecho de que nunca será perfecta en este mundo, solo lo será al final de los tiempos. De manera que nunca puede dejar de tener en cuenta sus raíces (un proceso denominado ressourcement en francés). Pero también debe evolucionar en el tiempo (lo que en italiano se denomina aggiornamento) sin violentar su Regla de Fe o su unidad sacramental y episcopal, anclada en su fidelidad al sucesor de Pedro, el obispo de Roma.
Puesto que la Iglesia existe en el tiempo y en el espacio, cada época plantea sus retos. La Iglesia tuvo que aprender a vivir en un mundo que le era adverso en tiempos de las persecuciones, al igual que hubo de aprender a hacer frente a los retos planteados por el islam en la Alta Edad Media, al descubrimiento del Nuevo Mundo en el siglo xv, a la era de las revoluciones en el xviii y a la modernidad y posmodernidad hoy. La historia demuestra que respondió a todo lo anterior con éxito variable.
Tras reconocer que cada época plantea retos diferentes, el catolicismo debe preguntarse a qué habrá de enfrentarse la Iglesia hoy, cuando entramos en el tercer milenio. En otras palabras, en este capítulo pretendemos hablar de las perspectivas futuras del catolicismo. Los católicos son conscientes de que en nuestros tiempos llaman la atención ciertas cuestiones que suponen un reto directo o indirecto para la Iglesia. Pensemos por ejemplo en la revolución en las comunicaciones, el fenómeno de las migraciones e inmigraciones masivas, el incremento del fundamentalismo (islámico o de otro tipo), el avance del laicismo en las sociedades occidentales, el terrorismo a escala mundial, etc. Se trata de temas tan complejos y retos tan multiformes que este capítulo solo alcanzará para resumir las ideas del catolicismo a las puertas del tercer milenio.
El nuevo milenio
Al concluir las celebraciones del año 2000, el difunto papa Juan Pablo II escribió una carta apostólica (Novo milenio ineunte) a toda la Iglesia en la que partía de la celebración de la entrada en el nuevo milenio para hablar sobre el rumbo que debería seguir la Iglesia en él. El documento iba dirigido a los fieles católicos, pero daba algunas pistas sobre el rumbo general que deseaba emprender el papa y sobre las cuestiones a las que, en su opinión, convenía dedicar mayor atención. Estas líneas maestras eran parte de un plan para hacer realidad las reformas exigidas por el Concilio Vaticano II en el que el pontífice había participado activamente; reflejaban su idea personal al respecto.
Entre otras cosas, el papa animaba a la Iglesia a proseguir la labor que él mismo había emprendido desde el papado. Quería que la Iglesia hiciera examen de conciencia para «purificar su memoria» y pedir perdón por los pecados cometidos en el pasado. Junto a esta actividad penitencial, recordaba algunos momentos positivos de apertura ecuménica como cuando, por primera vez en la historia de la Iglesia romana, tanto el primado anglicano como el metropolitano del patriarca de Constantinopla se unieron a él para abrir juntos las sagradas puertas de la basílica de San Pablo Extramuros, el 18 de enero de 2000. El papa expresaba su esperanza de que gestos simbólicos como este abrieran nuevas puertas a la reconciliación entre cristianos. Recordaba su viaje a Tierra Santa y urgía a la búsqueda de iniciativas para lograr la paz en Oriente Medio. También advertía a la Iglesia de que no debía olvidar a los pobres del mundo y consolaba a las muchas naciones deudoras pidiendo la reducción internacional de la deuda de los países más pobres. Al final de la primera parte de su carta, recordaba a sus lectores que estas iniciativas tampoco debían ser causa de complacencia.
En la parte final de Novo milenio ineunte, el papa mencionaba algunas de las tareas más urgentes, como la necesidad de ser creativos en el ámbito de la caridad internacional para que esta no solo sea eficaz, sino que «llegue a los que sufren». Mostró su preocupación por la crisis ecológica a la que se enfrenta el mundo, el desprecio creciente hacia los derechos humanos fundamentales, la erosión del respeto a la vida de todo ser humano, los retos a los que se enfrentaban los investigadores de campos como las ciencias de la vida y la biotecnología o el desprecio de las normas éticas básicas que lleva a ignorar la dignidad de todo ser humano. Evidentemente, el papa aludía a cuestiones que son de gran interés para gran parte de la población mundial.
Llamaba asimismo la atención sobre la necesidad de un diálogo abierto con los seguidores de otras religiones, advirtiendo que este nunca debía quedar reducido al indiferentismo religioso. Aquí reiteraba la idea fundamental de que el catolicismo es una religión misionera que tiene el derecho y el deber de proclamar los Evangelios, pero insistía en que la actividad misionera debía ir ligada al diálogo y a «una actitud de profunda voluntad de escucha». Al haber sido profesor de filosofía, terminaba recordando que este diálogo de la Iglesia también debía celebrarse con representantes de otras culturas y tendencias filosóficas.
La carta de Juan Pablo era relativamente breve y bastante esquemática. Sin embargo, si se lee el texto detenidamente, se aprecia que algunas cuestiones parecen críticas para la Iglesia misma (nunca hay que perder de vista la necesidad de reformas internas) y otras afectan a la Iglesia en sus relaciones extraeclesiales (el sufrimiento de los pobres del mundo). Nos basaremos en esta distinción entre necesidades internas y necesidades del mundo para proseguir con este capítulo e ir más allá de lo que veía el papa en el año 2000.
Temas relevantes a nivel interno
Toda comunidad católica se enfrenta a retos concretos, tanto si se trata del escándalo de abusos sexuales en los Estados Unidos como si hablamos del reto que suponen los pentecostalistas y las Iglesias protestantes fundamentalistas en Latinoamérica, de la erosión de la participación en actividades de la Iglesia en Europa occidental o del reto que supone el islam para las Iglesias africanas y del sudeste de Asia. Estas cuestiones y las posibles soluciones dependen del punto de vista desde el que se contemplen y de la matriz cultural en la que se inscriban. Los problemas de la Iglesia de Irlanda son muy distintos a los de la Iglesia de Pakistán. Pero, desde una perspectiva mundial, podemos hablar de ciertas grandes cuestiones que afectan a la Iglesia en su conjunto y pueden tener consecuencias para Iglesias concretas.
La reforma de la curia romana
En época moderna, hubo una reestructuración de ciertas instituciones del Vaticano. Pero, a pesar de lo mucho que se ha hablado de ella, nunca se ha realizado la reforma en profundidad que ya resulta necesaria. La cuestión es, ¿cuál es la relación exacta que existe entre la Iglesia local, con su obispo al frente, y el poder y la autoridad del papa? En 1869, el Concilio Vaticano I promulgó la doctrina de la infalibilidad papal, pero la Guerra Franco-Prusiana acabó con las sesiones antes de que pudiera describir adecuadamente este nexo. De manera que se empezó a percibir (de manera errónea pero así se percibía) que los obispos eran meros portavoces de los deseos del papa, delegados llamados a hacer realidad sus intenciones. El Vaticano II quiso restaurar el equilibrio afirmando que los obispos tenían autoridad propia en el Magisterio y que eran los custodios de la fe católica en su ámbito de competencia. Sin embargo, durante mucho tiempo la autoridad episcopal ha padecido la acumulación de autoridad en Roma. Es Roma la que nombra a los nuevos obispos (la práctica de que los nombre el papa es una innovación moderna), supervisa las prácticas litúrgicas, determina lo que se debe discutir y lo que no, convoca los sínodos en Roma y se inmiscuye en asuntos que deberían tratarse a nivel local.
En cierto modo, esta centralización de la autoridad ha dotado a la Iglesia de uniformidad. No sabemos si la uniformidad es algo bueno en sí, ya que, en ciertos aspectos, no ha redundado en beneficio de las Iglesias locales, sobre todo cuando la voluntad de Roma se niega a poner sobre la mesa ciertas cuestiones pendientes de aclaración. Uno de los mayores retos a los que se enfrenta la Iglesia de hoy es la necesidad de hallar un punto de equilibrio para que las Iglesias locales tengan más que decir sobre sus propias necesidades sin romper la unidad esencial de la Iglesia con el obispo de Roma.
Cuando se reformó el Código Canónico de 1917, durante el Concilio Vaticano I, se admitió que debía aplicarse más el principio de subsidiariedad, reconocido como un principio fundamental de la justicia social: «El derecho canónico ha de constituir un sistema unificado vigente en toda la Iglesia universal, sin embargo habrá de darse mayor peso a la legislación particular, tanto a nivel nacional como regional, de manera que se tengan en cuenta las características únicas de las Iglesias individuales»1. Este deseo consagra el principio social fundamental de la subsidiariedad que supone que han de ser las instituciones más próximas las que realicen determinada tarea. Por ejemplo, la doctrina social cristiana enseña que es la familia, y no el Estado, la que goza en primera instancia del derecho de educar a los niños.
Cuando en 1983 se publicó el nuevo Código de Derecho Canónico de la Iglesia Latina, con la aprobación del papa Juan Pablo II, los comentaristas se mostraron de acuerdo en que una de las mejores características del texto era «cierta promoción del valor de la subsidiariedad en la comunión jerárquica y la aceptación del pluralismo estructural resultante»2. Pero, al margen de lo anterior, existe el sentimiento en el seno de la Iglesia de que en Roma se toman demasiadas decisiones y se realiza una supervisión excesiva en detrimento de la Iglesia en su conjunto. Se piensa que ha de recurrirse al principio de subsidiariedad y reconocerse más plenamente la legítima potestad de los obispos locales para articular las necesidades de las Iglesias locales. La cuestión ha cobrado mayor importancia teniendo en cuenta que la demografía católica crece fundamentalmente en el mundo ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Prefacio
  5. Agradecimientos
  6. I. Los múltiples significados del catolicismo
  7. II. Catolicismo romano
  8. III. Ser católico: tipografías
  9. IV. El espacio y el tiempo católicos
  10. V. El culto católico
  11. VI. La Regla de Fe
  12. VII. Espiritualidad católica
  13. VIII. El carácter misionero del catolicismo
  14. IX. Reforma(s) católica(s)
  15. X. La vida moral
  16. XI. La Iglesia católica contemporánea
  17. XII. Leer sobre catolicismo: fuentes bibliográficas
  18. Otros títulos