Los indignados
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Los indignados

El rescate de la política

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Los indignados

El rescate de la política

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En medio de un marcado proceso de crisis económica en el que la ideología neoliberal se ha empoderado de la política han surgido movimientos sociales que buscan rescatar la acción política de las elites. Su presencia cuestiona el poder omnímodo de los mercados al tiempo que desvela la incompatibilidad entre el capitalismo y la democracia. Al hacerlo, reivindican la política como acción ética frente al poder, descubriendo que ni la libertad, ni la igualdad ni la justicia social prevalecen bajo una economía de mercado. La presencia de estos nuevos movimientos sociales ha supuesto tanto su criminalización como su encendido elogio. Sin duda, están en el ojo del huracán. Comprenderlos y explicarlos, desde el compromiso teórico y político afincado en las luchas democráticas, es el objetivo de este ensayo.

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Información

Año
2012
ISBN
9788446036203
Capítulo III
¿Quiénes son los indignados?
Como una forma de calificarlos, los medios de comunicación, no desinteresadamente, les han colgado el mote de «indignados». Un buen observador del 15-M, entre sus apuntes, destacó: «No encuentro a nadie en el campamento que se describa a sí mismo como “indignado”. Es una etiqueta mediática, no un gesto de autorre­presentación»[1].
Pero el apelativo ganó fuerza y se impuso. No sin causa justificada esta definición mediática se hizo coincidir con el título del folleto escrito por Stéphane Hessel, Indignaos, cuyo subtítulo apostilla: Un alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica. Su objetivo, exhortar a la juventud de Francia a tomar partido contra la infamia mundial. Hessel, con noventa y tres años, no es un advenedizo, formó parte de la resistencia antinazi. Fue encarcelado en el campo de concentración de Buchenwald hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, al haber trabajado junto al General Charles De Gaulle. Una vez concluida la guerra, De Gaulle le nombró embajador de Francia en Naciones Unidas y, como tal, participó en la comisión redactora de la Carta Universal de Derechos Humanos de 1948. Desde los años setenta su nombre está vinculado a la defensa de los derechos del pueblo Palestino.
Su ensayo Indignaos, es un recordatorio a la necesidad de luchar, resistir y compartir las esperanzas. A los pocos meses de ser editado, había sido leído por cientos de miles de franceses. Su carácter local comenzó a traspasar fronteras. Lo que en principio fue una adverten­cia, acabó siendo interpretado como un manifiesto de la conciencia.
El escrito de Hessel representa un punto de inflexión entre el desanimo, la apatía y el devenir de un nuevo movimiento ciudadano capaz de constituir una insurrección pacífica. Su propuesta llama a indignarse, romper la indiferencia y posicionarse contra el Estado de Israel por sus actos de terrorismo cometidos contra la población palestina de Gaza y Cisjordania[2].
Los motivos que, a juicio de Hessel, obligan a la juventud francesa y del mundo a indignarse y romper la indiferencia se encuentran en la dinámica del actual sistema político. Hessel es consciente de la dificultad que supone encontrar causas nítidas para la indignación en una sociedad complaciente:
Es cierto, las razones para indignarse pueden parecer hoy menos nítidas o el mundo, demasiado complejo. ¿Quién manda?, ¿quién decide? No siempre es fácil distinguir entre todas las corrientes que nos gobiernan. Ya no se trata de una pequeña elite cuyas artimañas comprendemos perfectamente. Es un mundo vasto, y nos damos cuenta de que es interdependiente. Vivimos en una interconectividad como no ha existido jamás. Pero en este mundo hay cosas insoportables. Para verlo, debemos observar bien, buscar. Yo les digo a los jóvenes; buscad un poco, encontraréis. La peor actitud es la indiferencia, decir «paso de todo, ya me las apaño». Si os comportáis así, perdéis uno de los componentes indispensables: la facultad de indignación y el compromiso que sigue. Ya podemos identificar dos grandes desafíos: 1) la inmensa distancia que existe entre los muy pobres y los muy ricos, que no para de aumentar. Es una innovación de los siglos XX y XXI. Los que son muy pobres apenas ganan dos dólares al día. No podemos permitir que la distancia siga creciendo. Esta constatación debe suscitar de por sí un compromiso. 2) Los derechos humanos y la situación del planeta [...][3].
Para los teóricos del pensamiento chatarra, el exhorto de Hessel tiene un destinatario único, la juventud francesa y solo marginalmente hace referencia a la juventud mundial. De tal manera que el movimiento de indignados se corrompe si en él se incorporan trabajadores, parados, amas de casa, inmigrantes, profesionales, artistas y representantes de la cultura y militantes con adscripciones políticas. Para ser indignado hay que ser químicamente puro, joven, apartidista, crítico del poder y respetuoso del sistema.
Este reduccionismo distorsiona el movimiento ciudadano de los «indignados» y lo condena a expresar el descontento de una juventud díscola que no encuentra lugar en el mundo adulto. Interesadamente, se la compara con el movimiento hippie y pacifista propio de los años sesenta del siglo XX. Las analogías con el mayo francés de 1968 o las grandes protestas contra el imperialismo norteamericano por los bombardeos y la invasión de Vietnam, Laos y Camboya se han vuelto recurrentes.
En esta perspectiva, luchar por abrir espacios de libertad y construir una democracia participativa real, supone entrar en otro nivel de protestas, la antisistémica y anticapitalista, cuya barrera traspasa lo generacional. Algo que está presente en el movimiento de indignados, lo cual no supone desconocer el rol destacado de la juventud en su impulso y posterior desarrollo.
En España, el paro juvenil sobrepasa el 40 por 100 y las expectativas de encontrar un trabajo digno son escasas. La flexibilidad del mercado laboral, la falta de vivienda social, el empleo basura, el despido libre y bajos salarios, constituyen el marco social en el cual trascurre su cotidianidad. La juventud es uno de los colectivos más numeroso y combativo presente en los «indignados».
Sin embargo, las actuales formas de rebeldía incorpora a sectores sociales que han visto cómo sus condiciones de vida se deterioran, pierden derechos y no encuentran salida en el corto y medio plazo. Descreídos de las oportunidades del capitalismo, sus esperanzas ya no tienen cabida en un orden social excluyente. En su condición de excluidos reniegan del capitalismo. Los grupos más destacados que se han sumado al 15-M son parados de larga duración, trabajadores precarios, profesionales que buscan su primer empleo, inmigrantes sin papeles, intelectuales y sectores medios pauperizados. Muchos de ellos han perdido su trabajo, sufren despidos, recortes en las prestaciones sociales y se ven abocados a un futuro incierto. Sin ahorros, no pueden pagar los préstamos, las hipotecas ni acceder al crédito. Así ven cómo los bancos se quedan con sus viviendas, generalizándose los desahucios. Muchos de los afectados por esta nueva realidad se han visto abocados a vivir en chabolas, ser recibidos por parientes y familiares, acudir a la beneficencia y dormir en albergues o transformar sus coches en vivienda de emergencia.
Este contexto propicia la emergencia de conductas autoritarias, xenófobas y racistas que arrinconan la democracia en beneficio de la instauración de regímenes neooligárquicos y populistas. Frente a esta realidad, los nuevos movimientos ciudadanos organizan su respuesta. No es indiferente a todo ello que se convocara, en más de ochenta países, una manifestación el 15 de octubre de 2011 con el lema unitario «democracia real ya». En más de mil ciudades de todo el mundo, cientos de miles los ciudadanos tomaron las calles y las plazas denunciando la impunidad del capital financiero para robar y la complicidad de un poder político entregado a sus designios. Si hay algo que unió las manifestaciones fue la crítica descarnada al poder omnímodo y arbitrario del capitalismo depredador, apoyado en la razón de Estado.
Reivindicar «democracia real ya», no es un contrasentido en medio de la corrupción, el aumento de las desigualdades sociales, las guerras interimperialistas y el superpoder desmedido de los bancos y el capital financiero, cuyo chantaje a los poderes públicos para recibir más dinero público y disfrutar de lisonjas económicas se extiende en todo el mundo.
Pero si hay coincidencia en los movimientos de indignados, también existen diferencias entre ellos. Historias disímiles provocan procesos sociales contradictorios. La lucha de los estudiantes chilenos no son producto de «indignados», es parte consustancial al fracaso del modelo educativo y las políticas privatizadoras puestas en práctica hace ya cuarenta años. Otro tanto sucede en los países latinoamericanos que se han sumado a las convocatorias del 15 de octubre. Lo que les une es la crítica al neoliberalismo y la exclusión social y política de las grandes mayorías en el proceso de toma de decisiones.
En los países árabes, el origen de las manifestaciones y ocupación de las plazas debe interpretarse como una parte de la lucha ancestral donde se yuxtaponen la cultura musulmana, el panarabismo, la crisis de los movimientos nacionales de liberación, el desarrollo del islamismo político, la existencia de Estados autocráticos, la sempiterna actuación de Estados Unidos en estos últimos cincuenta años, el papel de Israel y el protagonismo zonal de Arabia Saudí y Egipto, por no mencionar las guerras de ocupación, Afganistán, Irak y Libia y la separación momentánea de Siria de la Liga Árabe. Asimismo no podemos dejar de señalar la reasignación de Medio Oriente como región proveedora de petróleo diseñada por Washington. En palabras de Samir Amin, estos condicionamientos otorgan un rasgo distintivo a las movilizaciones que se suceden en el mundo árabe y que atraviesan una fase de su historia caracterizada por la ausencia de proyectos propios[4].
Distancias que deben tomarse en cuenta para no caer en tópicos. Lo cual no supone negar coincidencias y similitudes en muchas de las movilizaciones de los cinco continentes. Algunas frases del 15M se han visto aparecer en Francia, Portugal, Grecia o, más recientemente, en Israel y Estados Unidos: «Democracia, me gustas porque estás como ausente»; «No falta dinero. Sobran ladrones»; «No es una crisis, es una estafa»; «No somos antisistema, el sistema es antinosotros»; «Manos arriba, esto es un contrato».
Levantar la bandera de la paz, la libertad y la democracia real, se inscribe en las luchas contra la injusticia, la desigualdad social, la explotación, la destrucción del planeta o la corrupción. Nadie con cierto grado de conciencia social puede permanecer indiferente a las prácticas que despojan al ser humano de su dignidad. Sin embargo, no podemos olvidar la otra cara de la moneda, las grandes inhibiciones morales contra los asesinatos en masa. Los peores momentos de la ignominia política se relacionan con regímenes cuyo estandarte es, y ha sido, la muerte y sus prácticas han contado con la anuencia y complicidad de una parte de la población. ¿Cómo ha sido posible tal monstruosidad?
En este sentido,
las inhibiciones morales contra atrocidades violentas disminuyen cuan­do se cumplen tres condiciones, por separado o juntas: la violencia está autorizada (por órdenes oficiales emitidas por los departamentos legalmente competentes); las acciones están dentro de una rutina (creada por las normas del gobierno y por la exacta delimitación de las funciones); y las víctimas de la violencia están deshumanizadas (como consecuencia de las definiciones ideológicas y del adoctrinamiento)[5].
En los centros de extermino, los campos de refugiados, las cárceles como Guantánamo o las casas de tortura en Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay se reconoce un diseño de política. Su existencia forma parte de la modernidad del capitalismo. No son una excepción ni responden a la mente calenturienta de enajenados mentales. No podemos considerar locos a Pinochet, Trujillo, Somoza, Videla, Stroessner o Hitler, ellos legitimaron sus actos con el apoyo de una mayoría silenciosa que prefirió mirar hacia otro lado y una minoría consistente que les dotó de la ideología adecuada para legitimar sus actos. «La visión del asesinato y la destrucción disuadió a tantos como inspiró, mientras que la abrumadora mayoría prefirió cerrar los ojos y no escuchar nada. La destrucción masiva no iba acompañada del alboroto de las emociones sino del silencio muerto de la indiferencia.»
Hoy estas políticas se han perfeccionado. En Colombia, por ejemplo, durante el gobierno de Uribe, y siendo ministro del Interior el actual presidente Juan Manuel Santos, se incineraron a miles de campesinos con el objetivo de borrar pruebas de las matanzas realizadas por el ejército y los grupos paramilitares, ordenadas en nombre de la «seguridad democrática». En otros casos se prefirió el tiro en la cabeza o enterrarlos en cal viva. Las autoridades políticas de Colombia no han tenido remilgos a la hora de hacer desaparecer los cuerpos de las víctimas. Y cuando las protestas arreciaban, los muertos se transformaron por arte de birlibirloque en guerrilleros caídos en c...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Dedicatoria
  5. Introducción
  6. I. Incertidumbre y malestar
  7. II. Cómo explicar la insurgencia ciudadana
  8. III. Quiénes son los indignados
  9. IV. Los indignados, la política y los intelectuales
  10. V. Y ahora qué. Organizar la indignación
  11. VI. El 15-M en la teoría de la conspiración
  12. VII. Las luchas políticas en el interiior del 15-M
  13. VIII. A modo de reflexión final
  14. Bibliografía