Nosotros decimos no
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Crónicas (1963/1988)

  1. 402 páginas
  2. Spanish
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Crónicas (1963/1988)

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"Entre todos, el que mejor interpretó la circunstancia de la crisis y lo que ella abría, fue el camino recorrido por Galeano. Un escritor refinado, de delicada sensibilidad, por momentos un esteta, formado en la lectura de la narrativa norteamericana contemporánea (Hemingway, McCullers, Salinger, Updike), acucioso periodista como algunos de los narradores grandes de la América Latina actual (García Márquez), sagaz analista de asuntos políticos y documentado estudioso de la vida americana, Galeano habría de asomarse a una totalidad social que superaba la compartimentación característica de las clases medias educadas y avizoraría otro universo."Ángel Rama (1973)

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Información

Año
2010
ISBN
9788432315268
Edición
1
Categoría
Literature
Categoría
Literary Essays

ESPAÑA: LA HUMEDAD DE AQUELLA SANGRE

UNO

En la segunda vuelta de los comicios de 1936, Francisco Franco supo, de una vez para siempre, que las elecciones libres no le convenían. Había querido ser diputado por Cuenca, pero no pudo; y también allí triunfó el Frente Popular. Cinco meses y dos días después de la victoria republicana de febrero, se desencadenó la sublevación, el «Alzamiento Nacional». Al cabo de una lucha heroica pero inútil, cayó la República, ahogada en sangre por sus enemigos, traicionada por muchos de sus amigos. Los vencedores consagraron a Francisco Franco Caudillo de España por la Gracia de Dios, como todavía puede leerse en las pesetas, y resolvieron que sólo debía rendir cuenta «ante Dios y la Historia». Él prometió que aplicaría «las enseñanzas de la Iglesia» y que no habría «un solo español sin pan, un solo hogar sin luz». El cadáver de José Antonio Primo de Rivera fue trasladado desde Alicante hasta El Escorial, para que descansara con los reyes: a su paso, a modo de homenaje, los soldados iban fusilando republicanos por los pueblos.
Casi veintiocho años después, el referéndum consagra una nueva Constitución que en la práctica liquida a la Falange, el movimiento fundado por José Antonio, pero que remacha el poder a perpetuidad que Franco, su «Jefe Nacional», ejerce. La mayoría de votos fue aplastante. Tan aplastante, que la cifra de los votantes, poco menos que unánime por el sí, excedía largamente en los cómputos originales a la cifra de los inscritos establecida por el censo. Francisco Franco no olvidó aquella desagradable experiencia de febrero del 36. Éste hombre ele setenta y tres años ha tenido tiempo de sobra, a lo largo de su interminable dictadura, para aprender a ganar.
En el país que le ha ratificado, así, su agradecida confianza, hay siete millones de pobres, según cifras oficiales. Es el país que disfrutan cada año quince millones de turistas, pero no los dos millones de españoles que la miseria expulsó a Francia, Alemania, Suiza o Bélgica. Es el reino sin rey; reino, más bien, de las contradicciones.

DOS

No resulta nada recomendable recorrer España en vagones de tercera, pasar en los asientos de madera días y noches durmiendo poco o nada por el incesante traqueteo de trenes viejos. Pero es en esos vagones donde se comparte todo, el vino y el pescado frito, las canciones y los cigarrillos, las opiniones, las confidencias.
Aquella tarde, entre Bilbao y Santander, teníamos delante un matrimonio gallego que volvía a sus tierras, a pasar las fiestas, desde Barcelona. A nuestro costado viajaba un estudiante, cuyo rostro no marcado por una vida de sufrimiento y trabajo, se distinguía de las caras curtidas de los demás ocupantes del vagón. «Habrá que bajarse y empujarla, a esta tartana», comentó como para sí la gorda señora mientras su marido dormitaba. Acababa de devorar una fotonovela de Corín Tellado y un chorizo estupendo. Me cedió la fotonovela: un médico joven incomprendido por su suegra, se entregaba al alcohol, pero era finalmente recuperado para la sociedad por su señora esposa. Para el próximo número: Eres una pecadora. Los demás leían Marca o El Caso, los dos periódicos de más venta en España: deportes y crímenes. Pero yo quería hablar sobre el referéndum, hacer preguntas, recibir respuestas. Como la pasión española puede más, afortunadamente, que las presiones del régimen, la comunicación no es difícil tampoco en este plano: desde Irún a Port-Bou, durante los sucesivos trayectos recorridos a través del país, pudimos hacerlo mil veces y siempre espontáneamente. En invierno, por lo menos, hay en España más españoles que norteamericanos o franceses; el escaso turismo no despierta prevenciones ni malicia.
Aquel proyecto no fue una excepción y la conversación nació sin dificultades. El joven estudiante me dijo que había votado por no: «Un NO grandote, sabes, con lápiz rojo, un redondel así, ves, y que si me pillan que me pillen, que yo ya estuve dos veces encerrado, cuando las huelgas». Dijo, además, que la mayor parte de la gente que había votado por sí, no sabía siquiera lo que significaba la palabra referéndum. Y fue entonces que la señora, que se hacía la distraída mirando por la ventanilla, se puso furiosa. Dijo que ella podía ser una ignorante, pero que sabía muy bien lo que significaba la paz, sí, todos estos años de paz franquista: «Y si he votado por sí, es porque no quiero que a mi hijo, que ya es grande, le pase lo que a mí. Porque yo estuve en Madrid durante toda la guerra, toda, me oyes, hasta el fin de la guerra, y me salvé por el pelo de un calvo de que me mataran». La discusión me reveló un conflicto de generaciones que brinda una de las claves más importantes para comprender a la España de nuestros días, heredera del terror, pero, a la vez, asomada a un mundo nuevo. Mientras el muchacho se quejaba del presente, muy enojado, la señora, no menos enojada, gritaba sus penurias del pasado, pobre mujer para la cual la tierra ha sido, como decía Huxley, el infierno de otro planeta: «Porque el hambre era lo de menos, ni la metralla, lo peor eran los obuses, Dios mío, que una no veía de dónde salían y caían así, de golpe, y todos los muertos de golpe en la calle; ah no, que eso no quiero yo que se repita, no se lo deseo yo a nadie».
El régimen no ignora que el país quedó marcado a fuego por la experiencia de la guerra civil. Por toda España vi los enormes murales: «Vota por la PAZ», «Piensa en tu hogar», toda la propaganda destinada a identificar la idea de la paz con el voto por sí. Televisión, radios, diarios, calles empapeladas: como a la oposición le estuvo prohibida la menor posibilidad de desacuerdo, la idea del voto por no o de la abstención se asoció con la idea de la guerra en la cabeza de muchos españoles todavía abrumados por la pesadilla del millón de cadáveres.

TRES

Pocos, muy pocos saben en España en qué consiste la nueva Constitución: su texto farragoso, confuso, ambiguo, desalienta a los más lúcidos. Las cosas fueron hechas de tal modo que la votación no resultó más que la expresión masiva de apoyo que Franco necesitaba para dar una apariencia de legitimidad a la dictadura que ejerce por derecho divino. Él declaró una vez: «No soy yo; es la Providencia quien gobierna España». Pero la Providencia no proporciona suficientes credenciales políticas, por sí sola, a los ojos de las autoridades del Mercado Común Europeo. Y España necesita asociarse al MCE como los pulmones al aire: las declaraciones formuladas a Le Monde por el ministro López Rodó, a fin de año, son suficientemente claras en este sentido, es decir, son suficientemente lastimeras. «Democratizarse», entrar en Europa y en el siglo veinte, significa aceptar los bikinis en la Costa Brava y las ediciones nacionales o extranjeras de Marx, Freud, Sartre, los «Trópicos» de Miller en los escaparates de las librerías y las obras de Brecht en los escenarios de Barcelona y Madrid, pero significa también, y sobre todo, dar al pueblo la oportunidad de expresar sus desacuerdos y sus acuerdos con las autoridades, en voz alta y no poniendo traviesamente y a escondidas el sello de correos de Franco cabeza abajo en las cartas: significa, en fin, reconocer el derecho de los españoles a elegir su destino. El régimen franquista, nacido de un golpe de estado apoyado por la intervención extranjera, inició en los últimos años un proceso de «democratización» y aceptó como inevitable el aflojamiento de los ya tradicionales torniquetes de la dictadura. Poco antes del referéndum, el gobierno recibió dos golpes duros en este sentido: las elecciones municipales y las elecciones en los sindicatos verticales. En las elecciones municipales, el descontento se expresó por omisión: en ninguna ciudad de España el porcentaje de votantes llegó al 40 por ciento. En las elecciones sindicales se expresó por acción: al nivel de «enlaces» o delegados de fábricas, la oposición, que venía actuando ilegalmente a través de las comisiones obreras paralelas, obtuvo una victoria resonante en los centros laborales más importantes del país. El régimen no podía admitir la profundización de este proceso, sin poner en peligro sus bases de sustentación. En consecuencia, se las arregló para que a nivel provincial no se reflejara de ningún modo el resultado de las elecciones de base: dividió, por ejemplo, al Sindicato del Metal en 27 ramas diferentes, para asegurarse una representación provincial adicta por medio del control de los talleres pequeños: como las autoridades son elegidas, en conjunto, por la rama obrera y la rama patronal, no le resultó en definitiva difícil neutralizar, al menos transitoriamente, esta desagradable resurrección de la «lucha de clases». Del mismo modo, se hacía intolerable para Franco que sólo el 14,70 por ciento de los electores sufragara en Barcelona y nada más que el 30,10 por ciento en Madrid, como había ocurrido en las elecciones municipales. No: el referéndum debía ser un prodigio de buena organización; era preciso demostrar categóricamente al mundo entero que los españoles aman a su Caudillo por sobre todas las cosas. El fervor de los funcionarios, sumado a la eficacia de las IBM, se pensó, cumplirían la faena, que se desarrollaría al influjo de una aplastante propaganda destinada a estimular, en la memoria de los españoles, el negro recuerdo de la guerra civil. Así se hizo. La despolitización sistemática llevada a cabo por el régimen a lo largo de estos veintiocho años, facilitó las cosas. A la indiferencia de muchos jóvenes, se agrega, en la España de hoy, la desorientación y el miedo de las generaciones anteriores, para las cuales cualquier perspectiva de cambio parece implicar una promesa de violencia. El «lavado de cerebros» ha rendido sus frutos al punto de que no son pocos los españoles que creen que fue la República la que se sublevó, malvadas hordas marxistas, contra Franco.
Sin embargo, el frenesí resultó excesivo, y los resultados de esta mezcla de fantasía ibérica y métodos electrónicos no son nada convincentes. La noche del plebiscito, los locutores de televisión leían con sus mejores caras los primeros resultados, la cantidad de votos excediendo en un caso sí y en otro también la de electores, la increíble masa de «transeúntes» que las máquinas contabilizaban, indiferentes a la dimensión del disparate, en las regiones más desoladas de España. En el primer distrito de La Coruña, por ejemplo, aparecieron 12.159 votos por sí aunque sólo había 5 936 inscritos; en Móstoles, un minúsculo pueblito cercano a Madrid, famoso porque fue el primero que se sublevó contra Napoleón, pero prácticamente deshabitado hoy día, brotaron de la nada 740 «transeúntes», de los cuales 736 votaban por sí y cuatro en blanco; en la casi invisible pedanía de Pozo de Cañada, en la provincia de Albacete, aparecieron votando, sobre un total de trescientos, 209 «transeúntes»: los ejemplos podrían repetirse al infinito. El alcalde de Gandía, en Valencia, primer puerto naranjero de España, fue más expeditivo: resolvió que conocía la voluntad de sus 22.000 habitantes mejor que ellos mismos y votó él por todos: naturalmente, se pronunciaron con emocionante unanimidad por el sí. Un corresponsal extranjero amigo mío, hizo personalmente una prueba interesante: fue al Instituto San Isidro, en Madrid, y votó, aunque no era español. Obtuvo el certificado correspondiente.
Franco no podía permitir que el plebiscito del 66 arrojara menos votos que el del 47, antecedente inmediato de «elecciones libres». Sin duda, cabe atribuir a la torpeza entusiasta de los funcionarios subalternos del régimen, el hecho de que los «transeúntes» hayan sido tan mal distribuidos que en algunos distritos de provincia no apareció ninguno, pero en otros surgieron miles. El miedo y la ignorancia hicieron el resto. No en vano se decía en España, en los días de la votación, que las boletas en blanco, no escritas por sí, había que ir a pedirlas, en algunos pueblos, a los cuarteles: sin cuarto oscuro ni sobres, huérfano de toda garantía, el votante por no quedaba expuesto a represalia: era preciso votar por sí y proclamarlo a voces. La consigna de la abstención, dada a conocer por los sectores mayoritarios de la oposición, se estrelló contra los temores que el régimen, hábilmente, difundió: no sólo el espectro de la guerra, sino también inseguridades materiales inmediatas. Se pegaban murales que decían: «Madre española: tus hijos no pueden votar. Tú, sí. Vota por la PAZ», pero también se daban a conocer amenazas oficiales y oficiosas, noticias y rumores, según los cuales quien no votara perdería el empleo o la jubilación o sufriría descuentos en su salario. El certificado de voto se convirtió en un amuleto imprescindible contra «la desgracia». «Había que votar por sí, por la paz. Porque si no, mi novio me dijo que iba a haber una guerra como esa del Vietnam», nos explicó la limpiadora de una posada de Ávila. El alcalde de Moncada Bifurcación, un pueblo a la salida de Barcelona, dio a conocer un bando según el cual a quien no votara se le aplicaría una ley que pena «la afrenta pública». Dos ciegos que encontramos en el metro de Madrid, nos dijeron que habían votado porque de otro modo les hubieran quitado los números de lotería con los que se ganaban la vida; un funcionario de ferrocarriles y el portero de un banco coincidieron en que si no hubieran votado se hubieran quedado sin el aguinaldo de Navidad. Una viejita envuelta en trapos negros, doblada por el frío de las primeras horas de la mañana de Burgos, nos contó por qué era importante tener a mano el certificado de voto, mientras la ayudábamos a ascender la empinada cuesta, cerrada de niebla, que conduce a la catedral: «Es por si vuelven las cartillas de racionamiento», explicó. Era una amenaza que había escuchado, sin duda, veinte años antes.
El éxito fue, en estas condiciones, completo: hasta en el desierto del Sahara español votó el 98 por ciento de los inscritos. Y no votó allí el 110 por ciento porque ya el régimen había agotado todas sus existencias de «transeúntes» en territorio europeo.

CUATRO

Tres mil obreros despedidos en Barreiros, la firma que fabrica el Dodge Dart y el Simca 1000 en España; 10 000 obreros amenazados por la desocupación en las fábricas Standard Electric, Schneider, Hélice; 3 000 obreros trabajando a bajo rendimiento en la SEAT, la empresa que produce los Fiat, el Sedan de cuatro puertas, la Rural: la crisis agazapada tras el deslumbrante boom económico español, empieza a asomarse peligrosamente. Una estructura agraria de hace quinientos años levanta diques insuperables a la ola del «desarrollo», con toda su engañosa espuma de numeritos. Medio millón de televisores y 600.000 heladeras producidas en 1965, duplicación de la fabricación de automóviles prevista para cuatro años, aumento del 57 por 100 en la renta por habitante entre 1959 y 1966: brotan los objetos mágicos y sofisticados, y los resplandecientes automóviles, de las modernas plantas recién instaladas, pero España, tradicional exportadora de alimentos, se ve ahora obligada a importar comida a causa del estancamiento o la caída, según el caso, de sus propios rubros de producción agrícola. El enorme déficit de la balanza comercial no alcanza a ser cubierto por las remesas de moneda fuerte que envían a su patria perdida los albañiles y las sirvientas que España vende, cada año, a Ginebra, Hamburgo o París, ni por las cuantiosas divisas que traen los turistas extranjeros. Es la experiencia de un «desarrollo» en buena medida artificial, reflejo de la prosperidad europea, que no ha creado mediante una reforma agraria las condiciones para la ampliación del mercado interno que la naciente industria necesita y para el abastecimiento de la demanda creciente de alimentos que implica la elevación del nivel de ingresos. La propia industria tan impetuosamente surgida en los últimos años, está viciada de desequilibrios y contradicciones agudas. Debilidad del sistema de transportes y comunicaciones, hipertrofia de las industrias superfluas y desarrollo escaso de las industrias básicas, fábricas que producen artículos para mercados saturados y mercados que demandan artículos que las fábricas no producen: los primeros resultados de tanta incoherencia empiezan a notarse en la crisis ya visible de la industria del automóvil. Por otra parte, en general, las técnicas de producción son todavía anticuadas, los obreros trabajan normalmente doce horas por día y el número de accidentes de trabajo es tan alto que su valor económico resulta casi equivalente al ingreso total proveniente del turismo, según cifras oficiales. El Ministerio de Trabajo ha reconocido, incluso, que son aún más graves las pérdidas por enfermedades y envejecimiento precoz de los obreros.

CINCO

Las malas condiciones de trabajo y las perspectivas de desocupación que amenazan a algunos sectores industriales, constituyen, y bien lo sabe el gobierno, caldos de cultivo propicios para la agitación obrera. Los resultados del referéndum se hicieron notar, en este sentido, de inmediato: una considerable cantidad de dirigentes de las comisiones obreras, cuyo prestigio había quedado de manifiesto en las elecciones sindicales oficiales, fueron a parar a la cárcel, en Madrid, Barcelona y otras ciudades, a lo largo de una serie de «batidas» policiales que tuvieron lugar entre las vísperas de Navidad y el fin de año.
El régimen franquista parece, pues, sentirse autorizado por tantos síes que él mismo sembró y cosechó, para desencadenar medidas de represión contra los militantes sindicales de la oposición. En los últimos tiempos, éstos venían actuando, en algunos casos, con relativa impunidad, a la sombra de la tendencia que, dentro del gobierno, procura una apertura «neocapitalista» hacia formas más «modernas» de relación entre patrones y obreros.
Se ajustan, ahora, los torniquetes. Ésta es la significación primordial del plebiscito de diciembre: se consolida internamente el poder oficial, fisurado por toda clase de contradicciones, y se hace externamente, a los ojos del mundo, una exhibición de fuerzas «democráticamente» avalada por la mayoría, la aplastante mayoría del pueblo español.

SEIS

Las reformas introducidas a la Carta Orgánica del Estado tienen, en sí, una importancia secundaria y son, por lo demás, un secreto para iniciados. Un taximetrista de Madrid me confesó: «No sé, no sé; no sé si me van a aumentar o a rebajar la paga». En cambio, un sereno de San Sebastián al que tuvimos que llamar, como es costumbre, batiendo palmas para q...

Índice

  1. EL SÍMBOLO URUGUAYO DEL MAL (1963)
  2. PELÉ Y LOS SUBURBIOS DE PELÉ (1963)
  3. EL ESCLAVO Y EL EMPERADOR QUE NACIÓ TRES VECES (1963)
  4. CHOU EN-LAI (1963)
  5. LOS BLUES DE SIBERIA Y LAS BRUMAS DE PRAGA (1963)
  6. BRASILIA A LA HORA DEL CUARTELAZO (1964)
  7. A CUBA (1964)
  8. EL CHE GUEVARA: CUBA COMO VITRINA O CATAPULTA (1964)
  9. PERÓN, LOS GORRIONES Y LA PROVIDENCIA (1966)
  10. ESPAÑA: LA HUMEDAD DE AQUELLA SANGRE (1966)
  11. USA: EL MURCIÉLAGO Y EL SISTEMA (1967)
  12. USA: CALIFORNIA EN CUATRO IMÁGENES (1967)
  13. GUATEMALA EN LAS BOCAS DE LOS FUSILES (1967)
  14. MÁGICA MUERTE PARA UNA VIDA MÁGICA (1967)
  15. CONVERSANDO CON LA CRISIS (1967)
  16. LOS JÓVENES FASCISTAS DESCUBREN EL PAÍS (1967)
  17. CRÓNICA DE LA TORTURA Y LA VICTORIA (1968)
  18. DIOS Y EL DIABLO EN LAS FAVELAS DE RÍO DE JANEIRO (1969)
  19. TODA BOLIVIA EN UN VAGÓN (1970)
  20. LA CIVILIZACIÓN DEL ORO NEGRO (1971)
  21. CRÓNICA DE LA FIEBRE DE LOS DIAMANTES (1971)
  22. LOS NUEVOS DUEÑOS DEL ALTO PARANÁ (1972)
  23. EL FASCISMO EN AMÉRICA LATINA: CARTA A UN EDITOR MEXICANO (1974)
  24. LA VICTORIA DE LOS MAGOS (1976)
  25. DEFENSA DE LA PALABRA (1976)
  26. LA VENGANZA DE LOS VENCIDOS (1977)
  27. UN TÓTEM DE NUESTRO TIEMPO (1977)
  28. LOS ESCLAVOS DE LA ABUNDANCIA (1978)
  29. LA CANCIÓN DE LOS PRESOS (1979)
  30. EL EXILIO, ENTRE LA NOSTALGIA Y LA CREACIÓN (1979)
  31. ONETTI: «EL BORDE DE LA PLATA DE LA NUBE NEGRA» (1980)
  32. UN AMIGO ME PREGUNTA CÓMO ES MONTEVIDEO (1980)
  33. DIEZ ERRORES O MENTIRAS FRECUENTES SOBRE LITERATURA Y CULTURA EN AMÉRICA LATINA (1980)
  34. NICARAGUA EN EL PRIMER DÍA (1980)
  35. CARTA A CARLOS QUIJANO (1981)
  36. LAS GUERRAS DE LA GUERRA (1982)
  37. SIENDO (1983)
  38. APUNTES PARA UN AUTORRETRATO (1983)
  39. EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA QUE TODAVÍA NO FUE (1984)
  40. LA DICTADURA Y DESPUÉS: LAS HERIDAS SECRETAS (1986)
  41. DEFENSA DE NICARAGUA (1986)
  42. SE BUSCA (1987)
  43. LAS DEMOCRADURAS: SOBRE LA NECESIDAD DE TENER OJOS EN LA NUCA (1987)
  44. APUNTES PARA UN RETRATO DE LA ESTRUCTURA DE LA IMPOTENCIA (1987)
  45. EL CUERPO COMO CULPA O COMO FIESTA (1987)
  46. LOS QUINIENTOS AÑOS: EL TIGRE AZUL Y NUESTRA TIERRA PROMETIDA (1987)
  47. DOS DISCURSOS PARA CHILE:
  48. CUBA, TREINTA AÑOS DESPUÉS. UNA OBRA DE ESTE MUNDO (1988/89)