La Mina
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La Mina

  1. 320 páginas
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"La mina de Armando López Salinas, publicada en 1960 tras quedar finalista del Premio Nadal en 1959, cuenta la historia de Joaquín, un campesino que, a causa del retraso del campo andaluz, dominado por la distribución latifundista de la tierra, se ve obligado a emigrar a la ciudad minera de Los Llanos en busca de trabajo. En el interior de la mina, Joaquín no sólo experimenta y sufre las deplorables condiciones de trabajo a las que son sometidos los mineros en las galerías; también descubre las contradicciones de una sociedad basada en la desigualdad y en la explotación.Una novela donde se escenifica la lucha de clases durante los años de bisagra entre el abandono de la economía autárquica y los primeros pasos hacia el "desarrollismo" económico, que inserta la España de Franco en la órbita del bloque capitalista.Considerada una de las novelas más significativas del realismo social español, La mina ha sido condenada al silencio y al olvido por la crítica literaria española, y lo ha sido porque molesta, ya que quiebra el relato de la Transición; un relato que se ha construido sobre el mito de que grandes hombres con grandes gestos trajeron a España la democracia, cuando, en realidad, la democracia fue consecuencia de la lucha de miles de hombres y mujeres, como los que La mina describe, que dieron su vida por la libertad y la dignidad de un pueblo subyugado. La democracia no ha sido una concesión, sino el resultado de años de resistencia y de lucha. Los gérmenes de esa lucha están presentes en La mina de Armando López Salinas.?

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Información

Año
2017
ISBN
9788446045526
Categoría
Literature
La cuadrilla
Y ése me dijo: Adonde vayas
habla tú de estos tormentos,
habla tú, hermano, de tu hermano
que vive abajo, en el infierno.
Pablo Neruda
«Los hombres del nitrato», Canto General.
Se dirigieron a la boca del «Inclinado». Las paralelas negras de los cables del castillete estaban quietas, paradas. Junto al pozo, los hombres esperaban su turno para bajar en la triple jaula. Antonio saludaba a los compañeros, que le respondían con gesto aburrido. Joaquín, cohibido y como avergonzado, era la sombra del primo de su mujer.
El día estaba azul y quieto, suspendido en un techo muy lejano. Joaquín miró para el cielo antes de meterse en el segundo piso de la jaula y hundirse en la tierra. Unos pájaros, quietos en los cables, piaron desesperadamente cuando la gran polea del castillete se puso en movimiento; echaron a volar. El maquinista dio la señal y la jaula se cerró. Los mineros bromearon para en seguida lamentarse de los tajos que les habían tocado en suerte.
—Vaya un corte malo el que tenemos –dijo un hombre flaco que hurgaba con el pico en el suelo de la jaula–, esa galería cuarta suena a hueco. Y encima –añadió– uno no puede ni ponerse en pie. Vamos a criar joroba.
Joaquín guardó silencio. El ascensor bajaba tan aprisa que el estómago y las tripas parecían desprenderse de su cuerpo, igual que si colgaran. Miró para el hombre flaco: éste tosía y luego escupió contra el suelo metálico.
—Habrá que poner puntales –dijo el hombre al tiempo que aplastaba la saliva contra la chapa del suelo.
Se oía el golpear de las botas de los hombres de la jaula de arriba, el gotear del agua a través del entibado del pozo. Ante los ojos atónitos de Joaquín huían las paredes recubiertas por maderos y chapas de acero. Según se iban hundiendo en la mina, los pensamientos del campesino se alejaban hacia las tierras de Granada, hacia los campos de Los Llanos. «Allí fuera está el sol» –se dijo–. «Los campos llenos de luz; están las tierras y los olivos, y los animales. Los hombres seguirán labrando la tierra, los hombres que tengan tierra...»
Mas no estaba descontento, el jornal de caballista era de nueve duros todos los días. Nueve duros sin contar los destajos; sólo cuando la uva o la aceituna podía ganarse ese jornal en el campo.
—Dices, Antonio, que a veces se puede ganar más, que dan horas extraordinarias.
—Sí. Pero no es bueno estar tanto tiempo bajo tierra, no es bueno ni aunque uno gane unos duros más.
Joaquín calló de nuevo. Se preguntaba cómo sería la galería, el trabajo. «Me han dicho que seré caballista, que tendré cuidao de los animales.»
—Laureano y otros han trabajado en ese frente.
—Ese que habla es el capataz del corte –indicó Antonio a su primo, hablándole bajo para que el otro no se enterara–, distribuye los tajos. Hay que estar a bien con él, pues, cuando los destajos, si te da una capa dura vas listo; no sacas ni para el chocolate del loro. Se llama Felipe y es un mal bicho, suerte que yo no estoy con él, es un soplón. Más de uno se la tiene jurada. El otro se llama Ruiz y es barrenero, el mejor de la cuenca. A ti te toca trabajar en esa cuadrilla.
Las paredes del pozo huyen más aprisa. Se desliza la jaula entre el vapor caliente que asciende desde lo hondo del pozo como un chorro blanquecino, lechoso. Huele a madera podrida, a tierra negra siempre mojada.
—Aquello es muy malo, Felipe, tú lo sabes. No llega el aire de los compresores; a uno le entra ahoguío allá dentro; los maderos están picaos, se los comen las ratas[1] .
—Mira, Ruiz –el capataz se puso serio–, siempre andas protestando y encizañando a los compañeros, un día voy a dar parte de ti a la Dirección. Aquí se necesitan hombres, no mujeres que siempre le están dando a la lengua. Quédate en tu casa si quieres; hay muchos deseando coger el pico.
—Ruiz dice la verdad, casi no llega aire –intervino un minero muy joven.
El que se llamaba Ruiz seguía tosiendo y golpeando el costado de la jaula con su pico.
La jaula baja hasta la primera galería, se detiene. Por la boca iluminada del anchurón surge una bofetada de aire caliente. Se oye el rumor sordo de los compresores. Un grupo de mineros, con los faroles encendidos, echan a andar por el túnel, tienen una hora de camino hasta llegar al lugar de su trabajo. Bajo la luz de los carburos surge el brillo cárdeno de las vías.
Y siguen descendiendo, el calor es, metro a metro, más intenso. Se oye, lejano, el repiqueteo insistente de los martillos que perforan las rocas.
—Son los del turno que acaba, los martillos –indica Antonio a su primo.
«Como los pájaros en primavera», piensa Joaquín, «gritan igual que los pájaros cuando sale el sol, tan deprisa».
Los mineros de la cuarta galería ya han encendido sus faroles.
—¿No hay luz? –pregunta Joaquín.
—Pa las máquinas ya hay. Pa picar basta con el farol, no tienes más que dar y siempre aciertas con la pared –dice un minero más viejo que los otros.
—Es mi primo, se llama Joaquín, va de caballista con vosotros
–presenta Antonio a su primo que, torpemente, estrecha las manos que se buscan en lo oscuro.
—Para muchos años –contestan los hombres.
—¿De dónde eres? –pregunta el capataz.
—De Granada.
—Yo de Almería. Una vez estuve en tu tierra, fui antes de casarme y lo pasé bien. Granaína, puta fina.
—Y de Almería; mocos, esparto y legañas.
—Calla tú, cordobés, que contigo no va –replica Felipe el capataz.
—Esto está muy hondo –dice Joaquín–. ¿Quieren liar un cigarro? –ofrece la petaca buscando la amistad de los mineros.
—No se puede fumar –contesta el minero joven.
—Sí que está hondo. El Inclinao es el más hondo de los cuatro pozos –replica otro.
La jaula se detiene y los hombres salen al anchurón.
—Ven, Joaquín, por aquí.
Los mineros se despojan de sus ropas, la mayoría quedan desnudos de cintura arriba. Se ponen los cascos. Se oye el resoplido de unas caballerías.
—Tú trabajarás en la cuadrilla, Ruiz te enseñará –indica Felipe a Joaquín.
—Hasta la hora de la comida, vendré a verte –dice Antonio.
—Te voy a enseñar los caballos –habla Ruiz.
La mirada entendida de Joaquín cayó sobre los animales. Tenían lomos flacos y se les marcaba el arpa del costillar. De remos huesudos, llenos de cortaduras; la piel sucia. Los animales respiraban con fatiga, una baba negruzca les manchaba la lengua. Tenían una mirada triste, oscura, con un halo rojizo y purulento. De cuando en cuando resoplaban.
—Parece como si tosieran –dijo Joaquín en voz alta.
—Todavía hay quien es más desgraciao que los mineros. Los caballos de la mina no salen nunca de las galerías, aquí les meten y aquí viven y mueren. Se quedan ciegos y se...

Índice

  1. Cubierta
  2. Akal Literaria
  3. Legal
  4. La mina
  5. Dedicatoria
  6. Estudio preliminar
  7. Cuadro Cronológico
  8. La mina
  9. Nota previa
  10. La huida
  11. 09Lacuadrilla
  12. El hundimiento
  13. Otros títulos