Así que pasen treinta años
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Así que pasen treinta años

Historia interna de la poesía española contemporánea (1950-2017)

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Historia interna de la poesía española contemporánea (1950-2017)

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Así que pasen treinta años… Historia interna de la poesía española (1950-2017) es un ensayo que analiza el devenir de la poesía española desde 1950 hasta 2017, escrito desde la conciencia de que la literatura es fruto de los condicionantes histórico-ideológicos de cada época y de la sociedad que la produce. Aquí se recoge la historia de los vencedores, parafraseando a Bloom, pero –y por una vez– también la de los vencidos, porque entre todos han ido edificando y modificando lo que hoy entendemos por poesía. Desde sus páginas se ofrece al lector una panorámica de conjunto, un recorrido ágil y dinámico por las diferentes épocas, estéticas y tendencias que han ido construyendo un "estado de poesía" determinado en la España de los últimos setenta años, partiendo de la definición del concepto de canon, de su evolución y desplazamiento significativo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, y tomando en consideración el valor clasificatorio que, desde el punto de vista histórico-sociológico y artístico, siguen teniendo las generaciones y promociones literarias.

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Información

Año
2019
ISBN
9788446047131
III
EL CAMINO HACIA EL NUEVO DISCURSO POÉTICO (O DE DÓNDE VENIMOS…)
La literatura nunca ha sido unívoca, ni el arte poética un lago calmo y silencioso, un oasis de paz y armonía con una única perspectiva. Y menos en España. A lo largo del siglo XX en la literatura española se han sucedido y, en ocasiones, han convivido (unas veces mejor que otras) múltiples corrientes literarias dentro de una misma generación, de las que es heredera, en unos casos de forma directa y en otros indirecta, la poesía actual.
Partiendo del movimiento modernista y de la austera Generación del 98, pasa luego la literatura hispánica por las vanguardias literarias, sigue con el Simbolismo y Expresionismo, engarza con la Generación del 27 (la rotunda defensa de Góngora y su estética primero; y las peculiaridades de cada integrante después, destacando especialmente el esencialismo de Salinas y Guillén o el simbolismo de Lorca o Aleixandre, pasando por el lirismo de Cernuda); a continuación, con la promoción de autores de la posguerra, se transforma con la poesía existencial o desarraigada (1940-1950), con autores de profundo intimismo existencial, como José Hierro o la poesía social que representan Celaya o Blas de Otero; después llega la Generación del 50, conformada por los nacidos entre 1924 y 1938[1] (que eran todos niños durante la Guerra Civil y por tanto la vivieron de otra manera), una generación plural con voces tan ricas como las de Ángel González, Caballero Bonald, Antonio Gamoneda, el casi olvidado Claudio Rodríguez (cuya poesía es «una mirada de asombro ante la claridad», como la define Teruel Benavente [1992: 196]) o el imprescindible Gil de Biedma, principal poeta de la Escuela de Barcelona.
Estos autores enlazarán luego, aunque sea por oposición, con la promoción de los poetas del 60 (Antonio Hernández, Félix Grande, Ríos Ruiz, etc.) y posteriormente con los Novísimos, tan importantes en el devenir literario del último tercio del siglo, desde que Castellet (1970) creara, con una clara estrategia de marketing, el marbete y aglutinara dentro de él a algunos de los poetas (Pere Gimferrer, José María Álvarez o Leopoldo María Panero) que iban a marcar, con su fractura de la tradición, el devenir de la década siguiente por el cambio ideológico, su ruptura con la penúltima lírica española, la despreocupación hacia las formas tradicionales, la escritura automática o la introducción de elementos exóticos. Como dice Luis Antonio de Villena,
lo que llamamos Poesía […] de siempre se ha bifurcado en dos caminos muy esenciales: la búsqueda o constatación de lo real y la búsqueda o constatación de lo inefable. Lo real –claro es– puede tener distintas anchuras. Y lo inefable ha de entenderse, pese a todo, como finalmente decible, aunque sea tentativamente o casi por secreto (2003: 7).
Sin embargo, conviene ahora delimitar las claves de la poesía contemporánea que tiene sus raíces, más allá del 27, en dos décadas esenciales para la historia poética española del siglo XX: la Generación del 50 y los poetas de la Generación del 80, más especialmente la tendencia principal que fue la Poesía de la Experiencia, con su nueva sentimentalidad de fondo. Porque ahí está el germen en el que se fundamenta la estética a la que responden los autores de la Generación de 2010 (dentro de la cual entrarían, a mi modo de ver, también los llamados millenials), que han venido edificando un nuevo modo de entender la poesía con respecto a la promoción anterior. Y una precisión última: entre 1950 y 1980, en mi opinión, no ha existido ninguna generación intermedia; lo que considero que se ha desarrollado son diferentes promociones con las características propias y diferenciales de lo que implica una promoción, como son las de crear el contexto necesario y la dinámica para que se propicie una nueva generación literaria.
RECUPERANDO LA VOZ. DE LA PROMOCIÓN DE LOS POETAS DE POSGUERRA A LA GENERACIÓN POÉTICA DEL 50
Para entender la poesía de la Generación del 50 hay que partir de cómo queda la literatura española tras la Guerra Civil. La España de los años cuarenta, ya al margen de los poetas que se habían exiliado o habían sido asesinados, se debate en la dicotomía rotunda, según nominación afortunada de Dámaso Alonso (1952 y 1965), entre la clasicista y trascendente «Poesía arraigada» y la existencialista y directa «Poesía desarraigada».
La «Poesía arraigada», que se vincula en muchas ocasiones con la llamada «Generación del 36», está representada por los autores identificados con el régimen franquista, como Dionisio Ridruejo (Sonetos a la piedra, 1943), Luis Rosales (Retablo sacro del nacimiento del Señor, 1940), Leopoldo Panero (Escrito a cada instante, 1949), o Luis Felipe Vivanco (Continuación de la vida, 1949), entre otros. Se trata de una poesía de corte intimista, centrada en el concepto de familia cristiano, y con un tono –en muchas ocasiones– de corte religioso, respondiendo a los parámetros ideológicos de la dictadura. Con ellos, tal como ha aclarado Víctor García de la Concha, se va perfilando «una poética del joven grupo falangista que podríamos sintetizar en dos puntos: atención preferente a un contenido vital; proyección en el quehacer creador de un talante apasionado y heroico» (1973: 192-193). Todo ello claramente visible en la revista Garcilaso (1943-1946), dirigida por el poeta García Nieto, que ejercía como órgano de publicación del grupo de escritores vinculados a este talante estético neopopularista en ocasiones; clasicista casi siempre y cercano al tema amoroso o religioso ambientado en paisajes bucólicos de corte romántico. Mirado con algo más de perspectiva y desde el punto de vista de Félix Grande, que compartimos,
[…] el Garcilasismo es un movimiento que aparece y avanza amamantándose en el retroceso. Podría encontrar varias justificaciones al hecho de retroceder. La más visible: la mansedumbre subsiguiente a una guerra recién vivida. Pero no quiero dejar de calificar a aquel movimiento como retráctil, sobre todo a la vista del magisterio de los poetas del 27. […] El hombre de aquella estética careció de conflicto, de edad, de contingencia, de historia; careció de verosimilitud (Grande, 1970: 12).
Enfrente se sitúa la «Poesía desarraigada», menos afín al régimen, representada por autores como Dámaso Alonso, con su desgarrado Hijos de la ira (1944 y, sobre todo, la edición aumentada de 1946), Carmen Conde (Vidas contra su espejo, 1944)[2] o Vicente Aleixandre (Sombra del paraíso, también de 1944); seguidos por la «Quinta del 42» representada por el primer José Hierro, que es un poeta que asciende desde la angustia del yo hasta el dolor colectivo (Tierra sin nosotros, 1947), Eugenio de Nora (Cantos al destino, 1945), José Luis Hidalgo (con su existencialismo en Los animales, 1945) o Victoriano Crémer (Caminos de mi sangre (1947). La revista de este grupo, Espadaña, implica la angustia existencial, la preocupación por el presente y el futuro afrontada desde la problemática concreta del hombre.
Esta dualidad, fruto del enfrentamiento entre vencedores / vencidos, de la confusión vital y el caos que sobrevienen tras la Guerra Civil, tiene su respuesta en los autores comprometidos de la primera generación de posguerra, que representa la «poesía social» con «voluntad de realismo» (Rovira, 1986: 31) y que se ve reflejada en obras que luego serán fundamentales, como Pido la paz y la palabra (1955) de Blas de Otero, El grito inútil (1952) de Ángela Figuera Aymerich[3], o los Cantos íberos o Las cartas boca arriba de Celaya; o bien la reveladora obra de José Hierro, La quinta del 42, que significa la necesaria reconciliación con lo humano que se necesitaba en ese momento histórico. Es, según José Luis Cano, la «nueva generación poética que acentúa la tendencia antiformalista y antiestética iniciada en 1944 y la lleva a sus últimas consecuencias» (1974: 15). Creo que Cano identifica erróneamente generación y promoción, pero lo importante es que, en ese momento, el poeta convierte al hombre y sus conflictos en protagonistas de una literatura que buscaba transformar la realidad comprometiéndose claramente desde la solidaridad con el otro.
Celaya lo explica muy claramente:
Nuestros hermanos mayores escribían para «la inmensa minoría». Pero hoy estamos ante un nuevo tipo de receptores expectantes y nada me parece tan importante en la lírica reciente como ese desentenderse de las minorías y, siempre de espaldas a la pequeña burguesía semi-culta, ese buscar contacto con unas desatendidas capas sociales que golpean urgentemente nuestra conciencia, llamando a la vida. Los poetas deben prestar voz a esa sorda demanda. En la medida en que lo hagan «crearán» su público, y algo más que un público (1975: 70).
De todas maneras, y como afirma Ayuso, se trata de «poesía social, pero no exactamente de poetas sociales, porque ninguno de ellos lo es en exclusiva, ya que su proceso es largo, y aún en la etapa álgida (década de los cincuenta y comienzo de los sesenta) abrieron otras perspectivas. La poesía social es una etapa, desbordada por los mismos poetas» (1996: 29).
La tendencia se inicia a finales de los años cuarenta y tiene su fin con la antología de Leopoldo de Luis Poesía social española contemporánea 1939-1964 (1965), cuando ya se había convertido, en palabras de Castellet, en «una pesadilla estética» (1970: 17); es decir, unos quince años, poco más o menos en los que la solidaridad del realismo denotativo frente a la injusticia, la lucha de la palabra clara frente al poder, se convierten en los temas básicos de un grupo de poetas centrados en mostrar su compromiso con los demás, con el nosotros que trasciende al yo. Después del sesenta y cinco, hasta para ellos resulta muy restrictivo el término, como en el caso de Eugenio de Nora:
Rechazo, pues (o más bien sitúo en un plano relativamente inferior), la llamada «poesía social» en cuanto pretenda definirse por su tema, o en cuanto ese tema aparezca enfocado desde un punto de vista esencialmente sentimental o anecdótico; acepto por el contrario, como una de las formas superiores de la creación poética, la que lleva implícito (sea cual sea su «tema») un modo de ver e interpretar la realidad que, en vez de ser regresivo (es decir, antisocial), contribuya a elevar el conocimiento, a ensanchar la conciencia, a desencadenar los procesos de superación de ese ser fundamentalmente social y político que es el hombre (1965: 251).
La respuesta al modo de entender la poesía de la promoción de los autores de posguerra la tenemos en los poetas de la Generación del 50 (Gil de Biedma, Barral, Goytisolo, Ángel González, Claudio Rodríguez, entre otros), que son hijos de otro tiempo porque han vivido la Guerra Civil siendo niños, muchos de ellos formando parte de una burguesía que los aparta de la destrucción brutal que supuso, con lo que ellos la habían percibido casi como una extensión de sus vacaciones, según cuenta Gil de Biedma o Barral. Y, «frente al dogmatismo temático (poesía generalmente de contenido social), estos poetas buscan una poesía que sea como un ejercicio de exploración e iluminación interior; es decir, lo que antes era un compromiso ideológico (lo social), ahora es un compromiso poético» (Barroso, 2000: 187).
A la par de la Poesía Social, que convive durante un tiempo con los poetas de la Generación del 50, se desarrollan otras estéticas; entre ellas, el «Postismo», que reivindica la imaginación y trabaja muy en la línea de la recuperación de las vanguardias, especialmente del Surrealismo (Carlos Edmundo de Ory, Gloria Fuertes, Ángel Crespo o Eduardo Chicharro, con su revista Cerbatana); también «Cántico», conformado por el grupo cordobés que creó la revista del mismo nombre y que tiene como figuras principales a los poetas Ricardo Molina, Pablo García Baena, Juan Bernier, Julio Aumente y Mario López. García Baena es quien explica de la siguiente forma las características del proyecto:
El ahondamiento en la búsqueda de la palabra justa, a veces desusada pero siempre precisa, el intimismo llevado como experiencia hacia un paganismo carnal […] ponía sobre el humilde mantel de hule de los racionamientos el poder deslumbrante de Góngora, el erotismo decadente de los modernistas, el ritmo sugestivo y caudaloso de la Generación del 27; los poetas de Cántico hicieron una poesía expresamente impura e intensamente humana, visual, una plenitud armónica de intelecto y sentidos (Alcalá, 2016: 17).
Cántico se gesta Córdoba, en las tertulias del profesor Carlos López Rozas, entre 1941 y 1945, pero nace formalmente como grupo en 1947, fruto de la amistad de varios poetas, liderado por Ricardo Molina; en concreto, Pablo García Baena, Juan Bernier, Julio Aumente y Mario López, a los que posteriormente se ha vinculado a Vicente Núñez[4]. La fecha clave de 1947 resulta capital para los jóvenes cordobeses. Ese año, varios de ellos presentaron obras al prestigioso premio Adonais, sin fortuna; el ganador fue José Hierro con Alegría (y más aún: los accésits se les concedieron a Concha Zardoya por Dominio del llanto;...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Presentación
  5. I. El concepto de canon en la poesía contemporánea
  6. II. La construcción de las generaciones literarias
  7. III. El camino hacia el nuevo discurso poético (o de dónde venimos…)
  8. IV. Y llegó «la otra sentimentalidad»…
  9. V. La Generación del 80. De la Poesía de la Experiencia a las corrientes alternas
  10. VI. Punto de fuga en los noventa. Reinventarse o morir
  11. VII. ¿Qué cantan los poetas de ahora?
  12. VIII. La verdad de la historia. Treinta años no es nada… ¿o sí?
  13. Bibliografía