Hemisferio izquierda
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Hemisferio izquierda

Un mapa de los nuevos pensamientos críticos

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Hemisferio izquierda

Un mapa de los nuevos pensamientos críticos

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Desde la segunda mitad de la década de los noventa asistimos al retorno de la crítica social y política. De las manifestaciones altermundialistas a las campañas contra la Constitución europea, pasando por el avance electoral de la extrema izquierda y las movilizaciones contra el empleo precario, la izquierda de la izquierda ha salido de la "gran pesadilla" de los años ochenta con renovados bríos.La crítica, sin embargo, no se halla sólo en la calle, la batalla de las ideas es, si cabe, más fecunda y enriquecedora que la anterior. Desarrollado por autores como Toni Negri, Slavoj Zizek, Alain Badiou, Judith Butler, Giorgio Agamben, Fredric Jameson, Gayatri Spivak o Axel Honneth, el pensamiento radical ha retornado.¿Cuáles son las teorías que acompañan la aparición de las nuevas luchas sociales? ¿En qué se diferencian de aquellas que caracterizaron tradicionalmente al movimiento obrero? Este libro pretende, desde una perspectiva internacional, cartografiar el nuevo panorama del pensamiento crítico y servir a la vez de brújula para el lector que se introduce en el pensamiento de estos nuevos teóricos de la izquierda.Así, el presente volumen se convierte en una guía esencial para analizar, comprender y profundizar en los trabajos y las teoría de buena parte de los intelectuales más prestigiosos de las ultima dos décadas.

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Información

Año
2013
ISBN
9788432316463
Edición
1
Categoría
Philosophy
IV. EL SISTEMA
Michael Hardt y Toni Negri o la «dicha de ser comunista»
El pensamiento crítico más discutido desde la caída del Muro de Berlín es, indudablemente, la teoría del Imperio y de la Multitud de Michael Hardt y Toni Negri. Evidentemente, los debates dedicados a ella han disminuido en intensidad desde hace algunos años, pero, aun así, representan, como la corriente en la que se inscriben –a veces denominada «negrista»–, uno de los pensamientos críticos más influyentes del momento que fue desarrollado principalmente en dos obras: Empire, aparecida en 2000, y Multitude, en 20041. Se trata de un pensamiento «totalizante» del que ningún aspecto de la realidad se sustrae. Uno de sus innegables puntos fuertes, que explica en parte su éxito, es que mezcla estrechamente sus reflexiones filosóficas con el análisis de movimientos sociales concretos. La multiplicidad de las referencias a las que remite –desde San Francisco de Asís a Foucault, pasando por James Madison y Lenin– agrega encanto a una doctrina que muestra un eclecticismo típico de las teorías críticas actuales. En esto indudablemente se reconocen los periodos de recomposición.
Si bien Hardt y Negri se hicieron mundialmente célebres cuando se publicó Empire, hay que decir que ambos son producto de una historia tumultuosa. Toni Negri fue, a partir de la década de 1960, uno de los impulsores de una corriente innovadora del marxismo europeo, me refiero al operaismo italiano. Sus tesis actuales proceden de esta tradición, por lo tanto, conviene detenerse en este dato. Tanto más por cuanto Negri no es el único heredero actual del operaismo. Mientras otras corrientes del pasado han ejercido poco impacto en los pensamientos críticos contemporáneos, de las doctrinas de los años sesenta y setenta, esta es la que dejó la herencia más vigorosa. Ciertas temáticas elaboradas por sus representantes –por ejemplo, la cuestión de la relación entre la economía y el conocimiento– desde aquellas épocas ocupan un lugar importante en los debates actuales. Entre los pensadores contemporáneos que cruzaron la trayectoria del operaismo podemos contar principalmente a Paolo Virno, a Giorgio Agamben y a Giovanni Arrighi, así como, en Francia, a Yann Moulier-Boutang y otros promotores de las revistas Futur antérieur y Multitude. Pero muchos otros autores que por entonces no pertenecían a esa corriente, como John Holloway o Álvaro García Linera, recibieron su influencia. El exilio de Negri en Francia a comienzos de los años ochenta puso al operaismo en contacto con el (post)estructructuralismo francés2 y particularmente con las obras de Foucault y Deleuze, que ejercieron una influencia determinante en las ideas actuales de Hardt y Negri.
El operaismo
El operaismo (obrerismo) nació a comienzos de los años sesenta cuando Raniero Panzieri fundaba la revista Quaderni Rossi. Panzieri, a quien se unieron rápidamente otros intelectuales como Mario Tronti, Romano Alquati y Massimo Cacciari (futuro alcalde de Venecia) era un teórico y militante sindical excluido del Partido Socialista Italiano (PSI) por oponerse a todo acuerdo con la democracia cristiana. Es interesante señalar que Quaderni Rossi se funda bajo la influencia de Socialisme ou Barbarie, la revista de Cornelius Castoriadis y Claude Lefort creada a fines de la década de 19403. La historia de esta corriente estará jalonada por la creación de nuevas revistas y de nuevos colectivos, entre ellos Classe Operaia, fundado en 1963 por Tronti, Negri y Alquati después de que rompieran con Panzieri (muerto prematuramente en 1964) y Potere Operaio, animado por Negri y rival de Lotta Continua, dirigida por Adriano Sofri. Líder de un grupo disidente dentro del PSI en el Veneto, Negri se unió a Quaderni Rossi desde el segundo número.
El surgimiento del operaismo debe entenderse en su relación con los «años de plomo», es decir, las revueltas obreras y estudiantiles italianas de los años setenta y la consecuente represión del Estado y, particularmente, el «otoño caliente» de 1969. Estas rebeliones desbordaron las organizaciones tradicionales de la clase obrera italiana, sobre todo el Partido Comunista Italiano, al situarse en abierta oposición a ellas. En 1973, aparece otro grupo importante de esa corriente, Autonomia Operaia, alentado por Toni Negri, que ejercerá una influencia determinante en el poderoso movimiento estudiantil de 1977. Toni Negri fue condenado por la supuesta «responsabilidad intelectual» que le cupo en el «terrorismo» de aquellos años, por ejemplo, el de las Brigadas Rojas. Esta es la razón por la que se exilió en Francia antes de regresar a Italia y cumplir su condena a fines de los años noventa hasta que obtuvo la libertad definitiva en 2003. La historia del operaismo se extiende hasta nuestros días y su influencia se expresa en muchos sectores de la izquierda italiana y europea. El periódico Il Manifesto fue publicado por primera vez en 1969 por impulso, entre otros, de intelectuales surgidos de esta corriente4.
El operaismo es una corriente diversa, en la que las posiciones de sus principales representantes han evolucionado considerablemente con el paso del tiempo. «Operaismo» significa «obrerismo» (ouvriérisme). En países como Francia, ese término remite a la (sobre)valorización –no exenta de «antintelectualismo»– de la clase obrera, de su cultura y de sus organizaciones. En Italia, su significación es inversa. Designa la espontaneidad revolucionaria de las fracciones de las clases dominadas que no están –todavía– organizadas. El operaismo considera que la fábrica es el «centro de gravedad» de la lucha de clases. Sostiene que el enfrentamiento de los obreros con los patrones se da en el lugar mismo de trabajo, sin la mediación de sindicatos ni partidos. El operaismo es una corriente antisindicalista y espontaneista. Aun cuando muchas veces se han referido a Lenin y aunque la cuestión de la organización sea central en sus debates, sus representes son hostiles al leninismo tradicionalmente concebido. Este último afirma que el partido debe completar y fecundar la subjetividad de la clase obrera que, librada a sí misma, tiende al compromiso de clase. Los obreristas consideran, por el contrario, que la subjetividad bruta de los trabajadores encierra la «verdad» de la lucha de clases.
Dos características del contexto italiano de la década de 1960 explican esta posición: primero la burocratización y las componendas de las organizaciones de la clase obrera italiana. Se sabe que el PCI ha sido el más «liberal» («policéntrico» se decía en aquella época) de los partidos comunistas europeos. Al mismo tiempo, su estrategia consistió en acercarse progresivamente a otros partidos italianos, orientación que desembocó en el «Acuerdo histórico» establecido con la democracia cristiana a comienzos de los años setenta5. Como lo ha sugerido un comentarista, el Partido Comunista Italiano prácticamente ha salvado el capitalismo italiano al volcar su electorado y su prestigio en la bolsa de las instituciones corruptas del país6. Todo esto llevó al operaismo a desarrollar una desconfianza visceral por la clase obrera organizada, las burocracias sindicales, el PCI y el PSI y a oponerse a su teórico principal, Antonio Gramsci, y, particularmente, a su intérprete autorizado Palmiro Togliatti, el principal dirigente del Partido Comunista Italiano de la época. Mientras en los años sesenta, en otros países –Argentina y Gran Bretaña, por ejemplo– el autor de los Cuadernos de la cárcel constituía un recurso teórico frente a un marxismo leninismo esclerosado, en Italia, era raro encontrar un colectivo y/o un intelectual revolucionarios «extraparlamentarios» que reivindicaran como propia su herencia.
Un segundo proceso que explica la concepción espontaneísta y antisindicalista del operaismo está ligado a las migraciones internas en la Italia de aquel periodo. En el siglo xx, el desarrollo económico de ese país se opera alrededor de una división entre un norte industrializado y un sur más rural. En la posguerra, se intensifican las migraciones de obreros no calificados desde el sur atraídos por las fábricas del norte. Esto da lugar a la aparición de una nueva clase obrera, sociológicamente distinta de la antigua clase obrera italiana. La actitud de los sindicatos frente a esta nueva clase es la defensa del «profesionalismo», es decir, de una forma de corporativismo consistente en controlar la entrada de los nuevos proletarios en el mercado del trabajo7. Por su parte, los operaisti consideran esta nueva clase como un síntoma de las transformaciones que se están produciendo dentro del capitalismo y las categorías subalternas y defienden la idea de que este trabajador es un nuevo sujeto potencial de la emancipación.
Esta idea dará lugar a la teoría del obrero masa, un concepto que designa un tipo de trabajador nuevo, no calificado, proveniente del sur e instalado en las fábricas del norte, que realiza tareas productivas simples y que los operaisti sitúan en el corazón del modo de producción aparecido en Europa después de la Segunda Guerra Mundial8. El obrero masa no tiene ni las competencias profesionales del obrero calificado ni la «conciencia de clase» transmitida de una generación a otra que surge de aquellas. Sin embargo, si hemos de creer en los escritos de los operaisti de fines de la década de 1960 y comienzos de la siguiente, las potencialidades revolucionarias de este nuevo sujeto son, sin embargo, importantes, tanto por razones estratégicas como de fondo. Las organizaciones de la clase obrera rechazan al obrero masa, lo cual permite hacerlo una máquina de guerra contra las «burocracias sindicales». Desde un punto de vista estructural, a causa de su falta de calificación, este trabajador destruye las formas de organización del trabajo en vigor y, particularmente, el fordismo. Y con ello constituye un arma en contra de la división del trabajo.
El discurso desarrollado en Francia, en la misma época, por la Izquierda Proletaria –y otras corrientes del maoísmo francés– relativo a los «obreros especializados» (los famosos «OS») es, en ciertos aspectos, semejante al de los operaisti. El OS se opone al obrero calificado, estructuralmente integrado en el capitalismo de posguerra, poseedor de un oficio y de una subjetividad modelada por sindicatos poco combativos. Como el obrero masa, el OS es depositario de una conflictividad social que los «maos» intentarán alentar. Por otra parte, los maoístas y los operaisti empleaban un repertorio de acciones similares, entre las cuales la práctica de la «encuesta obrera» era una pieza central. Esta práctica se inscribe en una tradición inaugurada en el seno del movimiento obrero en el siglo xix, como lo marca muy bien La encuesta obrera propuesta por el mismo Marx en 1880. Esta práctica testimonia la importancia atribuida por esas corrientes al «factor subjetivo», es decir, a la manera en que las clases dominadas viven subjetivamente la dominación a la que están sometidas. Con todo, también hay diferencias entre los operaisti y los maoístas. Una de las principales es que los operaisti son teóricos refinados, mientras que los maoístas franceses –aun cuando gran parte de ellos surgieron de las grandes escuelas– no produjeron teorías en cuanto pensadores maoístas (las obras de Alain Badiou y Jacques Rancière son más tardías y no tienen nada específicamente maoísta) y hasta consideraban con cierto desdén la producción teórica.
El operaismo defiende la posición contraria al dogma ampliamente difundido en las organizaciones obreras, sean estas comunistas o socialdemócratas: la creencia en el carácter necesariamente positivo del progreso técnico. En sus orígenes, y particularmente con Raniero Panzieri, esta corriente desarrolla una crítica de la concepción apologética de la ciencia y de la técnica que prevalece en el movimiento obrero y en la URSS y las entiende como un aspecto central de la dominación del capital. Panzieri ataca se...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Dedicatoria
  5. Introducción
  6. Primera parte. Contextos
  7. I. La derrota del pensamiento crítico (1977-1993)
  8. II. Breve historia de la «nueva izquierda» (1956-1977)
  9. III. Los intelectuales críticos contemporáneos: una tipología
  10. Segunda parte. Las teorías
  11. IV. El sistema
  12. V. Los sujetos
  13. Conclusión
  14. Otros títulos publicados