II. De dónde viene la deuda
Un paso previo y obligado para poder plantear alternativas realistas y eficaces a la crisis de deuda es analizar cómo hemos llegado hasta aquí. Debemos conocer la dinámica económica que nos ha llevado a la situación de endeudamiento actual, diferenciando por una parte el endeudamiento en que se basó el mal llamado periodo de «auge» económico (1996-2007), y por otra lo sucedido una vez estallada la crisis (2008-2012). Esta distinción es clave para entender cómo el origen del problema es una descomunal deuda privada que, debido a cómo se gestiona, acaba generando también una crisis de deuda pública o soberana.
La otra cara del «España va bien»: hacia una deuda privada insostenible
Los años previos al estallido de la actual crisis son de crecimiento y aparente prosperidad para la economía española. Una dinámica de crecimiento que escondía graves problemas: hipertrofia del sector inmobiliario, insostenibilidad medioambiental, limitada productividad, especialización en sectores de escaso valor añadido y gran vulnerabilidad externa, precariedad laboral y agudización de las desigualdades de todo tipo, son algunos de sus elementos básicos. Pero, en concreto, el aspecto que nos interesa enfatizar para comprender la gestación de la crisis de deuda es la insostenibilidad financiera del esquema de crecimiento. En resumidas cuentas, lo que sucede es que los agentes privados de la economía española (empresas, bancos y familias) registran un desacople entre el gasto que realizan y su capacidad real de ingresos. El resultado es un intenso aumento del endeudamiento.
El crecimiento registrado desde mediados de los años noventa presenta algunas singularidades que merece la pena destacar. Por un lado, el protagonismo desmedido del sector inmobiliario como motor de crecimiento incorpora especificidades relevantes. Como sabemos, la hipertrofia inmobiliaria no habría sido posible de no haberse acompañado de una formidable expansión del crédito, que permitía, no solo a las familias acceder a la compra de vivienda a pesar de los reducidos incrementos en los salarios nominales –incluso el salario real por empleado se redujo un 0,3% anual entre 1996 y 2007 según datos de AMECO–, sino también al sector empresarial y financiero iniciar proyectos de inversión inmobiliaria mucho mayores de lo que su disponibilidad real de recursos les hubiera permitido.
El acceso a la deuda que, de esta forma, alimentó el crecimiento inmobiliario tanto por la vía de la oferta como por la de la demanda, era muy fácil en buena medida debido a la entrada de España en la Unión Económica y Monetaria (UEM). Tengamos en cuenta que la moneda única conllevó en nuestro país una progresiva reducción de los tipos de interés nominales y, fruto de los diferenciales de inflación, una divergencia sostenida de los tipos de interés reales respecto a otros países de la UEM. A esta reducción del coste del endeudamiento hay que sumar la desaparición del riesgo cambiario (el euro es más seguro que la peseta) y la liberalización total de los movimientos de capitales dentro de la Unión. En conjunto, estos factores provocaron una entrada desproporcionada de financiación externa, que alimentó aún más las posibilidades de endeudamiento. Una política financiera laxa que estimulaba el endeudamiento sin un control de riesgos suficiente, la ausencia de políticas públicas de vivienda adecuadas, junto con una legislación favorable a la urbanización completa del territorio, terminaron de configurar el escenario propicio para la formación de una fabulosa burbuja inmobiliaria. Pensemos que entre 1998 y 2007 los precios de la vivienda crec...