La madre
  1. 496 páginas
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No conozco personaje más limpio que una madre, ni corazón con más capacidad de amar que el corazón de una madre. En estas palabras se resume toda la justificación sentimental que llevó a Maksím Gorki a convertir a Pelagia Nílovna Vlásova en una de las protagonistas más universales de la literatura rusa. Una protagonista con su trasunto de carne y hueso: la ciudadana Anna Kirílovna Zalómova, madre del obrero metalúrgico Piotr Zalómov, arrestado por la policía zarista mientras participaba el 1 de mayo de 1902 en la primera manifestación obrera que se celebraba en Sórmovo, una pequeña población de la región de Ivánovo, en el centro de la Rusia europea. La madre es el relato pormenorizado de cómo una víctima, Pelagia, una vieja de cuarenta años, una mujer apaleada por su marido y embrutecida por el trabajo doméstico, un ser simple, ignorante y resignado a su sino (porque su alma, como ella misma reconoce, estaba claveteada como una vieja casa condenada al derribo), es capaz de romper los dos lastres psicológicos que la atan a su condición de paria social -el miedo y la resignación- y convertirse en una combatiente por la libertad, en un sujeto activo de la Historia.

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Información

Año
2008
ISBN
9788446037545
Edición
1
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
Capítulo XXV
Se oyeron ruidos en el porche. Los dos se miraron con un sobresalto.
La puerta se abrió lentamente y entró Rybin con su andar cansino.
—¡Vaya! –dijo sonriendo y levantando la cabeza–. A vuestro Foma le gusta todo: el pan, el vino… ¡Podéis saludarme!
Vestía un abrigo corto manchado de brea y calzaba unas esparteñas de corteza trenzada de tilo. De su cinturón colgaban unas manoplas negras y se cubría la cabeza con un gorro afelpado.
—¿Qué tal de salud? ¿Te dejaron en libertad, Pável? ¿Y a ti, Pelagia, cómo te va la vida...? ¡Bueno…! –y sonrió abiertamente, mostrando sus dientes blancos. Su voz sonaba más suave que antes de marcharse y en su rostro la barba parecía más tupida.
La madre se alegró de verle, se acercó a él, estrechó su mano, grande y morena, y aspirando el sano y potente olor a brea, dijo:
—¡Vaya, así que eres tú...! ¡Me alegro de verte...!
Pável sonreía y examinaba a Rybin.
—¡Qué campesino con tan buena estampa!
Rybin dijo, mientras se quitaba el abrigo:
—¡Sí, campesino otra vez! ¡Mientras vosotros os convertís poco a poco en señores, yo regreso a mis orígenes!
Estirándose la camisa de basto algodón, comenzó a pasearse de un lado a otro de la habitación, abarcándola toda con una mirada de curiosidad, y dijo:
—Por lo que se ve, vuestra propiedad no ha aumentado, pero sí el número de libros. Bueno, decidme, ¿cómo van las cosas?
Y se sentó con las piernas muy abiertas, apoyando las manos sobre las rodillas. Sopesó a Pável con sus ojos oscuros y, sonriéndole amablemente, aguardó la respuesta.
—¡A buen ritmo! –dijo Pável.
—¡Hemos sembrado lo que debíamos y, sin alardear de nada, recogeremos la cosecha, destilaremos nuestra vodka y, luego, dormirermos en nuesto jergón… ¿no es así? –bromeó Rybin.
—¿Y a usted cómo le va, Mijaíl Ivánovich? –preguntó Pável, sentándose frente a él.
—No me va mal. Sobrevivo. He estado en Edílguievo durante todo este tiempo ¿No habéis oído hablar de Edílguievo? Una buena aldea. Dos ferias al año y más de dos mil habitantes… ¡pero mala gente! No hay tierra. Arriendan las parcelas, propiedad de la casa imperial, pero es mala tierra. Me contraté de jornalero con un explotador: por allí hay más que moscas en un cadáver. Hacemos brea, carbón… Me pagan cuatro veces menos que aquí y eso que doblo el espinazo el doble… ¡Así están las cosas!, trabajamos siete personas con él, con ese negrero, todos jóvenes y lugareños menos yo. Todos saben leer. Uno de esos muchachos, Efim, es un chico tan despierto, que da pena…
—¿Y usted qué hace? ¿Habla con ellos? –preguntó Pável, interesado.
—No me muerdo la lengua. Me llevé todas las octavillas de propaganda que recogí aquí: treinta y cuatro tengo. Pero manejo más la Biblia: allí hay muchas cosas que se pueden aprovechar. Un libro gordo, legal, editado por el sínodo… ¡Es de fiar...!
Le hizo un guiño a Pável y, sonriendo, continuó:
—Sólo que con eso no tengo bastante. Y aquí me tienes: para que me des folletos. Venimos dos. Efim me acompaña. Transportamos una carga de brea y dimos un rodeo para venir a verte. Dame unos cuantos folletos antes de que llegue Efim: el muchacho no necesita saber tanto…
La madre miró a Rybin y de pronto le pareció que, además del abrigo, se había despojado de algo más. Ahora parecía más informal y sus ojos miraban con más picardía, no con la franqueza de antes.
—Madrecita –dijo Pável–. Acérquese y traiga algunos libros. Allí saben lo que tienen que darle. Diga que es para el campo.
—¡Está bien! –dijo la madre–. Aparto el samovar del fuego y me voy.
—¿A estos asuntos te dedicas ahora, Nílovna? –preguntó Rybin, socarrón–. Bueno… Hay muchos aficionados a la lectura en nuestra aldea. El que más, el maestro de escuela. Dicen que es un buen muchacho, aunque tiene formación eclesiástica. También tenemos una maestra, sólo que a más de siete kilómetros de distancia. Pero no quieren trabajar con libros prohibidos; son funcionarios y tienen miedo. Así que necesito uno de esos libros prohibidos, uno que sea bastante subversivo, para colocarlo a mano, en algún lugar de la escuela. Así cuando el pope o el policía rural se topen con el libro, pensarán que es el maestro el que difunde las ideas revolucionarias. Y mientras tanto, yo podré pasar desapercibido por un tiempo…
Y satisfecho de su astucia, se echó a reír, enseñando los dientes.
«¡Vaya tipo! –pensó la madre–. Parece un oso y en realidad es un zorro…»
—¿Y usted qué cree? –preguntó Pável–. Si sospechan que es maestro el que difunde la literatura prohibida, ¿lo meterán en la cárcel?
—Pues claro… ¿Y qué? –preguntó Rybin.
—¡Pues que la propaganda la va a distribuir usted y no él! ¡Es usted quien tiene que ir a la cárcel...!
—¡Qué iluso! –sonrió Rybin, palmeándose la rodilla con la mano–. ¿Quién va a sospechar de mí? ¿Que un simple jornalero se dedique a esas cosas...? ¿Es lo normal acaso? Los libros son cosas de señores y, por tanto, son ellos los que tienen que responder…
La madre se dio cuenta de que Pável no estaba comprendiendo a Rybin, porque parpadeaba con frecuencia y eso era señal de que comenzaba a enfadarse. Así que aclaró con tacto y suavidad:
—Mijáil Ivánovich quiere hacer el trabajo, pero que el castigo se lo lleve otro…
—¡Eso mismo! –dijo Rybin, mesándose la barba–. ¡Ya era hora de que alguien me comprendiera!
—¡Mamá! –la interpeló Pável con brusquedad–. Si alguien de nosotros, Andréi por ejemplo, maquina algo haciéndose pasar por mí y luego es a mí a quien meten en la cárcel… ¿tú qué dirías?
La madre se estremeció, miró sorprendida a su hijo y dijo, negando con la cabeza:
—¿Acaso uno se puede comportar así con su camarada?
—¡Ah, ya…! –dijo Rybin, alargando los sonidos–. ¡Ahora te comprendo, Pável!
Y guiñando socarrón a la madre, le dijo:
—Madrecita, éste es un asunto muy delicado…
Y se dirigió de nuevo a Pável con aire didáctico:
—¡Estás un poco verde, hermano...! En estos asuntos de la subversión no hay lugar para la honradez. Si no, piensa un poco… Primera cuestión: el que siempre termina en la cárcel es aquel a quien cogen con el libro encima y no el maestro de escuela. Segunda cuestión: los libros oficiales y permitidos que les dan a los maestros tienen el mismo objetivo que los prohibidos, sólo que su contenido es distinto y en los oficiales hay mucha menos verdad. Es decir, que ellos persiguen el mismo objetivo qu...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Prólogo
  5. La madre
  6. Capítulo I-I
  7. Capítulo II-I
  8. Capítulo III-I
  9. Capítulo IV-I
  10. Capítulo V-I
  11. Capítulo VI-I
  12. Capítulo VII-I
  13. Capítulo VIII-I
  14. Capítulo IX-I
  15. Capítulo X-I
  16. Capítulo XI-I
  17. Capítulo XII-I
  18. Capítulo XIII-I
  19. Capítulo XIV-I
  20. Capítulo XV-I
  21. Capítulo XVI-I
  22. Capítulo XVII-I
  23. Capítulo XVIII-I
  24. Capítulo XIX-I
  25. Capítulo XX-I
  26. Capítulo XXI-I
  27. Capítulo XXII-I
  28. Capítulo XXIII-I
  29. Capítulo XXIV-I
  30. Capítulo XXV-I
  31. Capítulo XXVI-I
  32. Capítulo XXVII-I
  33. Capítulo XXVIII-I
  34. Capítulo XXIX-I
  35. Capítulo I-II
  36. Capítulo II-II
  37. Capítulo III-II
  38. Capítulo IV-II
  39. Capítulo V-II
  40. Capítulo VI-II
  41. Capítulo VII-II
  42. Capítulo VIII-II
  43. Capítulo IX-II
  44. Capítulo X-II
  45. Capítulo XI-II
  46. Capítulo XII-II
  47. Capítulo XIII-II
  48. Capítulo XIV-II
  49. Capítulo XV-II
  50. Capítulo XVI-II
  51. Capítulo XVII-II
  52. Capítulo XVIII-II
  53. Capítulo XIX-II
  54. Capítulo XX-II
  55. Capítulo XXI-II
  56. Capítulo XXII-II
  57. Capítulo XXIII-II
  58. Capítulo XXIV-II
  59. Capítulo XXV-II
  60. Capítulo XXVI-II
  61. Capítulo XXVII-II
  62. Capítulo XXVIII-II
  63. Capítulo XXIX-II
  64. Otros títulos