Adiós, Chueca
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Adiós, Chueca

Memorias del gaypitalismo: creando la marca gay

  1. 336 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Adiós, Chueca

Memorias del gaypitalismo: creando la marca gay

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Un texto contundente, radical, políticamente incorrecto, escrito sin cortapisa alguna, con una crítica directa al corazón mismo del mundo gay, a quienes, en su seno, pusieron en marcha una maquinaria servida por la lógica del capital que ha contribuido a hacer de lo que era (y debe seguir siendo) reivindicación un gran negocio, amparado, como no puede ser de otra forma, por una marca que, "alegre y divertida", en lugar de liberar, genera discriminación y marginación.

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Información

Año
2016
ISBN
9788494528378
Edición
1
Categoría
Social Sciences
Capítulo II
El modelo gaypitalista: construyendo la «marca gay»
Esta irrupción del colectivo gay como fuente de negocio es también una forma de enviar un mensaje: dinero es poder.
«El poder “gay” se consolida en España», Luis Gómez (El País, 2001)
En los noventa comenzó un proceso que a principios del nuevo milenio se blindaría: la conversión de lo «gay» en una rentable marca que manejar, con férreo monopolio, por un grupo de empresarios que ignoraron los aspectos más polémicos de nuestra cultura, nuestra idiosincrasia, nuestra realidad, para centrarse en los más aceptables, folclóricos, vendibles. Y ese proceso empezó en mi entorno, alrededor de mí, sobre mí.
Quedar sepultados bajo toneladas de intereses, ese fue el precio que pagamos todos los que nos opusimos a lo que yo llamo el modelo gaypitalista, un neologismo que une el sustantivo o adjetivo «gay» con «capitalismo», en una clara alusión al modo casi desesperado con el que la comunidad ha abrazado los valores más vorazmente capitalistas, o más bien una elite de esa comunidad que, interesadamente, los impuso como «lo mejor para todos»; los mismos que invisibilizaron a todo aquel que se opusiese a ese modelo convirtiéndolo en un villano, un malvado, enemigo del supuesto milagro gay que ellos estaban «propiciando» (a cambio de pingües beneficios, por supuesto).
Dicho «milagro», en realidad, lo único que revalorizó, resucitó, revitalizó y rescató fue al propio sistema capitalista, salvando a esa sociedad burguesa que se venía abajo, como explicaba yo en tono de humor en mi monólogo Bienvenidos al gaypitalismo[1].
Pero empecemos por el principio.
«El santuario dominical de Shangay Lilí»
Cuando el domingo 31 de octubre de 1993 aparecí por primera vez en público como Shangay Lily, inaugurando mi Shangay Tea Dance, el «circuito» homosexual de Madrid era bastante definido: un reducido conjunto de «locales de ambiente» que se repartía por distintos puntos estratégicos de la ciudad (Ales, Cruising, Rimmel, Lucas, Leather, Black & White, Strong, Adonis…, por Chueca, Gran Vía y Santo Domingo, y el Medea o el Barberillo, de chicas, en Lavapiés); las imprescindibles saunas en las que acabar la búsqueda de corridas exprés, que junto a los canallas after-hours eran el último grito; tres o cuatro cines X que sobrevivían a duras penas frente a la competencia de salas algo más dignas; más toda la larga oferta del tradicional «cancaneo» en parques, urinarios y estaciones que seguía atrayendo a los menos dispuestos a dejarse ver en nada que tuviese el más mínimo aire de estable, unidos a algún que otro «local mixto» o «de moderneo» que explotaba los laureles de la difunta «Movida» con su supuesta tolerancia al «mariconeo fino» como lo llamaba mi amigo Tino Casal (y que, en realidad, era pura colonización de lo más colorido, transgresor y extravagante de nuestra cultura).
En lo social, aún estábamos de resaca de la Expo 92 de Sevilla y Pedro Almodóvar acababa de estrenar su Kika unos días antes, pero lo que todos los maricas teníamos clavado en el subconsciente era a las Diabéticas Aceleradas haciendo ese histórico playback de Un año de amor que originalmente interpretó, penosa y sosamente, Miguel Bosé como la travesti Femme Letal de Tacones Lejanos. Las Diabéticas lo hacían en el Morocco, ante un grupo de «modernas» que nos sabíamos cada movimiento de memoria, al igual que dos años antes nos habíamos aprendido el Vogue de Madonna para ejecutarlo como credencial y carta de presentación «entendida» cada vez que sonase. Lo bailábamos con obstinación en aquella barra del Joy Eslava que Fran de Gonari llenaba de modernos y famosos «entendidos», y lo repetíamos con igual convicción en cualquiera de los numerosos after-hours que poblaban la madrugada hasta el mediodía de drogas, mejores amigos de horas y romances efímeros. Pero, si algo causaba furor, era el play­back. Sus versiones más aceleradas y humorísticas habían llenado la noche de actuaciones baratas, fáciles y vistosas. Tanto que el Escueto y las Productos Lola, las pioneras del fenómeno, languidecían ante un alud de imitadores que pasaban desde los Arrepenti2 (Piti y Charlie) hasta las mismas Diabéticas.
Pero, aunque el playback se vendía como lo más moderno del momento, en el fondo era lo mismo que las transformistas de toda la vida llevaban años haciendo en salas como el mítico Griffin’s (donde Tony Bell, Tina Greco, Barbarella o Angy Kristel nos animaban la vida a muchos a finales de los ochenta), o el Sacha’s y el Gay Club en el que Paco España triunfó, aunque estos últimos, como muchas salas y artistas de este género, en realidad estuviesen más dirigidos al público heterosexual o, como mucho, al «mixto».
A nivel internacional, k. d. lang había salido del armario en una escandalosa portada del Vanity Fair, convirtiéndose en la primera superestrella lesbiana del mundo: vestida de hombre era afeitada por una escultural Cindy Crawford. Los Club Kids vivían su momento de gloria en Nueva York. RuPaul acababa de revolucionar el mundo gay y el de la moda, cantando su Supermodel of the World con un escultural cuerpo negro de 1,93, exquisitamente vestido, maquillado y tocado de espectaculares pelucas, redefiniendo el concepto de drag queen que Divine había popularizado en las películas de John Waters unos años antes. Madonna vivía su momento más rebelde con Erotica y en su gira Girlie Show Tour hablaba abiertamente del sida y el amor homosexual. El outing de Michelangelo Signorile causaba furor y estragos en los Estados Unidos, mientras el paralelo OutRage! de Peter Tatchell hacía lo propio en el Reino Unido. Pero, sobre todo, la recién fundada revista OUT, la consagración de la editorial gay Alyson, el boom de las librerías gays o el arrollador éxito de las primeras novelas de David Leavitt apuntaban ya el nacimiento de una nueva identidad llamada a revolucionar todo lo conocido.
Quizá en Nueva York ya asomasen las primeras evidencias, pero en España nada presagiaba la imparable revolución que nos iba a convertir en los indiscutibles representantes de una nueva discursiva representacional. La displicente indiferencia que había tomado la noche por asalto como mucho podría interpretarse como la calma antes de la tormenta. Pero a todos los que nos vimos atrapados en el centro de aquel tornado incontestable nos pilló por sorpresa la velocidad, rotundidad y entusiasmo con el que aquellos humildes susurros se convirtieron en contundentes discursos, las propuestas en hechos y los sueños en realidades.
Permítaseme resumir el proceso que nos llevó desde una pequeña fiesta dominical, un tea dance, en concreto, hasta los domingos como día institucionalizado para esa emergente nueva identidad. Y de ahí al nacimiento de todo un barrio que se convertiría en la capital de los avances sociales de las siguientes dos décadas. Aclaro que, si me atrevo a poner el acento sobre esa vertiente empresarial como germen de la nueva identidad, ignorando en cierto modo el devenir de las asociaciones y grupos de activistas, es sólo porque fue esa faceta empresarial la que se impuso a toda la comunidad como rasero por el que medir los éxitos. Y como, a todos los efectos, ese sistema, ese rasero, en cierto modo nació en mi Shangay Tea Dance, en la convergencia de propuestas que emergieron de ese lugar y momento, me permito plantearlo como vórtice por el que entró la nueva identidad-ideología-retórica a los noventa.
Un tea dance o «baile del té» es una fiesta temática que ofrece copas y actuaciones tradicionalmente asociadas con la noche a horas inusitadamente tempranas que van desde la británica hora del té, las cinco, de ahí su nombre, hasta el anochecer. Aunque su origen se remonta a la colonización francesa de Marruecos, en donde eran conocidas como thé dansants las fiestas con orquesta para bailar y servir té, café, champán y sándwiches, poco a poco fue pasando a los locales de copas británicos y estadounidenses como una conveniente forma de ofrecer ocio y copas a los ejecutivos o profesionales que no podían permitirse salir hasta muy tarde, ya que debían madrugar al día siguiente.
Es incierto el salto a la comunidad gay sajona, un colectivo en el que desde finales de los ochenta encontraría su mayor significación y resonancia, convirtiéndose, junto con la música disco, los musicales o los espectáculos de transformismo, en verdaderos emblemas de dicha comunidad. Y específicamente de los domingos. Pero algo de importancia tuvo en su intensa reverberación la referencia al té, un término con una especial significación simbólica dentro del mundo homosexual, ya que en los círculos homosexuales británicos los urinarios públicos con cancaneo eran tradicionalmente llamados tea rooms o «salones de té», en una irónica referencia a las similitudes entre el color ambarino de la orina y el de la noble infusión. Del mismo modo, los habituales de este tipo de cancaneo eran conocidos como tea queens o «reinas del té», algo que propició la rápida adopción del concepto tea dance dentro de la comunidad. Si a esto le añadimos la tradición de adornar las convocatorias con pequeños espectáculos o actuaciones musicales, se comprenderá rápidamente la entusiasta implantación que el concepto tuvo en una comunidad rica en lazos con las artes escénicas, musicales y artísticas.
Pero la colosal importancia que este tipo de fiesta tuvo para la evolución de nuestra comunidad fue el tipo de homosexuales a los que, por primera vez, convocó: ejecutivos y empresarios exitosos, viajados y muy familiarizados con la retórica capitalista. Los habituales de estos eventos dominicales eran la viva imagen del éxito, la habilidad profesional y la integración. No era casual. La razón de ofrecer a horas tan tempranas la posibilidad de un ocio que habitualmente sólo se podía conseguir a altas horas de la noche era precisamente cuidar a ese público de profesionales que al día siguiente tendría que madrugar y estar fresco para ir al trabajo. De este modo, por primera vez el ejecutivo exitoso, con cierta medida de poder, integrado, encontraba un tejido social, una red de conocidos y amigos con los que estrechar lazos e ir desarrollando una nueva retórica de poder dentro de una comunidad que hasta entonces había estado sustentada simplemente sobre lo sexual, lo precario y lo anecdótico.
Esa insólita dinámica también revolucionó la retórica homosexual en España. Aunque el Shangay Tea Dance en esencia no se diferenciaba mucho de otras convocatorias de la noche, el cambiar de hora y planteamiento posibilitó la eclosión en nuestra comunidad de un nuevo núcleo representacional, un vector conflictual que hasta entonces había estado ausente del juego de las dialécticas sociales: los que pronto serían conocidos como «gays» (en plural, un detalle monumental a la hora de esquivar el estigma de considerar la etiqueta como identificativa de un grupo disidente, patologizado y medicalizado, como enuncia el uso en singular y en cursiva de «los gay»).
Por primera vez, aquel grupo no era un difuso conglomerado de clases, identidades y objetivos reunidos bajo la mera intención de conseguir sexo. A los Shangay Tea Dance, junto a los habituales guerreros de la innovación, acudía un público cultivado, exitoso, muy acomodado económicamente y, sobre todo, muy integrado en el ámbito profesional más alto de la sociedad. Esta franja de homosexuales, nada dada a frecuentar espacios demasiado evidentes y que veían como «cutres» o ajenos a su estatus, por mucho que al final acabasen todos allí, encontró en esta propuesta su crisol perfecto, una suerte de microclima en el que aquella identidad larvada iba a depositar su crisálida para liberar una nueva mariposa destinada a cambiar la retórica social para siempre.
Por primera vez no se iba a esconder su identidad o posición, sino a alardear de ella. Al Shangay Tea Dance se iba a ver y ser visto, a compartir, a divertirse en sociedad y, por supuesto, a ligar, seducir y ser abierta, provocadora y descaradamente homosexual. Esa confluencia representaba lo mejor de los valores que luego se encumbrarían: éxito, independencia, mundo, exclusividad, clasismo y un nuevo sentido de comunidad homosexual sustentado no en lo sexual, sino en lo social.
A esto habría que añadir un factor que entonces empezaba a estar rabiosamente de moda: el concepto de freelance. Al igual que ese nuevo modo de entender la dinámica laboral, en el Shangay Tea Dance por primera vez se creó una «marca» independiente del espacio en el que se implantaba. El Shangay Tea Dance no era ni el nombre de un local ni de una fiesta exclusivamente creada por un local determinado. Era una marca independiente que se desplazaba por distintos locales, por distintos espacios, seguida por un público fiel y muy enterado de lo último. Eso lo hizo resistente a la tradicional tiranía, control o censura de los dueños de locales y, por lo tanto, capaz de proponer retóricas, mensajes, espacios insólitos para la época. Gracias a esta estrategia freelance fue posible un espacio identitario que habría sido censurado por el dueño del local, espantado de que su espacio fuese categorizado como de «maricas» o «de ambiente» en lugar de «normal». Nosotros, sin saberlo, estábamos esquivando el patriarcado, proponiendo una suerte de chora o, como Julia Kristeva explicaría en términos de semiótica: «El patriarcado opera sobre la lógica binaria de la exclusión – una estricta elección entre Uno u Otro (A o no-A), pero no ambos. Los enunciados semióticos (o poéticos) aceptan la contradicción de que Uno y Otro existan simultáneamente». Así se creó una línea de fuga, que diría Gilles Deleuze, una fisura en la discursiva heterocentrista hegemónica.
Esta línea de fuga, esta chora, esta quiebra de las retóricas sociales y de ocio imperantes hasta entonces, fue doble. Por un lado, liberó al dueño del local en el que se celebraba, o a su plantilla de relaciones públicas, más bien, de tener que responsabilizarse de la afluencia de público, del éxito de aforo. Por ese día, el dueño no se tendría que ocupar del público que pronto empezó a atestar las salas. En cierto modo era como una especie de alquiler de local durante unas horas, algo insólito hasta entonces, insisto. Por otro, dio a los homosexuales acceso a locales que hasta entonces habían estado vetados para los que quisiesen exhibir abiertamente su orientación, deseos o señas culturales. Porque el Shangay Tea Dance se adueñaba del local una noche a la semana, los domingos, independientemente del público que ...

Índice

  1. Cubierta
  2. ADIÓS, CHUECA. Memorias del gaypitalismo: la creación de la «marca gay»
  3. Legal
  4. Introducción. Nos tienen miedo
  5. Capítulo I. Entre la pedrada y el gueto
  6. Capítulo II. El modelo gaypitalista: construyendo la «marca gay»
  7. Capítulo III. Adiós, Chueca: derechización, absurdigays y endohomofobia
  8. ANEXOS
  9. I. Entrevista a Luis Antonio de Villena
  10. II. Nuestra Señora del Cancaneo, monólogo incluido en la obra Burgayses
  11. III. Bienvenidos al gaypitalismo, monólogo incluido en la obra Burgayses
  12. IV. «Shangay Lily contra la Mafia Rosa»
  13. V. Izaskun Montoya, «PSOE y PP apuestan por un Orgullo empresarial»
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