La imaginación socialista
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La imaginación socialista

El ciclo histórico de una tradición intelectual

  1. 192 páginas
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La imaginación socialista

El ciclo histórico de una tradición intelectual

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La imaginación socialista nos presenta los rasgos de la tradición socialista como los propios de un ciclo histórico cerrado. A lo largo del siglo XIX el socialismo exhibe su juventud, con el cambio de siglo llega a su madurez y, desde la mitad del siglo XX, llega a su hibernación. En el presente, estamos ante un extremado agotamiento social, político, ideológico y cultural de la imaginación socialista.

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Información

Año
2016
ISBN
9788432318191
Edición
1
Categoría
History
Categoría
World History
V. EL SOCIALISMO COMO TEORÍA DEL ANTICAPITALISMO
La posición de Marx (1818-1883) en la imaginación socialista es harto singular si la comparamos con los otros socialismos hasta ahora considerados. Vamos a señalar, de entrada, dos aspectos significativos que establecen una diferencia importante entre el primero y los segundos. La intención es subrayar el cambio de orientación que Marx introduce en el imaginario socialista decimonónico. Un cambio que, cualquiera que sea la valoración de este, tendrá una enorme repercusión en el socialismo de finales del siglo xix y del siglo xx. Por otra parte, alguna de estas diferencias nos permitirá lanzar una mirada hacia adelante y señalar la influencia de Marx en el socialismo posterior.
Lo primero que salta a la vista es la pérdida de relevancia en Marx de aquellas dimensiones psíquicas, morales y culturales que tan presentes estaban en los socialismos decimonónicos. Si por algo se caracteriza el socialismo marxiano es por la posición hegemónica que en él alcanza el análisis económico de tipo estructural, lo que supone, a su vez, la pérdida de significación analítica de otras esferas de lo humano. La hegemonía del análisis económico –sustancia de su teoría del anticapitalismo–, de la desaparición del capitalismo y de la necesidad del socialismo, se apodera del campo crítico y propositivo, relegando a un plano puramente epifenoménico las otras dimensiones mencionadas. Todo ello entraña un triunfo de su teoría crítica a la vez que un vacío profundo en la misma. Desde la mirada propia del socialismo de la asociación obrera, uno no sabe muy bien cuál es o debiera ser el perfil humano, psíquico y moral de la clase obrera de Marx, pues su noción de clase simplemente lo obvia por no necesitarlo. Siendo rigurosos, tal clase no se concibe como la verdadera y decisiva agencia humana del cambio socialista, ya que no alcanza en su pensamiento la necesaria condición de subjetividad para serlo. Esto es algo que, sin embargo, había sido trabajado en profundidad por los socialismos decimonónicos, dado el papel específico que asignaban a la clase, a la clase obrera efectiva que se sustanciaba en el movimiento asociativo de la época, en la lucha anticapitalista y en la construcción y gestión del socialismo. La consideración marxiana[*] de la clase tenderá así a cobrar una entidad estructural, en la que resalta su condición de explotada y dominada, su posición en una lucha de clases inexorable, y su papel eminente en la abolición del capitalismo y la llegada del socialismo. Todo sobrado de abstracción teórica y falto de aquellos elementos psíquicos, morales y culturales que serían necesarios para considerar en su integridad a la clase obrera histórica.
Respecto a la teoría de la acción social que subyace a su propuesta teórica, Marx parece contentarse con el armazón de un utilitarismo simplista, única horma de la motivación social y de los intereses de clase en la que se apoya toda su impresionante construcción crítica. Un utilitarismo, ampliamente recubierto de economicismo, que comparte con los economistas clásicos contemporáneos. El capitalismo necesariamente se debilitará por razones de tipo estructural y ofrecerá un flanco facilitador al triunfo del socialismo. En este proceso cumple un papel importante el conflicto de clases, el sufrimiento de la clase obrera y las extrema penosidad que caracteriza su vida en el sistema socioeconómico explotador y dominador. El capitalismo niega de raíz toda felicidad posible a la clase y esta solo podrá alcanzarla en el socialismo, cumpliéndose así el dictado de la lógica utilitarista por lo que a la clase obrera se refiere. Fourier había avanzado mucho trecho a la hora de definir qué era la felicidad en el socialismo y había entendido que cosas como el comer, el sexo, el amor y el trabajo tenían que ser redefinidos en este, pues el socialismo era para él una forma de vivir que exigía la más amplia consideración posible de lo humano. Y lo hacía sin apartarse de la filosofía utilitarista, aunque ciertamente con una completa y minuciosa reconsideración de los fundamentos psíquicos y morales de la misma. Los socialistas de la asociación obrera entendían que la clase estaba llamada a una ingente operación de lucha y de reconstrucción que tenía que llevar a cabo por sí misma y en las condiciones difíciles de un capitalismo que mantenía íntegras sus capacidades. A lo que seguía la necesidad de que la nueva economía y sociedad funcionasen debidamente, cerrando definitivamente el paso a lo dejado atrás. En estas condiciones, la ascesis, la honestidad, el altruismo y, en general, los valores socialistas y una cultura propiamente tal y, por lo tanto, el socialismo como un modo normativo de vida cobraban una importancia decisiva, ajena a toda lógica utilitarista. Este tipo de diferencias hacen que los socialismos decimonónicos no desdeñen el recurso del utopismo, que su imaginación socialista se valga de la utopía, mientras que el socialismo de Marx tienda a separarse lo más posible de ella. El carácter estructural y riguroso del análisis económico que adopta el anticapitalismo marxiano se aleja lo más posible de las exigencias de una «imaginación» realmente imaginativa. El tipo de imaginación que respondía a la importancia que la atracción, la convicción y elección cobraban en los socialismos anteriores. Tres aspectos que propiciaban tanto la concepción de la clase obrera como agencia humana con connotaciones subjetivas, como la idea del socialismo como forma de vida alternativa frente a los males del presente.
En todos los socialismos que hemos examinado hasta ahora –este es el segundo asunto que vamos a considerar en estos párrafos introductorios– encontramos, o bien una somera doctrina del anticapitalismo y una extensa presentación de las características propias del socialismo, o bien una elaboración más equilibrada de ambas. Lo primero está bien presente en Fourier y Cabet, lo segundo encuentra su mejor exponente en Proudhon. Cuando llegamos a Marx la situación es bien distinta. Si por algo destaca su obra es por ser la elaboración más extensa y teóricamente más rigurosa, de la crítica del capitalismo, mientras que los perfiles de lo que pueda ser el socialismo y la manera como este finalmente pueda instaurarse en las sociedades europeas contemporáneas figuran en ella como meros apuntes incompletos y faltos de una articulación precisa. Marx ofrece una esforzada y compleja explicación de las contradicciones endógenas que, según su análisis, aquejan al sistema económico y social capitalista, contradicciones que progresivamente se agudizan a medida que este llega a sus etapas más maduras. Nuestro autor presume, en virtud de este análisis, la tendencia hacia su fracaso por agotamiento histórico como modo de producción viable. Esta parte de su imaginario socialista está servido de manera nunca antes vista, con un rigor conceptual y analítico impresionante. Pero, una vez expedido el certificado de defunción del capitalismo, la obra de Marx solo ofrece retazos de socialismo, así como meras sugerencias de cómo pudiera producirse, de manera controlada, su final y la transición hacia el nuevo y definitivo tipo de organización económica y social.
Llegados a este punto se plantean más preguntas que respuestas o, si se quiere, se deja un campo muy abierto, por incierto, a aquellas corrientes posteriores del socialismo que se autoproclamarán marxistas. No se puede afirmar, sin embargo, que estas puedan ser consideradas desarrollos necesarios y coherentes de lo que fue la obra efectiva de Marx, como si de un asunto de pura exégesis estuviéramos tratando. Conviene recordar que un problema recurrente de la tradición marxista siempre fue la relación entre Marx y el marxismo. En esta cuestión podemos encontrar las posiciones más extremas, desde la negación radical de que Marx pueda ser considerado, en ningún caso, como marxista, y aun que los marxismos históricos hayan supuesto una flagrante tergiversación del pensamiento de Marx, posición bien representada por Maximilien Rubel, hasta la presentación que los diferentes marxismos históricos hicieron de sí mismos como los verdaderos hijos legítimos de Marx. Conservaron y preservaron su herencia inmarcesible y, en todo caso, como piadosos vástagos, supieron interpretar correctamente aquellas partes de su legado menos explícitas. Y no estamos, precisamente, ante un asunto de menor calado. Las preguntas que había que responder eran muchas y se referían a cuestiones de importancia. ¿En qué consiste realmente la revolución socialista y de qué manera hay que hacer el tránsito del modo de producción capitalista al socialista? ¿Cuál debería ser el papel de la clase obrera en todo este proceso? ¿Hay que reservar algún papel al Estado en la revolución socialista? ¿Y después de implantado el socialismo? ¿Tendrá alguna relevancia la política en la nueva sociedad y, en caso de que la tenga, de qué organización política estaríamos hablando? ¿Cuál será la organización efectiva de la economía en el socialismo? ¿Se estructurará la economía de forma centralizada o más bien federativa? ¿Cómo se organiza la producción socialista de bienes, cómo se distribuye entre los trabajadores la riqueza socialista? ¿Cuál será la forma socialista del consumo? ¿Cómo será la organización del trabajo en la nueva economía y en la nueva sociedad? ¿Tendrá el socialismo que crear una nueva ética del trabajo específicamente socialista o, por el contrario, optará por eliminar todo lo posible la necesidad de trabajo productivo y por liberar a los seres humanos de esta pesada carga?
Si volvemos a centrarnos en la obra de Marx no podemos negar que hay en ella sugerencias para orientar las respuesta a algunas de estas preguntas, aunque esto de manera siempre limitada e incompleta, a veces contradictoria. La abrumadora teoría del anticapitalismo elaborada por Marx crea, sin embargo, algunos condicionamientos, no siempre suficientemente precisos, a la hora de desarrollar y completar temas fundamentales de la imaginación marxista. Lo que queremos decir es que su teoría del anticapitalismo adquiere tal vuelo y tal contundencia que necesariamente tendrá efectos, no siempre previsibles, sobre la manera marxista de entender el socialismo. El socialismo marxista estará condicionado por el abrumador aparato analítico y propositivo del anticapitalismo de Marx; y esto no tiene por qué ser considerado necesariamente como una ventaja; puede ser, también, un problema, en algunos casos un serio problema.
Conviene tener en cuenta, como una cuestión previa, una matización importante a la hora de abordar la teoría del anticapitalismo de Marx. Hablando con propiedad, el autor de El capital no ofrece al público una teoría del anticapitalismo, sino la cruda verdad del capitalismo. Su obra principal no es una crítica de la economía política clásica, sino la crítica definitiva de la economía política, y esto quiere decir la abolición de toda economía política posible. Las nociones analíticas fundamentales de Marx, que tendremos ocasión de exponer, aquellas que cimientan toda su labor crítica, no son nociones que busquen ocupar un lugar dominante en la teoría económica de la época y que asuman la posibilidad de discusión, aceptando algún grado de igualitarismo epistemológico con otros conceptos analíticos rivales. Después de Marx, y utilizando una expresión de su gusto, toda teoría económica fuera de la suya será, necesariamente, «economía vulgar». Dicho de otro modo, una economía que ya no dice (ni puede decir) verdad alguna sobre el capitalismo y se ha convertido, consciente o inconscientemente, en pura ideología, en el sentido marxiano del término. Lo sugestivo de Marx es que esta tarea, que hoy parece sobrada de prepotencia intelectual, se despliega con un aparato analítico de alto voltaje y una inteligencia fuera de toda duda. Ciertamente, esto no hubiera podido ser así si la teoría del anticapitalismo de Marx, construida a partir de la base analítica que le ofrecía aquella parte original de la economía política clásica que él admiraba y respetaba, no se hubiera completado con una potente concepción filosófica que es la que, en última instancia, posibilita intelectualmente concebirla como una aportación definitiva y concluyente.
Todo esto tiene bastante que ver con el hecho de que Marx es un autor del siglo xix. Esta determinación de época lo mantiene al margen del eclecticismo analítico y teórico que será propio de tiempos posteriores. Por otra parte, lo que hoy nos parece prepotencia intelectual, es algo común en los medios intelectuales del siglo xix; podía entenderse, entonces, como grandeza de pensamiento y altura de miras. En todo caso, el fuste unidimensional y absoluto del pensamiento anticapitalista de Marx, más el despliegue teórico y analítico con que es elaborado y, finalmente, la capa filosófica que todo lo envuelve para darle el sentido y la significación trascendentes necesarios, pueden ayudarnos a explicar el éxito que finalmente alcanzará. Un éxito sorprendente y, seguramente, fuera de toda previsión.
Las tradiciones intelectuales de la teoría del anticapitalismo de Marx
La teoría anticapitalista de Marx es compleja, y lo es en buena medida porque se articula mediante una combinación de tres tradiciones decimonónicas principales distintas y aun contradictorias entre sí.
Marx nunca renunció a la herencia hegeliana, a su particular concepción del hegelianismo; si la hubiera abandonado, su teoría del anticapitalismo sería privada de su instrumento de orientación, de la brújula que permite dar un sentido progresivo a la marcha histórica de la humanidad oprimida hacia un destino de liberación y armonía. El hegelianismo proporciona a Marx una fundamentación filosófica, con el suficiente rigor intelectual, para ir donde el mero conocimiento empírico no permite ir; para dar un sentido teleológico a los cambios y las transformaciones que el análisis permite establecer, pero para los que no hay un fundamento consistente de direccionalidad en términos puramente empíricos. Marx es muy consciente de ello pues, a pesar de los vacíos ya apuntados de su imaginación socialista, su anticapitalismo pertenece por entero a esta tradición y está enteramente al servicio de la implantación definitiva del socialismo. El relato marxiano no permite una lectura reformista del capitalismo, pues este lleva inscrito en su código genético la enfermedad fatal que lo hará desaparecer. Tampoco es, en absoluto, un cuadro nihilista de la debacle del capitalismo pintado con los tonos tenebrosos de una crítica cultural apocalíptica. La muerte del capitalismo, decretada por la enfermedad terminal que anida en su seno, es la muerte necesaria que abre la posibilidad real del paso controlado hacia la fase definitiva de la organización económica y social de la humanidad. Esta transición no se produce por efecto de un mecanismo ciego de determinaciones objetivas, sino que necesita, además de estas y para otorgarles la dirección y el control necesarios, un sujeto social que efectivamente está ahí y que es, él mismo, una creación del propio capitalismo y la expresión de su espíritu inapelablemente contradictorio. Contradictorio en un sentido dialéctico hegeliano, el que dota a la contradicción de un dinamismo teleológico.
La teoría del anticapitalismo es elaborada por Marx utilizando los recursos conceptuales y analíticos de la economía clásica, la corriente de análisis económico que arranca con Adam Smith, tiene en David Ricardo a uno de sus más importantes teóricos, y acaba su andadura más creativa con John Stuart Mill, en las décadas centrales del siglo xix. Su anticapitalismo solo puede ser debidamente comprendido desde la economía clásica; en ella encuentra el rigor y los instrumentos para hacer lo que ningún socialista había hecho antes que él, y de ella se derivan las limitaciones y las dificultades que la aquejan. La teoría anticapitalista de Marx tiene, como no podía ser menos, un claro perfil decimonónico. Su destino, en tanto que análisis económico, estará parcialmente ligado a los problemas que también sufrirá la economía clásica cuando la forma histórica del capitalismo entre en las transformaciones que suelen relacionarse con lo que conocemos como Segunda Revolución industrial. Con los cambios en materia de producción, de consumo, de organización económica y social del trabajo, de extensión e intensificación de la economía de mercado y sus prácticas de todo tipo. A lo que hay que añadir la creación y consolidación de los estados extensos con nuevas capacidades de intervención económica y social, la política de masas y la progresiva implantación de las formas de la democratización política. Fenómenos que se apuntan en las décadas finales del siglo xix, pero que no alcanzarán toda su relevancia hasta los años de la Primera Guerra Mundial.
La novedad más importante de la obra efectiva de Marx (de lo que realmente elaboró por escrito) es lo que en su obra principal El capital figura como subtítulo: «Crítica de la economía política». El giro de Marx con respecto a todo el socialismo anterior es hacer una teoría del anticapitalismo con todo el rigor conceptual y analítico que exigía la mejor economía política de su tiempo. Es decir, a la altura de los análisis del capitalismo llevados a cabo por aquellas figuras señeras de la economía clásica que Marx respetaba, principalmente Adam Smith y, sobre todo, Ricardo. Mediante esta ingente labor, que ocupó en gran medida los años más creativos de su vida, Marx pudo ofrecer al movimiento socialista un análisis crítico del capitalismo como nunca se había hecho hasta entonces, exhumando todos aquellos elementos que hacían de él un sistema de dominación, desigualdad y explotación económica. Al mismo tiempo, nuestro autor creía poder demostrar, en los términos más rigurosos, las razones por las cuales el capitalismo abrigaba en su seno, en tanto que sistema económico, contradicciones irresolubles que lo hacían históricamente inviable y lo llevaban a una muerte que podía ser prevista. Marx vio en la teoría del capitalismo de aquellos economistas más admirados por él, bien las señales o los síntomas de los graves problemas del capitalismo, bien los conceptos y desarrollos que, desde una mirada radicalmente distinta, podían ser utilizados para desvelarlos. En este sentido, Marx es uno de esos pensadores que extraen sus revelaciones más decisivas de aquella materia que parecería ser la negación más completa de las mismas.
Por último, es la tercera tradición, hay que señalar la importancia que ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Dedicatoria
  5. Cita
  6. Introducción
  7. LA EDAD DE LA FUERZA
  8. I. Comida, sexo, amor y trabajo
  9. II. Comunismo
  10. III. «La humanidad es la obrera de Dios»
  11. IV. La democracia industrial
  12. V. El socialismo como teoría del anticapitalismo
  13. EL CAMBIO DECISIVO
  14. VI. Marxismo
  15. VII. Revisionismo
  16. VIII. Marxismo-leninismo
  17. EL DESENLACE
  18. IX. Socialdemocracia y comunismo en la segunda mitad del siglo XX
  19. Comentario bibliográfico