Qué hacemos con el poder de crear dinero
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Qué hacemos con el poder de crear dinero

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Qué hacemos con el poder de crear dinero

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Qué hacemos con el poder que tienen bancos y gobiernos de crear dinero sin ningún control democrático. ¿Cómo democratizamos el poder de crear dinero que los gobiernos han delegado en los Bancos Centrales? La milenaria historia del dinero es una permanente lucha de poder entre lo público y lo privado por controlar su creación. Pero es también una sucesión de ruinas y fraudes provocadas por la creación incontrolada de dinero artificial. Un repaso a su historia, desde las primitivas conchas de caurí al hoy declinante euro, nos permite conocer las distintas formas en que el capital privado ha intentado someter ese poder a sus intereses, hasta llegar a la actual crisis, provocada por el abuso que el sector financiero ha hecho de la creación de deuda, produciendo astronómicas cantidades de "dinero basura". Ante la complicidad de las oligarquías financieras con los gobiernos, apostamos por alternativas para recuperar el control democrático sobre la creación de dinero, limitar el poder de los bancos y evitar que el dinero ficticio se convierta en dinero basura que acaba dañando la economía.

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Información

Año
2013
ISBN
9788446037873
II. Breve historia de la relación entre el dinero y el poder
1. El poder y el dinero en el Ecumene
Los metales, y particularmente el oro y la plata, fueron ampliamente utilizados como dinero en el Ecumene –nombre que daba la cultura greco-romana al mundo civilizado conocido–, incluso antes del surgimiento de las primeras monedas acuñadas. Las evidencias históricas más antiguas del uso de monedas metálicas se encontraron en el Reino de Lidia (en la actual Turquía) en el siglo vii a.C. De esa misma época son las primeras referencias a la existencia de casas de cambio. Esto no significa que antes no se utilizara dinero en el Ecumene, sino que, o bien el dinero utilizado eran pedazos de metal de alto valor (oro o plata) que se pesaban en cada transacción, como venía ocurriendo durante siglos en Egipto, o bien se utilizaba dinero premonetario.
A diferencia de lo que muestran los hallazgos arqueológicos en China, las monedas acuñadas en Occidente no tienen en principio un fin comercial, sino que están ligadas a un fuerte poder establecido y relacionadas con el pago de tropas extranjeras y otros gastos militares.
Aunque en su origen la moneda acuñada no estuviera pensada para la actividad comercial se aceptó rápidamente entre los mercaderes ya que era un sistema más cómodo y seguro de hacer transacciones. Al haber alguien superior, en este caso un emisor y regulador, que garantizaba el valor de ese trozo de metal, no había que estar pesando los pedazos de metal precioso en cada transacción. La invención de la moneda acuñada, una cierta abundancia de oro en sus territorios y su enclave, situado en medio de las rutas de mercaderes que viajaban entre Oriente y Occidente, impulsaron la actividad comercial en Lidia que llegó a ser una potencia bancaria de la época. Como anécdota hay que recordar que el Rey Midas de la mitología griega era originario de Lidia, y durante siglos se identificó la riqueza con Creso, el último rey lidio.
Tras ser inventada la moneda acuñada, no tardó mucho en inventarse el fraude. Ya en el siglo vi a.C. Policrates de Samos, coetáneo de Creso, parece que pagó con monedas de oro falsas a los soldados espartanos que habían invadido su isla para que se retiraran.
El éxito de Lidia hizo que el uso de las monedas de oro y plata pronto se extendiera por todo el mundo griego. La extensión de la actividad comercial griega por el Ecumene supuso que la acuñación de moneda se extendiera también por Egipto y Siria, hasta el noroeste de la India. A diferencia de la moneda china, las monedas helenísticas tuvieron desde el principio una fuerte relación con el poder. En la Magna Grecia empezaron a acuñarse monedas con las imágenes, e incluso los nombres, de los reyes que las emitían. A partir de entonces la acuñación de moneda por parte de reyes y nobles fue algo común en las ciudades y reinos situados en Grecia y Turquía.
El descubrimiento de un importante filón de plata en el 483 a.C. permitió a Atenas acuñar monedas en abundancia. El que se convirtiera durante los siglos v y iv a.C. en uno de los principales centros culturales e intelectuales del Ecumene no es ajeno a que su moneda, el dracma de plata, fuera durante esa época la más fuerte y prestigiada del Mediterráneo oriental. Pero esto no fue sólo fruto de la casualidad, también fue debido a la utilización productiva que los gobernantes atenienses hicieron de su poder de crear dinero y a su compromiso con la estabilidad monetaria. Temístocles, el arconte de Atenas, distribuyó los ingresos de las minas entre los atenienses más ricos a cambio de que cada uno de ellos financiara una embarcación. Esto permitió a Atenas disponer de la flota griega más poderosa del Mediterráneo. A largo plazo fue el compromiso de las autoridades atenienses de mantener la ley, es decir, la proporción de plata de sus monedas, sin adulterarlas, lo que hizo que la lechuza de sus dracmas fuera aceptada en gran parte del Ecumene y que se reprodujera en muchas monedas de otros reinos como garantía de una moneda de calidad.
La posterior unificación militar y política del Ecumene oriental por Alejandro Magno, junto con el buscado mestizaje social y cultural entre griegos y persas, supuso el primer intento de unión monetaria conocido. Se unificaron los tipos y los pesos de su vasto imperio bajo un doble patrón de oro y plata. El oro era más utilizado por los persas mientras que las monedas de plata eran más usadas por los griegos. Su prematura muerte, y la división posterior de su imperio, abortaron esta temprana unificación monetaria. Aunque su influencia llegó hasta los pueblos centroeuropeos, que adoptaron el estáteras de oro de Alejandro como unidad de medida.
La potencia creciente en el Mediterráneo occidental, Roma, extendió tras las guerras púnicas su influencia y sus monedas. Desde el siglo iii a.C. el denario de plata, una réplica del dracma usado en Grecia, fue la principal moneda de la República de Roma y, más tarde, del Imperio. Si bien el uso del denario fue generalizado por todo el Imperio de Occidente, los romanos no quisieron imponer una unidad monetaria. Únicamente el áureo de oro, como «dinero grande», tuvo una difusión general y fue la primera moneda global del Ecumene. En la parte Oriental del Imperio se permitió la coexistencia de muchas monedas de plata de origen diverso, acuñadas por diferentes ciudades para su uso local o regional. La escasa voluntad de Roma de proceder a una unificación monetaria en su Imperio indudablemente tiene que ver con la falta de compromiso de sus autoridades con el mantenimiento de la ley de la plata que componía el denario. Adulteraron la proporción de plata de su composición hasta límites escandalosos debido a las ingentes necesidades financieras del Imperio. Durante el mandato de Aureliano, en el siglo iii d.C., la moneda romana de plata básica tenia un 95 por ciento de cobre.
A diferencia de la pequeña Atenas, para la cual hacer atractiva su moneda era una forma de incrementar su poder, el inmenso poder de Roma le permitía devaluar su moneda sin que por ello dejara de usarse. Algo parecido a lo que ha hecho EEUU con el dólar. En la práctica, al devaluar la proporción de plata de sus monedas, el Imperio romano impuso el dinero ficticio en los territorios bajo su control. Evidentemente la seguridad en la actividad comercial que Roma imponía en una gran área económica común es lo que permitió que los comerciantes aceptaran el «engaño» de las autoridades, lo de menos era su valor intrínseco.
Nuevos poderes, nuevas monedas en el Mediterráneo
La división del Imperio romano en dos, en el año 395 d.C., consolidó en el Imperio de Oriente a la nueva moneda de oro creada por Constantino I: el sólido bizantino. El sólido mantuvo un valor constante, sin depreciarse, hasta el siglo xii en Oriente. El fuerte y estable Estado bizantino garantizaba su pureza y la invariabilidad de su peso, a diferencia de las adulteraciones que sufrían muchas monedas acuñadas en los reinos cristianos occidentales. También existía un fraude privado, más pequeño individualmente pero que reiterado por aquellos que tenían acceso a mucho movimiento de dinero, también ocasionaba un importante deterioro de la moneda y un enriquecimiento para ellos. El recorte, o limado, de tan sólo unos milímetros de las monedas usadas en los intercambios comerciales proporcionó un amplio margen de beneficios a los comerciantes que cometían esa estafa.
En el sur del Mediterráneo un nuevo poder se afianzaba, el islam, dando lugar a una nueva moneda: el dinar de oro. Acuñado por el califa omeya Abd Al-Malik a partir del año 691, tenía las mismas características que el sólido bizantino. A finales del siglo x el dinar dominaba el mercado más extenso del Ecumene, desde Al-andalus hasta Asia y el África subsahariana.
Mientras, la Europa medieval, segmentada en decenas de reinos y monedas, fue incapaz de tener una moneda de aceptación global hasta el siglo xiii. Sólo la potencia mercantil y económica de Florencia permitió que su moneda de oro pudiera competir con el sólido bizantino y con el dinar islámico en el Mediterráneo. El florín fue adoptado como unidad de medida en numerosos reinos de Occidente. Su declive comenzó a partir de la crisis monetaria del siglo xv, con la aparición de imitaciones de mucha menor calidad, particularmente el florín de Aragón. Paulatinamente fue sustituyéndose como moneda de oro de referencia en el Mediterráneo por el ducado veneciano, que empezó a acuñarse en 1284 y cuyo uso se extendió hasta los inicios del siglo xx.
No obstante, ni el florín de Florencia ni el ducado de Venecia fueron propiamente monedas globales. La estabilidad de su peso en oro y su calidad hicieron que fueran aceptadas, y que sirvieran de referencia como medida de valor, para la emisión de monedas en otras ciudades y reinos, pero cada uno de ellos mantuvo su capacidad de emisión, ya que eran poderes políticos completamente independientes. Además, la circulación de las monedas de esas dos ciudades-Estados, siendo muy importantes para la época en Europa Occidental, y también en Oriente Próximo en el caso del ducado veneciano, no tuvieron el mismo efecto en el conjunto de intercambios comerciales del mundo que el real de a ocho un siglo más tarde.
La historia de las monedas fuertes utilizadas por los grandes mercaderes, nobles y reyes, no debe hacernos olvidar que la mayor parte de la población urbana seguía utilizando monedas «malas» en sus pequeñas transacciones diarias y que el trueque seguía siendo la moneda habitual en el campo. Estas monedas «malas», generalmente de cobre puro o cobre con un poco de plata que se llamaban «moneda negra», no dejan de depreciarse en relación con las fuertes. En las ciudades fabriles esto supuso una importante pérdida de salarios reales de los trabajadores en relación a los precios de los bienes necesarios para subsistir, lo que llevó a algunos levantamientos, como los ocurridos en Lyon en 1516 y 1529.
En este caso el poder no sólo lo detentaba quien emitía el dinero, sino también quien controlaba su distribución. Los comerciantes en Europa durante la Edad Media y el Renacimiento, y en general los ricos, estaban acostumbrados a deshacerse de la «moneda negra» en cuanto la recibían y a conservar las monedas de plata y oro.
2. China: la cuna de los billetes de banco
La reforma agraria impuesta por el primer emperador de la dinastía Tang, la introducción de mejoras técnicas en los arados y el incremento de tierras cultivables mediante importantes obras públicas de irrigación dieron lugar a un extenso periodo en el que se incrementó la riqueza y la actividad comercial en China, lo que permitió aumentar la población, sus niveles de bienestar y los ingresos del Estado imperial. El incremento de intercambios comerciales aumentó el hambre de dinero pero algunas regiones tenían una crónica escasez de metales.
La enorme magnitud de China, cuatro mil kilómetros entre las ciudades más alejadas en el territorio unificado por la dinastía Tang, y de su población, en comparación con los países europeos contemporáneos, explican que esas carencias regionales de metales utilizados en la fabricación de monedas no pudieran ser resueltas transportando grandes cantidades de moneda, ya que era muy caro y peligroso.
Por eso en algunas regiones chinas los comerciantes empezaron a utilizar órdenes de pago al portador, similares a las letras de cambio que surgieron en Europa de manos de los genoveses varios siglos después. Esos documentos privados podían emitirse en una ciudad y ser cobrados en otra en una fecha determinada, por lo que no hacía falta transportar el dinero. Al ser pagables al portador, no a una persona en concreto, podían intercambiarse antes de la fecha de caducidad y por tanto, poco a poco, según fueron siendo más aceptadas, se fueron convirtiendo en dinero.
A medida que esas órdenes de pago empezaron a emitirse en mayores cantidades, tuvieron que ser impresas, dando lugar a algo similar a los actuales billetes, aunque respaldados sólo por casas de cambio privadas, bancos embrionarios.
A finales del siglo x d.C. se organizó en la ciudad de Chengdu, capital de la provincia de Sichuan, un consorcio de estos bancos embrionarios, denominado «las dieciséis casas». Crearon un sistema de compensación entre ellos para evitar la utilización de grandes cantidades de monedas, para agilizar los movimientos monetarios y disminuir los riesgos de una masiva solicitud simultánea de reintegros, esto es, de que se produjeran situaciones de pánico bancario. La sede central de «las dieciséis casas» estaba en Chengdu, pero también tenían sucursales en otras ciudades de la provincia. Su emisión de billetes impresos tenía una validez restringida a la provincia de Sichuan. Esta provincia, del tamaño de España, se convirtió en un importante centro económico e industrial. Pero pronto algunos de estos emisores privados de billetes comprobaron que podían imprimirlos y distribuirlos por un valor muy superior a las reservas que tuvieran en moneda, o en lingotes de plata que era el «dinero grande» más común en China, con la confianza de que nunca se presentarían todos los poseedores de billetes a la vez a cobrarlos. Empezaron a aprender a engañar a sus clientes y socios. Como consecuencia de ello aparecieron los impagos y, por tanto, la pérdida de confianza, la generalización del pánico monetario y las quiebras de las casas de cambio.
Después de varios episodios de estafa financiera durante la dinastía Song, el Estado intervino en la década de 1020 d.C. monopolizando la emisión de billetes, para asegurar que no se produjeran más impagos. Una vez que el Estado chino monopolizó la emisión de billetes hubo un intento de ampliar el territorio de validez del dinero de papel, principalmente hacia la provincia de Shensi, pero...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Presentación
  5. Capítulo I
  6. Capítulo II
  7. Capítulo III
  8. Capítulo IV
  9. Capítulo V
  10. Capítulo VI
  11. Capítulo VII
  12. Otros títulos