Beckett en 90 minutos
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Beckett en 90 minutos

  1. 120 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Información del libro

Beckett en 90 minutos presenta una instantanea brillante de la vida y la obra de este escritor dentro de su contexto historico, y explica, de un modo claro y accesible, el significado, la trascendencia y el modo en que su obra ha transformado nuestras vidas desde entonces.

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Información

Año
2016
ISBN
9788432318177
Edición
1
Categoría
Literatura
Vida y obra de Beckett
Samuel Beckett nació un Viernes Santo, 13 de abril de 1906, en Foxrock, un suburbio de clase media al sur de Dublín situado entre las montañas Wicklow y el mar de Irlanda. Descendía de hugonotes, es decir, de protestantes que escaparon de las persecuciones de los católicos franceses a finales del siglo xviii. Pero hacía ya tiempo que los Beckett se sentían plenamente irlandeses. La familia formaba parte de la próspera minoría protestante de Irlanda, a su vez parte de Gran Bretaña. Los ancestros de Be­ckett no tenían inclinaciones artísticas que sepamos, con la posible excepción de su abuela paterna, Fannie, cuya sensibilidad insatisfecha la empujó a la bebida. Según la leyenda familiar solía encerrarse en su cuarto durante días y días, o pasear por ahí con un loro sobre el hombro que chillaba de celos cuando cualquiera besaba a Fannie.
William Beckett, el padre del escritor, era un filisteo jovial que hizo una considerable fortuna como constructor y especulador inmobiliario. Beckett tenía buenos recuerdos de su padre, con el que daba largos paseos por la campiña yerma, sin árboles, de las cercanas montañas Wicklow. Pero el progenitor dominante en la vida de Beckett fue su madre, May, una mujer alta, de cara larga y carácter difícil que descendía de una familia de terratenientes arruinada. Quienes la conocieron coincidían en que había algo raro en ella, algo que no acababa de encajar en su papel de ama de casa de suburbio convencional. Padecía insomnio y mandó quitar las alfombras de la planta superior para poder oír los pasos de cualquier fantasma que se aproximara. Sin embargo, no era demasiado excéntrica en otros aspectos, aunque era famosa por una obstinación que al parecer su segundo hijo, Samuel, había heredado. El hermano mayor de Beckett, Frank, había salido a su padre, pero pronto se hizo evidente que Samuel era psicológicamente mucho más complicado, algo que a él le desagradaba tanto como a los demás. El resultado fue que se convirtió en un niño solitario, tanto por inclinación como por las circunstancias.
Al joven y reservado Beckett le fue sorprendentemente bien en la escuela, pues tenía buenas dotes intelectuales y destacaba en deportes a pesar de su mala vista. Llevaba gafas redondas de borde metálico desde muy pequeño y las usaría toda su vida. En 1920, a los catorce años, entró en el internado Portora Royal, un colegio privado protestante en la provincia del Úlster, que más tarde se convertiría en Irlanda del Norte. En 1922, Irlanda obtuvo la independencia, pero el Norte de Irlanda optó por seguir siendo parte de Gran Bretaña. Hubo una guerra civil en el Estado Libre de Irlanda entre las dos facciones católicas. Beckett era un colegial y no se enteraría de gran parte de estas cosas, pero sin duda debe haber sido consciente de las revueltas que estaban teniendo lugar. Es difícil saber exactamente qué traumas pudo provocar en Beckett este trasfondo histórico que dejaría una honda huella en su contemporáneo, también irlandés y protestante, el pintor Francis Bacon.
La nueva Irlanda independiente era un país desesperadamente pobre y lleno de problemas, en el que la Iglesia católica tenía un peso enorme y prohibía la anticoncepción. Las familias eran numerosas, lo que no contribuía a aliviar la pobreza de la población católica mayoritaria. Muchos emigraron a Gran Bretaña o Norteamérica por necesidad o ambición, dejando atrás familias tristes y abandonadas. Aunque Beckett nunca vivió en la pobreza en su patria, los personajes, oprimidos y sin esperanza que forman parte de su obra de ficción hubieran podido salir de cualquier calle de Dublín (aunque Beckett solía situarlos en escenarios más cercanos a las Montañas Wicklow). Puede que el hombre poco acomodaticio que había en Beckett fuera un lejano descendiente literario de ese «pobre animal desnudo y bífido» que viera el rey Lear de Shakespeare en la tierra maldita, pero los personajes de la obra de Beckett también son gente real, caracteres sin esperanza pero con mucho humor negro labrados por una desesperación auténtica.
A los 17 años enviaron a Beckett al Trinity College de Dublín, donde estudió lenguas modernas (inglés, francés e italiano). Allí adquirió una gran afición por la cerveza, que consumía en grandes cantidades, y una sed comparable de literatura y filosofía. Al final de su cuarto año obtuvo un puesto en el equipo de críquet de la universidad e hizo con él una corta gira de verano jugando contra estudiantes de otros condados ingleses. (Describió estos partidos en Wisden, la biblia de los aficionados al críquet, siendo el único Premio Nobel cuyo nombre ha aparecido en sus augustas páginas.)
En los exámenes finales Beckett obtuvo la medalla de oro al mejor alumno. Salió de la universidad siendo un joven torpe que como se decía por Dublín, no sin cierta ironía, «había sido educado más allá de su inteligencia». Al igual que a su héroe-filósofo, Descartes, le costaba levantarse antes del mediodía, lo que no casaba bien con su nuevo empleo como maestro en el Campell College de Belfast, una institución para hijos de familias de clase media del Úlster parecida a Portora. Como a muchos otros estudiantes, le desagradaban profundamente los amables asnos que constituían el profesorado y el alumnado; ellos a su vez le consideraban un joven engreído y arrogante. La gota que colmó el vaso fue una amonestación más del desesperado director, quien le recordó que esos estudiantes a los que trataba con tanto desprecio eran «la crema del Úlster». «Cierto», replicó Beckett, «ricos y gordos». Cogió el siguiente tren a Dublín; lo sorprendente es que aguantara dos semestres.
Afortunadamente sus buenas calificaciones del Trinity College le permitieron solicitar un puesto de intercambio como lecteur de la prestigiosa École Normale Supérieure de Francia que le permitiría vivir dos años en París. Nada podía haber gustado más a Beckett. En pocos meses estaba perfectamente instalado en un pequeño cuarto de la Rive Gauche, llevaba boina y tenía los dedos amarillentos de la nicotina de los cigarrillos Galois, un tabaco realmente fuerte. Bebía enormes cantidades de vino tinto barato en los bares del Barrio Latino. Aunque cumplía puntualmente sus obligaciones tutoriales en la École, no parece haberse relacionado mucho con los estudiantes entre los que se encontraban Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, por entonces los estudiantes más brillantes de filosofía. Pero sí conoció a James Joyce, que había publicado Ulises hacía seis años y ya era considerado en ciertos círculos el mejor escritor moderno de Irlanda. El joven, brillante e impresionable Beckett quedó apabullado por un Joyce, también brillante y muy manipulador, que enseguida le puso a hacer recados y a desempeñar labores de secretario.
En 1929 Beckett publicó un ensayo en un libro colectivo en el que alababa la obra de Joyce y se embarcó en la traducción al francés de parte de la nueva novela de este: Finnegan’s Wake. Beckett llegó incluso a ayudarle en la composición de esta difícil obra modernista, tomando al dictado las palabras del autor. Mientras lo hacía ocurrió algo muy curioso. En una ocasión, mientras Beckett leía a Joyce el pasaje que acababa de dictarle, la prosa de Joyce, profundamente alusiva, incluía la palabra «entra», que Joyce no recordaba haber dicho. Tras una discusión al respecto, Joyce recordó que en algún momento alguien había llamado a la puerta y él debió decir «entra». La anécdota gustó tanto a Joyce que decidió dejar intacta la copia de Beckett. Encontramos fácilmente accidentes de este tipo en Finnegan’s Wake:
Not a sound falling, Lispn! No wind no word. Only a leaf, just a leaf and the leaves. The woods are fond always. As were we their babies in. And robins in crew so. It is for me goolden wending. Unless? Away! Rise up man of the hooths, you have slept so long! Or is it only so mesleems?[1].
Por entonces esto era la culminación de la prosa modernista. El joven intelectual Beckett estaba extasiado con la riqueza de las alusiones literarias. Era algo que no podía dejar de admirar y que tal vez un día intentara emular.
A pesar de su timidez, Beckett se había convertido en un joven atractivo. La hija de Joyce, Lucia, emocionalmente inestable, se enamoró enseguida de este hombre alto y taciturno que visitaba el apartamento de Joyce con regularidad. Beckett hizo lo que pudo por no corresponderla, pero al parecer el episodio contribuyó a un colapso nervioso que tuvo la chica algunos años después. También generó cierto distanciamiento con Joyce, aunque la influencia de este sobre las ideas de Beckett fuera más evidente que nunca. Beckett decidió ser escritor y empezó a escribir poemas. Era una poesía joyciana, muy alusiva, con oscuras referencias a todo tipo de escritores en diversas lenguas.
En 1930, una rica heredera, Nancy Cunard, patrocinó un premio de poesía para quien fuera capaz de escribir un poema sobre el tiempo en menos de cien líneas. Beckett se enteró la noche en que finalizaba el plazo de entrega y se quedó despierto hasta la tres de la madrugada escribiendo un poema titulado Whoroscope, basado indirectamente en la vida de Descartes. Empieza así:
¿Qué es esto?
¿Un huevo?
Por los hermanos Boot, apesta a fresco.
Dáselo Gilliot
En las páginas de notas al final del poema explica que a Descartes «le gustaban las tortillas hechas con huevos que tuvieran entre ocho y diez días», que «en 1640 los hermanos Boot refutaron a Aristóteles en Dublín» y cómo «Descartes pasaba los problemas de geometría analítica más fáciles a su mayordomo Gilliot». Whoroscope sigue así durante unas noventa y ocho líneas, llenas de referencias, pero carentes de toda coherencia, con sentido hasta el punto del sinsentido. Esta combinación de arrogancia, erudición, oscuridad y modernidad ganó el premio de Nancy Cunard quien lo publicó en su editorial Hours Press.
A pesar de este pequeño éxito Beckett siguió siendo un individuo claramente solitario, poseído por una profunda y creciente perplejidad psicológica que acababa en depresiones y hondo sufrimiento. Fue por entonces cuando descubrió al filósofo alemán y misántropo del siglo xix, Schopenhauer, cuyas obras están imbuidas de un profundo pesimismo. Según Schopenhauer el mundo es mera representación, un ilusorio velo de maya sostenido por una voluntad malvada. Beckett se convirtió a lo que denominaba «la justificación intelectual de la infelicidad» en Schopenhauer. La humanidad estaba destinada a sufrir: había que aceptarlo y no negarlo alegando algún tipo de defecto psicológico. Más tarde Beckett escribiría que cuando descubrió a Schopenhauer «fue como abrir una ventana en medio de la niebla».
En 1930 se le acabó la beca de lecteur y Beckett hubo de volver a Dublín, donde aceptó con reluctancia un puesto de maestro en su antigua alma mater, el Trinity College. Algunos de sus amigos habían llamado la atención de un editor londinense, quien encargó a Beckett un libro. Quería un monólogo crítico sobre Proust, el autor de la larguísima novela de memorias, En busca del tiempo perdido. La monografía de Beckett rebosa melancolía schopenhaueriana. «No hay forma de escapar del ayer porque el ayer o nos ha deformado o lo hemos deformado nosotros.» Pero en medio de estos despliegues de erudición y de sus intentos por captar al gran escritor francés, Beckett logra centrar su lenguaje en unos cuantos epigramas sucintos. «La realidad sigue siendo una superficie hermética, tanto si nos ap...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Introducción
  5. Vida y obra de Beckett
  6. Epílogo
  7. Cronología de la vida y época de Beckett
  8. Lecturas recomendadas