Socialismo revolucionario y darwinismo social
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Socialismo revolucionario y darwinismo social

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Este ensayo describe y evalúa la actitud del marxismo y el socialismo ante las propuestas de una mejora del género humano siguiendo la teoría de la lucha por la existencia de Darwin. El darwinismo social que cabe calificar de académico pretende lograr esa mejora facilitando la reproducción de los hombres más vigorosos e impidiendo la de los débiles, acudiendo a técnicas y medidas políticas centradas en lo biológico. Dentro de esta trayectoria, Galton y Weismann pasan por ser los fundadores de la eugenesia genéticamente argumentada. En cambio, el darwinismo social de cuño socialista formula una mejora de la humanidad centrada no tanto en lo biológico cuanto en lo social, a saber, solicitando un cambio de las deficientes condiciones de vida y de trabajo, a las cuales se achaca la degeneración biológica del hombre, y luchando contra determinadas costumbres sociales, como las sexuales o las del vestir. Para sustentar esta postura y de acuerdo con una tradición específica del movimiento obrero que procede del siglo XVIII, el marxismo acoge la concepción de la evolución de Lamarck, pues ella permite defender que las cualidades adquiridas socialmente son biológicamente transmitidas a la siguientes generaciones. Tomando como punto de partida las teorías de Marx y Engels, a lo largo del ensayo se revisan las propuestas eugenésicas de autores como Kautsky, Goldscheid, Mannerer y Grotjahn, entre otros. La eugenesia socalista estará presente en los proyectos de la primitiva Rusia soviética y en los debates de la Alemania previa al triunfo del nazismo. Por lo demas, algunos de los argumentos aducidos entonces siguen siendo vigentes cuando se desea tomar postura ante las posibilidades que en la actualidad nos ofrece la tenología médica.

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Información

Año
2014
ISBN
9788446040651
I. Oposiciones teóricas y puntos de contacto entre el marxismo y el darwinismo social
Seguramente, uno no se equivoca al aceptar que las afinidades entre el pensamiento marxista y el darwinismo social se explican por el alto aprecio al darwinismo manifestado por Marx y Engels. Sin embargo, el interés teórico era enteramente unilateral. Después de haber leído finalmente en 1860 El origen de las especies, Marx divisó en este famoso libro el «fundamento histórico-natural para nuestro parecer», si bien lo encontró en general presentado de una «manera groseramente inglesa»; y posiblemente también por este motivo no volvió a entrar en detalles sobre la experiencia de tal lectura. Darwin agradeció cortésmente el envío de Marx de la primera edición de El Capital, pero que lo leyera es, al menos, inseguro (Kirschke, 1983).
«Muy Señor mío:
Le agradezco el honor que me ha supuesto el que me haya enviado su gran obra sobre El Capital; y desearía de corazón ser más digno para recibirla si tuviera un mayor conocimiento del profundo e importante objeto de la economía política. A pesar de lo distintos que son nuestros trabajos, creo que ambos deseamos seriamente la promoción del conocimiento y es seguro que esto, a lo largo del tiempo, contribuirá a la felicidad de la humanidad.
Me reitero de Vd. afmo. y seguro servidor,
Charles Darwin.»
(Carta de Darwin a Marx del 1 de octubre de 1873. El texto original se encuentra en Marx-Engels-Nachlass des Internationales Instituts für Sozialgeschichte, en Amsterdam, catalogado bajo la signatura D. II. 12-1)
En los libros ulteriores de Darwin no se encuentra indicio alguno de una elaboración productiva de la teoría de Marx. Engels, además de la reseña frecuentemente editada de la aportación de Darwin, hizo también muchas anotaciones sobre el contenido y entró en polémica de diversas maneras con las esquinas y los bordes de la teoría de Darwin, sobre todo con la acentuación excesiva del pensamiento malthusiano sobre la lucha por la existencia. Dado que Engels había tenido conocimiento del desarrollo del darwinismo por medio de la Historia natural de la creación, de Ernst Haeckel, se guiaba intuitivamente por la atenuación haeckelsiana del principio de selección. Para Haeckel había que hacer valer con mayor fuerza las continuidades dentro de las especies, así como un doble paso evolutivo de adaptación y herencia en tanto que factores decisivos en la evolución de las especies; como es sabido, él leía su Darwin con gafas lamarckistas. Eso satisfizo a Engels por cuanto que él aceptaba para la historia de la evolución del género humano la progresiva modificación del aspecto interno y externo mediante el proceso del trabajo; una hominización por medio de un salto y explicada a través de una selección interna a la especie no se acomodaba a su concepto de trabajo. Sin embargo, Engels ha dedicado una atención ilimitada a la coexistencia de factores bióticos y sociales y a su relación mutua en el proceso de formación de la especie. En la convivencia social –así se imagina él la historia en su famoso escrito «La contribución del trabajo en la hominización del mono»– tenían los hombres primitivos la necesidad de comunicarse entre sí, y esa necesidad, decía Engels en el más puro lamarckismo, «creó su órgano» (Engels, 1873-1882b, p. 545). No obstante, Engels admitió pronto leyes propias para el mundo social del trabajo –un mundo formado a partir del proceso natural– y se opuso toda su vida a una transferencia de la doctrina darwinista a la sociedad.
Pero, independientemente de esto, el darwinismo fue para Marx y Engels sobre todo un acontecimiento cosmovisional extremadamente importante. Antes que nada, el pensamiento de la evolución, la idea de un origen natural de la vida y de un proceso evolutivo igualmente natural de lo inferior hacia lo superior constituía una prueba muy a propósito para su materialismo histórico. Con ello, la antigua pseudoexplicación teológica y teleológica de la evolución estaba superada; se estaba obligado a aplicar sin limitación alguna el método científico, o sea, dialéctico. Y, finalmente, la conexión genética entre naturaleza e historia se había hecho accesible, junto con la exigencia metodológica de buscar las causas materiales de todos los procesos en los procesos mismos. En El Capital, Marx ha echado mano del pensamiento darwinista de la «tecnología natural» en el reino animal para fundamentar con ello la historia natural del trabajo humano. El darwinismo fue considerado por Marx y Engels como un compañero intelectual, pues constituía una confirmación del fundamento. El peligro de caer entonces en una explicación de la historia vía biología lo atajaron evidentemente con una crítica aniquiladora; Marx frente a Friedrich Albert Lange, mientras Engels entraba en polémica, entre otros, con Ludwig Büchner.
«El señor Lange (Sobre el problema obrero, 2.a ed.) me hace grandes elogios, pero con el fin de darse importancia a sí mismo. El señor Lange ha hecho, ciertamente, un gran descubrimiento. Toda la historia cabe subsumirla bajo una única ley natural. Esta ley natural está en la frase (con este uso la expresión darwinista es una mera frase) “struggle for life”, “lucha por la existencia”, y el contenido de esta frase está en la ley de Malthus sobre población, aún mejor, sobre superpoblación. Así pues, en lugar de analizar el “struggle for life”, tal y como se presenta históricamente en distintas formaciones sociales, no queda sino transformar aquella lucha concreta en la frase “struggle for life” y esta frase en la “fantasía sobre la población” de Malthus. Hay que asumir que éste es un método muy productivo para la ignorancia y la vagancia mental dramatizadas y hechas de forma científicamente amanerada.»
(Carta de Karl Marx a L. Kugelmann del 27 de junio de 1870, en MEW 32, Berlín 1965, pp. 685 ss.)
Pero esto cambió pronto. Y no fue un cualquiera quien emprendió el intento de extraer de Darwin algo más que sólo una confirmación general de la teoría de Marx y quien vio en ella algo más que, simplemente, la cimentación histórico-natural de la concepción materialista de la historia: ¡August Bebel! Este hombre tan extremadamente popular proclamó en su famoso y exitoso libro, La mujer y el socialismo, cuya primera edición apareció en 1878, que el socialismo es «la ciencia aplicada con conciencia clara y conocimiento pleno a todos los dominios de la actividad humana». Y no dejó que hubiera algún tipo de confusión respecto a lo que opinaba con esto: «Las leyes de la evolución, de la herencia, de la adaptación, son válidas para el hombre de igual modo que para cualquier otro ser natural; y si el hombre no representa ninguna excepción en la naturaleza, entonces también tiene que aplicársele a él la doctrina de la evolución […]» (Bebel, 1892, pp. 376, 190). Ciertamente, esto aún no contenía ninguna recomendación social-dar­winista; sólo ahí donde ya se debatía con vehemencia un problema de la humanidad aparentemente inminente, la cuestión de una superpoblación amenazante, opina Bebel con total confianza que en la sociedad socialista será posible regular el «número de la población mediante el modo de alimentación» (Bebel, 1892, p. 375). Pero Bebel estaba ya muy cerca del «pecado original» de transferir las leyes de la naturaleza a la sociedad, un pecado original porque Marx y Engels habían rechazado precisamente de manera tajante. Pues Bebel escribe: «Ya que, en la crianza artificial, la aplicación consciente de las leyes de la naturaleza al mundo vegetal y animal produce efectos realmente sorprendentes, está fuera de toda duda que la aplicación de estas leyes a la vida física y psíquica de los hombres conduciría a resultados enteramente distintos tan pronto como el hombre interviniera autónomamente y fuera consciente del fin y de la meta» (Bebel, 1892, p. 195). Más abajo se mostrará cómo la argumentación de Bebel se adhiere a una visión anterior sobre el gran papel de la ciencia natural en la liberación de la humanidad, tal y como lo defendió especialmente Roland Daniels.
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Victor Adler, August Bebel, Karl Kautsky: tres pensadores socialistas que intervinieron en las polémicas sobre la eugenesia.
Hay que decirlo claramente: Bebel no era ningún darwinista social. Pero, según su convicción, la lucha por la existencia dominaba como principio omnipresente en la sociedad capitalista. Y no albergaba ninguna duda de que, con la superación de la sociedad capitalista, también desaparecería la lucha por la existencia. No obstante, lo que Bebel dejó sin aclarar fueron los medios y las vías de cómo debía ocurrir esto, de si el aumento de población en la nueva sociedad debía ser configurado «planificada y conscientemente con conocimiento de las leyes de su propia evolución». En suma, Bebel dejó sin aclarar el modo de regulación de los problemas sociales de acuerdo con las leyes de la ciencia natural. No obstante, el hecho de que, en principio, la haya admitido, pudo haber sido algo así como el desencadenante, como la rotura del dique en el pensamiento marxista frente al nuevo biologismo.
Así pues, resumamos primero: la más importante idea sobre la relación entre el marxismo y el darwinismo es que ambos son sistemas de ideas soberanos y, en gran medida, inmediatos. Eso no es nada sorprendente, pues uno es una teoría científico-social y el otro una teoría científico-natural.
Completamente distinta es la relación entre el marxismo y el darwinismo social vista desde el lado teórico-científico: ¡ambas son teorías sociales! Aquí se pueden establecer entonces comparaciones entre las más importantes declaraciones o teoremas de ambas teorías. Pero antes de que se pueda comenzar con esta atractiva comparación entre teorías se ha de esclarecer la cuestión de cómo el pensamiento marxista comenzó súbitamente a ocuparse de problemas sobre la eugenesia y de la higiene racial. ¿Por qué ha prestado August Bebel una atención tan grande a esas reflexiones –sin emplear aún estos conceptos?
La respuesta se desprende casi por sí misma de un tema capital en los debates sociales de aquel tiempo. La industrialización que se había impuesto a lo largo de sólo una generación había conducido a un cambio radical de las circunstancias sociales del trabajo y de la vida en la mayor parte de la población de las ciudades y, de modo creciente, también de la del campo. Los lazos familiares tradicionales fueron rotos, el asentamiento en las urbes vino acompañado de un empobrecimiento desmedido, las condiciones de la vivienda eran catastróficas, la alimentación mala e insuficiente, la vestimenta inadecuada, la formación y educación extremadamente insuficientes: todo ello permitió que se dieran la pobreza y la miseria, el desarraigo y la decadencia masiva hacia la cotidianidad más deplorable de la existencia humana. No sólo en la literatura socialista, sino también en la burguesa quedó constancia de una degeneración general física, y con ello también psíquica, de una gran parte de la población (Mann, 1985). Decadencia, angustia por caer en la ruina, inseguridad ante el futuro y reflexiones sobre un tiempo terminal, por un lado; quejas contra la sociedad capitalista y exigencias socialistas para el futuro, por otro, son las que determinaban el panorama. Además, con la mirada puesta en la imagen del proletario industrial reducido a la miseria, esta degeneración fue interpretada literalmente como una evolución que toma suelo y se condensa en lo físico, o sea, como un proceso biótico, antropológico, en tanto que consecuencia de una existencia social miserable. ¿Qué estaba más a mano que detener esa degeneración no sólo mediante la creación de nuevas relaciones sociales de vida, sino también aceptando la ayuda del conocimiento de la ciencia natural, toda vez que la probabilidad de una transformación revolucionaria del capitalismo no parecía estar necesariamente en el orden del día de la historia? En cambio, la ciencia, la eugenesia y la higiene racial se podían poner en práctica inmediatamente. Sólo así se explica que la literatura académica social-darwinista, al igual que la socialista, parecieran convenir únicamente en el punto de partida: la figura lamentable del trabajador depauperado, unida a sus condiciones de trabajo y de vida.
Naturalmente, la diferencia teórico-social en las respuestas era cada vez más grave; y hemos de esbozar aquí a grandes rasgos esas respuestas. La teoría de Marx es considerada como un programa de liberación social, diseñado para los que carecen de privilegios. Y el camino hacia esta meta es, claramente, de carácter social: revolución proletaria, supresión de la propiedad privada en los medios de producción, inicio de una forma de vida comunista que aspira a una igualdad y a una justicia sociales. Totalmente opuesto a esto está el darwinismo social. A él se le atribuye el considerar a los que carecen de privilegios como desechos de la evolución de las sociedades modernas. En tal caso, no se necesitan teorías de liberación para estos pobres y parias, sino ideas para limpiar la sociedad de pobreza y necesidades mediante la liquidación de los pobres y los necesitados. Evidentemente, la sociedad que ha empujado a tantos hombres hasta los márgenes de la cultura, que los expulsa y los abandona en la ruina, es considerada también de modo crítico en un primer momento por el darwinismo social. Pero no se ven las causas de esta desgracia en la omnipotencia de la propiedad privada, ni en el mecanismo de explotación del modo de producción capitalista, sino en una degeneración social de la forma natural de vida del hombre, causada por la cultura industrial. Así pues, la diferencia fundamental entre el tratamiento marxista y el social-darwinista de la sociedad no radica en modo alguno en la perspectiva moral, sino que esa diferencia tiene sus raíces en una base teórico-social enteramente distinta en cada una de esas dos teorías. Marx se fija en el modo de reproducción de la sociedad. Éste, así lo proclama ya en sus primeros escritos, se ha convertido en hostil al hombre, aliena al hombre de sí mismo, al individuo de su especie, y a la especie de la naturaleza. Pero el hombre alienado puede conservar su dignidad; más aún, la salida de este dilema sólo es posible por su acción consciente, la cual ha de ser tal que modifique la sociedad.
«Sólo se reducirá la degeneración de la población industrial mediante la absorción permanente de los elementos vitales del campo.»
(Karl Marx, «El Capital. Primer Volumen», en MEW 23, Berlín 1957, p. 285)
Completamente distintos son los darwinistas sociales. Éstos opinan que, a causa de la cultura industrializada, las condiciones naturales de reproducción del género humano han quedado trastocadas. Pero volverse atrás de ese mundo industrial es impensable. Así pues, se ha de buscar cómo influir en la reproducción natural para, al menos, tener en el futuro la posibilidad de que la humanidad se aproxime de nuevo a su carácter originario de especie, tanto cualitativa como también cuantitativamente. Y eso no debe ser dejado a su propio curso, sino que ha de ser responsabilidad del Estado.
Permanezcamos por el momento en la diferencia esencial entre la teoría de la sociedad marxista y la social-darwinista: el marxismo se centra en las relaciones sociales del hombre, mientras el darwinismo social, por el contrario, en la naturaleza del hombre. Las relaciones sociales más importantes del hombre, las relaciones de propiedad, determinan, según Marx, si los hombres viven libres y felices o, en cambio, en estado de injusticia y esclavitud. Para crear una sociedad libre han de ser transformadas estas relaciones. El darwinista social piensa de otro modo: en la esencia de la naturaleza humana está el que exista desigualdad social. Quien resbala hacia el lado sombrío de la sociedad, sólo obtiene en realidad la factura de su debilidad innata y de su deficiente idoneidad ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Introducción
  5. I. Oposiciones teóricas y puntos de contacto entre el marxismo y el darwinismo social
  6. II. Biologismo y movimiento obrero en la primera mitad del siglo XIX
  7. III. La reunificación del hombre con la naturaleza como motivo de la filosofía de Marx y Engels
  8. IV. Goldscheid-Kammerer-Iltis: estaciones de una argumentación sobre la higiene racial en base al interés proletario de clase
  9. V. Higiene social comunista frente a higiene racial burguesa
  10. VI. Darwinismo social y eugenesia en la socialdemocracia: Kautsky y Grotjahn
  11. VII. ¿Qué ha perdurado?
  12. Cronología
  13. Bibliografía
  14. Otros títulos publicados