Las vacas negras
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Las vacas negras

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Althusser abre su corazón (y su cabeza) en esta autoentrevista, inédita durante cuarenta años, donde aborda las condiciones de posibilidad de una política realmente de izquierdas.Tras el XXII Congreso del Partido Comunista Francés, celebrado en febrero de 1976, Louis Althusser, intelectual de referencia del Partido, concibió una controvertida autoentrevista en la que, alternando las consideraciones teóricas con observaciones sobre las polémicas y entretelas de la política del momento, así como sirviéndose de confesiones personales, reflexiona acerca del curso que debería seguirse a partir de entonces. Crítica severa del Partido a la vez que defensa incondicional de los ideales que lo animan, Las vacas negras es ante todo un texto que traza un programa de una actualidad sorprendente en lo que respecta a la organización de la lucha revolucionaria en un momento que ya es de reflujo.Documento histórico, político, filosófico y también biográfico, esta autoentrevista demuele la persistente imagen de un Althusser dogmático, para restaurar toda la flexibilidad, complejidad y zozobra que habita su pensamiento –uno marxista en tiempos de crisis, como lo son los nuestros.

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Información

II
La contradicción del XXII Congreso
Antes de entrar en su análisis, ¿puedes decirnos cómo se prepara un Congreso del Partido y cómo se ha preparado el XXII Congreso del Partido francés?
Un partido es una libre asociación de militantes que se adhieren a la organización sobre la base de sus estatutos. El órgano soberano del partido es su Congreso, que fija la línea del partido y elige a sus dirigentes, a los miembros del Comité Central, del Buró político, del Secretariado y, dentro de este, al secretario general.
Del Congreso del partido participan los delegados elegidos por la base. En el Partido Comunista Francés, esta elección se realiza mediante un escrutinio de tres grados, por ende, curiosamente menos democrático que el escrutinio electoral burgués actual. Las células eligen a los delegados de la conferencia de su sección. La conferencia de sección elige a los delegados de la conferencia de su federación. La conferencia federal elige a sus delegados del Congreso. Por lo tanto, hay tres etapas de elección. Y cada vez la elección depende del escrutinio mayoritario. Lo que hace que, cuando hay divisiones de opinión dentro del Partido, los minoritarios pueden no tener ningún representante en el Congreso, pues sus delegados fueron quedando eliminados mecánicamente en el camino.
A este mecanismo hay que agregar una práctica que lo refuerza: la de las «comisiones de las candidaturas». De cada conferencia (sección, federación) participa una comisión elegida (pero sus miembros han sido más o menos elegidos de antemano) que examina las candidaturas de los delegados que, en este caso sí, se presentan libremente. En general, no se trata tanto de elegir a los «buenos» delegados como de distribuir la representación social de los delegados, de manera tal que los diferentes estratos sociales estén convenientemente representados (trabajadores, mujeres y jóvenes tienen prioridad). Pero la práctica de esas «comisiones», evidentemente, puede reforzar el carácter poco democrático del escrutinio electoral.
Una vez reunido, el Congreso discute en principio la Resolución que se ha sometido a su consideración y las enmiendas votadas por las células, las secciones y las federaciones, así como las enmiendas individuales que cada militante puede (en principio) publicar en la Tribuna de discusión del Congreso.
La Resolución (o lo que hace las veces de tal) ha sido elaborada por el Comité Central en el transcurso de una de sus sesiones, celebrada con gran antelación a la realización del Congreso, con el fin de que la discusión haya tenido el tiempo suficiente de desarrollarse en todo el Partido. Esta Resolución, en general, se prepara siguiendo las indicaciones del Secretariado del Partido y hasta del secretario general. Formalmente, esta iniciativa no es vinculante y el Partido puede modificarla profundamente, como vimos en el XXI Congreso del Partido[1]. Formalmente, una célula, una sección o una federación hasta pueden presentar y hacer que la dirección del Partido la publique, otra Resolución, pero eso nunca se vio en Francia, al menos desde que Maurice Thorez obtuvo el cargo de secretario general del Partido. De modo que la discusión se desarrolla dentro del marco de la Resolución aprobada y publicada en L’Humanité por el Comité Central.
Con el sistema electoral existente, las enmiendas discutidas por el Congreso generalmente son numerosas, pero con frecuencia sólo se refieren a puntos muy precisos y detalles, como ocurrió en el XXII Congreso. Puede darse que un Congreso enmiende seriamente la Resolución, como en el XXI Congreso, pero en ese caso fue por iniciativa de la dirección del Partido que se puso a la cabeza de la solicitud de enmiendas. Con la mayor frecuencia, la sesión del Congreso nacional no es entonces sino una sesión de registro que se cierra con un voto unánime que consagra la unidad de pensamiento del Partido, aun cuando no sea, en algunos casos, más que una fachada.
Ahora bien, las cosas no siempre fueron así en la historia del Movimiento comunista internacional y ni siquiera en la historia del Partido francés. En los tiempos de Lenin (salvo bajo el comunismo de guerra), los Congresos fueron tumultuosos. A menudo se proponían a los militantes muchas resoluciones, de diferente tendencia. Esas resoluciones se discutían en todos los niveles y los delegados elegidos no siempre se ponían de acuerdo. El voto final del Congreso nunca era unánime y hasta se cita un Congreso o una sesión del Comité Central en la que la posición de Lenin ¡ganó la mayoría por un solo voto! Había, por lo tanto, tendencias, que Lenin reconocía, que juzgaba útiles y hasta fracciones que Lenin no aprobaba, pero a las que debía acomodarse sin dejar de combatirlas. Podrá uno pensar lo que quiera de esas prácticas, juzgar que entrañan serios riesgos para la unidad del Partido, pero sería muy imprudente, en nombre de la Unidad del Partido, preferir a esas formas democráticas las formas actuales, si se tienen en cuenta las divisiones que han producido en el movimiento comunista internacional, con el pretexto de preservar la unidad nacional de los partidos.
Esta realidad está también presente en el malestar que reina en el Partido desde que se celebró el XXII Congreso, pues plantea, ya veremos cómo, la cuestión del centralismo democrático.
¿Puedes decirme por qué respondes a esta entrevista sobre el XXII Congreso del Partido Comunista Francés?
Con mucho gusto. Respondo a ella porque soy comunista y porque, como consecuencia del XXII Congreso, numerosos camaradas se hacen unas cuantas preguntas, abrigan incertidumbres y hasta algunas inquietudes. El Congreso ha respondido a cuestiones fundamentales, pero lo ha hecho de manera a menudo desconcertante. De allí surge lo que conviene llamar cierto malestar.
Tu respuesta no deja de ser paradójica. Pues, por fin, el Partido Comunista Francés ha celebrado su Congreso nacional hace sólo algunos meses. ¿No es precisamente la función de un Congreso permitir que todos los militantes planteen cuestiones y expresen los problemas que les preocupan, a fin de aportarles una respuesta adecuada?
Esa es efectivamente la función normal de un Congreso. Pero el XXII Congreso tuvo una forma muy particular y hubo en él ciertas situaciones extrañas y hasta anormales. Examinaré todo eso.
Para comenzar, los camaradas se encontraron, en L’Humanité del 12 de noviembre de 1975[2], ante lo que el informante de su «Comisión», Jean Kanapa, llamaba un «documento»[3]. Ese término no es indiferente. J. Kanapa lo escogió con gran precisión.
«La Comisión debe subrayarlo, teniendo en cuenta el carácter inhabitual (la bastardilla es mía, L. A.) del documento preparatorio: no se trata de una Resolución (en donde se fijan las tareas del Partido para el periodo inmediato siguiente), ni de Tesis (donde el Partido define para su propio uso tal o cual aspecto de su teoría política), ni de un programa de gobierno (ya tenemos uno[4]). Se trata de un documento fundamental, y a la vez popular, que explica lo que los comunistas quieren para Francia y su pueblo y que muestra cómo creen los comunistas que conviene alcanzar ese objetivo con los trabajadores, con la inmensa mayoría de nuestro pueblo» (la bastardilla es de J. K.).
«En ese espíritu, la Comisión se ha esforzado por desterrar del anteproyecto todo uso de una terminología abstracta y por hablar resueltamente en el lenguaje de todo el mundo» (la bastardilla es mía, L. A.).
Puesto que J. Kanapa, el Comité Central y el Congreso reconocieron públicamente el carácter «inhabitual» del «documento», no haré ningún comentario sobre ese punto.
En cambio, quiero hacer notar que, por primera vez en la historia del Partido Comunista Francés, que yo sepa, y probablemente hasta en la historia del comunismo, un dirigente explica tan claramente la naturaleza de los diferentes documentos que pueden someterse al Congreso del Partido. Lo cual prueba que la dirección del Partido (y esto entra dentro de sus atribuciones) puede decidir qué tipo de «documento» y hasta, puesto que acá se dice claramente, qué tipo de lenguaje contendrá el documento sometido a la discusión de todos los militantes del Partido. Pero prueba, además, que existen muchos tipos de documentos posibles y que la elección corresponde (como es su derecho estatutario) al Comité Central del Partido.
Pero esto significa, al mismo tiempo, que los militantes, evidentemente, no pueden elegir la forma del documento ni su estilo, puesto que ambos les son «propuestos». Esto quiere decir que la naturaleza del documento sobre el cual se basará la discusión, y su estilo, les son prácticamente impuesto por el Comité Central.
Bien sé que formalmente no es impensable que la Comisión encargada por el Comité Central de publicar en L’Huma y en France Nouvelle las intervenciones de los miembros del Partido en sus «Tribunas de discusión» pueda perfectamente decidir dar a conocer otro documento a los militantes, imprimiéndolo en la Tribuna de discusión. Pero un documento como ese supone que el camarada que lo haya redactado tenga los medios de concebirlo y de redactarlo, es decir, disponga de todos los medios de información y de toda la experiencia de las instancias responsables del Partido… y esto es impensable.
Sin embargo, no es imposible según el derecho formal de los estatutos del Partido. Pues los estatutos del Partido fueron redactados de tal suerte que permiten esa posibilidad. Pero, en realidad, semejante situación nunca se ha presentado, por consiguiente, la dirección del Partido nunca se encontró ante la necesidad de una elección como esa ni de una decisión semejante. No hay «jurisprudencia», como dicen los juristas.
No desarrollo aquí todas estas observaciones por el placer de caer en el formalismo jurídico. Por el contrario, estamos hablando de cuestiones políticas muy concretas que, según las circunstancias, hasta pueden llegar a ser importantes. Y las menciono por una razón muy precisa: a causa de la lista de los diferentes documentos susceptibles de ser sometidos a la discusión de los militantes comprometidos con la preparación de un Congreso, lista suministrada, con definiciones extremadamente precisas, por el secretario de la Comisión del Comité Central, el camarada Jean Kanapa.
Esa lista enumera, en efecto, los diferentes tipos de documentos siguiente:
1. Una resolución (definida como el instrumento «donde se establecen las tareas del Partido para el periodo inmediato», lo cual puede aceptarse).
2. Las tesis («donde el Partido define para su propio uso tal o cual aspecto de su teoría política…». Notemos la restricción, difícilmente aceptable: teoría «política» cuando la teoría del Partido no se limita, evidentemente, a la teoría política, pues abarca toda la teoría de la lucha de clases, es decir, el materialismo histórico y la teoría filosófica del materialismo dialéctico).
3. Un programa de gobierno (definido: «ya tenemos uno», lo cual no es una definición, sino una constatación). Podríamos, ciertamente, discutir sobre la validez de estas distinciones. Una resolución puede ser también un análisis, hasta un manifiesto, etcétera. Eso no es lo más importante. Pero lo que sí tiene gran interés es que en esta lista no figura una cuarta especie de «documento», que, sin embargo, es clásico en la práctica del movimiento comunista internacional y que podemos sencillamente llamar, utilizando los términos de Lenin (quien también hablaba «el lenguaje de todo el mundo»), «un análisis concreto de la situación con...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Agradecimientos
  5. Nota del editor
  6. LAS VACAS NEGRAS
  7. Citas
  8. Dedicatoria
  9. I. Presentación del autor
  10. II. La contradicción del XXII Congreso
  11. III. Partidos sin doctrina, partidos con doctrina
  12. IV. Crisis de la teoría marxista
  13. V. Sobre la dictadura del proletariado
  14. VI. Las formas políticas de la dictadura del proletariado
  15. VII. La estrategia del comunismo
  16. VIII. Sobre las «libertades formales»
  17. IX. La dictadura del proletariado y la coyuntura política
  18. X. La cuestión de las alianzas
  19. XI. Sobre el centralismo democrático
  20. XII. Sobre la Unión Soviética
  21. XIII. Sobre el análisis de la lucha de clases
  22. XIV. Sobre la «revolución científica y técnica»
  23. XV. Llamamiento a los camaradas
  24. ANEXOS
  25. Anexo I
  26. Anexo II