Los límites de la historia natural
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Los límites de la historia natural

Hacia una nueva biología del conocimiento

  1. 80 páginas
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Los límites de la historia natural

Hacia una nueva biología del conocimiento

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Desde hace unos setenta años, la historia natural ha tenido como límites las consideraciones de Charles Darwin (1809-82) sobre el mundo de los seres vivos. La base es su teoría de la selección natural. Pero últimamente, esos límites se ven alterados por nuevos desarrollos derivados, en última instancia, de la obra de otro desacreditado evolucionista galo, Jean Baptiste de Lamarck (1744-1829), así como de la de los filósofos de la naturaleza alemanes, notablemente de Johann Wolfgang Goethe (1749-1832). De manera que se abre la posibilidad de que desde una nueva, pero añeja, perspectiva naturalista, el proceso de la selección natural no signifique más que un conjunto de retoques de una dinámica evolucionista dirigida hacia una complejidad siempre creciente. El origen del pensamiento sería un resultado más de una historia natural desprovista básicamente de de la aleatoriedad fundamental que quiso darle Darwin. Sin embargo, lo que epistemológicamente puede ser una cuestión de detalle darwiniano, en la ética adquiere una dimensión superlativa. En efecto, a partir de esos retoques epistémicos nacería una ciencia del comportamiento cuyas connotaciones darwinianas se acentuarían hasta extremos que pocos sospechan y menos estarían dispuestos a aceptar, es posible que por razones justificadas, pero también por lo que puede que sean prejuicios profundos. En esta obra queda actualizada de un modo crítico la biología del conocimiento en esos aspectos epistemoéticos más relevantes para el hombre de hoy.

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Información

Año
2014
ISBN
9788446040613
Edición
1
Categoría
Philosophy
VII. Juegos de supervivencia
Lo deseable y lo posible
Skyrms manifiesta en el prefacio de su libro antes citado que su preocupación estriba en la descripción de lo que pueden ser la ética y la política y no en la prescripción al respecto, es decir, en la reglamentación de lo que dichas actividades deben ser. Tan a rajatabla lleva a cabo esta empresa que en el epílogo reconoce, no sin razón, que algunos lectores pueden preguntarse, en efecto, qué tiene que ver el libro con la ética y la filosofía política. Skyrms afirma con contundencia: «No he dicho nada acerca de cómo los seres humanos deben vivir sus vidas o de cómo se debe organizar la sociedad». Y el autor añade que lo único que «la teoría desarrollada predice es lo que los antropólogos siempre han sabido: que son posibles muchas alternativas de vida social». El epílogo, y por ende el libro se cierra, con un broche de oro: «Incluso a aquellos que pretenden cambiar el mundo les conviene, antes de todo, aprender a describirlo».
Se suele pensar que al reducir un problema a una cuestión cuantitativa lo que se gana en precisión se pierde en una visión amplia y enjundiosa de dicho problema y, al revés, que todo lo que no se llega a cuantificar debidamente puede presentar, por supuesto, una visión amplia del problema, pero que es imprecisa y sujeta a vaguedades que degeneran en las típicas verborreas literarias donde hay más retórica que otra cosa. En este sentido, Skyrms va bastante más allá que Ridley y, sobre todo, que Wright y, por supuesto, que Dawkins. Ya no se trata de describir el mundo cambiando una historia moral tradicional por otra historia posmoderna en la que el bien y el mal no son lo que siempre han parecido ser. Se acabó la retórica. Ahora tenemos, simplemente, la presentación de estrategias de supervivencia que prosperarán o no según las interacciones que se den entre las mismas, y términos como altruismo, egoísmo, justicia, bien común, imperativo categórico, ayuda mutua, conocimiento, compromiso, racionalidad, etc., quedan reducidos al rango de etiquetas mnemotécnicas para describir dichas estrategias de supervivencia que pueden, en todo caso, recordar lo que alguna vez significaron estos términos, significados que, en el tratamiento de Skyrms, pierden completamente su sentido habitual. Es decir, Skyrms utiliza esos términos como variables que en ciertas situaciones dinámicas alcanzarán determinados valores, independientemente de que éstos sean deseables o no desde un punto de vista personal o, incluso, social.
Para Skyrms, los replicadores, solos o en compañía de otros, dotan a los seres vivos de ciertas propensiones comportamentales. Estas propensiones se pueden ver alteradas por mutación o por recombinación entre los replicadores, y, naturalmente, por aprendizaje (lo que equivale a mutaciones y recombinaciones varias, no ya de los replicadores propiamente dichos, sino de las propensiones mismas en los organismos que, como el hombre, tienen esta posibilidad)1. Cada propensión es, por así decirlo, una estrategia de supervivencia. Entonces los organismos «juegan» con sus estrategias (en realidad «se la juegan», por que la vida les va en ello). Y según las proporciones de los mismos que se encuentren en juego, florecerán unos y sucumbirán otros. Es decir, al menos en principio, no parece haber estrategias más fuertes, o más abocadas al éxito, que otras; todo depende de qué otras estrategias estén en juego y en qué proporción. Dicho de un modo directo, a veces compensará ser «bueno», en el sentido más tradicional de la palabra, y a veces no; a veces, la virtud será la mejor estrategia, a veces, el vicio y la corrupción serán, valga la contradicción, lo adaptativamente más rentable.
Trivialmente, en el juego de la supervivencia perder o ganar depende de la obtención de los recursos necesarios para salir adelante. Pero, se insiste, existen dos problemas principales, primero hay que encontrar dichos recursos y, en segundo lugar, hay llegar a los mismos antes que los que compiten por la satisfacción de las mismas necesidades. Veamos a continuación ciertos desenlaces posibles.
El juego de la justicia distributiva
Dividamos el mundo entre seres codiciosos y modestos, independientemente de que haya más de los unos y menos de los otros. Imaginemos seguidamente que dos de los individuos de ese mundo tienen que dividirse un pastel (recursos para sobrevivir), pero de tal manera que si las dos partes solicitadas superan el 100% del pastel, ninguno obtiene nada, mientras que si la división alcanza a menos del 100% del pastel, cada uno obtiene lo que solicita, pero menos de lo que hubieran podido conseguir. Es más, por las razones genéticas y ambientales varias antes indicadas, cada organismo tiene propensión a solicitar cierta parte del pastel, lo que significa que en las divisiones bipartitas los codiciosos se aprovechan de los modestos, pero ¡ojo! no de los codiciosos (la situación es parecida a la de los halcones y palomas ya presentada, con la diferencia de que aquí subyacería una componente ética más a las claras, es decir, ¿es la «virtud» de la modestia una buena estrategia de supervivencia?).
Como situación límite, supongamos que los codiciosos, individualmente, exigen el 100% del pastel y los modestos, asimismo individualmente, el 45%, y, además, que en la población hay una mayoría de codiciosos. Entonces, una vez que empieza el juego, claramente los codiciosos siempre pierden, porque si interaccionan con codiciosos, entre ambos solicitan un 200% del pastel, y si interaccionan con modestos, entre ambos solicitan un 145% del pastel, en estos casos nadie obtiene nada. Pero cuando un modesto interacciona con otro, entre ambos solicitan un 90% del pastel y ambos obtienen lo que piden, luego, en estas circunstancias, los modestos aumentarán en la población a costa de los codiciosos que acabarán desapareciendo del mapa. A los efectos ¡la modestia habrá triunfado sobre la codicia!
Sin embargo, si introducimos otro personaje, el justo, que exigirá el 50% del pastel, éste, según la ética tradicional, será más encomiable que el modesto que, en el fondo, es un cobarde: no exige lo que le correspondería en justicia. De hecho, si la población se compone de justos y modestos (que solicitan el 45%), los justos siempre obtendrán en sus interacciones bipartitas más que los modestos que acabarán, a su vez, desapareciendo del mapa. También desaparecerán los codiciosos (que solicitan el 100%) en una población de justos y codiciosos. Triunfa pues, el justo medio aristotélico, el equilibrio griego, la justicia de siempre. Técnicamente se dirá que, en las condiciones descritas, la estrategia del justo es evolutivamente estable, puesto que ni la del modesto ni la codicioso la pueden alterar.
La apariencia es que si por medio del azar se impone la justicia, es como si hubiera un poder oculto benévolo (una mano invisible) que propiciara la operación. Pero no, la idea de Skyrms es que por casualidad puede haber justicia en ciertas situaciones y no en otras. Así, supongamos que entra en escena una población de modestos y codiciosos (mitad y mitad) en que los primeros solicitan, en los intercambios al respecto, 1/3 del pastel, y los codiciosos 2/3. Entonces todos los modestos en sus interacciones, ya sean éstas con modestos o codiciosos, obtendrán 1/3 del pastel y los codiciosos obtendrán, por término medio, también 1/3 porque en la mitad de sus interacciones, con los codiciosos, no obtendrán nada, pero en la otra mitad, con los modestos, obtendrán 2/3. Lo interesante del caso, es que si en este escenario entran algunos justos, éstos desaparecen, porque cuando interaccionan con un codicioso no obtienen nada, y cuando lo hacen, la otra mitad de las veces –aproximadamente (ya que hay algunos justos)– con los modestos, obtienen menos de lo que obtienen, por término medio, los codiciosos con los modestos, luego, en general, sistemáticamente esos justos consiguen menos pastel (recursos, no se olvide) que codiciosos y modestos, o sea que como han aparecido desaparecen. Esta situación, ¿injusta?, entre modestos y codiciosos es evolutivamente estable con respecto a un ataque por parte de los justos. Y lo mismo ocurre si las estrategias son en vez de 1/3 – 2/3, 1/100 – 99/100, es decir, siempre y cuando una codicia determinada se vea compensada con una modestia complementaria.
O sea, que según estos ejemplos, la virtud, bajo la forma de justo medio, sólo triunfaría por casualidad. Lo que antes, en Wright y Ridley, eran, en general, razones más bien argumentales, ahora serían certezas numéricas. Y lo que vale para la justicia, sirve para la eficacia. Por ejemplo, en la situación 1/3 – 2/3, no sólo fracasa la justicia, sino también la eficacia, porque, por término medio, en las interacciones operantes se desaprovecha 1/3 del pastel.
Pero, ¡sorpresa!, Skyrms transforma el problema, para hacer más manejables las simulaciones informáticas, y encuentra que mientras en más partes se divida el pastel, más posibilidades tienen de triunfar las estrategias justas, que se...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Cita
  5. Prólogo
  6. Agradecimientos
  7. Primera parte. Bases naturalistas del conocimiento
  8. I. Ciencia y evolución biológica
  9. II. La selección natural dirigida
  10. III. La física y la biología
  11. Segunda parte. Comportamiento naturalista
  12. IV. Del código genético al código moral
  13. V. Cónyuges, parientes y terceros en discordia
  14. VI. Variaciones sobre el dilema del prisionero
  15. VII. Juegos de supervivencia
  16. Epílogo
  17. Bibliografía
  18. Otros títulos publicados