Libro V
1. Virgilio y los cuatro estilos de elocuencia
[1] Después, al haberse tomado Eusebio un momento de respiro, todos en un armonioso murmullo comentaban entre sí que Virgilio no debía considerarse menos orador que poeta, que en él no sólo se mostraba un gran conocimiento de la oratoria, sino una diligente observancia del arte retórica.
[2] Y Avieno dijo: «Tú, el mejor entre los sabios, quiero que me aclares, si, como es lógico, estamos de acuerdo en que Virgilio fue un orador, si le aprovecharía más Virgilio o Cicerón a alguien que deseara aprender ahora el arte de la oratoria».
[3] «Me doy cuenta de lo que pretendes», contestó Eusebio, «qué te propones, hacia dónde tratas de arrastrarme, evidentemente por donde no quiero en absoluto: a la comparación entre Marón y Tulio. Discretamente me has preguntado cuál de los dos es mejor, puesto que por fuerza aprovechará más el que más se destaque. [4] Ahora bien, quiero que me liberes de esa alta y profunda dificultad, puesto que no me atrevería a disponer tan gran certamen entre aquellos de los nuestros, ni a parecer el autor de una sentencia a favor de una u otra parte. Únicamente me atreveré a decir que la elocuencia del mantuano es múltiple y multiforme, y abarca todo tipo de estilo. He aquí, pues, que en vuestro Cicerón hay un solo tenor de elocuencia: abundante, fluído y copioso. [5] La naturaleza de los oradores no es simple ni única, sino que fluye y redunda; a saber, uno aparenta hablar breve y conciso; otro suave, seco y sobrio ama una cierta frugalidad en la dicción; el otro es abigarrado con un discurso denso, rico y florido. En tan gran desemejanza de todo, evidentemente sólo se encuentra a Virgilio como quien ha utilizado cada uno de los estilos».
[6] Responde Avieno: «Quisiera que me mostraras esta diversidad con mayor claridad por medio de ejemplos».
[7] Contesta Eusebio: «Son cuatro los estilos oratorios: copioso en el que domina Cicerón; breve en el que reina Salustio; seco que se adscribe a Frontón; denso y florido en el que antaño se consideraba a Plinio Segundo y ahora a nuestro querido Símaco, no inferior a cualquiera de los antiguos. Pero sólo en la obra de Marón encontrarás estos cuatro tipos. [8] ¿Quieres escuchar cómo habla aquél con tanta brevedad que la propia brevedad no podría apretarse y contraerse más?
y los campos donde estuvo Troya...
Helo ahí, con poquísimas palabras captó la grandeza de la ciudad, la destruyó, no dejó ni su ruina. [9] ¿Quieres que diga esto mismo con gran profusión?
Llegó el último día y el momento inevitable
para Dardania: fuimos troyanos, existió Ilión y la enorme
gloria de los teucros. El fiero Júpiter trasladó todo
a Argos; los danaos señorean la ciudad en llamas.
¡Patria! ¡Morada de los dioses, Ilión, y famosas en la guerra
murallas de los dardánidas!
¿Quién la matanza de aquella noche, quién explicará los estragos
con palabras o podría igualar con sus lágrimas el dolor?
Una ciudad antigua se derrumba, habiendo dominado tantos años.
¿Qué fuente, qué torrente, qué mar ha producido una inundación con tantas olas como éste con sus palabras? [11] Acudo ahora al estilo seco:
Turno, cuando antes volando se había adelantado a la lenta columna,
acompañado con veinte jinetes escogidos y de improviso ante la ciudad
se presenta; le transporta un caballo tracio
motea...