El redescubrimiento de la sensibilidad
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El redescubrimiento de la sensibilidad

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El redescubrimiento de la sensibilidad

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Se analiza en este libro el renacer de la lírica y la novela en la Europa del siglo XII: la eclosión del mundo literario del amor cortés, juego sutil del espíritu refinado de los trovadores, y de las aventuras caballerescas, empresas fantásticas que encontrarán en la figura de Arturo y sus caballeros sus mejores ejemplos, conforma el signo de la alta y refinada visión de un mundo sentimental y espiritual, al servicio de nobles damas y caballeros. Frente al desarrollo histórico de la burguesía y de los espacios urbanos por una parte, y de la institucionalización del matrimonio por la Iglesia, por la otra, el mundo del amor cortés y el de la caballería van quedando como reducto de la pasión, el erotismo refinado y la aventura. Estos temas, su trasfondo mítico y su expresión poética novelesca de largos ecos en la cultura europea son tratados en este ensayo con gran pulcritud.

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Información

Año
2014
ISBN
9788446040668
Edición
1
Categoría
Filosofía
I. El renacimiento del siglo xii
Es un tópico hablar de «Renacimiento del siglo xii» desde el libro del medievalista americano Charles H. Haskins (The Renaissance of the Twelfth Century, Cambridge-Mass., l927) Destacaba él ante todo los signos de una renovación de los saberes intelectuales en esta época: progreso de los estudios del clero, aumento de las bibliotecas y del conocimiento de la literatura latina, desarrollo de la teología, la historiografía, el derecho y las ciencias, y aparición de las primeras Universidades.
Otros estudiosos han añadido a esa lista la renovación de las artes en general y la rápida progresión de las literaturas en lenguas vulgares. Los factores de renovación de la cultura tienen raíces sociales muy hondas y responden a un vasto espectro de fenómenos: «decadencia de la nobleza feudal, primer esbozo de las monarquías tradicionales, reforma monástica, resurgimiento del dualismo maniqueo, movimiento de las Cruzadas, depuración del latín, interés por el árabe y el griego, retorno al derecho romano, nuevos avances en la ciencia médica, sistematización de la filosofía y la teología, desarrollo de las Escuelas, primer esbozo de lo que serán las Universidades, progreso de las lenguas y las literaturas “nacionales”, difusión del arte románico y nacimiento de la arquitectura ogival» (M.de Gandillac).
El término de «Renacimiento» aplicado a esta centuria, y especialmente a su segunda mitad, está muy admitido y resulta muy claro incluso por sus mismas connotaciones. Como ha indicado E. Panofsky, pudo aplicarse también al «Renacimiento carolingio» (de comienzos del s. ix), pero aquél fue un movimiento cultural mucho más reducido y más clerical. (Cf. E. Panofsky, Renacimiento y renacimientos en el arte occidental, cap. 2. Trad. esp. Madrid, l975). Podemos recordar, por otro lado, que ya hubo antes un primer Renacimiento del clasicismo antiguo en la Grecia del siglo ii d. C., de amplio espectro retórico y artístico. Pero cada renacimiento supone una renovación con dos aspectos: mira hacia los modelos del pasado para imitarlos y reconstruye con ellos un programa para el futuro. Conviene que destaquemos la decisiva ampliación de horizontes que esta renovatio supuso en muchos terrenos, y en especial en la eclosión de las literaturas en idiomas vulgares. Es una evolución expresiva que va acompañada de cambios de mentalidad y de sensibilidad.
Aunque los estudios clericales y lo que podríamos llamar alta cultura, como la teología, la filosofía, los tratados científicos y la historiografía siguen escribiéndose en latín, lengua de los clérigos y de las escuelas catedralicias, aparece ahora una literatura profana, mundana y autónoma, que se expande en los círculos cortesanos en lengua vulgar. Está dirigida a los nobles, damas y caballeros, y burgueses acomodados que, ansiosos de cultura y diversión, saben poco o ningún latín, pero escuchan a los poetas y narradores, y aprenden a leer para su propio gusto. Ese humanismo vulgar apoya las nuevas pautas literarias, distintas de los patrones religiosos y clericales. Este público está asociado a los nuevos poetas, troveros y trovadores, y a los novelistas y poetas épicos, e impulsan las nuevas tendencias del arte, así como las normas de la «cortesía», los ideales del «amor cortés» y las ficciones de andanzas caballerescas.
Frente a los siglos anteriores asistimos a una progresiva difusión de esa cultura refinada y cortés que va muy en sintonía con nuevos hábitos sociales, en un mundo menos rústico y menos guerrero que el de la nobleza feudal anterior. El refinamiento de las costumbres, la mayor emancipación de la mujer en las capas nobles, las crisis espirituales, y una moral mucho más rica en matices y más relajada, son claros indicios de esa transformación social y sentimental iniciada a fines del siglo xi y comienzos del xii. En oposición a y al margen de la cultura religiosa de centros monásticos, dominante en tiempos en que la clerecía detentaba el monopolio de la escritura, ahora surge una nueva literatura de temas mundanos, que exalta la guerra, el amor y las hazañas de los caballeros, al servicio de un público noble y más refinado que los señores feudales de antaño. La sociedad caballeresca de esta «segunda edad feudal» intenta paliar la rudeza de sus costumbres con los hábitos amables de la cortesía y reclama de la literatura una estilizada representación de su imagen, en el espejo de un código ético adecuado a su imagen del mundo, atenta a sus ocupaciones predilectas: la guerra y la política, pero también al amor, que ahora aparece como uno de los grandes goces de la vida noble.
La formación de ricas y variadas cortes feudales, donde los nobles imitan el esplendor y el lujo de la corte regia, ofrecen nuevos hogares y apoyos a los poetas y literatos. Aquí, en el salón señorial, al lado de su esposo o en ausencia de éste, la señora del castillo y sus damas divierten sus ocios con esa literatura cortés. Ellas reclaman ciertos matices románticos y se muestran muy predispuestas a escuchar sus alabanzas. Les gusta ser aduladas por los trovadores. Algunas hasta se empeñan en adquirir cierto renombre en esos poemas. Y también disfrutan y se emocionan, suponemos, con las primeras novelas de amores galantes y apasionados. Se ven reflejadas en las heroinas novelescas y en las hermosas y desdeñosas amadas de los poetas. Aprenden a leer pronto, antes que sus esposos, e incluso aconsejan a los novelistas temas románticos o instauran como divertimentos lujosos caprichosas cortes de amor. Los caballeros aprovechan la propaganda política que les brinda esta literatura. Incluso algunos nobles se jactan de ser cultos y poseer algunos libros y sabios consejeros y buenos lectores. En fin, ahora aparece, primero en Francia, y muy pronto en las cortes de toda la Europa occidental, una sociedad laica que gusta de la literatura, como no había existido desde siglos atrás, desde el hundimiento de la civilización antigua en el siglo v.
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Caballero cristiano. Relieve del coro de la iglesia de San Mauricio, en Münster. Siglo xi.
Escribiendo acerca del «renacimiento» del siglo xii, señala G. Duby dos hechos fundamentales en el cambio de la visión de conjunto que caracteriza a la la sociedad en este momento: la aparición de la ideología caballeresca y la toma de conciencia del progreso social. (cf. El amor en la Edad Media y otros ensayos, Madrid, Alianza, 1990, págs. 160 y ss.) Nos interesa ahora destacar el primero de estos dos trazos, tan significativos.
Según Duby, lo que caracteriza a esta época es: «En primer lugar, el surgimiento de un sistema ideológico propio de la aristocracia laica que gira en torno a la noción de caballería. Vemos cómo el conjunto de valores cubierto por este término se consolida y realza a lo largo del siglo xii en las diversiones, torneos y justas amorosas, ofrecidos por la parte más dinámica de la sociedad noble que reforzaba la política matrimonial de los linajes: el grupo de los juvenes, de los bacheliers, de los caballeros solteros. Prueba de esto son, en el norte de Francia, después de 1160, el enriquecimiento del ritual de armar caballero y, más claramente, el resurgimiento en la literatura profana del viejo esquema de la sociedad trifuncional, pero transformado, desacralizado, y reconociendo al “orden” de los caballeros la preeminencia no sólo sobre el de los «villanos», sino también sobre el de los que rezan. Lo importante es que los monopolios culturales, detentados hasta entonces por la Iglesia, son claramente cuestionados. La sociedad caballeresca también pretende participar en la cultura superior; su sueño consiste en anexionarse “clerecía”, entendiendo por este término el saber de las escuelas. De este modo tiende a difuminarse la distinción de naturaleza cultural que separaba la parte clerical de la laica en la aristocracia. Se esboza una nueva interpretación, y es precisamente en este punto en el que se sitúan los fenómenos de patronazgo y de audiencia.» (o.c., pág. l60).
Se crea, mediante el patronazgo de esos aristócratas que no desdeñan las letras, sino que reclaman de ellas una exaltación de sus propios ideales y una diversión acorde con su mundana y noble posición, una cultura que podemos llamar con razón cortesana o cortés, ya que tiene su centro en esas cortes –del norte de Francia primero, y de Inglaterra, y muchos otros lugares después–. En esas sedes cortesanas se aprenden también buenos modales, y allí se desarrolla una ética de la generosidad. Juegan aquí un papel muy destacado las mujeres de la nobleza, como ya hemos dicho: ellas son a menudo las que dan los premios en las competiciones y fiestas; ellas practican los refinamientos de cortesía e imponen el buen tono, y saben inspirar a sus escritores protegidos. Como hace, por ejemplo, la condesa María de Champaña, cuando suministra a Chrétien de Troyes el tema amoroso del Caballero de la Carreta.
Quede bien claro que la literatura cortés se dirige a los amantes de la cultura en las clases superiores, no al pueblo. Ni a los villanos ni a los burgueses, ni tampoco a la gente de iglesia ni a los clérigos de las Escuelas o los conventos. «Yo hablo a la gente rica, que tiene las rentas y el dinero, pues para ellos se hacen los libros y se construye y se cuenta un buen relato» escribe Wace en su Roman de Rou. «Que dejen de atender a mi relato quienes no sean clérigos o caballeros, pues tanto pueden entenderlo como los asnos tocar el arpa. No voy a hablar de peleteros, ni de villanos ni pastores…» escribe en su prólogo el sabio clérigo que compone el Roman de Thebes. Ya cuenta con damas y doncellas nobles como auditorio el redactor de la más reciente versión francesa del Roman d’Alexandre cuando declara:
“Los gentiles caballeros y los buenos y sabios clérigos,
las damas, las doncellas, que tienen clara conducta,
quienes saben del servicio pagar el galardón,
ésos deben de Alejandro escuchar la canción.“
(Roman d’Alexandre, vss. 1652-55)
La influencia de las grandes cortes. Aquitania y Bretaña
La monarquía inglesa y la condesa de Champaña
He tratado de la aparición de la épica, la lírica y la novela en el siglo xii con mayor amplitud en mi Primeras novelas europeas (l974, reed. l988, pp. 28 y ss.), del que resumo las líneas básicas.
En el impulso a la creación de la nueva literatura cortés en Europa descuellan dos grandes dominios feudales: el de Normandía y el de Aquitania. En esta última surge la lírica provenzal de los trovadores, que se extiende luego a todo el sur de Francia y a otras naciones y lenguas. El primer trovador es nada menos que el duque de Aquitania Guillermo IX de Poitiers (1071-1126), un excelente poeta y una personalidad extremadamente original y memorable. Es en la Francia meridional, donde llegan influjos de Oriente, de los árabes de España, y de nuevas inquietudes espirituales, donde aparece esta lírica que expresa y difunde el amor que llamamos cortés, con sus peculiares características: exaltación de la dama, sumisión del amante, refinamiento y énfasis en la fuerza espiritual de la pasión.
En su código y su lenguaje la lírica refleja el contexto feudal del que ha surgido, pero introduce sutiles cambios en el sentir y usar los términos, estilizando el vasallaje a la amada sobre las pautas retóricas del vasallaje feudal o tomando prestadas del lenguaje religioso de la época expresiones del culto a la Virgen María para cantar a la dama adorada. Generosidad, fidelidad, servidumbre y sumisión convienen a la actitud erótica del trovador, que exagera a veces, con ironía y tono cortés el juego sutil de la pasión amorosa. La Francia meridional, el Languedoc y la Aquitania, es el hogar de esa lírica que por doquier difunde su encanto, sus esquemas líricos y sus normas poéticas.
La épica francesa, en cambio, tiene su origen en un ámbito más nórdico, más cercano a la corte real, y se difunde con otros medios y por otros caminos de peregrinaje. Las canciones de gesta y los cantos de cruzada sirven a otros fines de propaganda feudal y nacional. Ensalzan y rememoran gestas de armas de dudoso rigor histórico para estimular el fervor heroico. La Chanson de Roland es el mejor ejemplo, pero la acompañan otras muchas. Recuerdan las luchas de un tiempo turbulento de la nobleza y del reino. Pero no nos interesa ahora esta épica, que continúa viejos impulsos y ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Cita
  5. A modo de proemio
  6. I. El renacimiento del siglo XII
  7. II. El universo artúrico
  8. III. Consideraciones finales
  9. Bibliografía
  10. Nota sobre traducciones
  11. Otros títulos publicados