La dama de Monsoreau
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La dama de Monsoreau

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Información del libro

Una noche de febrero de 1578, Louis de Clermont, señor de Bussy, es emboscado en un callejón de París por los favoritos del rey Enrique III. Diana de Meridor, que está retenida por el señor de Monsoreau, le acoge en su casa y el señor de Bussy, en medio del delirio por las heridas recibidas, cree tener una visión y se enamora perdidamente de ella. En medio de las intrigas políticas y los enfrentamientos de la nobleza cortesana que marcaron el devenir histórico de Francia durante la segunda mitad del siglo xvi, la historia de amor de estos personajes se va desgranando en un relato lleno de aventuras y acción que traza un sorprendente fresco del violento reinado del último de los Valois. "La dama de Monsoreau" constituye el segundo volumen de la trilogía de Alexandre Dumas centrada en las guerras de religión, al que precede "La reina Margot" y sigue "Los Cuarenta y Cinco".

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Información

Año
2015
ISBN
9788446041900
Edición
1
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos
Capítulo XI
Qué hombre era el señor montero mayor Bryan de Monsoreau
No era alegría, sino casi delirio lo que embargaba a Bussy cuando adquirió la certeza de que la mujer de su sueño era una realidad, y que esta mujer le había dado, en efecto, la generosa hospitalidad cuyo vago recuerdo él guardaba en su corazón.
Además no quería en absoluto soltar al joven doctor a quien acababa de elevar al puesto de médico particular. Fue preciso que Rémy, por muy embarrado que estuviera, subiese con él a la litera; Bussy temía que si le soltaba un solo instante, el médico desapareciera como una visión más; contaba con llevarle al palacio Bussy, ponerle bajo llave por la noche, y al día siguiente ya vería si debía devolverle la libertad.
Todo el camino de vuelta lo empleó en nuevas preguntas, pero las respuestas giraban siempre en el mismo limitado círculo que ya hemos trazado antes. Rémy el Haudouin apenas sabía más que Bussy, a no ser que tenía la certeza, al no haberse desmayado, de que nada de eso era un sueño.
Pero, como todo hombre que comienza a estar enamorado, y Bussy lo iba estando a todas vistas, era ya mucho el haber encontrado a alguien a quien hablar de la mujer amada; Rémy no había visto a esa mujer, es cierto, pero eso era aún un mérito más a ojos de Bussy, puesto que Bussy podía intentar hacerle comprender lo superior que era esta dama al retrato.
Bussy tenía muchas ganas de charlar toda la noche de esta dama desconocida, pero Rémy empezó sus funciones de doctor exigiendo que el herido durmiese, o que al menos se acostase; la fatiga y el dolor aconsejaban lo mismo al apuesto gentilhombre, y esos tres poderes reunidos le convencieron.
Pero, sin embargo, no fue así sin que antes Bussy, él mismo, instalase a su nuevo comensal[1] en tres habitaciones que anteriormente habían sido su aposento de muchacho y que formaban una parte del tercer piso del palacete Bussy. Después, seguro ya de que el joven médico, satisfecho con su nuevo alojamiento y con la nueva fortuna que la Providencia le deparaba, no iba a escapar clandestinamente del palacio, bajó a los espléndidos aposentos que él mismo ocupaba en el primer piso.
Al día siguiente, al despertarse, encontró a Rémy de pie junto a su cama. El joven había pasado la noche sin poder creer en la dicha que le caía del cielo, y esperaba el despertar de Bussy para asegurarse, a su vez, que no lo había soñado.
—¡Y bien! –preguntó Rémy–, ¿cómo os encontráis?
—De maravilla, mi querido Esculapio, y vos, ¿estáis satisfecho?
—Tan satisfecho que no cambiaría mi suerte con la de Enrique III, aunque iniciara, como en el día de ayer, ese orgulloso camino hacia el cielo; pero no se trata de eso, hay que ver cómo va la herida.
—Mirad.
Y Bussy se giró sobre el costado para que el joven cirujano pudiera levantar el apósito.
Todo iba de maravilla, los bordes de la herida estaban sonrosados y se iban uniendo. Bussy, feliz, había dormido bien y como el sueño y la dicha ayudaran al cirujano, este ya casi no tenía nada más que hacer.
—¡Y bien! –preguntó Bussy–, ¿qué decís de esto, maese Ambroise Paré?[2].
—Digo que no me atrevo a confesar que estáis casi curado, no sea que me volváis a enviar a mi calle Beautreillis, a quinientos pasos de la famosa casa.
—Casa que encontraremos, ¿no es eso, Rémy?
—Ya lo creo que sí.
—Ahora, pues, dime, hijo mío –dijo Bussy.
—¡Perdón! –exclamó Rémy con lagrimas en los ojos–, me habéis tuteado, creo, monseñor.
—Rémy, yo tuteo a la gente que amo. ¿No te contraría que yo te tutee, no?
—Al contrario –exclamó el joven intentando coger la mano de Bussy y besarla–. Al contrario. Temía haber oído mal. ¡Oh!, monseñor de Bussy, ¿queréis que me vuelva loco de alegría?
—No, no, amigo mío, solamente quiero que tú también me ames un poco; que te veas como de la casa y que me permitas asistir hoy, mientras haces la pequeña mudanza de tus cosas, a la toma de «estortuaire»[3] del montero mayor de la corte.
—¡Ah! –dijo Rémy–, así que ya queremos hacer locuras.
—¡Eh!, no, al contrario; te prometo que seré muy razonable.
—Pero tendréis que montar a caballo.
—¡Hombre!, eso es del todo necesario.
—¿Tenéis un caballo dócil de trote y buen corredor?
—De esos tengo cuatro para elegir.
—Pues bien, elegid hoy para montar vos el que hubieseis querido ofrecer a la dama del retrato, ¿sabéis?
—¡Ah!, si que lo sé, ya lo creo. Mirad Rémy, en verdad que habéis encontrado para siempre el camino de mi corazón; yo temía con espanto que me impidieseis asistir hoy a esa cacería, o más bien a ese simulacro de cacería, pues las damas de la corte y un buen número de curiosas de la ciudad estarán también. Ahora bien, Rémy, comprendes que la dama del retrato tiene que estar entre las de la corte o entre las de la ciudad. No es una simple burguesa, ciertamente: esas tapicerías, esos esmaltes tan finos, ese techo pintado, esa cama de damasco blanco y oro, en fin, todo ese lujo de tan buen gusto revela a una dama de calidad, o al menos a una mujer rica; ¡si por casualidad la encontrara en la cacería!
—Todo es posible –respondió filosóficamente el Haudouin.
—Salvo encontrar la casa –suspiró Bussy.
...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Prólogo
  5. Bibliografía
  6. Portadilla
  7. Capítulo I. La boda de Saint-Luc
  8. Capítulo II. Cómo no siempre el que abre la puerta es el que entra en la casa
  9. Capítulo III. Cómo a veces es difícil distinguir los sueños de la realidad
  10. Capítulo IV. Cómo la señorita de Brissac, o dicho de otro modo la señora de Saint-Luc, había pasado su noche de boda
  11. Capítulo V. Cómo la señorita de Brissac, o dicho de otro modo la señora de Saint-Luc, se las arregló para pasar la segunda noche de boda diferentemente a como había pasado la primera
  12. Capítulo VI. Cómo era «le petit coucher» del rey Enrique III
  13. Capítulo VII. Cómo, sin que nadie supiera la causa de esta conversión, el rey Enrique se convierte de la noche a la mañana
  14. Capítulo VIII. Cómo el rey tuvo miedo de haber tenido miedo, y cómo Chicot tuvo miedo de tener miedo
  15. Capítulo IX. Cómo la voz del Señor se equivocó y habló a Chicot creyendo que hablaba al rey
  16. Capítulo X. Cómo Bussy va en pos de su sueño, cada vez más convencido de que era una realidad
  17. Capítulo XI. Qué hombre era el señor montero mayor Bryan de Monsoreau
  18. Capítulo XII. Cómo Bussy encontró a la vez el retrato y el original
  19. Capítulo XIII. Quien era Diana de Meridor
  20. Capítulo XIV. Quien era Diana de Meridor. El trato
  21. Capítulo XV. Quien era Diana de Meridor. El consentimiento
  22. Capítulo XVI. Quien era Diana de Meridor. El matrimonio
  23. Capítulo XVII. Cómo viajaba el rey Enrique III y qué tiempo necesitaba para ir de París a Fontainebleau
  24. Capítulo XVIII. En el que el lector tendrá el placer de conocer al hermano Gorenflot, de quien ya se ha hablado dos veces en el curso de esta historia
  25. Capítulo XIX. Cómo Chicot se dio cuenta de que era más fácil entrar en la abadía Sainte-Geneviève, que salir
  26. Capítulo XX. Cómo Chicot, viéndose obligado a permanecer en la iglesia de la abadía, vio y oyó cosas muy peligrosas de ver y oír
  27. Capítulo XXI. Cómo Chicot, creyendo que había recibido una clase de historia, recibió una de genealogía
  28. Capítulo XXII. Cómo el señor y la señora de Saint-Luc viajaban uno al lado del otro y cómo se les unió un compañero de viaje
  29. Capítulo XXIII. La orfandad del anciano padre
  30. Capítulo XXIV. Cómo Rémy el Haudouin, en ausencia de Bussy, había hecho amistades en la casa de la calle Saint-Antoine
  31. Capítulo XXV. Padre e hija
  32. Capítulo XXVI. Cómo el hermano Gorenflot se despertó, y el recibimiento que le hicieron en su convento
  33. Capítulo XXVII. Cómo el hermano Gorenflot se quedó convencido de que era sonámbulo y deploró amargamente su anomalía
  34. Capítulo XXVIII. Cómo el hermano Gorenflot cabalgó sobre un burro llamado Panurgo, y aprendió en el viaje muchas cosas que desconocía
  35. Capítulo XXIX. Cómo el hermano Gorenflot trocó el asno por una mula y la mula por un caballo
  36. Capítulo XXX. Cómo Chicot y su compañero de viaje se instalaron en la hostelería del Cygne de la Croix, y cómo fueron recibidos por el posadero
  37. Capítulo XXXI. Cómo el monje confesó al abogado, y cómo el abogado confesó al monje
  38. Capítulo XXXII. Cómo Chicot, después de haber hecho un agujero con una barrena, hizo otro con la espada
  39. Capítulo XXXIII. Cómo el duque de Anjou supo que Diana de Meridor no había muerto
  40. Capítulo XXXIV. Cómo Chicot volvió a París y fue recibido por el rey Enrique III
  41. Capítulo XXXV. Lo que había ocurrido entre monseñor el duque de Anjou y el montero mayor
  42. Capítulo XXXVI. Cómo se celebró el consejo del rey
  43. Capítulo XXXVII. Lo que venía a hacer al Louvre el señor de Guisa
  44. Capítulo XXXVIII. Cástor y Pólux
  45. Capítulo XXXIX. Cómo se vio probado que escuchar es la mejor manera de oír
  46. Capítulo XL. La tarde de la Liga
  47. Capítulo XLI. La calle de la Ferronnerie
  48. Capítulo XLII. El príncipe y el amigo
  49. Capítulo XLIII. Etimología de la calle de la Jussienne
  50. Capítulo XLIV. Cómo a D’Epernon le rasgaron el jubón y a Schomberg le tiñeron de azul
  51. Capítulo XLV. Chicot es, cada vez más, rey de Francia
  52. Capítulo XLVI. Cómo Chicot hizo una visita a Bussy, y las consecuencias que de ella se derivaron
  53. Capítulo XLVII. El ajedrez de Chicot, el bilboquete de Quélus y la cerbatana de Schomberg
  54. Capítulo XLVIII. Cómo el rey nombró a un jefe de la Liga, y cómo no fue ni Su Alteza el duque de Anjou, ni monseñor el duque de Guisa
  55. Capítulo XLIX. Cómo el rey nombró un jefe que no era ni Su Alteza el duque de Anjou, ni monseñor el duque de Guisa
  56. Capítulo L. Eteocles y Polinices
  57. Capítulo LI. Cómo no siempre se pierde el tiempo registrando los armarios vacíos
  58. Capítulo LII. Ventre-saint-gris!
  59. Capítulo LIII. Las amigas
  60. Capítulo LIV. Los amantes
  61. Capítulo LV. Cómo a Bussy le ofrecieron trescientos doblones por su caballo y lo dió por nada
  62. Capítulo LVI. Diplomacia del señor duque de Anjou
  63. Capítulo LVII. Diplomacia del señor de Saint-Luc
  64. Capítulo LVIII. Diplomacia del señor de Bussy
  65. Capítulo LIX. Una bandada de angevinos
  66. Capítulo LX. Roland
  67. Capítulo LXI. Lo que venía a anunciar el señor conde de Monsoreau
  68. Capítulo LXII. Cómo Enrique III supo la huida de su bienamado hermano el duque de Anjou, y las consecuencias que de ello se derivaron
  69. Capítulo LXIII. Cómo siendo de la misma opinión Chicot y la reina madre, el rey se volvió de la misma opinión de la reina madre y de Chicot
  70. Capítulo LXIV. Donde queda probado que el agradecimiento era una de las virtudes del señor de Saint-Luc
  71. Capítulo LXV. El proyecto del señor de Saint-Luc
  72. Capítulo LXVI. Cómo el señor de Saint-Luc mostró al señor de Monsoreau la estocada que el rey le había mostrado a él
  73. Capítulo LXVII. Donde se ve a la reina madre entrar poco triunfalmente en la buena ciudad de Angers
  74. Capítulo LXVIII. Las pequeñas causas y los grandes efectos
  75. Capítulo LXIX. Cómo el señor de Monsoreau abrió, cerró y volvió a abrir los ojos, lo que era una prueba de que no estaba muerto del todo
  76. Capítulo LXX. Cómo el duque de Anjou fue a Meridor para expresar sus condolencias a la señora de Monsoreau por la muerte de su marido, y cómo se encontró con este que salía a recibirle
  77. Capítulo LXXI. Del disgusto que producen las literas demasiado anchas y las puertas demasiado estrechas
  78. Capítulo LXXII. En qué disposiciones estaba el rey Enrique III cuando el señor de Saint-Luc reapareció en la corte
  79. Capítulo LXXIII. En el que se trata de dos personajes importantes de esta historia que el lector había perdido de vista desde hacía algún tiempo
  80. Capítulo LXXIV. Cómo los tres principales personajes de esta historia hicieron el viaje de Meridor a París
  81. Capítulo LXXV. Cómo el embajador del señor duque de Anjou llegó a París, y el recibimiento que tuvo
  82. Capítulo LXXVI. El cual no es otra cosa sino la continuación del precedente, acortado por el autor con motivo del fin de año
  83. Capítulo LXXVII. Cómo Saint-Luc cumplió con el encargo que le había hecho Bussy
  84. Capítulo LXXVIII. En qué aspectos el señor de Saint-Luc era más civilizado que el señor de Bussy, las lecciones que le dio y el uso que el amante de la hermosa Diana hizo de ellas
  85. Capítulo LXXIX. Las precauciones del señor de Monsoreau
  86. Capítulo LXXX. Una visita a la casa de las Tournelles
  87. Capítulo LXXXI. Los emboscados
  88. Capítulo LXXXII. Cómo monseñor el duque de Anjou firmó, y cómo, después de haber firmado, habló
  89. Capítulo LXXXIII. Un paseo por las Tournelles
  90. Capítulo LXXXIV. En el que Chicot se duerme
  91. Capítulo LXXXV. En el que Chicot se despierta
  92. Capítulo LXXXVI. El Corpus Christi
  93. Capítulo LXXXVII. El cual añadirá algo más de claridad al capítulo precedente
  94. Capítulo LXXXVIII. La procesión
  95. Capítulo LXXXIX. Chicot I
  96. Capítulo XC. Los intereses y el capital
  97. Capítulo XCI. Lo que ocurría por la parte de la Bastilla, mientras que Chicot se cobraba las deudas en la abadía de Sainte-Geneviève
  98. Capítulo XCII. El asesinato
  99. Capítulo XCIII. Cómo el hermano Gorenflot se encontró más que nunca entre la horca y la abadía
  100. Capítulo XCIV. En el que Chicot adivina por qué D’Epernon tenía sangre en los pies y no la tenía en las mejillas
  101. Capítulo XCV. La mañana del combate
  102. Capítulo XCVI. Los amigos de Bussy
  103. Capítulo XCVII. El combate
  104. Capítulo XCVIII. Conclusión
  105. Publicidad