Cuando el futuro parecía mejor
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Cuando el futuro parecía mejor

Auge, hitos y ocaso de los partidos obreros en Europa

  1. 520 páginas
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Cuando el futuro parecía mejor

Auge, hitos y ocaso de los partidos obreros en Europa

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Nacidos para impulsar la emancipación de los trabajadores, los partidos socialistas y comunistas enarbolaron los anhelos latentes en las sociedades europeas a favor de convertir los bienes económicos en propiedad colectiva, colocar el poder político en manos de los trabajadores y llevar a cabo la transformación del capitalismo. Después, a medida que comenzaron a ganar influencia social y a desarrollar fuerza política, adoptaron posiciones reformistas y desempeñaron un papel decisivo en la consolidación de los derechos laborales, sociales y democráticos. Al final del trayecto, cuando el capitalismo imperante desde las décadas finales del siglo XX atacó el contrato social alcanzado, los partidos obreros, carentes de discurso estratégico y de capacidad política para defender los intereses de los trabajadores, han acabado por precipitarse en la inanidad.Enrique Palazuelos sopesa magistralmente en Cuando el futuro parecía mejor los factores, tanto endógenos como exógenos, que explican este ciclo vital. Entre los primeros, se analizan tanto las características de los proyectos de emancipación y de los discursos estratégicos, como el desarrollo de las funciones políticas y la patológica tendencia al enfrentamiento entre fracciones. Entre los factores exógenos, se destacan los cambios de la estructura social, la actuación inhibitoria de los poderes dominantes y la influencia de varios episodios contingentes de crucial importancia.

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Información

Año
2018
ISBN
9788446046288
1. La metáfora comunista codificada como doctrina: con la historia a favor
Hacia la mitad de los años cuarenta del siglo XIX, dos jóvenes alemanes nacidos en el reino de Prusia y con edades en torno a los veinticinco años sentaron las bases filosóficas de una propuesta de emancipación social que más tarde se convertiría en el código de principios doctrinarios que guio la acción política de numerosos partidos obreros. El propósito de Karl Marx y Friedrich Engels era elaborar una posición filosófico-política diferente a las que aportaban otros jóvenes de la «izquierda hegeliana» con quienes habían compartido ideales democráticos y acciones contra el absolutismo monárquico durante sus años universitarios y en sus primeras incursiones periodísticas. El cierre de la Gaceta Renana en 1843 por orden del gobierno prusiano y la coincidencia de su primer viaje a París les brindaron la oportunidad de iniciar una colaboración que perduró el resto de sus vidas.
Engels se asentó en Mánchester para dirigir una fábrica textil de la que era socio su padre. Allí comenzó a estudiar cuestiones relacionadas con la economía y pudo comprobar de primera mano los estragos sociales que provocaba la industrialización. Marx se mantuvo un tiempo en París, donde prosiguió sus trabajos sobre filosofía y colaboró con intelectuales opuestos al régimen prusiano en la publicación del primer y único número de los Anales Franco-Alemanes. Cuando fue expulsado de Francia por la presión de las autoridades prusianas, se instaló en Bruselas, donde mantuvo contacto con otros emigrantes alemanes que habían formado una organización revolucionaria, la Liga de los Justos.
Marx publicó su Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel en aquel número de los Anales que se publicó en mayo de 1844. Menos de doce meses después, Engels dio a la imprenta La situación de la clase obrera en Inglaterra. Ambos trabajos contenían esbozos que, en los dos años siguientes, desarrollaron de forma conjunta en La sagrada familia y La ideología alemana. La relevancia de esos trabajos es fundamental porque contienen la elaboración filosófica de lo que después se denominaría «materialismo histórico» desde la que formulaban un proyecto de emancipación, un discurso sobre la revolución conducente a ese objetivo y la necesidad de una acción política capaz de materializarlo. Tres elementos que quedaron definitivamente organizados durante la elaboración del Manifiesto Comunista y que, con algún matiz y varios complementos, sustentaron el cuerpo doctrinal del pensamiento revolucionario de Marx y Engels. Por esa razón es importante reflexionar acerca de cómo desde unas determinadas categorías filosóficas y desde un determinado método filosófico se cimentaron las bases de una teoría de la historia de la que derivó el núcleo duro de las categorías políticas con las que se compuso un cuerpo doctrinal que depararía unas colosales consecuencias históricas.
EL COMUNISMO COMO PROYECTO DE EMANCIPACIÓN SOCIAL
Tesis iniciales
Moses Hess, uno de los mentores de los jóvenes filósofos que formaban la izquierda hegeliana, definió en 1839 el comunismo como «la pasión razonada de los socialmente explotados». Como después señaló Engels, él y Marx mantuvieron esa denominación para su proyecto porque consideraban que el término «socialista» era utilizado indebidamente por filósofos y políticos que proclamaban ese objetivo sin considerar la acción revolucionaria que debía conducir a su consecución. Marx compartía con esos filósofos de la izquierda hegeliana una misma posición materialista y el convencimiento del método dialéctico como instrumento analítico. Las líneas de distanciamiento que estableció en la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel se referían a cuatro ideas fundamentales. Primera, la necesidad de una filosofía con la que elaborar la teoría de la historia y de la emancipación social. Segunda, la relación entre la emancipación y la eliminación de la propiedad privada. Tercera, la revolución política como requisito para llevar a cabo la transformación radical de la sociedad. Cuarta, el proletariado como sujeto emancipador.
Siguiendo a Hegel, Marx consideraba que la filosofía podía explicar el comportamiento de la historia y que la aplicación del método dialéctico permitía exponer cómo el despliegue progresivo de la historia, a través de sucesivas etapas, se encaminaba hacia un destino final. Lo que para Hegel era el desarrollo espiritual de la «idea», el progreso de la historia hacia la razón absoluta, que se plasmaba en la existencia del aristocrático y autoritario Estado prusiano, para Marx consistía en el desarrollo material de la sociedad hacia la emancipación absoluta de la humanidad. El argumento con el que entonces Marx justificó que el proletariado era el sujeto protagónico de la revolución comunista será modificado en trabajos posteriores. En aquel momento razonaba que, al contrario de lo que sucedía en Francia, la debilidad del desarrollo industrial de los territorios alemanes determinaba que los propietarios de la industria y el comercio no fueran capaces de impulsar una revolución burguesa; de lo cual deducía que la única revolución posible en Alemania era la que impulsaría el sujeto emancipador cuyo único atributo era la desposesión radical: el proletariado, que, como no propietario, era el sujeto negador de la realidad[1].
Por su parte, desde Mánchester, Engels acentuó su posición crítica respecto al capitalismo a raíz de conocer el funcionamiento industrial en Inglaterra. Con 19 años había publicado en Telegraph varios artículos, con el título Cartas desde Wuppertal, en los que criticaba los costes humanos que generaba la industria capitalista. Cinco años después, en La situación de la clase obrera en Inglaterra, estudió con minuciosidad los efectos que la industria provocaba en las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores fabriles en toda Inglaterra. Su análisis abarca la introducción de máquinas y otras nuevas tecnologías, la organización del trabajo en las fábricas, la procedencia geográfica y laboral de los obreros, la concentración de capital en manos de grandes propietarios a la vez que caían los salarios unitarios que pagaban, la disciplina fabril, el hacinamiento en viviendas paupérrimas situadas en los barrios periféricos de las ciudades, el tipo de alimentación y de vestimenta de los trabajadores.
Su diagnóstico era rotundo: «Esos obreros no poseen nada y viven del salario que casi siempre sólo permite vivir al día; la sociedad individualizada al extremo no se preocupa por ellos y les deja […] constantemente expuestos a la miseria»[2]. Ante lo cual su pronóstico también era concluyente: «Las crisis económicas, la palanca más poderosa de toda revolución autónoma del proletariado, abreviarán ese proceso»[3]. Y lo culminaba con un vaticinio optimista que concordaba con lo apuntado por Marx para Alemania: «En ninguna parte es más fácil hacer profecías que en Inglaterra, porque en este país el desarrollo de la sociedad es muy claro y bien definido. La revolución debe obligatoriamente venir […;] la guerra de los pobres contra los ricos que se desenvuelve actualmente de una manera esporádica e indirecta, se desarrollará de modo general, total y directo en toda Inglaterra. […] La exasperación deviene más intensa; […] pronto bastará un ligero choque para desencadenar la avalancha»[4].
De modo que Marx desde la filosofía y Engels desde la economía esbozaban el mismo dictamen: el capitalismo engendraba las contradicciones que conducirían a su desaparición; la lucha del proletariado contra la burguesía era inevitable y su resultado final llevaría a la desaparición del capitalismo. Según los términos empleados por Marx en otro escrito de aquellos años, «el comunismo es la expresión positiva de la propiedad privada superada […] quedando resuelto el enigma de la Historia» [5]. La estancia en París les proporcionó un mayor conocimiento de lo que habían sido los acontecimientos políticos que condujeron a las revoluciones de 1789 y 1830, así como de las distintas teorías del socialismo que habían propuesto Saint-Simon, Fourier y Cabet, y de las tesis que mantenían los líderes que contaban con mayor prestigio entre los círculos socialistas, como eran Proudhon, Blanc, Bakunin o Weitling.
Teoría general de la historia en formato dialéctico
Los dos primeros trabajos conjuntos de Marx y Engels fueron La sagrada familia, publicado en Fráncfort en 1845, y La ideología alemana, concluido al año siguiente, pero para el que no encontraron una editorial en la que publicarlo, por lo que quedó inédito hasta 1932. La cosmovisión de la trayectoria histórica de las sociedades humanas que sistematizaron en este segundo trabajo era deudora de la crítica acerada que contenía el primero, subtitulado Crítica de la crítica crítica. Era un escrito dirigido contra los planteamientos de los hermanos Bauer y de Max Stirner, figuras destacadas de la izquierda hegeliana, con quienes Engels había coincidido en la sociedad política de Los Libres (Die Freien) cuando estudiaba en la Universidad de Berlín. El sarcasmo utilizado y la perseverancia en destacar las discrepancias ponían de manifiesto la pretensión de Marx y Engels por trazar una línea de separación con sus propias ideas anteriores, con las de sus maestros y condiscípulos, y también con las posiciones que mantenían otros intelectuales alemanes como Wilhelm Weitling, Moses Hess, Arnold Ruge[6].
Seguían siendo trabajos escritos en clave filosófica, sin apenas anclaje en estudios históricos, propios o ajenos, guiados por el propósito de proponer tesis que tuvieran un alcance universal. Aunque al inicio de La ideología alemana señalaban que «Las premisas de que partimos no tienen nada de arbitrario, no son ninguna clase de dogmas, sino premisas reales»[7], de hecho en el texto apenas aparecían algunos detalles relativos a hechos históricos. La cosmovisión que proponían quedaba formulada como una teoría de la historia, que más tarde fue conocida como «materialismo histórico», cuyo contenido se sintetizaba en siete tesis principales. Primera, existe un vínculo dialéctico entre el desarrollo de las capacidades o fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción. Segunda, las formas de propiedad determinan la estructura de la sociedad dividida en clases sociales. Tercera, las relaciones de producción son la base desde la que se erige la superestructura compuesta por las formas políticas, judiciales e ideológicas vigentes en la sociedad y derivadas del dominio de unas clases sociales sobre otras. Cuarta, tras un periodo de sinergias positivas, las capacidades de producción se ven frenadas por las relaciones de producción. Quinta, esa contradicción se plasma en el agudizamiento de la lucha entre clases explotadas y explotadoras. Sexta, alcanzado un momento crítico en el que las relaciones de producción impiden que las capacidades productivas sigan creciendo, se crean las condiciones revolucionarias para que las clases explotadas desplacen a las dominantes. Séptima, el resultado de ese desplazamiento es la instauración de unas nuevas relaciones de producción que impulsan otra vez el crecimiento de las capacidades productivas y permiten la construcción de otra superestructura.
Esas tesis, con vocación universalizadora, se concretaban en el caso del capitalismo del siguiente modo:
En el desarrollo de las fuerzas productivas se llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que, bajo las relaciones existentes, sólo pueden ser fuente de males […] son fuerzas de destrucción (maquinaria y dinero); y, lo que se halla íntimamente relacionado con ello, surge una clase condenada a soportar todos los inconvenientes de la sociedad sin gozar de sus ventajas […] una clase que forma la mayoría de todos los miembros de la sociedad y de la que nace la conciencia de que es necesaria una revolución radical, la conciencia comunista […] la revolución comunista está dirigida contra el modo anterior de actividad, elimina el trabajo [asalariado] y suprime la dominación de las clases al acabar con las clases mismas […] la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que está hundida y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases[8].
Previamente planteaban el carácter político de esa revolución como premisa para poner en marcha la transformación de la sociedad: «Toda clase que aspire a implantar su dominación, aunque esta, como ocurre en el caso del proletariado, condicione en absoluto la abolición de toda la forma de la sociedad anterior y de toda dominación en general, tiene que empezar conquistando el poder político, para poder presentar su interés como el interés general, cosa a que en el primer momento se ve obligada»[9]. Por último, concluían con una explicación del objetivo comunista que sintonizaba con la referida frase sobre la solución al enigma de la historia: «El comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente»[10].
Por tanto, Marx y Engels no muestran interés en perfilar las características específicas del proyecto comunista, definido como la negación de la propiedad privada, sino en argumentar que el proyecto es realizable (porque pertenece ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Legal
  4. Cita
  5. Introducción
  6. 1. La metáfora comunista codificada como doctrina: con la historia a favor
  7. 2. El laborismo británico en la cuna europea del desarrollo industrial y de la democracia política
  8. 3. El socialismo francés en la cuna de la rebeldía social y los movimientos insurreccionales
  9. 4. La socialdemocracia alemana como primer partido obrero con fuerza política
  10. 5. Los bolcheviques rusos: revolución en una sociedad sin premisas civilizatorias
  11. 6. Hitos y pautas declinantes de los partidos obreros durante la Edad de Oro del capitalismo
  12. 7. La senda de los partidos obreros hacia el ocaso: doblando la esquina de la historia
  13. 8. Los partidos obreros españoles: las huellas de un pasado trágico
  14. 9. Los partidos obreros españoles: ascenso y decadencia bajo el sistema democrático
  15. Epílogo. Si lo intentas bien, algunas veces puedes conseguir lo que pretendes
  16. Bibliografía