Los orígenes de la guerra civil española
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Los orígenes de la guerra civil española

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Los orígenes de la guerra civil española

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Probablemente el libro más esclarecedor sobre el proceso que condujo a la guerra civil, escrito por uno de los historiadores que más han contribuido al debate en torno a un período crucial de la historia española. La nueva edición, en el 70º aniversario del final de la Guerra Civil y a diez años de su primera edición, incluye un prólogo de Stanley G. Payne y un nuevo epílogo del autor.

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Información

Año
2011
ISBN
9788499206745
TERCERA PARTE
PREPARATIVOS REVOLUCIONARIOS

Capítulo I
DISEÑO DE UNA GUERRA CIVIL

Como hemos visto, el 3 de febrero de 1934 nacía el comité organizador de la insurrección. Lo integraban, por el PSOE, Vidarte y De Francisco; por la UGT, Pascual Tomás y Díaz Alor; y por las Juventudes, Hernández Zancajo y Santiago Carrilloa. Presidía Largo Caballero, con Prieto a su lado sin puesto específico. Este Comité Nacional Revolucionario, como se le llamó, puso de inmediato manos a la obra, formando comités correspondientes por toda España y un sistema clandestino de interrelación, así como un «código que permitiera dar la orden de desencadenar el movimiento simultáneamente»1.
Poco antes, el 21 de enero, Largo había declarado: «Decirle al proletariado que debe luchar y no prepararlo para la lucha es un crimen, porque yo no lo llevaría inerme a luchar contra los que tienen en sus manos todos los medios coactivos»2. ¿Cometió ese crimen?
El fracaso de octubre ha creado la impresión de que el golpe tenía que estar mal organizadob. Hasta Santiago Carrillo lo sugiere: «Las milicias (...) no habían podido por el momento alcanzar ningún objetivo, si es que lo tenían», frases llamativas por su ausencia de autocrítica, pues Carrillo era precisamente un jefe principal de aquellas milicias. Él descarga su responsabilidad, no muy convincentemente, sobre Largo, achacándole «tendencia a concentrar todo el poder de decisión en sus manos»5.
Así, en octubre habría imperado el descuido, las promesas de los líderes habrían resultado hueras, y vanas las lecciones de Austria. Más de un millar de personas habrían sido empujadas a la muerte y muchas más a un desastre cimentado en la irresponsabilidad e ineptitud, por no decir en la necedad, de los responsables del PSOE y de la Esquerra. Pero esas críticas, explícitas o implícitas, no hacen la menor justicia a los laboriosos preparativos de ambos partidos.
En sus Recuerdos, Largo Caballero habla con satisfacción de su tarea: «La Comisión envió instrucciones escritas muy detalladas de cómo habían de hacerse los trabajos de preparación del movimiento revolucionario y la conducta a seguir después de la lucha. Se organizó también con minuciosidad el aparato para comunicar la orden de comenzar el movimiento. Orden (enviada) por medio de telegramas convenidos (...) Lo que prueba el acierto y la meticulosidad con que trabajó la secretaría de la Comisión es que ninguna circular, carta ni telegrama, que entre todos sumaban muchos centenares, cayó en manos de la policía, y en ningún momento, ni antes ni después del movimiento conoció ésta los detalles de la organización ni la forma en que se transmitió»6.
Cabe oponer a la ufanía de Largo el informe policiaco según el cual «La Dirección General de Seguridad (...) por la infiltración (...) de elementos afectos» había obtenido «copia de cuantas noticias, escritos y circulares se cruzaban»7. Pero ese informe es pomposo y superficial, confeccionado en buena parte con noticias de prensa. Ni antes ni después de octubre llegó el gobierno a enterarse de la trama revolucionaria, aunque tuviese indicios y detalles de ella. La captura de cientos de armas así como, a última hora, de alguna documentación, no sirvió para prevenir el golpe socialista ni para conocer a los agentes revolucionarios en el aparato estatal. Ni siquiera logró la policía aportar pruebas concluyentes del papel directivo, por lo demás evidentísimo, de Largo, el cual salió absuelto. Sólo años más tarde, y gracias al testimonio de varios jefes revolucionarios, ha sido posible reconstruir grandes piezas de la organización.
A su turno, el PSOE «tenía información directa de lo que se pensaba y de lo que se trataba de hacer (...) en la Dirección General de Seguridad», por medio de agentes propios, alguno de los cuales —amigo de Prieto— se hallaba al más alto nivel, como señalan Amaro del Rosal y Carrillo. Que el espionaje del PSOE superó al del gobierno lo prueban los documentos incautados en el registro de un local de UGT en Madrid, en septiembre. Había allí informes confidenciales del grupo policial encargado de controlar al PSOE, entre ellos datos de una gran operación simultánea en Irún y Algeciras, con repercusión internacional, seguramente frustrada al estar sobre aviso los socialistas; un teléfono secreto de la policía para confidentes; informes de estaciones y aparatos de radio de la DGS; «soplos» llegados a la policía acerca de un contrabando de armas «en gran escala» por la frontera de Badajozc; datos de viviendas de militares de derechas o sobre el jefe sindical falangista, a quien «conviene eliminar»; papeles internos de Falange: cartas, nombres y direcciones de líderes; copia de documentos socialistas en poder de la DGS, como unas instrucciones a los grupos de acción en Madrid. Etc. Estos papeles, descubiertos casualmente por la policía, constituían sin duda sólo una fracción de la información que llegaba al PSOE8.
Tampoco percibió el gobierno la magnitud del peligro de la Esquerra hasta el día mismo del golpe, pese a haber detectado el cruce de mensajes sospechosos entre emisoras clandestinas de la Generalitat, y otros hechos anormales9.
La confusión en torno a la organización y carácter de la revuelta de octubre persistió, y a veces persiste, porque, ante el descalabro, los organizadores se tornaron muy discretos y Asturias acaparó el interésd. Es de lamentar, sobre todo, la opacidad de Prieto, quien se ocupaba, precisamente, de los contactos con los militares y la policía, punto esencial en el diseño. Prieto renegó años más tarde de aquella revolución, pero nunca desveló más que anécdotas acerca de ella.
La ignorancia del gobierno y de la población sobre la urdimbre del golpe, facilitó a varios dirigentes de éste una oportuna pérdida de memoria. En marzo de 1935 Prieto pretendía que «no ha sido la clase trabajadora la que se ha colocado fuera de la ley, sino que es la que con más celo ha defendido el espíritu, el alma de la ley fundamental del Estado», lo cual pudiera ser cierto referido a la «clase», pero no al partido que decía representarla. Y, queriendo rebatir la comparación de Madariaga entre la rebelión socialista del 34 y la derechista del 36, dice con increíble desenvoltura: «La protesta civil de 1934 (...) tenía como finalidad (...) oponerse a que asumieran el Gobierno personas que, como diputados, no prestaron promesa de fidelidad a la Constitución (...) Fue un movimiento quizás erróneo, en defensa de la Constitución»e. De Francisco, miembro del Comité Revolucionario, fabula en el prólogo a Mis recuerdos, de Largo Caballero: «El movimiento iba dirigido a derribar un gobierno reaccionario y sustituirlo con uno francamente democrático dentro de la República». Otro líder rebelde, Ramos Oliveira, en una versión que quiere pasar por histórica, insiste: «Por radical que pareciera esa propaganda, ningún partido proletario pensó en otra cosa que en reconquistar la República popular, tal como se concibió, en el aspecto social, antes del 14 de abril de 1931». El equívoco reside, naturalmente, en lo que se quiera entender por república «popular». El propio Ramos muestra mayor sinceridad cuando escribe, en otra obra: «Lo que distingue de modo esencial nuestra revolución de octubre de las demás subversiones habidas en España es su impronta de clase, el designio revolucionario de la clase trabajadora de ganar el poder para sí». Sustitúyase la expresión retórica «clase trabajadora» por «Partido Socialista», y la comprensión no sufrirá merma. Y así otros muchos11.
Los jefes de la Esquerra no pudieron ocultar su protagonismo, pese a lo cual su discreción superó netamente a la del PSOE, y de no ser por el caso especial de Dencàs, seguiríamos hoy a oscuras sobre la preparación del golpe en Cataluña. Dencàs desveló buena parte de la trama, forzado por la ingrata circunstancia de haber sido designado culpable oficial del desastre. Para defenderse escribió un libro aclaratorio, El 6 d’octubre des del Palau de Governació, y rebatió con firmeza a Companys en el Parlament, los días 5 y 6 de mayo de 1936, afrontando la hostilidad de la sala. Los jefes de la Esquerra trataron de acallar su testimoniof, pese a estar dedicadas las sesiones, precisamente, a clarificar los sucesos de octubre.
Otro obstáculo para conocer los entresijos del golpe es la escasez de documentación. Como observa Del Rosal, en cuanto se constituyó la dirección revolucionaria, «la Comisión Ejecutiva tendrá dos actividades: la de rutina, que se reflejará en las actas, y la de tipo revolucionario, que no dejará huella escrita en ninguna parte y que será la más intensa, la actividad fundamental»12.
Afortunadamente, con el tiempo han surgido algunos testimonios dentro del PSOE, entre los que descuellan tres. El primero, el volumen de las memorias de J. S. Vidarte titulado El bienio negro, publicado el 1978. Vidarte, miembro del comité insurreccional, ofrece en su obra material muy valioso, en particular sobre aspectos velados, como el putsch de Madrid o el papel de la masonería, siendo él mismo masón. Todavía más concreto y documentado es El movimiento revolucionario de octubre: 1934, editado en 1983, de Amaro del Rosal, también dirigente revolucionario. S. Carrillo valora este libro como el mejor de los publicados sobre octubre, criterio muy atendible por provenir de quien viene. Del Rosal demuestra, coincidiendo con Largo y Vidarte, que los preparativos fueron cuidadosos, contradiciendo la impresión de chapuza y anarquía en los mismos que quiere transmitir Carrillo.
Otro material de extraordinaria importancia es la documentación conservada por el caudillo del movimiento, Largo Caballero, tal vez con vistas a un congreso del partido, o a escribir unas memorias. Estos escritos, guardados en la Fundación Pablo Iglesias, de Madridg, recogen buen número de instrucciones concretas para el golpe14.
Los tres testimonios coinciden en lo esencial y prueban sin lugar a dudas que lejos de actuar a la defensiva o con descuido frívolo e irresponsable, los bolcheviques planearon su acción a conciencia, con tiempo y previsión, como veremos con mayor detalle. Su derrota obedeció sólo parcial y secundariamente a defectos organizativos.
A partir de aquel 3 de febrero en que nace el Comité Revolucionario, la organización del alzamiento fue «la actividad fundamental y más intensa» de los líderes socialistas. Obviamente, el Comité hubo de trazar un plan general, atender a la financiación y armamento, a los tratos con otras fuerzas susceptibles de ser arrastradas o de permanecer neutrales, a los contactos dentro del aparato del Estado, (fuerzas armadas y policía ante todo); y también a la labor de agitación y caldeamiento del ambiente social y a la preparación psicológica de las masas para la lucha. La falta de actas impide seguir con precisión estas actividades, pero de todas ellas han quedado huellas e indicios significativos.
Las directrices del Comité definen así la situaciónh: «Estamos viviendo un período revolucionario, el cual quedó abierto en el instante mismo en que se decretó la disolución de las Cortes Constituyentesi (...) el período aludido se halla próximo a desembocar en un movimiento de masas para el asalto al poder». El alzamiento tendría «todos los caracteres de una guerra civil» y su triunfo descansaría «en la extensión que alcance y en la violencia con que se produzca».
A tal fin se ordenaba a los comités provinciales y locales proveerse de armas largas y cortas, gasolina y dinamita; acumular toda la información posible sobre las fuerzas enemigas, sobre los domicilios de personalidades y jefes militares, con vistas a capturarlos como rehenes o matarlos; vigilar la actitud política de los jefes militares y policiales, a fin de ganarse a los afines, y organizar a los soldados con ideas de izquierda o socialistas. Los obreros especialistas afiliados debían formar grupos técnicos para sabotear los servicios de gas, agua, electricidad, teléfonos y telégrafos, etc.
En Madrid, por ejemplo, las milicias elaboraban «un censo en cada zona de los vecinos, ideas políticas que tienen, así como guardias de seguridad, civiles y de asalto, sitios de relevo, trayectos que recorren, números de matrícula de sus coches (...) Investigan los sitios en que pueda haber armamento (...) realizan simulacros de ataque a centros políticos enemigos, Palacio de Comunicaciones, fábricas de Gas y Luz, bancos, comisarías, etc., adiestrándose en esta clase de operaciones», según documentos ocupados por la policía. Los cuadros dirigentes se preparaban de modo especial: «Nuestro curso de capacitación duró un período largo de tiempo al final del cual sufrimos un examen, que constaba de dos partes: utilización de toda clase de armamentos y explosivos, y otra, sobre un plano de Madrid, hacer una distribución de hombres armados en insurrección», cuenta uno de esos cuadros, en el libro Guerra sin frentes15.
La táctica a seguir combinaría la lucha armada y el sabotaje sistemático con la huelga general revolucionaria. Se especificaba la rápida detención o supresión de los jefes militares y políticos adversarios, el corte de ferrocarriles, puentes y carreteras, la dispersión del enemigo mediante incendios y petardos, la toma de las salidas de los pueblos, quema de domicilios o centros contrarios y de las casas-cuartel de la Guardia Civil si ésta no se entregaba enseguida, asalto de armerías y almacenes de explosivos, etc. Las emisoras de radio debían ser capturadas o destruidas, según las circunstancias. Se usarían uniformes militares para crear una psicosis de insubordinación militar. No quedaba en olvido la pronta incautación de los ficheros y archivos oficiales, con vistas, evidentemente, a la represión posterior al golpe.
El Comité atendía al método de lucha: evitar el enfrentamiento en masa y atacar en guerrilla, para lo cual prescribía una organización en escuadras, pelotones, subsecciones y secciones, supeditadas a grupos más amplios, según las fuerzas disponibles. Insistía en la necesidad de concebir el movimiento como una guerra civil y, por tanto, no limitarse a unos golpes de fortuna, sino mantener una acción enérgica y prolongada.
El plan no establecía un orden del todo claro en las acciones y aprestos, muy minuciosos, que llegaban a detallar el contenido de los botiquines. Según Guerra sin frentes, el plan se inspiraba en el que tenían preparado los socialistas austríacos y que no pudieron ejecutar debidamente. Pero también se adecua aceptablemente a los requisitos expuestos por el mariscal soviético Tujachefskij. Éste redactó, con otros destacados comunistas, entre ellos Ho Chi-min, un manual clásico de la Comintern, firmado con el seudónimo de A. Neuberg, para instruir a especialistas en insurrecciones. El manual prevenía contra la dispersión de las fuerzas rebeldes, forzosamente débiles al principio: «Los jefes de la insurrección deben determinar, entre todos los objetivos, aquel cuya ocupación rompa el equilibrio de fuerzas a favor de los insurrectos», y recomendaba como objetivos esenci...

Índice

  1. Mitos y tópicos de la guerra civil, de Stanley G. Payne
  2. Introducción
  3. PRIMERA PARTE: LA PRIMERA BATALLA DE LA GUERRA
  4. SEGUNDA PARTE: EL CAMINO A LA INSURRECCIÓN
  5. TERCERA PARTE: PREPARATIVOS REVOLUCIONARIOS
  6. Apéndice I: Instrucciones socialistas para la insurrección
  7. Apéndice II: La actitud de la CEDA
  8. Epílogo para universitarios
  9. Notas