La impostura freudiana
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La impostura freudiana

Una mirada antropológica crítica sobre el psicoanálisis freudiano como institución

  1. 276 páginas
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La impostura freudiana

Una mirada antropológica crítica sobre el psicoanálisis freudiano como institución

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En este libro se lleva a cabo una crítica demoledora e implacable, como no se había realizado hasta ahora, del psicoanálisis freudiano considerado como institución. Lo que esta institución hubiera hecho es incidir en el estado de desmoralización característico de determinados individuos que resulta de su vida comunitaria y familiar desarraigada hasta el punto de conseguir reproducir y sellar irreversiblemente dicha desmoralización haciendo que estos individuos queden eximidos de todo sentido de la responsabilidad moral respecto de sus vidas. Para ello la institución dispone de un diseño supuestamente terapéutico que hace que los individuos psicoanalizados puedan incurrir en la impostura de fingir, incluso ante sí mismos, la asunción vital de una concepción radicalmente quebrada de su vida moral que es la que les permite liberarse de todo sentido de la responsabilidad. Por lo demás, esta crítica no está realizada desde las solas categorías de la Psicología o la Sociología, sino desde la Antropología filosófica, lo que supone poner a punto el sistema de ideas que permita comprender la formación histórica de dicho tipo de individuos, así como la constelación de ideas filosóficas acompasada con dicha formación histórica. Se trataría en efecto de la formación del individuo "modernista" como una inflexión característica del sujeto moderno que tiene lugar al compás de la crisis romántica de la filosofía del idealismo alemán (kantiano).

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Información

Año
2011
ISBN
9788499205403
Edición
1
Categoría
Filosofía

1. EL PSICOANÁLISIS COMO INSTITUCIÓN

0. La obra de Freud, si se la considera como obra teórica, ha tenido sin duda una influencia muy amplia y profunda en los más diversos ámbitos de la cultura, académica y mundana, de nuestros días, pero también ha sido capaz, cuando se la considera como institución, de afectar y envolver el comportamiento y las formas de vida de un número significativo y creciente de personas de la sociedad en la que dicha obra se ha gestado. Siempre es posible, pues —pero también muy necesario, por las razones que aquí aduciremos—, considerar la obra freudiana no sólo como un sistema teórico, sino también y ante todo como una institución social, una institución ciertamente muy singular que, dotada sin duda de una muy determinada teoría —de una peculiar concepción general o global de la condición humana—, lleva internamente acoplada su propio uso práctico a través de la institucionalización de una muy determinada forma de psicoterapia.
No es la primera vez por lo demás que una teoría general sobre la condición humana deja de moverse en un plano meramente especulativo o teorético y se realiza en la práctica bajo la forma de una institución social que incide y afecta individualmente a las vidas de las personas individuales. Así, por poner un ejemplo, también la vieja teología moral católica, en cuanto que incluye una concepción sobre la vida moral humana, es una teoría que mediante la institución del sacramento de la confesión alcanza y afecta individualmente al comportamiento de muchas personas. Puede que esta comparación sea injusta, tanto por lo que respecta a la forma como a los contenidos de la institución, pues acaso pudiera sostenerse que mientras que la teología moral, en cuanto que considera al hombre moralmente libre y responsable de sus actos, y por tanto le insta al arrepentimiento y a la reforma de su vida mediante las obras, colabora a la restauración del mundo, la institución psicoanalítica por su parte, en cuanto que, como aquí vamos a sostener, se asienta en una concepción que lamina de raíz toda auténtica libertad y responsabilidad, está colaborando más bien al desmoronamiento del mundo. Pero, en todo caso, la comparación o la analogía podría seguirse sosteniendo en cierto respecto: La institución de la confesión, en efecto, contempla en la teoría y dispone en la práctica las siguientes fases normativas del itinerario individual que cada persona debe seguir para cumplir con ella: «examen de conciencia», «dolor de los pecados», «propósito de la enmienda», «decir los pecados al confesor» y «cumplir la penitencia». Por su parte, también de la institución psicoanalítica puede decirse que contempla en la teoría y dispone en la práctica determinados pasos para cumplir con su normativa, por ejemplo los siguientes: «evocación por parte del analizado, mediante asociación libre asistida por el terapeuta, de las vicisitudes de su pasado biográfico», «asunción por parte del analizado de la interpretación ofrecida por el terapeuta de dichas vicisitudes», «experiencia de la relación emocional de resistencia y de transferencia ante la figura del terapeuta», «descubrimiento, asistido por la interpretación del terapeuta, de la supuesta escena primordial fantaseada de la seducción» y «asunción —por fin— del sentido entero de la vida desde el significado que a ésta le otorga aquella supuesta escena fantaseada primordial». En ambos casos, como se ve, se trata de sendas concepciones, sin duda teóricas, del hombre que disponen en la práctica, y lo disponen como contenido de cada una de sus teorías, una suerte de itinerario protocolizado de fases que deben ser recorridas para cumplir, como decíamos, con las prescripciones normativas de la institución.

2. EL SENTIDO PRÁCTICO DE LA INSTITUCIÓN PSICOANALÍTICA

1. Pues bien, dejando ahora al margen el caso de la institución de la confesión, a la que hemos aludido simplemente como ejemplo comparativo de partida, lo que aquí nos importa es acertar a comprender cuál pueda ser el sentido, ciertamente práctico, que una institución como la psicoanalítica pueda tener en el seno del tipo de sociedad que la ha hecho posible y en la que sin duda ella ha arraigado. Pues una institución que, como el psicoanálisis, contiene en su teoría determinadas disposiciones normativas prácticas, y bien peculiares, que deben ser seguidas para cumplir con ella, y que desde luego ha tenido una indudable implantación o arraigo social como tal institución, ya es susceptible sin duda de ser sometida a análisis como tal institución social, es decir, como hecho social antropológico significativo, y significativo precisamente en relación con el tipo de sociedad en la que la institución ha podido gestarse y echar raíces. Pero es que, además, puede que la institución psicoanalítica no sólo sea susceptible, en general, de semejante mirada antropológica, sino que sea de primera importancia llevar a cabo semejante análisis si es que, como aquí vamos a proponer, el sentido práctico de dicha institución consiste en colaborar al «desmoronamiento del mundo» en la medida misma en que su concepción del hombre sustrae de raíz, como apuntábamos, todo genuino sentido de la responsabilidad moral. Si esta idea que proponemos, y sobre la que quiere centrarse nuestra argumentación, fuera cierta, en efecto, entonces debe decirse que la institución psicoanalítica no ya sólo es que pueda, sino que ante todo debe ser sometida a análisis crítico, un análisis crítico que fuera capaz de desvelar el modo como la institución, en la medida en que se asienta como decimos en una concepción del hombre que le priva de toda genuina responsabilidad moral, instrumenta las disposiciones prácticas capaces de extirpar en sus institucionalizados dicho sentido de la responsabilidad, y todo ello en la medida, a su vez, en que dicha institución se acompasa y adapta, como el guante a la mano, a un tipo de sociedad en la que se ha hecho predominante una característica tendencia por parte de los individuos a eximirse de toda responsabilidad moral dado a su vez el estado de desmoralización reinante en dicha sociedad.
Pues, en efecto, apuntado de momento de un modo meramente esquemático, aquí estamos suponiendo que esta institución sólo ha podido gestarse y arraigar en una muy determinada situación socio-cultural e histórica, que vamos a identificar con la sociedad «modernista fin de siglo» (en la transición entre el siglo XIX al XX), y en el seno de ciertas ciudades cosmopolitas características de dicha sociedad (como era el caso desde luego de la Viena finisecular), situación que vamos a caracterizar, a efectos de lo que aquí nos importa, por un proceso de desmoronamiento de las formas de vida comunitarias, y muy en especial de la que consideramos la piedra angular de dichas formas de vida, que es la familia, un desmoronamiento éste que conlleva necesariamente un proceso de desmoralización, es decir, de desfallecimiento de la fuerza moral de ánimo para restaurar dicha vida comunitaria y familiar. Entendemos asimismo que dicha desmoralización, consecuencia del desmoronamiento de la vida comunitaria, sume a la persona individual en un peculiar estado moral de ánimo ambivalente y oscilante, a saber, aquel estado bajo el cual, sin perjuicio de la fuerte tendencia psicológica a la exención de toda responsabilidad moral que viene implicada por dicho estado de desmoralización, hemos de suponer en todo caso que no puede quedar aniquilado un resto, aun mínimo, de sentido de la responsabilidad moral, y por ello de la fuerza moral de ánimo para restaurar la vida comunitaria y familiar.
Y es este estado ambivalente el que sin duda la institución va a detectar y registrar, y en el que a su vez va a incidir manejándolo a su modo, a saber, tendiendo a eclipsar, y en el límite a erradicar, dichos restos últimos de fuerza moral de ánimo y de sentido moral de la responsabilidad abundando para ello en la tendencia psicológica contraria a quedar eximido de toda responsabilidad. Mas para lograr este objetivo, la institución deberá ciertamente disponer de una determinada concepción teórica del hombre, justamente aquélla que deslegitime por la raíz todo genuino sentido de la responsabilidad moral, y deberá asimismo disponer de una forma práctica de canalizar dicha concepción de modo que sus institucionalizados puedan llegar a asumirla como propia, como la versión verdadera del sentido último de sus vidas, y dicha forma práctica va a consistir en la muy peculiar forma que adopta la terapia psicoanalítica.
En este trabajo vamos a intentar dibujar la figura de esta idea que acabamos de apuntar acerca de la concepción del hombre y de su uso práctico en la terapia que suponemos que caracterizan a la institución psicoanalítica.

3. LA PRIMERA TEORÍA FREUDIANA DE LA REPRESIÓN

2. Sin perjuicio del interés y del valor de otras posibles periodizaciones de la obra freudiana1, nuestra consideración de la institución como hecho antropológico significativo en su contexto histórico y social requiere distinguir en dicha obra dos grandes etapas cuya «solución de continuidad» viene marcada, como veremos, por el momento en el que Freud pasa a concebir la «escena de la seducción» como «fantasía desiderativa originaria». La primera sería la etapa que se corresponde con lo que podemos considerar como la «primera teoría freudiana de la represión», y con la segunda arranca lo que vamos a considerar como la «refundición propiamente psicoanalítica» de la teoría de la represión. A su vez, dentro de la primera etapa todavía es posible distinguir entre lo que podemos considerar como la «inicial teoría de la represión», realizada por Freud todavía en colaboración con su colega Breuer, y un segundo momento en el que nos las vemos ya con «el primer desarrollo freudiano» de dicha teoría, llevado a cabo por Freud con independencia de Breuer.
Por lo que respecta a la «inicial teoría de la represión» nos importa señalar lo que sigue. Aquí podemos detectar ya lo que cabe considerar como el núcleo germinal de lo que llegará a ser la concepción teórica y la práctica freudianas, elaborado todavía en colaboración con su colega Breuer sobre todo a partir del tratamiento que éste ensayara en su momento con su paciente Anna O. Como es sabido, en efecto2, Breuer había ensayado tentativamente con esta paciente el procedimiento de la hipnosis al objeto de sanar o aliviar unos malestares sintomáticos que de entrada no parecían responder a lesiones orgánicas ni a disfunciones fisiológicas efectivas. Y si bien el uso de las «instrucciones directas» bajo hipnosis no parecía tener efecto sanador alguno, Breuer se encontró sin embargo con que en estado hipnótico la paciente mostraba una especial tendencia o disposición a evocar y expresar verbalmente acontecimientos de su vida pasada que por lo demás no parecía recordar en estado alerta normal, y se encontró asimismo con que la evocación y expresión de dichos episodios parecía correlacionar con la desaparición o siquiera el alivio de los síntomas. Estos episodios no eran ciertamente episodios cualesquiera, sino que se trataba de acontecimientos cuyo contenido tenía siempre que ver con conflictos morales irresueltos dotados por ello de una fuerte carga traumática emocional o afectiva. Cabía suponer por tanto que en la medida en que dichos conflictos no habían sido moralmente resueltos en la vida pasada de la paciente habían quedado eludidos y relegados —«reprimidos», se dirá— a una zona psíquica inaccesible a la conciencia —de aquí la primera idea de «inconsciente»—, como protegidos o resguardados, se diría, de su carga afectiva traumática derivada de su condición de conflictos moralmente irresueltos, mas de tal modo que, en su lugar, como sustitutos suyos, se manifestaban los síntomas, unos síntomas éstos que, una vez recordados y expresados bajo hipnosis por parte del paciente los conflictos a los que sustituían, tendían a desaparecer o siquiera a aliviarse.
He aquí, como decía, el germen de la primera teoría de la represión y de la manera práctica de comenzar a descubrirla y a tratarla. Entre los síntomas y los conflictos morales irresueltos parecía haber en efecto una relación genética significativa, y por tanto susceptible de ser desvelada por interpretación, a saber, aquella relación según la cual los síntomas se hubieran generado como sustitutos que manifestaban o expresaban, a la vez que encubrían y deformaban, los conflictos morales irresueltos en cuyo lugar estaban. A su vez, dicho descubrimiento teórico, realizado ya en el contexto práctico de la hipnosis, parecía abrir el camino práctico para la desaparición o el alivio de los síntomas, un camino éste que en efecto se mostraba cuando el paciente, asistido por el terapeuta bajo hipnosis, iba siendo capaz de rememorar y revivir y expresar verbalmente ante el terapeuta los conflictos en cuyo lugar estaban los síntomas, situación ésta que parecía correlacionar, como decíamos, con la desaparición o al menos el alivio de estos síntomas. Así pues, sólo bajo hipnosis había podido realizarse, en efecto, el descubrimiento teórico de la relación genética significativa entre los síntomas y los conflictos, y podía comenzar asimismo a practicarse el camino de la cura de los síntomas.
Ésta es, como vamos a ver, una cuestión esencial, sobre la cual ha de incidir nuestra crítica de un modo radical, pues nos parece en efecto que todo el secreto de los presuntos descubrimientos teóricos y de los tratamientos prácticos que Freud va a ir desarrollando a lo largo de toda su carrera reside en la forma ciertamente singular de la «situación» o «relación terapéutica» dentro de la cual, y sólo dentro de la cual, dichos presuntos descubrimientos y los correspondientes tratamientos han podido tener lugar; lo cual por lo demás fue siempre a su modo expresamente reconocido y subrayado por Freud al abundar en la idea que remite a la particular relación terapéutica por él instaurada como una «contraseña» esencial e insustituible del psicoanálisis. Es verdad que, como ahora veremos, Freud llegará más bien pronto a desprenderse (pero a nuestro juicio sólo aparentemente) de la hipnosis como técnica terapéutica y a sustituirla, como si se tratarse de una nueva alternativa, por el método de la asociación libre, pero en todo caso Freud siempre insistió, como decíamos, en que sólo en el marco de la relación terapéutica por él instaurada podían tener lugar los descubrimientos y tratamientos propios del psicoanálisis. Como ahora vamos en efecto a ver, la asociación libre, lejos de constituir, tal y como Freud la presenta, una alternativa a la hipnosis, constituye por el contrario a nuestro juicio la máxima depuración posible, por estilización y fluidización, de la hipnosis misma, destinada precisamente a obtener lo que sólo por medio de la hipnosis podía obtenerse, a la vez que a desprenderse, como de la escoria residual, de las rémoras o insuficiencias prácticas que todavía acarreaba la hipnosis. Ésta es la razón por la que, como vamos a ver, nuestra crítica del psicoanálisis depende esencial y radicalmente de que seamos capaces de desvelar qué ocurre en la hipnosis, y asimismo en esa forma suya de depuración máxima en la que consiste la asociación libre, es decir, depende de que seamos capaces de sacar a la luz lo que bien pudiéramos llamar el «secreto» de la hipnosis, ese secreto que, como veremos, sólo funciona en la práctica a condición de que no sea desvelado.
Ahora bien, como quiera que de momento no vamos a entrar en semejante análisis, nos limitaremos por ahora a fingir una neutralidad descriptiva, que en realidad es imposible (cuando se parte de nuestra concepción de la hipnosis), y a señalar que el protocolo de la hipnosis, tal y como podían estar utilizándolo Breuer y luego Freud a la sazón, consistía básicamente en lo siguiente3. Se trataba en efecto, en primer lugar, de hacer fijar la atención del paciente en algún objeto determinado, que también podía ser (y con frecuencia lo era) la propia persona del terapeuta, por ejemplo su rostro o su mirada, al objeto de lograr, en segundo lugar, una relajación fisiológica y anímica en el paciente próxima a la somnolencia, que le llevara, en tercer lugar, a un estado o disposición de entrega, emocional y cognoscitiva, a la persona del terapeuta, a partir de la cual pudiera tener lugar, por fin, y éste es el momento culminante y principal, una suerte de disociación ampliada de la conciencia mediante la cual el paciente fuera capaz, debido a dicha ampliación, tanto de asumir instrucciones del terapeuta («sugestiones») que en estado normal o alerta no se hubiera encontrado dispuesto a asumir, como de evocar y expresar contenidos conflictivos resguardados por su carácter moralmente irresuelto que tampoco hubiera estado dispuesto a evocar en estado alerta, y ello en la medida a su vez en que se suponía que dicha ampliación era posible debido a la disociación de la conciencia así ampliada con respecto a la vigilancia cognoscitiva de la conciencia en estado normal o alerta. Aquí la clave reside, como se ve, en esta suerte de disociación ampliadora de la conciencia mediante la cual ésta al parecer se abre o amplía a la asunción de sugestiones y/o la evocación de conflictos moralmente irresueltos justamente en la medida en que se supone que se relaja, rebaja o abandona la vigilancia cognoscitiva consciente ordinaria, y con ella la vigilancia moral ordinaria, respecto de dichas sugestiones o recuerdos. Y es este particular estado psicológico de presunta disociación ampliadora de la conciencia, repárese, el que en efecto se supone que ha sido, y sólo ha podido ser, inducido por la asistencia psicológica experta del terapeuta, y es sólo a su vez en semejante estado como ha podido tener lugar el descubrimiento de la relación genética significativa entre los conflictos morales irresueltos y sus síntomas sustitutivos deformantes así como su propio tratamiento sanador.
Ya se va viendo, me parece, el interés que puede tener el desvelar en qué pueda ciertamente consistir esa supuesta asistencia psicológica experta capaz de inducir semejante estado psicológico de presunta disociación ampliadora de la conciencia, y cuál puede ser por lo mismo el juego (pragmático) que, bajo la cobertura de tan singular relación comunicativa entre el paciente y el experto, puede que esté teniendo lugar; el juego al que puede que, en efecto, ambos estén, cada uno a su modo, jugando.
Pero bastará lo dicho hasta aquí para caracterizar la inicial teoría de la represión elaborada en un primer momento conjuntamente por Freud y Breuer.
3. Como es sabido, esta «inicial teoría de la represión» fue siendo elaborada conjuntamente por Breuer y Freud desde 1882, año en el que tuvo lugar el primer encuentro entre ambos médicos, hasta aproximadamente el año 1885, a partir del cual año Freud va a ir elaborando, ya por su cuenta, lo que aquí hemos llamado «el primer desarrollo freudiano» de la teoría de la represión. Este desarrollo culminará en 1897, año éste al final de cuyo verano Freud ya asume, como se sabe, la concepción de la «escena de la seducción» como «fantasía desiderativa originaria», con lo cual va a establecer la que aquí vamos a considerar como la piedra angular de la «refundición propiamente psicoanalítica» de la teoría de la represión y con ello de la teoría y la práctica ya canónicas del psicoanálisis.
Pues bien, por lo que respecta al «primer desarrollo freudiano» de la teoría de la represión, nos importa señalar lo siguiente. Dicho desarrollo tiene lugar básicamente a nuestro juicio como resultado de la articulación de dos innovaciones básicas que Freud va a introducir en la inicial técnica terapéutica que venían esbozando entre él y Breuer. Una de ellas es la transformación de la hipnosis en la asociación libre, y la otra es la que consiste en la identificación y el manejo de la situación terapéutica de resistencia y transferencia4.
Por lo que respecta a esta última, la cuestión es que ya Breuer había advertido, como se sabe, en el curso de su tratamiento de Anna O., y así se lo había hecho saber a su colega, que a partir de cierto momento del desarrollo de dicho tratamiento la paciente había empezado a dar muestras de una novedosa y sorprendente relación afectiva ambivalente en relación con el propio terapeuta, de aproximación por un lado y a la vez de evitación por otro. Breuer, que era una persona y un profesional de moral tradicional, experimentó en este punto una incomodidad personal de índole moral que le llevó como es sabido a abandonar el singular tipo de terapia con la que se estaba encontrando. Pero fue en este punto precisamente en el que Freud, a quien ciertamente no afectaban de igual modo los escrúpulos de su colega, vio abiertas las puertas de una posible profundización y desarrollo decisivos de la terapia que hasta el momento ambos médicos venían esbozando. Se trataba ciertamente de lo que Freud terminará pronto identificando como la situación terapéutica de «resistencia y de transferencia», o también, como «neurosis regresiva de transferencia». Según la propia concepción que Freud acabará elaborando al respecto, en efecto, se trata de un momento crítico de la terapia, al que toda terapia bien conducida debe acabar llevando, en el que el paciente se ve sumido en una especial crisis emocional y comunicativa que le impulsa a descargar y transferir a la persona del terapeuta, y en cuanto que figura experta de autoridad, toda la carga emocional y el contenido ideativo del paquete neurótico (reprimido y sustituido) que le embarga, pero que sólo puede hacerlo mediante esa suerte de micro-reedición comprimida y explosiva de dicha neurosis en que consiste la neurosis misma regresiva de transferencia. Más adelante veremos lo que puede que desde nuestra propia perspectiva esté aquí ciertamente en juego, pero de momento nos limitamos a decir que, según Freud, cuando el terapeuta da cu...

Índice

  1. Capítulo 1. El psicoanálisis como institución
  2. Capítulo 2. El sentido práctico de la institución psicoanalítica
  3. Capítulo 3. La primera teoría freudiana de la represión
  4. Capítulo 4. Primer acercamiento crítico a la primera teoría freudiana de la represión y a su uso práctico
  5. Capítulo 5. La hipnosis, o el secreto que no puede ser desvelado
  6. Capítulo 6. Los dos límites prácticos de la primera teoría de la represión y su superación mediante la concepción de la escena de la seducción como fantasía desiderativa primordial
  7. Capítulo 7. El formato filosófico de la concepción de la escena de la seducción como fantasía desiderativa primordial y la refundición propiamente psicoanalítica de la teoría de la represión y de su uso práctico
  8. Capitulo 8. Modernidad y modernismo. La cultura social modernista como caldo de cultivo de la institución psicoanalítica
  9. Capítulo 9. La función de la institución psicoanalítica en el contexto del desmoronamiento de la vida familiar y comunitaria en la cultura social modernista
  10. Bibliografía