Estudiar ¿misión imposible?
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Estudiar ¿misión imposible?

Sobre el método de estudio en la escuela y en familia

  1. 312 páginas
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Estudiar ¿misión imposible?

Sobre el método de estudio en la escuela y en familia

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Índice
Citas

Información del libro

"Ahí están, con el boli en la boca y un libro en la mano, sentados (más o menos) frente a la mesa del salón o el pupitre del colegio. Dicen que están estudiando. Tal vez. Abren el libro, leen, subrayan, pero no parece que tengan intención de aprender. 'Cumplen' con el estudio, pero no aprenden a conocer la realidad con toda su fascinación y misterio. (...) ¿Quiénes son? Muchos de nuestros alumnos, algunos de nuestros hijos. (...) ¿Qué se puede hacer?". Rosario Mazzeo conoce bien las variadas dificultades con las que los alumnos, los profesores y los padres se encuentran cuando deben afrontar el estudio. Pero también sabe por experiencia que se puede intervenir y cambiar la situación. Por medio de cartas, mensajes y conversaciones nos hace descubrir que es posible estudiar con gusto, y nos comunica un método para conseguirlo. Un libro dirigido a todos los que se enfrentan con esta dificultad: a los padres, a los maestros y, también, a los estudiantes.

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Información

Año
2011
ISBN
9788499205465
Edición
1
Categoría
Pedagogía
PRIMERA PARTE:
LAS SEIS P DEL ESTUDIO
(CARTAS A PROFESORES Y PADRES)

PROPUESTA

Claramente, el estudio escolar no es la actividad que desarrolla el estudiante profesional (intelectual, investigador, científico...). Más bien presenta la fisonomía de una propuesta de aprendizaje que ha de asumirse y verificarse según un método.
Hay docentes que se comportan como si el estudio fuese algo congénito a la persona del estudiante, casi un elemento estructural del hombre, un imperativo («Tenéis que estudiar») intrínseco al ser humano. Algunos padres identifican el estudio como una condición (buena o mala, en todo caso inevitable) de la infancia y la adolescencia.
Unos y otros, quien más y quien menos, suelen confundir el aprendizaje espontáneo con el mediado, el deseo de conocer con el conocimiento, la curiosidad con la aplicación, la experiencia con la ciencia y la vida con la escuela.
En la práctica, de hecho o de derecho, la actividad de estudio que se desarrolla en un ámbito escolar o familiar tiene un mínimo denominador común: es una propuesta que adultos (maestros, profesores, padres, cada uno según modalidades y roles distintos) dirigen a párvulos, niños y adolescentes.
Nos preguntamos:
- ¿Quién hace la propuesta?
- ¿Cuáles son sus contenidos?
- ¿Cuál es su forma propia, su modalidad y las razones que la sostienen?

A un compañero de matemáticas
Asunto: El aprendizaje escolar

Querido Juan,
tu compromiso es grande y tienes el desbordante entusiasmo típico de los jóvenes. Preparas las clases, corriges los deberes, te pasas horas y horas en el colegio, «más allá del deber», según tú mismo reconoces. Tratas de estar con alumnos, padres y compañeros. Quizás la única persona de la que procuras alejarte es el director porque aún lo ves sólo como alguien que fiscaliza, que se ocupa de que otros trabajen y juzga sus resultados.
A menudo dices que, aunque te dejas la piel por el colegio, tus alumnos no estudian y no aprenden.
Así que tus alumnos no estudian. ¿Saben lo que es estudiar? ¿Saben de qué les estás hablando cuando les dices que estudien las potencias para el jueves? ¿Tienen la menor idea de lo que les pides? ¿Le dan el mismo significado que tú al verbo estudiar?
Me llevo haciendo estas preguntas desde que entendí que el aprendizaje puede ser natural y/o enseñado. El primero es espontáneo, un hecho tan connatural al hombre que es «casi involuntario». Es resultado de algunas experiencias personales, a menudo de tipo casual. El aprendizaje enseñado o mediado, en cambio, es una operación que se desarrolla dentro de un contacto educativo o relación pedagógica «que lleva al que aprende más allá del mero aprendizaje» (Bruner).
El modo característico del aprendizaje que se enseña en la sociedad actual es el aprendizaje escolar (gráfico 1).
Su dinámica consiste en una interacción, dentro de un contexto institucional, entre tres elementos: maestro o docente, colegial o estudiante, objeto del aprendizaje o materia.
Como ves, estamos ante un triángulo cuya base es la relación estudiante-docente (relación pedagógica). Se trata de una relación asimétrica, en función del alcance de metas preestablecidas, en un tiempo y un espacio vinculantes y afines que, por lo general, asumen el peso de la obligación: el alumno no elige al profesor ni el profesor elige al alumno. Así, docente y estudiante se encuentran, a menudo a pesar suyo, en el mismo barco, con la obligación de desarrollar ciertas tareas y alcanzar resultados. El docente tiene que enseñar, el estudiante tiene que aprender.
Definamos el lado del triángulo «materia-docente» como elaboración didáctica, porque se refiere al manejo que el docente hace de contenidos, métodos, lenguaje e instrumentos de una determinada disciplina de forma que el estudiante aprenda, o al menos se le facilite el cumplimiento de las operaciones de estudio (ver el lado «estudiante-materia») de forma eficaz.
Aprender es una palabra que remite a tantos significados y sentidos que decidí proponer siempre a mis alumnos su acepción etimológica: «a-prender», ad-prehendere, aferrar algo con la mente.
Por tanto, cuando les dices a tus alumnos que estudien las potencias, les estás proponiendo que adquieran los conceptos, las nociones y la habilidad que se requieren para el manejo de potencias, que tú ya has explicado y se exponen en su libro de texto. Cuando ellos afirman que han estudiado, tienen que ser conscientes de haber desarrollado una operación que hace propios esos conocimientos y habilidades hasta el punto de que son capaces de utilizarlos y exponerlos según unos parámetros que tú compartes con ellos.
¿Y eso es todo?
No es poco. Si consigues transmitir a tus alumnos (y por contrapartida a compañeros y padres) el hecho de que estudiar es en primer lugar aprender, estarás en el mejor camino para «hacer estudiar».
Cuántas veces he tenido que pelearme con mis alumnos por estas cosas. Mateo juraba una y otra vez que había estudiado pero no sabía decirme tan siquiera de qué trataba la lección. Para él estudiar era simplemente pasar las páginas del libro. Mónica sostenía que se había esforzado muchísimo y por eso no podía «atizarle» un insuficiente así como así. Evidentemente no había entendido (o no había querido entender) que estudiar no es sólo esforzarse, sino un esfuerzo por aferrar la tarea que se te ha encargado con tal firmeza que se comprenda (cum-prehendere, llevar consigo) y utilice.
En muchas otras ocasiones he discutido de lo mismo con compañeros y padres. Una señora sostenía que su hija, para ella, estudiaba. «No estudia nada», le rebatía mi compañero. Yo no sabía a quién darle la razón, aunque esa forma de hablar me fastidiaba. Cuando se calmaron un poco, hice algunas preguntas y me di cuenta de que la señora afirmaba que su hija mostraba una buena disposición mientras que el profesor se refería a que las dos últimas veces que le había preguntado en clase la muchacha no había abierto la boca.
¿Qué me dices?
Volveremos a hablar de esto, si quieres. Hasta la vista. Y acuérdate: no al exceso de trabajo y al burnout; sí a la esperanza que es alma de toda verdadera educación y de toda enseñanza eficaz,
tu viejo colega.

Al mismo
Asunto: Realidad y estudio

Querido Juan,
en efecto, estudiar es cosa de los alumnos. Es su notable y dramática responsabilidad personal. La chispa de esta responsabilidad salta, avanza y se lleva a término en la relación con el profesor en tanto que es referente y testigo, a lo largo del camino, del valor y los pasos necesarios para el conocimiento de la realidad a través de una determinada disciplina. Por tanto no hay, por un lado, un profesor explicando, poniendo deberes, controlando y evaluando, y, por otro, un alumno que escucha, trata de entender, hace los deberes y aprende unos contenidos. ¿Me explico?
Tú no entras en clase para entretener a tus alumnos ni para someterlos. La vocación del profesor no es promover la animación cultural lúdica o el divertissement, pero tampoco lo es cargar a sus estudiantes con fardos inútiles tomando el saber por excusa.
Enseñar es compartir un saber sistematizado, entendiendo por saber no sólo un conjunto de conocimientos (saber conocer), sino un uso adecuado de ellos (saber hacer) de cara a la realización del yo que estudia (saber ser).
¿Quién ha sistematizado este saber?
Hombres que, antes de nosotros, han mirado y re-descubierto la realidad de una determinada manera, partiendo de ciertas preguntas para responder a problemas que la realidad les planteaba y sigue planteando. La materia de estudio es este saber organizado y transferible: es un punto de vista sobre la realidad que la tradición, a través del profesor, entrega al alumno para que lo verifique como algo verdadero, hermoso y bueno para él.
«Qué bonito —estarás murmurando, probablemente— ¡Vente a mi clase! ¡Allí tenemos un enorme caos geométrico en vez de tu relación triangular de aprendizaje!».
Ya sé que la realidad es mucho más complicada que un esquema que sólo representa su aspecto abstracto e inanimado. De todos modos, lo que digo sigue siendo cierto: el estudio que desarrollan los alumnos es, en definitiva, una cuestión referida a la relación con la realidad y a las hipótesis de su significado.
Por tanto, cuando propones a tus alumnos (o les impones) que «estudien para mañana», pretendes que adquieran nociones, métodos y categorías de las matemáticas, la materia que enseñas. Al mismo tiempo les planteas la posibilidad de abrir la mente, al menos en relación con este punto de vista sobre la realidad, las matemáticas. Puesto que éstas, a su vez, son el resultado de la tradición en la que tú y ellos estáis inmersos, en el fondo les estás confiando la hipótesis de observar la realidad a través de esa lente de aumento concreta llamada matemáticas mientras están subidos como «enanos en la espalda de gigantes», diría Juan de Salisbury.
¿Te parece un discurso inútil, inviable?
¡Adiós!

Al mismo
Asunto: Identificación y diálogo

Querido Juan,
no he sido claro sobre la relación entre el estudio, la disciplina y la tradición. Me acabo de dar cuenta releyendo mi última carta. Perdóname. Trataré de completar mi razonamiento.
La relación triangular del aprendizaje enseñado escolar se produce porque hay un pasado digno de transmitirse y ser verificado en el presente. La escuela, lugar dinámico en el que se dan múltiples relaciones triangulares, es un ambiente de aprendizaje significativo y crítico, que se caracteriza por la conciencia que tengan sus protagonistas de ser herederos de las invenciones, los descubrimientos y las distintas formas de mirar la realidad de los grandes del pasado y del presente.
En este contexto, la enseñanza es una propuesta exigente y amorosa y el estudio es la asunción y verificación de esa propuesta, cuyo contenido se refiere a las preguntas y respuestas de los «gigantes» que nos han precedido.
¿En qué piensan tus alumnos cuando apuntan en sus agendas la lección que hay que estudiar? ¿Sienten que tienen el deber de tragarse una buena ración de conceptos y ejercitar una determinada zona del cerebro o sienten que están llamados a ensanchar la razón y re-descubrir algo que es bello y bueno?
Cuando les dices a tus alumnos, por ejemplo, que estudien el teorema de Pitágoras, ¿se dan cuenta de que se trata de una acción que tiende a identificarse con la mirada de un gran hombre sobre la realidad hasta el punto de tratar de verificar la hipótesis que planteó?
¿No?
El estudio es un diálogo-comparación con los grandes hombres de la cultura, del arte, de la ciencia y de la técnica. Sólo desde esta perspectiva, gracias a la propuesta y el ejemplo del profesor y dentro de una compañía guiada (la clase), el estudio se vuelve aventura y encuentro, búsqueda y descubrimiento, asunción y verificación de la propuesta del profesor, que se materializa en una aplicación personal, adecuada a la edad del alumno y al tipo de escuela.
Hasta pronto, entonces. Adiós.

Al mismo
Asunto: Sacrificio y conocimiento

Querido Juan,
tu respuesta ha sido inmediata y franca. Estás de acuerdo con Ortega, según el cual el estudio no es ni aventura ni acto de identificación con el pasado, sino «triste hacer humano». De hecho «el deseo de saber que pueda sentir el buen estudiante es completamente heterogéneo, tal vez antagónico del estado de espíritu que ha llevado a la creación del saber mismo. Y el hecho es que la situación del estudiante de cara a la ciencia se opone a la que había tenido su creador. Ser estudiantes es verse obligados a interesarse directamente por lo que no interesa, o como mucho interesa sólo de una manera vaga, genérica e indirecta... El estudiante medio es un hombre que no siente la necesidad directa de la ciencia, o la preocupación por ella y, sin embargo, se ve obligado a preocuparse de ella... Ser estudiantes, como ser contribuyentes, es algo artificial, que uno se ve obligado a ser» (Ortega y Gasset, Sobre el estudiar y el estudiante).
¿Tenemos entonces que eliminar de nuestra sociedad el estudio? ¿Tenemos que eliminar la escuela?
No, responde el filósofo. Y tú con él. «Estudiar y ser estudiante ha sido siempre, sobre todo hoy, una necesidad inexorable del hombre. Lo quiera o no, tiene que asimilar el saber acumulado, bajo pena de sucumbir individual o colectivamente. Si una generación dejase de estudiar, la humanidad actual en sus nueve décimas partes moriría repentinamente» (íd.).
«En este sentido —añades— es válida tu observación sobre la relación entre aprendizaje-estudio-tradición». Y concluyes: «Evitemos entonces los eufemismos: el estudio es una obligación; conocimiento es sufrimiento y, aunque necesario, sufrimiento al fin y al cabo. Aunque estemos subidos a los hombros de los gigantes. Es verdad que hasta cierto punto este ‘triste hacer humano’ tiene un resultado positivo. Pero digamos las cosas tal como son: estudiar es sacrificarse. Scientia y tristitia son hermanas».
Éste es tu razonamiento, en resumen.
Sólo estoy de acuerdo con una cosa: «digamos las cosas tal como son». Y añadiría, mejor, ayudémonos a descubrir las cosas «tal como son y están».
Es indudable que hay una relación inseparable entre sacrificio y estudio, sufrimiento y conocimiento. Pero no en los términos negativos que tú indicas siguiendo la estela de Ortega.
Estudiar es un sacrificio ante todo porque no es una actividad que radique (por la propia naturaleza del aprendizaje enseñado) en la apetencia instintiva de aprender, puntual y casual. El estudio está en conexión viva con el deseo del hombre, no con sus apetencias.
Si pudiese, eliminaría del lenguaje de la escuela la expresión «tener ganas de estudiar». Todos ganaríamos con ello, porque se haría comprensible, hasta para los propios estudiantes, el hecho de que el estudio, aun cuando comporta más sacrificio, puede (y debería) ser una competición deportiva, expresión de sí mismo en relación con los demás y las cosas, fuente de satisfacción. El problema, en realidad, es mucho más complejo. Como bien sabes, los jóvenes naufragan en una cultura de deseos sin objeto, de apetencias sin responsabilidad, de tiempo sin raíces y sin realidad. Por eso son incapaces de eleg...

Índice

  1. Introducción
  2. PRIMERA PARTE: LAS SEIS P DEL ESTUDIO (CARTAS A PROFESORES Y PADRES)
  3. SEGUNDA PARTE: UN ESTUDIO COMO AMIGO PARA ALUMNOS
  4. TERCERA PARTE: LOS VERBOS CON QUE SE CONJUGA EL ESTUDIO (ARTÍCULOS E INTERVENCIONES)