CAPÍTULO CUARTO
¿Renunciar al hombre?
En 1966 Michel Foucault explicó en Las palabras y las cosas una célebre previsión-profecía sobre una cercana «muerte del hombre», destinado a ser «deconstruido» por las mismas ciencias humanas nacidas a lo largo de la edad moderna. Usted ha tratado esta cuestión extensamente en su libro Lo propio del hombre: «una legitimidad amenazada». ¿Qué es lo que no le convence de la tesis de Foucault y, en general, de su punto de vista sobre la cuestión antropológica?
Es cierto, en el libro mencionado he dedicado un capítulo entero a Foucault . Me pareció necesario porque este filósofo lanza varios ataques contra el «humanismo» sin aportar en ningún momento una definición precisa de su objetivo polémico. Para ser más exactos, sólo lo hace en una ocasión, durante una entrevista concedida a un grupo de estudiantes:
Entiendo por humanismo el conjunto de los discursos mediante los cuales se dijo al hombre occidental: «Justo cuando dejas de ejercitar un poder, puedes convertirte en soberano. Es decir: cuanto más renuncies a ejercitar el poder y estés sometido a lo que te viene impuesto, tanto más serás soberano» .
He citado íntegramente esta definición antes de proponer su análisis. Me sorprendió constatar su arbitrariedad y cómo produce graves confusiones camufladas bajo una retórica bastante eficaz. Por otro lado, Foucault se defiende en varias ocasiones contra una interpretación evidentemente estúpida de su tesis sobre la «muerte del hombre», explicando que no se refería en absoluto a una posible destrucción o extinción del hombre como especie viviente. Subraya que para él se trata únicamente de mostrar cómo el hombre no representa en modo alguno, o ya no representa para las ciencias tal como se han desarrollado en nuestra época —por ejemplo, para la lingüística estructural, la sociología o el psicoanálisis—, un objeto suficientemente consistente. Efectivamente, estas ciencias ya no presuponen la existencia de un sujeto libre y consciente, sino que hacen emerger un nivel de racionalidad más profundo, una infraestructura anterior a la conciencia y a la libertad. Foucault tenía toda la razón en refutar las groseras malinterpretaciones que produjeron sus tesis. Sin embargo, podríamos preguntarnos si de verdad habría retrocedido ante la perspectiva de una posible desaparición de la humanidad concreta.
¿Quiere usted decir que a partir de la «negación teórica» de lo humano no es difícil llegar a proyectar su supresión en el plano práctico?
En Foucault se encuentra un poco la actitud del niño consentido que busca experimentar emociones fuertes jugando con ideas peligrosas. O del intelectual que difunde tesis provocadoras sin preocuparse de sus consecuencias. Desgraciadamente, se trata de una costumbre muy francesa. Pensemos en los escritores a sueldo del periodo de las Luces que hicieron todavía más vulgar lo que los periodistas autoproclamados philosophes ya habían divulgado. Los grandes criminales del periodo revolucionario se nutrieron de esta literatura. El abad Raynal, que había contribuido con gusto a dicha propaganda, murió en 1796: así pues, tuvo tiempo de conocer y desaprobar la Revolución —pero se le consideró un viejo senil... Por otro lado, ni los verdaderos filósofos, desde Platón hasta Heidegger, han estado inmunizados a las tentaciones del poder y del recurso a métodos radicales. Foucault, que nunca dejó de denunciar las estrategias del poder en todas sus formas, también supo usar el poder del que dispuso. En cuanto a una desaparición definitiva del género humano, es obvio —repito— que no la deseó en modo alguno. Pero su obra ha contribuido a minar el concepto de la «legitimidad del hombre» debilitando las razones para defenderlo.
En la cultura difusa de nuestro tiempo, la idea de una «renuncia al hombre» da un paso más respecto a la concepción de Foucault. Las neurociencias —o más exactamente, una cierta vulgata neurobiológica— anuncian la disolución de la conciencia y de sus prerrogativas tradicionales (libertad, creatividad, responsabilidad), a favor de la actividad del neocórtex cerebral. Algunos autores han llegado a sostener que las neurociencias estarían destinadas a adoptar en el próximo futuro el papel de una prima philosophia destinada a sustituir a la filosofía en sentido tradicional.
El problema de toda esta cuestión nace del hecho de que se puede preguntar quién exactamente expone estas teorías, quién precisamente aporta los resultados que la fundamentarían. ¿Quién es el que nos habla? ¿Un científico? ¿Una corteza cerebral?
¿Y por qué debería yo creer en una teoría que sólo sería el resultado necesario de un cerebro producido por la evolución y, por lo tanto, por la interacción de procesos puramente irracionales? ¿En qué modo podría dicha teoría reivindicar para sí cualquier valor de verdad?
El proyecto de algunos de hacer de las neurociencias una «filosofía prima» sería algo bastante reciente. En el fondo no se trata más que de una versión renovada de un sueño bastante antiguo, casi tan viejo como la propia metafísica (recordemos, por cierto, que fue precisamente la metafísica la considerada tradicionalmente como la «filosofía prima»): se trata siempre de hacer de una ciencia particular la ciencia universal. Durante mucho tiempo se intentó hacerlo con una ciencia de dignidad especial, la teología. Ya estuvo tentado Aristóteles y, en la estela del escándalo provocado por un ensayo de Paul Natorp, se ha subrayado su tensión entre dos concepciones de la metafísica: como ciencia universal o como ciencia prima . En el mundo árabe del siglo IX, al-Fārābī, en su breve tratado sobre los fines de la metafísica, se ocupó de distinguirla de la teología (tawḥīd), con la que se confundía frecuentemente . Finalmente, Duns Scoto consiguió definir de manera estable el ámbito de la metafísica, como «ciencia del ser en general», diferenciándola de la ciencia del Ser supremo, que es precisamente la teología.
Es divertido ver cómo la tentación vuelve a salir a la superficie cada vez que una ciencia recientemente aparecida se concibe a sí misma como la llave capaz de abrir todas las puertas: de la sociología a la psicología y el psicoanálisis, todas han tenido que atravesar esta crisis de mega...