IX. LA PRINCIPAL LECCIÓN DE LA CRISIS:
LA NECESIDAD DE HACER EXPERIENCIA
Quiero concluir con una reflexión de lo que me parece que es la principal lección que podemos extraer de esta crisis que sufrimos y que me vino a la mente leyendo un texto de Julián Carrón a finales de 200912: se trata de la necesidad de hacer experiencia y aprender de lo que estamos viviendo. Todos podemos aprender en la medida que hacemos experiencia de lo que vivimos. Se puede vivir muchos años sin que las cosas sirvan para crecer y dar pasos en la vida, o, al revés, de modo que uno puede crecer y llegar a viejo con una riqueza extraordinaria. El hombre puede dar pasos si hace experiencia de lo que vive.
A muchos no les interesa hacer un juicio de lo que ha pasado en la crisis o si lo hacen se confina a un ámbito puramente técnico donde la culpa siempre la tienen otros: los banqueros, los reguladores, los políticos, las agencias de rating, etc. Éste es el primer rasgo de la cultura de la mentira: la culpa es siempre de otros y se niega la corresponsabilidad que todos los hombres tenemos en el devenir de nuestra sociedad. Y de este modo no se dan pasos, no se aprende más que a recriminar con más fuerza y más argumentos lo que otros han hecho mal. Y ciertamente es necesario criticar a los que lo hacen mal y proponer soluciones técnicas a los problemas, pero aquí hablamos hoy del plano cultural de la crisis y el desarrollo, en el que todos somos corresponsables.
¿Qué es hacer una experiencia enriquecedora capaz de aprovechar la crisis para crecer en el propio desarrollo personal y económico? No es simplemente acumular los impactos que producen las cosas que suceden fuera o dentro de nosotros. No es la suma de impactos, impresiones recibidas o las emociones subjetivas con repercusiones sentimentales. Luigi Giussani dice que «lo que caracteriza la experiencia es entender una cosa, descubrir su sentido. La experiencia implica, por tanto, la inteligencia del sentido de las cosas». «Sin una capacidad de valoración, en efecto, el hombre no puede tener ninguna experiencia (...) Es verdad que la experiencia coincide con el «probar» algo, pero sobre todo coincide con el juicio que se tiene sobre lo que se prueba»13. En otro trabajo afirmará, «En toda experiencia auténtica se ven comprometidas la autoconciencia y la capacidad crítica del hombre»14.
La experiencia no debe reducirse a empirismo o intelectualismo. Julián Carrón afirma que «una concepción intelectualista del conocimiento y del juicio es la otra cara de una concepción empírico-sentimental de la experiencia»15. El juicio no puede ser algo añadido, intelectual a lo que se vive. «Experiencia es la comparación rapidísima de lo que probamos con las exigencias que constituyen nuestro corazón. La experiencia no se caracteriza por tanto por una acumulación de impactos, de impresiones, de emociones, sino por una adquisición de conciencia, por un descubrimiento, por una comprensión del sentido» (pág. 14). Un sentido que nace de la conciencia que brota de la evidencia auto-consciente de que yo soy hecho, de que no me hago a mí mismo, de que la vida es un don. Por ello, el desarrollo auténtico nace de la verdad, de una cultura de la verdad, que hunde sus raíces en la gratuidad de la que habla el Papa en el contexto de la experiencia cristiana. Por ello, dirá Carrón que «el mismo gesto con el que Dios se hace presente al hombre en el acontecimiento cristiano exalta también la capacidad cognoscitiva de la conciencia, adecuando la agudeza de la mirada humana a la realidad excepcional que la provoca» (pág. 20). De esta manera el cristianismo entronca plenamente y es base de la antropología económica basada en el don, aunque ésta también pueda ser reconocida y vivida por otras experiencias humanas no necesariamente cristianas ni religiosas, en el sentido reducido del término «religioso».
Tras la provocación y el drama de la crisis todo el mundo, necesitamos hacer experiencia de lo que está pasando y conocer mejor lo que estamos llamados a realizar. La conciencia del propio límite y del don recibido nos abre a una nueva racionalidad económica. En este sentido, y en línea con las enseñanzas de Giussani, Julián Carrón ha demostrado cómo la reducción sistemática de los deseos a moralismo es el origen de la degradación económica y política: «Una acción se vuelve moralista cuando pierde el nexo con aquello que la genera: seguir viviendo casados sin que se mantenga el nexo con el atractivo que ha generado la relación amorosa, trabajar sin que esté vivo el nexo con el deseo de cumplimiento, incluso teniendo un buen sueldo. En resumen: cuando esto sucede, no quedan más que unas reglas a respetar. Todo se vuelve pesado, un esfuerzo titánico para hacer algo que ya no tiene nada que ver con nuestro deseo16». Ante la crisis no necesitamos más reglas que respetar ni más leyes que cumplir. Necesitamos realidades sociales concretas que sostengan el deseo del cambio, de la mejora, de la construcción social. De esta manera, la antropología económica que brota de una autoconciencia del don no se queda en una inspiración o en una bella formulación teórica que escapa de la dialéctica entre individuo y Estado o entre liberalismo e intervencionismo, sino que toma cuerpo en personas, empresas, asociaciones, fundaciones y agrupaciones de todo tipo para ser ellas protagonistas de un desarrollo auténtico y más sostenible que el que tuvimos los años antes de la crisis. Hay muchas formas de construir en economía, pero solamente unas son sostenibles en el tiempo y permiten compaginar libertad y responsabilidad dentro de una positiva y propositiva construcción social.
Las formas sociales establecen los nexos entre el hombre individual que puede vivir su vida como don y la gratuidad con la que puede entregarse a los demás. ¿Por qué un hombre serio consigo mismo, que puede reconocer que no se hace a sí mismo, que su vida la ha recibido gratis, como sus exigencias elementales, por qué este hombre puede empezar a vivir con gratuidad y entrega las relaciones con los demás? La compañía es necesaria para ejercer la autoconciencia del don. Sin una compañía, sin un grupo de verdaderos amigos y compañeros, la justa percepción de sí mismo queda sometida a los vaivenes del estado de ánimo, o al imperio del poder, económico, social o político. El reconocimiento del propio límite y de la propia debilidad, dentro de un contexto comunitario que viva de la cultura del don, no puede no generar un movimiento que vehicule el bien propio con el bien común. Las obras nacen de necesidades concretas que buscan respuesta en una entrega a otros. El trabajo es entrega a otros y se entrega con otros. Pero solamente un cierto tipo de movimiento puede hacer crecer la experiencia de lo que hacemos todos los días, de la entrega que realizamos. Sólo un cierto tipo de relación humana, una compañía de hombres que tienen la conciencia de que su quehacer tiene un sentido que traspasa el interés inmediato, puede generar la necesaria autoconciencia con la que la caridad o la gratuidad no permanecen como cuestiones éticas yuxtapuestas al interés de la ganancia crematística y del trabajo necesario para ello, sino como dimensiones de todo el actuar humano. El problema es de conocimiento y de experiencia. Cuando se va al fondo de las propias exigencias y se va al fondo de la propia experiencia no puede negarse el don de la vida relacional. Hay que ser muy necio o vivir muy distraido para obviar que nuestras exigencias infinitas en todos los ámbitos son el punto esencial que nos acerca unos a otros y permiten superar cualquier tentación individualista o estatalista. Hacer experiencia concreta de esto nos pone en movimiento para contribuir, aunque sea de manera muy pequeña, a la salida de la crisis, con cambios en lo más hondo de la antropología económica que ha subyacido a la crisis. Cambios quizá pequeños, pero significativos y esperanzadores: los brotes realmente verdes, la auténtica construcción social.
NOTAS
I.
1 Akerlof, G. y Shiller, R. Animal Spirits: How Human Psychology Drives the Economy, and Why It Matters for Global Capitalism, New Jersey 2009.
IV.
2 L. Giussani, El sentido religioso, Madrid 2010.
VI.
3 L. Giussani, El camino a la verdad es una experiencia, Madrid 1997, p. 113.
4 J. Carrón, «Experiencia: el instrumento para un camino humano». Huellas, La Thuile 2009, p. 16.
VII.
5 J. Carrón, Tu obra es un bien para todos. Apuntes de la intervención en la asamblea general de la Compañía de las Obras. Assago, 22 noviembre 2009.
VIII.
6 G. Vittadini. «Ese buen ‘deseo’ que sirve para volver a comenzar», Páginas Digital 13/12/2010.
7 F. De Haro. «Blond, una buena referencia para el cambio en España», Páginas Digital 20/12/2010.
8 Pérez Díaz, V., Tradición ciudadana versus tradición cortesana: sociedad civil y política en la España de hoy. ASP Research Paper 71(a)/2007.
9 E. Serra, La sociedad civil española está capacitada; sólo le falta costumbre. Entrevista de Roberto de la Cruz en Páginas Digital, 03/12/2010.
10 Transforma España. Un momento clave de oportunidad para construir entre todos la España admirada del futuro. Una visión optimista pero contundente de la Sociedad Civil española. Fundación Everis. pp. 16-17.
11 G. Vittadini. Íbidem.
IX.
12 J. Carrón, «Experiencia: el instrumento para un camino humano». Huellas, La Thuile, 2009.
13 L. Giussani, Educar es un riesgo, Madrid 2006, p. 118.
14 L. Giussani, El camino a la verdad es una experiencia, Madrid 2007, p. 113.
15 J. Carrón, «Experiencia: el instrumento para un camino humano», op. cit., p. 12.
16 J. Carrón. Una responsabilidad que crece con la fuerza del origen. Apuntes de su interven...