El bicentenario de la independencia de los países latinoamericanos
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El bicentenario de la independencia de los países latinoamericanos

Ayer y hoy

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Sobre la base de numerosas investigaciones y publicaciones historiográficas, este libro propone un juicio sintético sobre los criterios fundamentales para afrontar las actuales conmemoraciones y celebraciones del bicentenario. En él se recapitulan algunas hipótesis rectoras sobre aquella fase histórica para intentar plantear con claridad el legado que dejó la independencia y las grandes tareas históricas que los pueblos latinoamericanos tienen que asumir en el presente y en el próximo futuro. "Se trata de un libro de historia, de Historia con mayúscula en la cual el protagonista es el pueblo, los pueblos latinoamericanos. Pueblos que viven un presente que les exige compromiso con el pasado y el futuro: un pasado recibido para hacerlo crecer y transmitirlo a los que nos sucederán" (del prólogo del Cardenal Bergoglio) Guzmán Carriquiry es doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Desde hace más de 35 años trabaja al servicio de la Santa Sede, donde ha sido Subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos, y desde 2011 es secretario de la Pontificia Comisión para América Latina por nombramiento de S.S. Benedicto XVI. Ha impartido cursos y conferencias en numerosas universidades y centros culturales. Sus publicaciones se centran en temas culturales, eclesiales e internacionales, especialmente en relación con Latinoamérica.

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Información

Año
2012
ISBN
9788499209968
Edición
1
Categoría
Social Sciences

EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE LOS PAÍSES LATINOAMERICANOS

Ayer y hoy

Introducción

El origen de este estudio tuvo lugar en la invitación que la Comisión Pontificia para América Latina dirigió a su autor para pronunciar una conferencia sobre el Bicentenario de la Independencia de los países latinoamericanos al cuerpo diplomático de estos países acreditado ante la Santa Sede.
Este breve ensayo desborda, por cierto, los límites de aquella conferencia. Sobre la base de numerosas investigaciones y publicaciones historiográficas, su finalidad es proponer un juicio sintético sobre los criterios fundamentales para afrontar las actuales conmemoraciones y celebraciones del bicentenario. En él se recapitulan algunas hipótesis rectoras sobre aquella fase histórica para intentar plantear con claridad el legado que dejó la independencia y las grandes tareas históricas que los pueblos latinoamericanos tienen que asumir en el presente y en el próximo futuro.

Un acontecimiento relevante

Abundan cada vez más las referencias a las conmemoraciones del bicentenario de la independencia en los países latinoamericanos. En efecto, el bicentenario de la independencia aparece ya como acontecimiento relevante, cargado de altos contenidos simbólicos, que enfrenta a los países latinoamericanos con su pasado, su presente y su futuro. Estas conmemoraciones ya han comenzado a celebrarse en una América Latina que está pasando por una fase de especial turbulencia política, tiempos tensos y complejos marcados por crecientes antagonismos y confrontaciones, pero también caracterizados por un persistente y relevante crecimiento económico y un renovado protagonismo en el cuadro de muy fluidos escenarios mundiales de multipolarismo emergente. Son tiempos que exigen y movilizan, a la vez, un afrontamiento urgido de la realidad, un repensar a fondo los caminos históricos de América Latina, un debate abierto sobre los mayores desafíos, prioridades y tareas para ir construyendo su futuro.
Las conmemoraciones del bicentenario de la independencia han sido asumidas y están siendo programadas y realizadas, en primer lugar, por los gobiernos de los diversos Estados en el subcontinente.
Argentina inició los preparativos para celebrar el bicentenario de la gesta independentista en 1999, cuando publicó el Decreto 1561/99 mediante el cual se constituiría la Comisión que tendría a su cargo dichos preparativos, pero fue el 25 de agosto de 2005, con Decreto 1016/05, cuando el entonces presidente Nestor Kirchner dejó sin efecto el decreto anterior y constituyó el Comité Permanente del Bicentenario y el «Plan de acción del Bicentenario». Bajo el título de «Debates de Mayo», la Secretaría de Cultura del gobierno argentino inició ciclos anuales de estudio y promoción de publicaciones relativas a las problemáticas históricas y actuales que esta conmemoración impone a la consideración y examen. En torno al 25 de mayo de 2010 hubo grandes festejos, especialmente en el Paseo del Bicentenario en el centro de Buenos Aires, con gran participación popular.
Chile estableció por el Decreto Supremo n. 176, de fecha 16 de octubre de 2000, su Comisión del Bicentenario, bajo el lema «Tarea de todos», promulgado por el entonces presidente Ricardo Lagos en 2000. Entre los muchos programas definidos y ya en curso de realización se destaca el «Foro Bicentenario» como promoción de debates y reflexiones para «contar y pensar la América nuestra». El 18 de setiembre de 2010 se festejó el Bicentenario en Chile con numerosas manifestaciones y la construcción de grandes obras de infraestructura urbana.
Bolivia comenzó a planificar la conmemoración de los doscientos años de su independencia con la creación del Comité Nacional del Bicentenario, al amparo de una Ley (n. 2501) promulgada en agosto de 2003. El 25 de mayo de 2009 se decretó Fiesta Cívica Nacional.
Colombia celebró el 20 de julio de 2010 su bicentenario de la independencia, promovido por la Alta Consejería Presidencial conforme a lo establecido por el Decreto 446 del 15 de febrero de 2008. El gobierno colombiano inscribe estas conmemoraciones en una reflexión y proyecto denominado «Visión Colombia 2019», precisamente en el bicentenario de la victoria decisiva de Bocayá, que tuvo lugar en 1819.
En México, la comisión organizadora y el decreto por el que se establece el bicentenario en la agenda gubernamental datan de marzo de 2006. Un plan de conmemoraciones en todo el país fue anunciado solemnemente por el presidente Felipe Calderón, quien convocó para 2010 una Conferencia Mundial de Juventud. Para México el año 2010 trajo a colación una doble celebración: el bicentenario de la independencia y el centenario del inicio de la Revolución mexicana.
El 17 de abril de 2008 se creó la Comisión Presidencial para la Conmemoración del Bicentenario de la Independencia de la República Bolivariana de Venezuela, «para consumar un proyecto que se inició en el siglo XIX y que aún no concluye».
En Ecuador se estableció un Plan de Desarrollo, 2004-2009, bajo el título: «Quito hacia el Bicentenario». El Decreto 561, de 20 de agosto de 2007, declaró los años 2007 y 2008 como «Años de Promoción Nacional» y estableció que entre los años 2009 y 2012 se llevará a cabo la «Recordación Nacional del Bicentenario». El Comité Presidencial del Bicentenario fue creado el 15 de abril de 2008, por Decreto 1023.
La Comisión Nacional de la Conmemoración de la Independencia Nacional de la República del Paraguay fue creada por la Ley 3495/08, que propone los mayores festejos para 2011. En este mismo año, Uruguay conmemora «el grito de Asencio» como inicio del proceso independentista. También El Salvador celebrará los doscientos años de su primer Grito de Independencia el 5 de noviembre de 2011. Similares leyes y decretos fueron promulgados en muchos otros países latinoamericanos con la misma finalidad.
Diez países latinoamericanos, entre los que se encuentran Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Paraguay, México, Venezuela y España, como nación invitada, crearon en 2009 el «Grupo Bicentenario» como instancia multilateral, con el objetivo de promover, organizar y coordinar, en forma conjunta, las diversas celebraciones y actividades. También fue creado un Grupo Bicentenario entre los ministros de Cultura de los países miembros de la «Alternativa Bolivariana para las Américas» (ALBA), mientras el presidente de Bolivia, acompañado por los presidentes de Venezuela, Ecuador y Paraguay, conmemoraba en La Paz, en julio de 2009, los doscientos años de la Junta paceña como comienzos de los procesos de independencia americana. El tema del bicentenario ha sido considerado en la reciente reunión de la «Unión de las Naciones Sudamericanas», en Quito, así como en la XX Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno que tuvo lugar en Mar del Plata, en noviembre de 2010.
Incluso el gobierno español constituyó la Comisión Nacional para la Conmemoración de los Bicentenarios de la Independencia de las Repúblicas Iberoamericanas, cuyo embajador plenipotenciario y extraordinario es el expresidente Felipe González.
Mientras tanto se multiplican iniciativas programáticas —muchas de ellas ya en curso de realización— por parte de numerosas y diversas instituciones: gobiernos locales, universidades, institutos de investigaciones históricas, centros culturales, así como muchas organizaciones no gubernamentales interesadas en esa temática, tanto a niveles nacionales como regionales. En la mayoría de los países ya ha habido jornadas patrias, desfiles militares, solemnes celebraciones religiosas, seminarios de estudios e investigación, torneos escolares y muchas otras iniciativas. En el cuadro de estas celebraciones se han planificado e inaugurado museos, monumentos patrios y obras de infraestructura urbana. En la creciente producción editorial relativa a las temáticas del bicentenario, se destacan especialmente tres publicaciones de envergadura: una de ellas fue la de las ponencias del prematuro Congreso Internacional que tuvo lugar en México, en marzo de 2007, bajo el título: México en tres momentos 1810-1910-2010/Hacia la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicanas/Retos y perspectivas; la segunda es la del libro Historiadores chilenos frente al Bicentenario, y la tercera, con el título Revolución, Independencia y Guerras civiles, es una obra de investigación y consulta de varios autores publicada por la Alta Consejería Presidencial y la Fundación Bicentenario en Colombia. Se trata de publicaciones muy heterogéneas en cuanto a la materia tratada y de desigual valor en las contribuciones recogidas. La Feria del Libro, el evento cultural más masivo de Cuba, que tuvo lugar en La Habana del 10 al 20 de febrero de 2011, ha sido dedicada al bicentenario.
El V Congreso Internacional de la Lengua Española, previsto para realizarse en Valparaíso del 3 al 5 de marzo de 2010 pero que tuvo que ser suspendido a causa del impresionante terremoto sufrido en Chile, tenía un título muy sugestivo: América y la lengua española: de la Independencia a la Comunidad Iberoamericana de Naciones.
La Iglesia católica no podía no interesarse, como protagonista, en dichas conmemoraciones. En el Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, reunida en Aparecida (Brasil) del 13 al 29 de mayo de 2007, se lee: «En América Latina y el Caribe, cuando muchos de nuestros pueblos se preparan para celebrar el bicentenario de su independencia, nos encontramos ante el desafío de revitalizar nuestro modo de ser católico y nuestras opciones personales por el Señor, para que la fe cristiana arraigue más profundamente en el corazón de las personas y los pueblos latinoamericanos (...)» (n. 13). La referencia al bicentenario está presente en la agenda de la mayoría de las Conferencias Episcopales Nacionales de América Latina. El Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) está promoviendo consultas a universidades católicas del subcontinente y convocando reuniones de expertos para estudiar los criterios adecuados para afrontar tales celebraciones, participar en ellas, desarrollar los propios programas y ofrecer su contribución original. Un Congreso Internacional de historiadores, celebrado en Roma del 19 de marzo al 2 de abril de 2010 y promovido por el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum» y la Universidad Europea de Roma, tuvo como tema: La Iglesia Católica ante la independencia de la América española.
En noviembre de 2008, la Conferencia Episcopal argentina publicó un documento importante: Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad. El 25 de mayo de 2010 el cardenal Jorge Bergoglio presidió el Te Deum en la catedral de Buenos Aires y hubo un mensaje del papa Benedicto XVI dirigido a la Argentina con ocasión de dicha conmemoración. En el Te Deum celebrado en la catedral de Santiago de Chile, el 18 de septiembre de 2009, el cardenal Francisco Javier Errázuriz señaló el bicentenario como valiosa ocasión para que «crezca el cariño por nuestra Patria y por nuestra identidad, y nuestra voluntad de construirla como hermanos». El Episcopado chileno está promoviendo muy diversas iniciativas culturales y misioneras en relación al bicentenario. Notable es la publicación de dos volúmenes de Historia de la Iglesia en Chile. Los obispos de México, por su parte, se han propuesto «promover la verdad histórica». De particular importancia fueron los dos sucesivos comunicados conjuntos, del 5 de septiembre de 2009 y del 1 de diciembre de 2010, que emitieron los presidentes de las Conferencias Episcopales de Ecuador, Venezuela y Colombia. En ellos se señala el «valioso patrimonio» que es «bien común» de sus pueblos pero que está amenazado por tensiones crecientes entre los países con carreras armamentistas regionales, situaciones de violencia, desprecio de la vida humana y profundas crisis morales y económicas a nivel mundial. Se propone, pues, bregar por fortalecer una cultura de paz y fraternidad, de participación democrática y de unidad. La declaración del Episcopado venezolano del 12 de enero de 2010 está toda centrada en el bicentenario de la Declaración de Independencia de esa república bolivariana.

Riesgos a evitar

Para ir desbrozando el camino de tales celebraciones, hay algunos riesgos que convendría en todo caso evitar. El primero es que las celebraciones, por una parte, se reduzcan a torneos de oratoria, homenajes convencionales, proclamas patrióticas tan encendidas como llenas de retóricas pomposas y formales, y, por otra parte, se utilicen para lanzamientos de eslóganes ideológicos, dialécticas de contraposición, reactualizaciones de «leyendas negras». Tanto los circunloquios retóricos como las proclamas radicales de corporaciones políticas autorreferenciales y de las baronías académicas a su servicio no atraen ni convocan a los pueblos: se limitan apenas a crear espectáculo en las «masas» o a tratar de mantener cabezas calientes entre sus seguidores. Todos sabemos que todo ello es bien posible entre nosotros, pero significaría desperdiciar totalmente lo que el acontecimiento del bicentenario ofrece como oportunidad de serias reflexiones y proyecciones. En el bicentenario de la independencia huyamos, pues, de las conmemoraciones meramente protocolares, de las declamatorias retóricas e ideológicas, de las mitologías y leyendas que han infestado nuestras «historias patrias». Hay que evitar que el bicentenario sea sólo ocasión de auto-ocupación, agitación y distracción de corporaciones políticas y académicas, con pueblos desinteresados o, a lo más, asistentes pasivos ante el acumularse de ceremonias y desfiles, sin llegar a ser expresión del alma de la gente. Al contrario, se ha dicho bien que nuestros pueblos festejan las fiestas patrias con las propias tradiciones culturales, con el canto y el baile, la comida y bebida abundantes, las representaciones callejeras, el desfile de las Fuerzas Armadas, el feriado y el entretenimiento, o sea, mediante lo que ellos mismos son y lo que los une como patria. El sentimiento patriótico es ese reconocerse como hijos y hermanos de una misma tradición, de una patria común. Por eso mismo, el «Bicentenario» no puede ser disociado y menos contrapuesto al «Quinto Centenario» —conmemorado en 1992, en medio de grandes debates—, pues significaría ignorar lo que da consistencia y patriotismo a nuestros pueblos como sujetos históricos. Hay que recapitular todo lo que nos viene del encuentro entre los pueblos originarios con los españoles y portugueses: la propia lengua, la religión, el mestizaje, la cultura barroca y el ethos formado a través de la tradición y la convivencia cotidiana. Sin ello, se deforma la mirada sobre nuestros procesos de independencia y se tiende a concentrarla más en los Estados que en los pueblos como sus sujetos históricos.
El segundo riesgo consistiría en festejar nuestras independencias «nacionales» dentro de un patriotismo de puras fronteras adentro, siguiendo las huellas de la constitución de los diferentes Estados y de sus historiografías patrias a espaldas de los propios vecinos y hermanos, ignorando la historia común. Encerrarse y exaltarse en un patriotismo de entre casa, que considera aisladamente la independencia del propio país, es insuficiente, distorsiona la historia, estrecha forzadamente la mirada y es políticamente perjudicial. No corresponde ni a la dinámica real de la independencia americana ni a las exigencias de nuestro tiempo, que son las de un verdadero amor patrio de fronteras abiertas e ideales comunes. «Mi patria es América», exclamaba Simón Bolívar y otros grandes próceres de la independencia, incluyendo por cierto el amor al propio terruño de origen. Para Bolívar y los otros grandes próceres de ese proceso, ninguna independencia local o regional se consideraba concluida hasta que toda América fuera liberada del dominio español. Los revolucionarios de la independencia no concebían su lucha dentro de marcos locales o de naciones en formación, sino que la proyectaban en una solidaridad continental.
¿Cómo se puede festejar la independencia argentina sin tener presente la historia común, de oposiciones y convergencias, entre los pueblos de la Cuenca del Río de la Plata? ¿Acaso es posible celebrar la independencia de Chile sin reconocer la importancia decisiva del ejército que San Martín forjó como gobernador de Cuyo, en provincias argentinas, su formidable campaña de los Andes y la alianza criolla entre patriotas rioplatenses —más del 90 por ciento de ese ejército— y patriotas chilenos? ¿Y acaso no fueron mayoritariamente chilenas las tropas que bajo el mando de San Martín partieron con el objetivo de liberar el Perú? Demás está decir que las gestas de la independencia de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia (el Alto Perú) están indisolublemente unidas bajo la acción militar y política del Libertador Simón Bolívar. No se puede olvidar que el joven Bolívar, derrotado y exiliado en Jamaica, sólo puede recomenzar su gesta libertadora gracias, entre otras cosas, al apoyo logístico y militar del presidente haitiano Pétion. El proyecto bolivariano fue la creación de la Gran Colombia, que incluía Colombia, Venezuela y Ecuador, pero en vistas a una unidad hispanoamericana más grande. La independencia de toda Centroamérica, en fin, está directamente vinculada a la independencia de México. No es de extrañar, pues, que entre los integrantes del primer Congreso Constituyente peruano fuera posible encontrar tres neo-granadinos, cuatro ecuatorianos, un alto-peruano, un chileno y tres argentinos. Tampoco es extraño que el primer ciudadano que en Chile detentó, aunque en forma accidental y breve, el título de Director Supremo, fuese un guatemalteco, y que el primer presidente de la República fuera nativo de Buenos Aires. Todos los jefes revolucionarios proclamaron entonces su condición de «americanos», fueran caraqueños, neogranadinos, alto-peruanos, argentinos, orientales o chilenos. Para todos, la ciudad o región natal será, por todo un período, la «patria chica».
Una verdadera celebración del bicentenario de la independencia debe tener primordialmente ese alcance, dimensión y perspectiva latinoamericanas.
Un tercer riesgo era ya advertido por el historiador Gustavo Beyhaut cuando en el ya lejano 1964 escribía, en su libro Raíces contemporáneas de América Latina, que «el período de la Independencia es precisamente el que ha dado lugar a mayor número de publicaciones y congresos, no muy fecundos en la validez de sus conclusiones, proveedores de la papilla habitual que, aunque pueda halagar nuestra vanidad, no supera la intención conmemorativa y carece de auténtica inquietud intelectual». Caer en ese riesgo supondría desconocer las numerosas y notables investigaciones historiográficas tanto de fuentes latinoamericanas como norteamericanas y europeas que, especialmente en las últimas tres décadas, se han realizado y publicado respecto a los procesos de emancipación iberoamericanos. El excelente libro de John Lynch, Las revoluciones hispanoamericanas. 1808-1826, concluye con un bastante completo Ensayo bibliográfico al respecto, mientras que las recientes tendencias y discusiones historiográficas respecto a dichos procesos están muy bien sintetizadas en el estudio de Gabriel Paquette, «The dissolution of the Spanish Atlantic Monarchy», publicado en The Historical Journal de la Universidad de Cambridge. Dichas investigaciones han permitido superar todas las distorsiones ideológicas que, junto a una vasta labor de estudios documentales e históricos, se difundieron en la interpretación de la independencia por parte de la historiografía «clásica» liberal del último tercio del siglo XIX en América Latina. Los ecos que llegan de la conmemoración del primer centenario, en torno al año 1910, están muy marcados por aquella interpretación, propia del período de «organización nacional» después de décadas de anarquía. En ellos se tendía a enfatizar la configuración del Estado moderno autárquico, como proceso político-militar forjador de la nación laica, democrático-republicana, según los paradigmas de las naciones europeas, bajo el prisma de un liberalismo lleno de estereotipos, como, por ejemplo, sobre la Iglesia católica, cuya presencia masiva en el cuerpo social queda sorprendentemente esfumada. Esta interpretación resulta hoy insostenible en muchas de sus categorías y perspectivas, pero aún está presente en manuales escolásticos y textos de historias patrias que circulan en los países latinoamericanos, convirtiéndose en vulgata de opiniones comunes. No sería ni verdadero ni bueno que tales esquemas se repitieran y repropusieran en las actuales celebraciones del bicentenario.
En cuarto lugar,...

Índice

  1. PRÓLOGO
  2. EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE LOS PAÍSES LATINOAMERICANOS. Ayer y hoy