El catolicismo liberal en España
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El catolicismo liberal en España

Prólogo de Fernando García de Cortázar

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El catolicismo liberal en España

Prólogo de Fernando García de Cortázar

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"Una sesgada visión del XIX español tiende a entender esta historia como un enfrentamiento entre liberales, modernizadores, y católicos, reaccionarios. Esta visión es falsa: desde el catolicismo militante, explícito y convencido de los autores de la Constitución de Cádiz, hasta, por ejemplo, Canalejas, la inmensa mayoría de políticos liberales fueron católicos, no se escondían de ello y no encontraron ninguna razón teológica que les hiciera pensar en una contradicción entre su fe y una sociedad liberal. Quienes construyeron nuestro moderno Estado de derecho, un marco jurídico estable, fueron católicos y liberales en su gran mayoría. Aún más: entre quienes defendieron una separación amistosa de la Iglesia y el Estado, o la libertad de la conciencia había significados católicos liberales. Pero el catolicismo liberal aportó un ingrediente más al liberalismo: su dimensión social, su preocupación por las consecuencias negativas del capitalismo desregulado".

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Información

Año
2012
ISBN
9788499207728
Edición
1
Categoría
Historia

1. EL CONTEXTO: EL CATOLICISMO LIBERAL EN LA HISTORIA DE LA IGLESIA

«La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad, la cual posee un valor que nuestros contemporáneos ensalzan con entusiasmo. Y con toda razón».
Este texto de la constitución conciliar Gaudium et spes de 19651 lo podría suscribir cualquier liberal. Tan sólo cien años antes de ser promulgada, el liberalismo era visto con recelo, cuando no con clara hostilidad, por la Iglesia católica. El Syllabus de errores (1864) consideraba reprobable sostener que «el Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna»2.
A lo largo de la época dorada del liberalismo, el siglo XIX, algunos católicos comprendieron que determinados aspectos del liberalismo eran perfectamente compatibles con lo esencial del mensaje cristiano. Es más, la misma idea de libertad está en el centro del propio cristianismo e, incluso, algunos de los principios del liberalismo político tenían sus raíces en la teología cristiana. Pero no es menos cierto que del liberalismo político que arranca de las revoluciones de finales del siglo XVIII, la americana y la francesa, derivan gobiernos que persiguen el culto católico y matan despiadadamente a sus ministros, como se hizo durante el Terror (1793-1794). El anticlericalismo, a veces muy sectario, de gobiernos liberales posteriores no contribuyó para nada a aclarar las relaciones entre la Iglesia y el liberalismo. Es en el contexto de una campaña antirreligiosa de cierto liberalismo en donde se sitúa también la reacción de la Iglesia.
Más allá de la hojarasca histórica se debe situar la relación entre liberalismo y cristianismo, en el fondo, entre cristianismo y modernidad. Ni todos los católicos fueron absolutamente hostiles al liberalismo ni todos los liberales fueron anticlericales. Incluso, si aclaráramos los conceptos, el debate podría esclarecerse más. En primer lugar, el mismo concepto de liberalismo encierra diversos registros. El liberalismo no es una doctrina cerrada y dogmática, contenida en libros canónicos (como el marxismo) y los matices son variados. En sus aspectos más filosóficos podemos encontrar elementos difícilmente reconciliables entre liberalismo y cristianismo, como el racionalismo, aunque la teología cristiana no ha sido hostil a una cierta dosis de racionalismo, siempre y cuando éste no niegue la apertura a lo trascendente.
En el terreno de las ideas políticas, al menos las más centrales y formuladas en términos no dogmáticos, no hay incompatibilidad entre liberalismo y cristianismo. Los conceptos fundamentales del liberalismo político: la libertad personal, la preeminencia del Derecho, la soberanía popular, el carácter contractual del Estado... han sido formulados por teólogos cristianos, especialmente los españoles de la Escuela de Salamanca. Y si vamos a los conceptos básicos de la economía de mercado, veremos formulaciones previas a las del padre del liberalismo económico, Adam Smith, también en los pensadores salmantinos.
Las incompatibilidades, dejando de lado las más filosóficas que son importantes, tenían mucho más que ver con el contexto histórico que con aspectos doctrinales. Hasta 1870 el Papa era un soberano temporal, monarca absoluto además, que procuraba defender su poder temporal acudiendo a las justificaciones del derecho divino. Así, el Syllabus condenaba como error defender la renuncia al poder temporal de los Papas3.
Los católicos que, con todos los matices que se quiera, encontraron una compatibilidad, al menos en los aspectos políticos, entre liberalismo y cristianismo, son los llamados en la historiografía «católicos liberales», y «catolicismo liberal» el movimiento que desencadenaron. Se les podía definir como católicos y liberales o como liberales que también eran católicos. El concepto «catolicismo liberal» es amplio y hasta equívoco. Inicialmente lo podríamos definir como una actitud de aceptación crítica de la modernidad nacida con las revoluciones liberales. En el contexto español hubo, desde las mismas Cortes de Cádiz, católicos que se sentían liberales o liberales que también eran católicos. En este sentido se utiliza el término «catolicismo liberal» en este libro, término que sería prácticamente equivalente al de «liberalismo católico» frente a otro liberalismo que no lo era. Estos hombres se sintieron muchas veces acosados por otros católicos y hasta por la jerarquía acusados de traicionar al catolicismo que, formalmente a través de varios Papas, había condenado el liberalismo. Hubieron de defenderse y explicar la compatibilidad entre su fe y el liberalismo, al menos político. Esta defensa concretada en libros, artículos, discursos y conferencias constituye lo que podíamos llamar «catolicismo liberal» español. Desde luego que no hubo, desde el magisterio o desde la mayoría del episcopado e, incluso, desde el pueblo católico, una aceptación del liberalismo como para dar al término «catolicismo liberal» un alcance mayor. Al contrario, sociológica y doctrinalmente, el catolicismo español fue más bien antiliberal. La paradoja es que los católicos liberales o liberales católicos fueron activos y participaron de manera decisiva en la construcción del Estado liberal español. Sin la colaboración de esta parte del catolicismo español el camino hacia un Estado de Derecho hubiera sido más tortuoso y complejo de lo que fue.
La actitud hacia el liberalismo podría tener dos vertientes claramente diferenciadas, aunque en algunos católicos liberales se podían dar las dos. Por un lado, el catolicismo liberal —emparentado con el protestantismo liberal— que supone una aceptación acrítica del racionalismo y del cientificismo tan en boga en el siglo XIX, aplicado a los dogmas católicos. Los católicos liberales de esa guisa pretendían «liberar» el catolicismo de añadiduras temporales, de ortopedias más o menos mitológicas para purificarlo y devolverlo a su simplicidad evangélica. El resultado es un cristianismo sin dogmas, un Jesús que no es Dios, aunque es un hombre de Dios, cuya conciencia religiosa nadie ha podido alcanzar en la Historia. Aunque esta actitud tiene diversos grados de aceptación, difícilmente encajaría dentro del catolicismo un racionalismo teológico de esta dimensión. Esta categoría podría denominarse «catolicismo liberal-racionalista».
El racionalismo, convertido casi en religión a lo largo del siglo XIX, se convirtió en un importante desafío a la fe cristiana. No faltaron teólogos y filósofos, sobre todo en el protestantismo, que pretendieron aplicar el método racional, o mejor, racionalista, al estudio de la Biblia, singularmente a los Evangelios, y al conjunto del dogma. El resultado sería una fe «ilustrada», liberada de añadiduras no racionales. Esta actitud se inicia con la figura de Hermann Reimarus (1694-1768), que somete el dogma al criterio de contradicción: los datos neotestamentarios no pueden contradecir las leyes naturales. Así, los milagros de Jesús no son más que hechos que se explican mediante causas naturales que no se mencionan en las Escrituras o puras invenciones. En la senda de Reimarus, David Strauss (1808-1874) publicó una Vida de Jesús (1835-1836) resultado de aplicarle un racionalismo a rajatabla y convirtiendo la fe primitiva de los cristianos en una sucesión de mitos. También en la línea racionalista Ernest Renan (1823-1892) quiso explicar racionalmente los orígenes del cristianismo empezando por una Vida de Jesús (1863) que se convirtió en el paradigma de la nueva fe racionalista en un Jesús convertido en un personaje histórico absolutamente excepcional, cuyo mensaje era el código moral más grande y sublime de la Historia4.
Este racionalismo convertido en máximo horizonte del entendimiento humano no podía ser aceptado por la Iglesia. La relación entre racionalismo y liberalismo hizo a este último sospechoso de pretender eliminar el dogma y contribuyó al rechazo global del liberalismo. Los protestantes, sin una autoridad que vigilara su doctrina, fueron más permeables al racionalismo y el resultado fue el llamado protestantismo liberal, cuya consecuencia fue la pulverización de la fe cristiana en muchos protestantes. En el catolicismo, las repetidas condenas y medidas cautelares en seminarios y universidades católicas pudieron preservar el contenido del dogma, aunque a costa de un excesivo recelo contra el uso de la razón y el método científico (aplicado correctamente a la comprensión de las Escrituras, por ejemplo). Esta forma de catolicismo liberal no podía tener encaje en el seno de la Iglesia y los católicos seducidos por un racionalismo integrista acabaron fuera de la comunión católica.
Por otro lado, también entendemos por catolicismo liberal la actitud de católicos sinceros y creyentes que supieron deslindar aquello que verdaderamente pertenece a la sustancia del cristianismo y aquello que no es de fe (el poder temporal de los Papas, por ejemplo). Desde una fe sincera, aunque a veces poco comprendida, encontraron en la praxis liberal (más que en la teoría) un programa político perfectamente asumible por un católico: éste sería el «catolicismo liberal-político» o el liberalismo compatible con el catolicismo, paralelo a otro liberalismo hostil y hasta perseguidor del catolicismo. Quienes lo defendían eran sinceramente católicos y liberales o liberales que practicaban la religión católica. La tolerancia, la soberanía popular, los derechos humanos, la libertad religiosa... ¿en qué contradecían al dogma católico? Al contrario, no sólo no contradecían al verdadero catolicismo sino que lo podían reforzar. La libertad de la conciencia —otro error señalado por el Syllabus— sería una condición necesaria para el auténtico acto de fe. Mientras la Iglesia del siglo XIX condenaba la libertad religiosa como antesala del indiferentismo, el último Concilio dedicaba a este tema un documento específico5.
Pero también una cosa es la teoría y otra la práctica. Aunque la posición oficial de la Iglesia católica en el siglo XIX, al menos hasta el pontificado de León XIII, era abiertamente hostil al liberalismo, se hacía la vista gorda o se admitía de facto una cierta compatibilidad. Es el caso de Bélgica, en donde católicos y liberales colaboraron en su lucha por la independencia y en la elaboración de la Constitución de 1831, puesta como modelo por los católicos liberales. La Constitución, claramente liberal, no sólo no era hostil al catolicismo sino que le otorgaba un estatus jurídico singular. La Iglesia belga salió ganando ya que se liberó de las ataduras de Antiguo Régimen y podía actuar con más libertad. Un caso emblemático es el de la enseñanza. La Iglesia gozaba de libertad para crear sus escuelas no en virtud de un privilegio y menos un monopolio, sino como consecuencia de un principio liberal: la libertad de enseñanza6.
El liberalismo no podía ser visto como hostil por los católicos irlandeses o polacos, por ejemplo, sobre todo cuando se envolvía también con el nacionalismo. Este nacional-liberalismo que unía el ansia de libertad personal y colectiva frente a un poder estatal opresor para los católicos ¿cómo podía ser condenado por la Iglesia? Los católicos irlandeses y los católicos ingleses (en su gran mayoría de origen irlandés) sólo fueron viendo reconocidos sus derechos en la medida que el liberalismo iba avanzando. Los liberales (whigs) eran más sensibles a los derechos de los católicos que los conservadores (tories), más próximos a la Iglesia anglicana y más hostiles al catolicismo romano. La lucha política de los católicos irlandeses tiene como iniciador a Daniel O’Connell, católico fervoroso y, a la vez, influido por el liberalismo y el nacionalismo. Fue quien lideró el primer gran movimiento popular católico irlandés contra la discriminación que la minoría protestante ejercía sobre los católicos. O’Connell descartaba la violencia, utilizó medios legales de todo tipo imposibles sin un marco legal inglés cada vez más liberal y obtuvo importantes concesiones de los gobernantes de Londres. Su acción política tuvo el apoyo del clero católico, lo cual no dejaba de ser contradictorio con otro de los errores señalados en el Syllabus que consideraba ilícito «negar la obediencia a los gobernantes legítimos, e incluso rebelarse contra ellos»7.
En diciembre de 1830 los polacos se rebelaron contra el opresor régimen zarista. En el movimiento tomaron parte activa el clero y algunos obispos. Su fracaso llevó a incorporar Polonia al Imperio ruso, perdiendo su formal carácter de reino independiente, cuyo rey era, eso sí, el zar. Los polacos, católicos casi en su totalidad, se rebelaron contra un monarca absoluto, a favor de la libertad y la independencia nacionales. El papa Gregorio XVI, un monje camaldulense con poco conocimiento del mundo en transformación que le rodeaba, condenó la rebelión polaca pues se hacía contra un monarca legítimo8. El Papa veía más las barbas de su vecino ruso cortar y temía que las suyas tuvieran que ponerse a remojar. Al fin y al cabo, tan monarca absoluto era el zar como el propio Papa.
Precisamente los Papas se encontraron también con el problema del nacional-liberalismo en su propia casa. Los nacionalistas italianos esperaban un día ver salir a los odiados austríacos del norte de Italia, desaparecidos los monarcas absolutos y unificada Italia bajo un régimen nacional y liberal. El sacerdote italiano Gioberti, que en 1843 había publicado su libro De la primacía moral y...

Índice

  1. Prólogo
  2. 1. El contexto: el catolicismo liberal en la historia de la Iglesia
  3. 2. Los orígenes: de la Escuela de Salamanca al jansenismo
  4. 3. El marco jurídico-político del catolicismo (1808-1868)
  5. 4. Los católicos liberales (1808-1868)
  6. 5. La época del Syllabus
  7. 6. Los años tranquilos de la Restauración (1876-1898)
  8. 7. Católicos, liberales y regeneracionistas (1898-1931)
  9. 8. Católicos liberales durante la Segunda República
  10. 9. Del Estado católico al Estado laico
  11. Bibliografía