Los Tres Misterios
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Los Tres Misterios

Introducción de Javier del Prado Biezma

  1. 496 páginas
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Los Tres Misterios

Introducción de Javier del Prado Biezma

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"Todo hace pensar que Péguy ha de encontrar un extraordinario resonador en el meridiano de nuestra cultura. Porque somos muchos los que compartimos hoy los dramas que él atravesó y más aún los que precisamos la esperanza que -entre tantas angustias- predicó. Péguy es radicalmente contemporáneo nuestro y el lector percibirá el latido de su corazón tan vivo, a poco que supere los peculiarísimos y nunca fáciles modos de hacer del poeta". (José Luis Martín Descalzo)

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Información

Año
2011
ISBN
9788499207407
Edición
1
Categoría
Literatura
El misterio de los Santos Inocentes
DILECTISSIMIS
IN INTIMO CORDE
Duodécimo cuaderno de la decimotercera serie.
(24 de marzo de 1912)
cuaderno para el domingo de Ramos
y para el domingo de Pascua de la decimotercera serie;
cuaderno preparatorio
para el cuatrocientos ochenta y tres aniversario
de la liberación de Orleáns,
aniversario que caerá
el miércoles 8 de mayo del año 1912.
MADAME GERVAISE. Yo soy, dice Dios, Maestro de las Tres Virtudes.
La Fe es una esposa fiel.
La Caridad es una madre ardiente.
Pero la esperanza es una niña muy pequeña.
Yo soy, dice Dios, el Maestro de las Virtudes.
La Fe es la que se mantiene firme por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se da por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es
la que se levanta todas las mañanas.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que se estira por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se extiende por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que todas las mañanas nos da los buenos días.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es un soldado, es un capitán que defiende una fortaleza.
Una ciudad del rey,
En las fronteras de Gascuña, en las fronteras de Lorena.
La Caridad es un médico, una hermanita de los pobres,
Que cuida a los enfermos, que cuida a los heridos,
A los pobres del rey,
En las fronteras de Gascuña, en las fronteras de Lorena.
Pero mi pequeña esperanza es
la que saluda al pobre y al huérfano.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es una iglesia, una catedral enraizada en el suelo de Francia.
La Caridad es un hospital, un sanatorio que recoge todas las desgracias del mundo.
Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un cementerio.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que vela por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que vela por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es
la que se acuesta todas las noches
y se levanta todas las mañanas
y duerme realmente tranquila.
Yo soy, dice Dios, el Señor de esa Virtud.
Mi pequeña esperanza es
la que se duerme todas las noches,
en su cama de niña,
después de rezar sus oraciones,
y la que todas las mañanas se despierta y se levanta
y reza sus oraciones con una mirada nueva.
Yo soy, dice Dios, Señor de las Tres Virtudes.
La Fe es un gran árbol, un roble arraigado en el corazón de Francia.
Y bajo las alas de ese árbol la Caridad, mi hija la Caridad ampara todos los infortunios del mundo.
Y mi pequeña esperanza no es nada más que esa pequeña promesa de brote que se anuncia justo al principio de abril.
Y cuando se ve el árbol, cuando miráis el roble,
Esa ruda corteza del roble trece y catorce veces y dieciocho veces centenario,
Y que será centenario y secular por los siglos de los siglos,
Esa dura corteza rugosa y esas ramas que son como un revoltijo de brazos enormes
(Un revoltijo que es un orden),
Y esas raíces que se hunden y empuñan la tierra como un revoltijo de piernas enormes
(Un revoltijo que es un orden),
Cuando veis tanta fuerza y tanta rudeza, ese brote pequeño y tierno ya no parece nada.
Es él el que parece un parásito del árbol, que parece comer a la mesa del árbol.
Como un muérdago, como un champiñón,
Es él el que parece alimentarse del árbol (y el campesino los llama chupones), es él el que parece apoyarse en el árbol, salir del árbol, no poder ser nada, no poder existir sin el árbol. Y, efectivamente, hoy sale del árbol, de la axila de las ramas, de la axila de las hojas, y ya no puede existir sin el árbol. Parece proceder del árbol, hurtar el alimento del árbol.
Pero es lo contrario, es de él de donde todo procede. Sin un brote que apareció una vez, el árbol no existiría.
Sin esos miles de brotes, que llegan una vez a principios de abril y quizá los últimos días de marzo, nada duraría, el árbol no duraría, y no mantendría su puesto de árbol (y ese puesto debe ser mantenido), sin esa savia que asciende y llora en el mes de mayo, sin esos miles de brotes que apuntan tiernamente en la axila de esas ramas duras.
Todo puesto debe ser mantenido. Toda vida procede de la ternura. Toda vida procede de ese tierno, de ese fino brote de abril, y de esa savia que llora en mayo, y de la guata y del algodón de ese fino brote blanco que está vestido, que está cálida y tiernamente protegido por un copo de un vellón de una lana vegetal, de una lana de árbol. En ese copo de algodón está el secreto de toda vida. Esa corteza áspera parece una coraza, comparada con ese tierno brote. Pero la áspera corteza no es nada más que un brote endurecido, que un brote envejecido. Y por eso el tierno brote perfora siempre, surge siempre bajo la dura corteza.
Hasta el guerrero más duro ha sido un niño tierno alimentado con leche; y hasta el mártir más riguroso, hasta el mártir más duro sobre el potro, hasta el mártir de corteza más dura, de piel más rugosa, hasta el mártir más duro ante las tenazas y el punzón ha sido un tierno bebé lactante.
Sin ese brote, que tiene aspecto de poca cosa, que no parece nada, todo eso no sería sino leña muerta.
Y la leña muerta será arrojada al fuego.
Lo que os confunde es que esta corteza ruda os desuella las manos; y no movéis el tronco del hombro ni una milésima de milímetro, ni, con el pie, podéis hacer que se mueva una de esas gruesas raíces una milésima de milímetro; ni con la mano una sola de esas gruesas ramas; y apenas podríais sacudir algunas de esas ramitas; y apenas conseguiríais que se balanceasen; mientras que el brote no resiste nada bajo el dedo y simplemente con la uña, el primero que pase hace saltar un brote; el cual, una vez desarrollado, os daría una rama más gruesa que el muslo;
Pues es más fácil, dice Dios, destruir que fundar;
Y hacer morir que hacer nacer;
Y dar la muerte que dar la vida;
Y el brote no resiste nada. Además es que no está hecho para la resistencia, no está encargado de resistir.
Son el tronco, y la rama, y esa raíz central los que están hechos para la resistencia, los encargados de resistir.
Y es la ruda corteza la que está hecha para la rudeza y la que está encargada de ser ruda.
Pero el tierno brote no está hecho más que para el nacimiento y no se le ha encargado sino que haga nacer.
(Y que haga durar.)
(Y que se haga querer.)
Por otra parte yo os digo, dice Dios, que sin ese brote de abril, sin esos miles, sin ese único brotecito de la esperanza, que evidentemente todo el mundo puede romper, sin ese tierno brote algodonoso, que el primero que pasa puede hacer saltar con la uña, toda mi creación no sería más que leña muerta.
Y la leña muerta será arrojada al fuego.
Y toda mi creación no sería más que un inmenso cementerio.
Además, mi hijo ya se lo ha dicho: Dejad que los muertos entierren a sus muertos.
Pobre hijo mío, pobre hijo mío, pobre hijo mío;
Mi hijo, que en la cruz tenía una piel seca como una corteza seca;
una piel ajada, una piel arrugada, una piel castigada;
una piel que se hundía bajo los clavos;
mi hijo fue antes un tierno bebé lactante;
una infancia, un brote, una promesa, un compromiso;
un intento; un origen; un comienzo de redentor;
una esperanza de salvación, una esperanza de redención.
¡Oh día, tarde, noche del entierro!
Caída de esa noche que yo nunca volveré a ver.
¡Oh, noche tan dulce para el corazón por lo que realizaste!
Y además calmas como un bálsamo.
Noche sobre esa montaña y sobre ese valle.
¡Oh noche, tantas veces dije que ya no te vería más!
¡Oh noche, te veré en mi eternidad!
Hágase mi voluntad. ¡Aquella vez sí que se hizo mi voluntad!
Noche, te veo todavía. Subían tres grandes cruces.
Y mi hijo en el medio.
Una colina, un valle. Salieron de la ciudad que yo había dado a mi pueblo. Subieron.
Mi hijo entre aquellos dos ladrones. Con una herida en el costado. Con dos heridas en las manos. Con dos heridas en los pies. Con heridas en la frente.
Unas mujeres que lloraban en pie. Y esa cabeza inclinada que se caía sobre el pecho.
Y esa pobre barba sucia, toda manchada de polvo y de sangre.
Esa barba rojiza de dos puntas.
Y esos cabellos manchados —¡y en qué desorden!— que yo hubiera besado tanto.
Esos hermosos cabellos rojizos, aún ensangrentados por la corona de espinas.
Completamente manchados, pegados por los coágulos.
Todo se había cumplido.
Él ya había soportado demasiado.
Esa cabeza que se inclinaba, que yo hubiera apoyado contra mi regazo.
Ese hombro que yo hubiera apoyado contra mi hombro.
Y ese corazón ya no latía, con todo lo que había latido por amor.
Tres o cuatro mujeres que lloraban en pie. Hombres, no me acuerdo; creo que ya no quedaban.
Quizás pensaron que aquello ya era demasiado.
Todo había acabado. Todo estaba consumado. Se había acabado.
Y los soldados daban media vuelta, y en sus hombros redondos llevaban la fuerza romana.
Entonces fue, Noche, cuando tú llegaste. Tú, la misma noche.
La misma que llega cada tarde y que ya había llegado tantas veces desde las primeras tinieblas.
La misma que llegó sobre el altar humeante de Abel y sobre el cadáver de Abel, sobre aquel cuerpo destrozado, sobre el primer asesinato del mundo;
Tú, la misma noche, llegaste sobre el cuerpo lacerado, sobre el primero, sobre el mayor asesinato del mundo. Fue entonces, noche, cuando llegaste.
La misma que había llegado sobre tantos crímenes desde el principio del mundo;
Y sobre tantas mancillas y sobre tantas amarguras;
Y sobre este mar de ingratitud, la misma llegó a mi duelo;
Y a esta colina y a este valle de mi desolación fue entonces, oh noche, cuando llegaste.
Entonces, noche, quizás mi paraíso
No deba ser sino una gran noche de claridad que caiga sobre los pecados del mundo.
Será entonces, noche, cuando llegues.
Entonces fue, noche, cuando llegaste; y tú sola pudiste terminar, tú sola pudiste llevar a cabo aquel día entre los días.
Como llevaste a cabo aquel día, noche, llevarás a cabo el mundo.
Y mi paraíso será una gran noche de luz.
Y todo lo que yo pueda dar
En mi ofrenda, y a mí también, en mi Ofertorio
A tantos mártires y a tantos verdugos,
A tantas almas y a tantos cuerpos,
A tantos puros y a tantos impuros,
A tantos pecadores y a tantos santos,
A tantos fieles y a tantos penitentes,
Y a tantas penas, y a tantos duelos, y a tantas lágrimas y a tantas heridas,
Y a tanta sangre,
Y a tantos corazones que habrán latido tanto,
De amor, de odio,
Y a tantos corazones que habrán sangrado tanto,
De amor, de odio,
Quedará escrito que deberá ser eso
Que será preciso que les dé
Y que ellos no pedirán más que eso,
Que no querrán más que de eso,
Que no les atraerá más que eso,
Sobre las mancillas y sobre tantas amarguras,
Y sobre...

Índice

  1. Introducción: Charles Péguy: una obra intempestiva
  2. El misterio de la caridad de Juana de Arco
  3. El pórtico del misterio de la segunda virtud
  4. El misterio de los Santos Inocentes