El profesorado frente a la pandemia
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El profesorado frente a la pandemia

Relatos desde el curso del desastre

  1. 140 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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El profesorado frente a la pandemia

Relatos desde el curso del desastre

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A la manera del érase una vez, ocurrió un día aciago. La amenaza que acechaba al mundo llegó a los salones de clases. La máxima autoridad de la escuela dio la orden categórica: Se cierran las aulas hasta nuevo aviso. Sus actores todavía no terminaban de asimilar el impacto de la frase cuando cayó la segunda parte del edicto: Y debemos seguir hasta concluir el semestre. ¿Qué pasó con los profesores y estudiantes en ese mar de confusiones? ¿Qué hicieron y qué dejaron de hacer? ¿Cómo negociaron con el miedo, la fragilidad y la incertidumbre? ¿Cómo con la nostalgia que provoca ser arrancado del territorio donde han echado raíces?El profesorado frente a la pandemia. Relatos desde el curso del desastre, testimonian lo ocurrido en esos meses de confusión constante. Hay tanto revuelo que cabe preguntarnos: ¿Qué pasará cuando acabe la pandemia? ¿Estaremos fabricando escombros? Los relatos de los docentes aseguran que no, que la escuela sigue siendo el sitio en el que hay que estar, nadie lo ha destruido, es más, nadie lo puede destruir. Lo que tenemos que reconstituir es el territorio, el espacio común, el hábitat del profesor, el viejo sitio del encuentro educativo que deberá ser el mismo, en su esencia, y seguramente otro, en sus formas. Para ello habrá tiempo.

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Información

Año
2020
ISBN
9788418348495

Segunda parte:

Los maestros del soplo vital

5. El soplo vital

—¿Me preguntas qué hice, estimado maestro? Imagina esta escena: estás en un teatro. Te has preparado para bailar un par de estampas veracruzanas y estás en ello, contagiada de la alegría que emana del arpa. Bailas la primera y, repentinamente, algo ocurre con el sonido. Permaneces en pausa tratando de recuperar el ritmo de la respiración y sucede que la música deja de escucharse. Volteas con el director que está en una cabina en el fondo del teatro y lo escuchas decir: «Estimado público, tenemos un cambio en el programa». El ritmo cambia del son jarocho a una polka tamaulipeca. Frente al público, todos te ven. Lo único que no puedes hacer es dejar de bailar. A lo sumo puedes pedir un minuto para cambiarte la falda, no tienes tiempo para ponerte un chaleco, ni un sombrero, ni unas botas norteñas. O bailas o te retiras del escenario. Como esto último no es opción y ya no puedes hacer el moño de La bamba, pues cambias el switch, y esperas no llorar ni hacer el ridículo, sino bailar lo mejor posible. Eso nos ocurrió a los profesores de todos los niveles educativos. Estabas enseñando, combinando un proyector con el clásico gis y el no menos antiguo pizarrón, o marcadores y pizarrón blanco si te quieres ver más moderno, cuando de pronto te agarran al vuelo, a punto de entrar al aula y te dicen: «No más, ahora enseñarás de otra manera». ¿De cuál endemoniada manera?
Eso me responde mi amiga Rebeca, profesora universitaria, una de mis colegas favoritas, a la pregunta que le he planteado: ¿cómo actuaste ante la contingencia?
—Puede ser que sí —le contesto sin pensarlo demasiado—, en lo que no tengo duda es en que cada profesor reaccionó de manera diferente. Creo que las reacciones dependieron de al menos dos factores: lo que cada docente trae en su interior, eso que algunos llaman vocación y que se traduce en un esfuerzo sostenido de responsabilidad, y la segunda, lo que el director de escena, en este caso la administración de la escuela, haya establecido como estrategia para responder a la emergencia.
Coincido con Rebeca en una reunión virtual de profesores que se lleva a cabo a través de la plataforma digital de moda (Zoom). La directora de la escuela los convocó para hacer una primera valoración del trabajo desarrollado en esta etapa de emergencia provocada por el bicho matón. Todos se han desconectado menos ella y yo. Me interesa saber qué hizo. Como digo, ella es una profesora bien dotada de recursos pedagógicos.
—Tuviste, igual que todos, que cambiar de música y de ritmo —le digo—, ¿cómo hiciste el cambio para que el público, al final te reconociera y te aplaudiera por no bajarte del escenario y, claro, por zapatear una buena polka?
—¿Qué te platico a manera de síntesis? Pues en lo primero que pensé fue en ponerme en la piel de mis estudiantes. Me dije: si llevan seis materias en este semestre y todos los profes damos nuestra clase en tiempo real a través de una plataforma digital, la cabeza les va a estallar pronto. Puesta en esa piel, decidí que debía ser más creativa. Entonces me puse a rediseñar mi curso destacando los aprendizajes clave. Esos fueron mi guía de planeación y los conecté con los resultados de aprendizaje. Después de eso, estructuré las actividades de las ocho semanas que nos restaban para concluir el semestre, con dos entregables a la semana por parte de ellos, encuentros colectivos eventuales, puse las lecturas a su alcance y les pedí que, más que un reporte, generaran preguntas y se discutieran en los encuentros síncronos. Grabé algunos tutoriales con explicaciones de ciertos temas; escribí indicaciones precisas para cada entregable y, ni modo, sabía que el trabajo se duplicaría porque creo en un principio pedagógico: si haces trabajar al alumno, tú también tienes que trabajar. La retroalimentación en estos casos es indispensable.
—Oye, pones una vara muy alta. Un profesor de a pie, con poca experiencia, u otro con muchos años enseñando lo que sabe a través de la vía más directa: la explicación de un tema, no entenderían lo que estás diciendo. Al son jarocho le estás poniendo demasiados pasos. —Rebeca se ríe de mi ocurrencia y, más que eso, me pincha, me reta.
—¿Cuántos semestres tienes que no das clases, colega? Me da la impresión de que estás un tanto fuera de forma.
—¡Tranquila! Los demonios no están en medio de nosotros, andan por otros lados. Sigo vigente, mi querida maestra, y entiendo todo eso que dices de los aprendizajes clave y los resultados de aprendizaje. Dudo que lo entienda un profesor inexperto o uno muy antiguo, sólo eso.
—No es mucho lo que hice. Si mantengo la analogía, tuve que bailar la polka con zapatillas de Veracruz cuando debí calzarme unas botas norteñas. De lo que se trataba era de no dar por terminado el espectáculo hasta que se bailara la última pieza. Había que remangarse las manos y pensar rápido en soluciones precisas. Ayudó el hablar con otros colegas que tenían las mismas preocupaciones y que se sintonizaban en la misma finalidad: llevar a puerto a los estudiantes; lograr que alcanzaran los resultados de aprendizaje. El bicho matón, como le llamas, fue un enemigo que desató emociones complicadas en todas estas semanas. Aun con ello, teníamos que llegar.
Escucho a Rebeca, mi colega favorita, y me pregunto cuántos maestros partieron de reconocer el contexto de aprendizaje de sus alumnos en esta contingencia y desde él ajustaron sus planeaciones de clase. Más aún, cuántos profesores hicieron algún tipo de ajuste. No se lo digo, pero pienso, cuántos profesores buscan promover el desarrollo cognitivo de sus alumnos, del mismo modo que se dan un tiempo para preguntarles: ¿cómo van?, ¿cómo se sienten? ¿cómo la están pasando? Lo que sí le pregunto, a manera de despedida es:
—Querida Rebeca, ¿cómo saber el impacto que has tenido en los estudiantes en esta experiencia inédita? Igual y estaban esperando lo festivo de los bailables veracruzanos y tú los llevaste a la energía de la polka tamaulipeca. —Desde el otro lado de la pantalla, me hace una seña para que le dé un poco de tiempo. Busca algún archivo y cuando lo encuentra sus ojos se iluminan.
—Ayer cerré el curso con una evaluación cualitativa. Estoy contenta, mi amigo. Alguna vez te escuché decir en una de tus conversaciones con los profesores que el que ejerce esta profesión no lo hace sin pedir nada a cambio. Decías que no se trabajaba para ello como finalidad, pero el buen profesor, sin esperar, espera en lo íntimo de su secreto de ser profesor, y yo estoy de acuerdo. ¿Ves como sí te escucho cuando te pones a filosofar con el claustro académico?
Asiento con una media sonrisa y sigo el hilo de la conversación. Dijo que una evaluación cualitativa, alguna buena cosa le habrán escrito sus muchachos.
—A mis estudiantes les digo que los que realmente son buenos no son los que se ponen como meta obtener un diez de calificación, sino lograr el aprendizaje. El diez es el resultado de un esfuerzo, y eso es lo que cuenta. Así, en el caso de nosotros trabajamos para que un alumno descubra el conocimiento y se enamore de él. Si a través de un gesto, un agradecimiento o un reconocimiento nos lo hace saber, ya habrá valido la pena.
Rebeca hace una pausa, algo quiere decirme y no se atreve. La conozco bien, así es que la invito a que me comparta un hilo de un tesoro que tiene escondido. Se niega, pero la convenzo diciéndole que de nosotros no saldrá.
—Karen, una de mis estudiantes tuvo el detalle de escribirme un texto largo. Destaca lo que aprendió en mi materia, que ese aprendizaje le permitió mejorar sus trabajos en otras materias, que reconocía dos virtudes de mi trabajo: la claridad para decirles lo que debían hacer y la oportuna retroalimentación de sus tareas. Lo que más me conmueve, es su afirmación de que la experiencia vivida le valió la pena por la sensibilidad y la cercanía que descubrió en mi actividad como docente.
—O sea, dice que, con contingencia o sin ella, eres la mejor maestra.
—No, ¡calla boca! No dice eso y, si lo hubiese escrito, ese tesoro sería sólo para mí. Lo que Karen reconoce es, entre otras cosas, el afecto que surge de una presencia constante. No estuvimos en el salón la segunda parte del semestre. Si lees esa condición, algo más de lo cotidiano debíamos hacer para que los alumnos no se sintieran en el desamparo. Eso intenté hacer, además, claro está, de privilegiar el contenido esencial de la materia. Y no se te ocurra preguntarme si yo también he vivido estas semanas entre confusiones. ¡Por supuesto! Me preparé para bailar estampas de Veracruz, no una polka tamaulipeca.

Posdata (La planicie no escampa, V)

Yo creo en Rebeca. Ella sí es capaz de cambiar de guion a mitad de una obra de teatro. Está equipada con recursos pedagógicos para hacerlo. Además, en una década que tiene como maestra universitaria, nunca la vi dudar en que había elegido la profesión correcta. Esas dos cosas generan un soplo vital para no naufragar en la contingencia. Como todos, entró al curso del desastre. Para bien de ella, de sus alumnos y de la escuela, supo salir muy pronto de él. ¿Cómo sobrevivir al curso del desastre? A la educación la cruza un término en todas las partes de su territorio: la responsabilidad. Siendo un valor, una cosa es saber definirlo, otra es saber interpretarlo, una más es saber vivirlo. Rebeca lo tiene, a no dudarlo.

6. ¿Qué cambiar y con qué permanecer?

La primera visita física que realizo, después de que la autoridad gubernamental ha permitido un regreso gradual a la nueva realidad, es a mi colega Héctor. Llego a su cubículo universitario y lo encuentro como siempre, tecleando palabras en la computadora y con una pila de libros abiertos encima de su escritorio. Quería verlo para comentarle este proyecto de narrativa en la que me he embarcado con motivo de la contingencia ocasionada por la pandemia.
—¿Qué te trae por estos territorios? —me dice al vuelo—. ¿Todo bien con tu familia?
—Por fortuna sí —le respondo al tiempo que cojo por asalto una silla—. Ha sido esto una tragedia muy grande y, por lo que se ve, todavía no tiene salida el túnel.
—Sí, eso parece. Bueno, vayamos a lo nuestro, ¿cómo es eso de que andas entrevistando a estudiantes y profesores para que te platiquen sus experiencias vividas en estas semanas del COVID-19?
El profesorado frente a la pandemia: Un soplo vital, así lo he llamado provisionalmente. Pensaba encontrar historias pedagógicas sublimes en ese sendero oscuro y trágico que ha cincelado el bicho. Por ello lo del soplo vital. Sin embargo, debo admitir que hay relatos poco esperanzadores. La migración de una forma de trabajo a otra ha desnudado nuestras fragilidades.
El profe Héctor quita los dedos del teclado y, por primera vez en esos minutos, me presta atención.
—¿Relatos poco esperanzadores? Siempre andas con el idealismo por todos lados. ¿Esperabas encontrar otra cosa que no fueran profesores naufragando, tratando de no verse tragados por las arenas movedizas?, ¿qué esperabas que te dijeran maestras como Sara, que tiene más de 30 años enseñando?
—Ojalá hubiese sido Sara —lo acoto—, lo entendería porque con más de tres décadas entrando a un salón de clases y utilizando con frecuencia el pizarrón, era previsible que no supiera reaccionar cuando la directora le dijo: «Te vas a casa, enseñarás lo que resta del semestre de manera no presencial». No, con Sara no he hablado. He escuchado testimonios de estudiantes que me han dicho: «Los profesores se pararon, se callaron, se perdieron». Como tengo clarísimo que tú, siendo un profesor con casi treinta años de actividad académica, no te detuviste, vengo a que le des una renovada a la esperanza.
Le fabrico una emboscada a la aparente fuga de Héctor. No saldrá corriendo, tiene curiosidad. A pesar de sacarlo de la concentración que generan las citas textuales de los libros, el tema le interesaba y eso yo lo sabía. Héctor es de los profesores más sólidos que tiene la universidad. Y le gusta la reflexión pedagógica.
—¿Vienes por un testimonio que se ajuste a tu historia o estás dispuesto a escuchar?
—Lo segundo —expreso a manera de ráfaga.
—Ya sabes cómo pienso, pues hemos hablado muchas veces de esta profesión, sin embargo, no tienes demasiadas evidencias sobre cómo actúo. Ahora te voy a compartir una que nunca será pública. Es de esas joyas que no son para lucirlas en una ceremonia oficial, es más bien una joya íntima, que tiene valor para el que la posee, el otro generalmente no la aprecia. Siéntate y ve este video. Dura sólo tres minutos.
En el video desfilan al menos quince estudiantes. No es un derroche de tecnología, más bien, en ese aspecto, está planito. Lo que vale es el contenido, las voces de muchachos y muchachas veinteañeras y treintañeros. Todos se centran en tres o cuatros aspectos clave de una experiencia educativa: a) reconocen el saber compartido por su profesor; b) le muestran lo que aprendieron integrando a sus argumentos los conocimientos esenciales del curso; c) subrayan la diversidad de recursos utilizados durante las clases, a pesar de la virtualidad, considerando exquisito más de un ejercicio y, d) por encima de todo lo anterior, ponen una nota sobresaliente al acompañamiento que el docente desplegó durante el curso. Me llama la atención el video porque he leído muchos elogios evaluativos de estudiantes a profesores, la mayoría de ellos se centran en «la buena onda» y lo divertida que fue la clase, lo mucho que aprendi...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Agradecimientos
  5. Introducción
  6. Primera parte: Los maestros del abandono
  7. Segunda parte: Los maestros del soplo vital
  8. Tercera parte: Los maestros en medio de la planicie
  9. Epílogo: La escuela es un lugar, también un territorio
  10. Referencias bibliográficas
  11. Contenido