El origen de la vida
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El origen de la vida

  1. 112 páginas
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El origen de la vida

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La historia nos muestra que el problema del origen de la vida ha atraído la atención de la humanidad ya desde los tiempos más remotos. No existe un solo sistema filosófico o religioso, ni un solo pensador de talla, que no haya dedicado la máxima atención a este problema, lo que ha ha constituido el centro de una lucha acerba entre dos filosofías irreconciliables: el idealismo y el materialismo. Hasta los inicios del siglo xx, las ciencias naturales habían sido incapaces de encontrar una solución racional y científica a este problema, atrapadas como estaban en el callejón sin salida al que llevaba el principio de la generación espontánea. Los estudios de Oparin, cuyos primeros resultados publicó en la presente obra, fueron pioneros en su época y, pese a la fuerte oposición inicial que recibieron, serían base y estímulo para la investigación en este campo.

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Información

Año
2020
ISBN
9788446050001
Categoría
Biología
Capítulo VI
Origen de los organismos primitivos
Los coacervados que aparecieron por vez primera en las aguas de los mares y océanos aún no tenían vida. Sin embargo, ya desde su aparición llevaban latente la posibilidad de dar origen, en determinadas condiciones del desarrollo, a la formación de sistemas vivos primarios.
Como hemos visto en los capítulos precedentes, tal situación es propia también de todas las etapas anteriores de la evolución de la materia. En las asombrosas propiedades de los átomos de carbono de los cuerpos cósmicos se hallaba latente ya la posibilidad de formar hidrocarburos y sus derivados más simples. Estos, gracias a la estructura especial de sus moléculas y a las propiedades químicas de que estaban dotados, hubieron de convertirse, obligatoriamente, en las tibias aguas del océano primitivo, en diversas sustancias orgánicas de elevado peso molecular, dando origen, en particular, a los cuerpos proteinoides. Del mismo modo, las propiedades de las proteínas encerraban ya la posibilidad de originar coacervados complejos. A medida que iban creciendo y haciéndose más complicadas, las moléculas proteínicas se tuvieron que ir agrupando y separando de las soluciones en forma de gotas coacerváticas.
En esta individualización de las gotas respecto del medio exterior –en la formación de sistemas coloidales de tipo individual– se hallaba implícita la garantía de su ulterior desarrollo. Incluso gotas que habían surgido al mismo tiempo en la solución acuosa se diferenciaban en cierto grado unas de otras por su composición y por su estructura interna. Y estas particularidades individuales de la organización fisicoquímica de cada gota coacervática imprimían su sello a las transformaciones químicas que se producían precisamente en ella. La existencia de tales o cuales sustancias, la presencia o ausencia de catalizadores inorgánicos muy simples (hierro, cobre, calcio, etcétera), el grado de concentración de las sustancias proteínicas o de otras sustancias coloidales que integraban el coacervado y, por último, una determinada estructura, aunque fuese muy inestable, todo ello repercutía en la velocidad y la dirección de las distintas reacciones químicas que tenían lugar en esa gota coacervática, todo ello imprimía un carácter específico a los procesos químicos de esta. De este modo, se iba poniendo de manifiesto cierta relación entre la estructura individual u organización de esa gota y las transformaciones químicas que se operaban en ella en las condiciones concretas del medio circundante. Estas transformaciones eran diferentes en las distintas gotas. Esto, en primer lugar.
En segundo lugar, debe prestarse atención a la circunstancia de que las diversas reacciones químicas, que en forma más o menos desordenada se producían en la gota coacervática, no dejaron de desempeñar su papel en la suerte ulterior del coacervado. Desde este punto de vista, algunas de esas reacciones ejercieron una influencia positiva, fueron útiles, contribuyeron a hacer más estable el sistema en cuestión y a prolongar su existencia. Otras, por el contrario, fueron perjudiciales, tuvieron un carácter negativo y condujeron a la destrucción, a la desaparición de nuestro coacervado individual.
Por lo dicho se ve ya que la propia formación de sistemas individuales dio lugar a la aparición de relaciones y de leyes totalmente nuevas. En una simple solución homogénea de sustancias orgánicas, los conceptos «útil» y «perjudicial» carecen de sentido. En cambio, aplicados a sistemas individuales adquieren una significación muy real, pues los fenómenos a que se refieren determinan la suerte ulterior de estos sistemas.
Mientras la sustancia orgánica estaba fundida totalmente con el medio circundante, mientras se hallaba disuelta en las aguas de los mares y océanos primitivos, podíamos seguir la evolución de esa sustancia en su conjunto, como si formase un todo único. Pero en cuanto la sustancia orgánica se concentra en determinados puntos del espacio, formando coacervados, en cuanto estas formas se separan del medioambiente por límites más o menos netos y adquieren cierta individualidad, de inmediato se crean nuevas relaciones, más complejas que las anteriores. A partir de ese momento, la historia de cualquiera de esos coacervados pudo diferenciarse esencialmente de la historia de otro sistema individual análogo, adyacente a él. Lo que ahora determina su destino son las relaciones entre las condiciones del medioambiente y la propia estructura específica de la gota, que, en sus detalles, es exclusiva de ella, pudiendo ser algo distinta en las otras gotas, pero también específica para cada gota individual.
¿Cuáles fueron los factores que determinaron la existencia individual de cada una de esas gotas en las condiciones concretas del medioambiente? Supongamos que en alguno de los depósitos primitivos de agua de nuestro planeta se formaron coacervados al mezclarse distintas soluciones de sustancias orgánicas de elevado peso molecular.
Veamos cuál pudo haber sido el destino de cualquiera de ellos. En el océano primitivo de la Tierra, el coacervado no se hallaba simplemente sumergido en agua, sino que se encontraba en una solución de diferentes sustancias orgánicas e inorgánicas. Estas sustancias eran absorbidas por él, después de lo cual comenzaban a producirse reacciones químicas entre esas sustancias y las del propio coacervado. En consecuencia, el coacervado iba creciendo. Pero, paralelamente a estos procesos de síntesis, en la gota se producían también procesos de descomposición, de desintegración de la sustancia. La velocidad de unos y otros procesos estaba determinada por la correlación entre las condiciones del medio exterior (temperatura, presión, concentración de las sustancias orgánicas y de las sales, acidez, etcétera) y la organización fisicoquímica interna de la gota. Ahora bien, la correlación entre la velocidad de los procesos de síntesis y desintegración no podía ser indiferente para el destino ulterior de nuestra forma coloidal. Podía ser útil o perjudicial, podía influir en sentido positivo o negativo sobre la existencia misma de nuestra gota e incluso sobre la posibilidad de su aparición.
Únicamente pudieron subsistir durante un tiempo más o menos prolongado los coacervados que tenían cierta estabilidad dinámica, aquellos en los que la velocidad de los procesos de síntesis predominaba sobre la de los procesos de desintegración o, por lo menos, se equilibraban con ella. Por el contrario, las gotas cuyas modificaciones químicas se orientaban sobre todo, en las condiciones concretas del medio circundante, hacia la desintegra­ción, estaban condenadas a desaparecer con mayor o menor rapi­dez o ni siquiera llegaban a formarse. En todo caso, su historia individual se interrumpía relativamente pronto, razón por la cual no podían ya desempeñar un papel importante en la evolución ulterior de la sustancia orgánica. Este papel sólo podían desempeñarlo las formas coloidales dotadas de estabilidad dinámica. Cualquier pérdida de esa estabilidad conducía a la muerte rápida y a la destrucción de tan «desafortunadas» formas orgánicas. Esas gotas mal organizadas se desintegraban, y las sustancias orgánicas contenidas en ellas volvían a dispersarse por la solución y se incorporaban a ese puchero general del que se alimentaban las gotas coacerváticas más «afortunadas», mejor organizadas.
Sin embargo, aquellas gotas, en las que la síntesis predominaba sobre la desintegración, no sólo debieron conservarse, sino también aumentar de volumen y de peso, es decir, debieron crecer. Así se fue produciendo un aumento gradual de las proporciones de aquellas gotas que tenían precisamente la organización más perfecta para las condiciones de existencia dadas. Ahora bien, cada una de esas gotas, al aumentar de tamaño, por la sola influencia de causas puramente mecánicas hubieron de dividirse en distintas partes, en varios trozos. Las gotas «hijas» así formadas tenían, aproximadamente, la misma organización fisicoquímica que el coacervado del que procedían. Pero a partir del momento de la división, cada una de ellas habría de seguir su camino, en cada una de ellas habrían de empezar a producirse modificaciones propias que harían ma­yores o menores sus probabilidades de seguir existiendo.
Se comprende que todo esto sólo pudo suceder en los coacervados cuya organización individual, en aquellas condiciones concretas del medio exterior, les proporcionaba estabilidad dinámica. Tales coacervados eran los únicos que podían subsistir largo tiempo, crecer y dividirse en formas «hijas». Cualquiera de las modificaciones que se producían en la organización del coacervado bajo la influencia de las variaciones constantes del medio exterior, sólo podían perdurar en el caso de que satisficiesen las condiciones arriba mencionadas, únicamente si elevaba la estabilidad dinámica del coacervado en aquellas condiciones concretas de existencia. Por eso, a la vez que aumentaba la cantidad de sustancia organizada, a la vez que crecían las gotas coacerváticas en la superficie de la Tierra, se modificaba constantemente la calidad de su propia organización, y estas modificaciones se realizaban en determinado sentido, precisamente en el sentido que daba a un orden de los procesos químicos, que habría de asegurar la autoconservación y la autorrenovación constante de todo el sistema en su conjunto.
Al mismo tiempo, y a la vez que aumentaba la estabilidad dinámica de nuestras formas coloidales, su evolución ulterior debía orientarse también hacia un incremento del propio dinamismo de estos sistemas, hacia un aumento de la velocidad de las reaccio...

Índice

  1. Portadilla
  2. Contraportada
  3. Legal
  4. I. La lucha del materialismo contra el idealismo y la religión en torno al problema del origen de la vida
  5. II. Origen primitivo de las sustancias orgánicas más simples: los hidrocarburos y sus derivados
  6. III. Origen de las proteínas primitivas
  7. IV. Origen de las primitivas formaciones coloidales
  8. V. Organización del protoplasma vivo
  9. VI. Origen de los organismos primitivos
  10. Conclusión