Una escuela para cada estudiante
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Una escuela para cada estudiante

La relación interpersonal, clave del proceso educativo

  1. 160 páginas
  2. Spanish
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Una escuela para cada estudiante

La relación interpersonal, clave del proceso educativo

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Información del libro

"Podemos ser faros de esperanza para nuestros alumnos y apoyarles en su intento de dar lo mejor de sí mismos". Con esta frase el autor del libro resume bien no sólo el mensaje que nos quiere transmitir, sino también la forma en que él mismo entiende la educación: cada alumno es único para el educador auténticamente apasionado por su profesión.Este libro, motivador y de fácil lectura, está lleno de anécdotas e historias vividas por su autor tras muchos años en las aulas como profesor y como director de varios centros educativos. Escrito en torno a centros de interés de la profesión docente, cierra cada capítulo con una serie de preguntas que invitan al profesor a reflexionar sobre su desempeño profesional y a compartir estas reflexiones con sus compañeros de trabajo.Su autor nos ofrece una mirada positiva y esperanzadora sobre el trabajo cotidiano del profesor y que nos recuerda todo lo que un auténtico educador puede hacer por cada uno de sus alumnos y alumnas.

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Información

Año
2020
ISBN
9788427727083
Capítulo 1

Trabajamos para nuestros alumnos

“El trabajo de los educadores debe consistir en ayudar a los estudiantes a hacerse visibles”.
SAM CHALTAIN
El documental francés Ser y tener2 nos propone un maravilloso modelo para hacer realidad nuestro enfoque de lograr una educación para cada estudiante.
En el documental, Georges Lopez, el celebrado maestro de una escuela unitaria de la Francia rural, demuestra una destreza y una habilidad notables para mantener centrada la atención en los alumnos y alumnas. Cada vez que veo este documental, me asombra cómo enfoca este educador tranquilamente sus responsabilidades docentes. Es como si el mundo que le rodea se moviese a cámara lenta. Las necesidades educativas y emocionales de cada alumno ocupan siempre el primer plano de su visión y todo lo demás parece secundario.
En este conmovedor tributo a todos los maestros, Lopez personifica la capacidad de ser paciente, afectuoso, organizado, atento, firme, cariñoso, sensible y entregado.
Cuando examinemos las ideas presentadas en este capítulo, tengamos presente esta idea del maestro que presta una atención inquebrantable a cada alumno. Conviene recordar que nuestro trabajo es siempre para ellos, para nuestros alumnos.
Comenzamos nuestro recorrido acerca de cómo crear una escuela para cada alumno con una primera tarea: hacer que nuestro trabajo como educadores sea efectivamente para ellos. A primera vista, esta debería ser la idea más sencilla de todas las que tengamos que incorporar a nuestro trabajo, pero, por desgracia, es una de las más difíciles.
Yo, y sospecho que la mayoría de los maestros, elegimos la educación como profesión para estar con los niños y ayudarlos a aprender. La idea de que nuestro trabajo debe ser para los niños tendría que ser una conclusión evidente; sin embargo, me duele tener que decir que no es así. Nuestro fin original se aleja; de hecho, nos apartamos de los estudiantes y nos centramos más en los contenidos curriculares, las puntuaciones de los exámenes, las exigencias de los padres, los problemas económicos, la comodidad, la competición para ir a la universidad y los planes que nos imponen los políticos.
Los educadores son esclavos de estas exigencias y, en consecuencia, con frecuencia se ve comprometida su atención primordial a sus alumnos.
Tal como están las cosas, los educadores apenas tienen tiempo de centrar su atención en los estudiantes en general. Sin embargo, no solo debemos prestar atención a todos los alumnos, sino también a cada alumna o alumno de manera muy concentrada, específica. Es un reto enorme, que merece la pena aceptar.
Este capítulo ayuda a clarificar distintas formas de cómo conseguir prestar atención a cada estudiante. Gran parte de lo que presentaré en él entra en la categoría de creencias y actitudes. Si piensa de cierta manera en sus alumnos y en su papel como maestro, las ideas presentadas deben allanarle el camino para una implementación fácil.
Sospecho, sin embargo, que las ideas que presento provocarán tensiones incluso en el lector más centrado en el estudiante. En las escuelas, es raro que se dedique atención a cada alumno en particular. Parte del reto al que se enfrentará cuando oriente su trabajo según el modelo de una escuela para cada estudiante está en las tradiciones institucionalizadas y establecidas que canalizan su atención, desviándola de sus alumnos.
Pero yo sostengo que es posible esta atención inquebrantable a los estudiantes. Creo que, cuando se hace bien, las demás exigencias que se plantean a los maestros y a las escuelas son más manejables. En vez de robar tiempo a nuestros estudiantes para cumplir con todas las responsabilidades periféricas comunes a la educación, el hacer del tiempo dedicado a cada alumna o alumno el centro de nuestra acción permite asumir todas las demás responsabilidades.
UNA ESCUELA PARA CADA ESTUDIANTE
Hace muchos años, una campaña publicitaria de la cadena de restaurantes McDonald’s utilizó el eslogan: “¡Todo lo hacemos para ti!”, sugiriendo a los clientes que no tenían que preocuparse por las decisiones al hacer sus pedidos de comida: “¡Dos hamburguesas de vacuno, salsa especial, lechuga, queso, pepinillos, cebollas, en un panecillo con semillas de sésamo!”.
En cambio, la cadena Burger King optó por un enfoque diferente: “¡Toma los pepinillos, toma la lechuga! ¡No nos molestan las peticiones especiales!”. El eslogan de Burger King era: “¡Hazlo a tu modo!”.
¡Dos hamburguesas de vacuno, salsa especial, lechuga, queso, pepinillos, cebollas, en un panecillo con semillas de sésamo!
Image
¡TODO LO HACEMOS PARA TI!
¡Toma los pepinillos, toma la lechuga! ¡No nos molestan las peticiones especiales!
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¡HAZLO A TU MODO!
Dejando aparte lo que cada uno piense con respecto a la viabilidad nutricional de los restaurantes de comida rápida, si el eslogan: “¡Todo lo hacemos para ti!” describiera una escuela, creo que sería una escuela, en la que los estudiantes tendrían un currículo ya escogido para ellos y pocas o ninguna oportunidad de aportar algo.
En una escuela que dijera: “¡Hazlo a tu modo!”, los estudiantes participarían en diversos programas personalizados que responderían a sus cualidades e intereses. Esta es una escuela para cada estudiante y yo apoyo este enfoque. En vez de tratar de obligar a todos los estudiantes a adaptarse a la misma estructura, animaríamos a cada estudiante a buscar una estructura que se adaptase a él. En vez de que los estudiantes siguieran unas asignaturas predeterminadas, podrían dar vía libre a sus pasiones, lo que podría llevarlos a un aprendizaje innovador.
Yo no veo a los estudiantes como espectadores que dejen que la educación les llegue a ellos. Como la escuela es para los estudiantes, su participación no es negociable.
Las palabras de una canción de Monte Selby3 expresa muy bien esta idea:
“Todos los estudiantes están a nuestro alcance
cuando encontramos su ritmo:
el paso, la danza, la canción en ellos.
Ese es un viaje mejor, pero mucho más difícil.
Demasiado extraordinario,
pero mucho más inteligente.
Tocar el tambor al compás de cada persona”.
Aunque la mayoría de las escuelas hacen que sus alumnos marchen al compás del mismo tambor, este libro defiende un enfoque esencialmente diferente: tocar al compás de cada estudiante. Examinaremos distintas formas en que los profesores y los directores pueden acercar sus escuelas y aulas hacia esta idea de encontrar el ritmo de cada alumno.
La cuestión, no obstante, es esencialmente más compleja que las sencillas analogías con los restaurantes de comida rápida o con marchar al compás de un tambor.
A continuación, presentaremos muchas ideas que pueden incorporarse en las escuelas para avanzar en estrategias de personalización para cada alumno. Estas estrategias e ideas permitirán mirar la realidad y la mejora escolares a través de una lente diferente, la lente de la posibilidad.
LA MAGIA ESTÁ EN ELLOS
Hace mucho tiempo que creo firmemente en la premisa de que la educación consiste realmente en ayudar a los estudiantes a convertirse en ellos mismos. Podemos enseñarles destrezas y conocimientos y podemos hacer otras muchas cosas para nuestros alumnos, pero no hacemos más que ayudar a los estudiantes a que ellos mismos descubran quiénes son.
El texto siguiente, “El mago” de Keith Harvie, recoge la esencia de esta idea:
Los chicos llegan andando, paseando, brincando, haciendo aspavientos, galleando, bailando y, por fin, entran tambaleándose en mi clase. Algunos miran y actúan como si hubiesen sido barridos por un tornado y arrojados a la última fila.
Cada uno o cada una a su modo sigue el camino de baldosas amarillas hasta mi puerta en busca de la ciudad Esmeralda y del Mago de Oz. Algunos necesitan valor y yo les apoyo y creo en ellos hasta que ellos creen en sí mismos.
Algunos quieren un corazón y yo les presento el arte, la música, el teatro y la poesía, y les dejo que examinen sus sentimientos. Algunos van en busca de un cerebro y yo les ayudo a localizar los suyos y les enseño a utilizarlos al máximo de su capacidad.
Algunos tratan de encontrar un hogar y yo les doy un lugar seguro, a salvo, en el que estar con un adulto que escucha y les acoge. En realidad, yo no soy mago, pero utilizo mis destrezas docentes para ayudar a mis estudiantes a descubrir que la magia está en ellos, no en mí.
Como señala Harvie, tenemos que utilizar nuestras competencias docentes para ayudar a los estudiantes a comprender que la magia está en ellos.
El problema es que para mantener su ingenua motivación inicial para hacer grandes cosas para los estudiantes, los maestros, a veces, consideran incapaces a los estudiantes, aunque sus intenciones sean buenas.
Mi propia experiencia como padre me proporciona una ilustración perfecta de cómo pueden los adultos llevar demasiado lejos este concepto de “ayudar a los estudiantes”. El relato que sigue muestra que algunos adultos pueden impedir inconscientemente el desarrollo de los estudiantes con el fin de justificar su papel en la relación con ellos.
Doy por supuesto que la evolución de mis dos hijos fue la habitual. Hasta que entraron en la adolescencia, siempre que trabajaba en cosas de la casa, querían ayudarme. Reflexionando sobre aquella época, lamento tener que decir que dejé pasar muchas oportunidades de dejarlos trabajar a mi lado. A veces, yo estaba demasiado ocupado, pero lo más frecuente era que mi renuencia a dejar que me ayudasen era un modo de protegerlos de la carga de trabajo que yo relacionaba con la edad adulta.
Dentro de mí, pensaba que un buen padre debía hacer todo lo posible para proteger a sus hijos. Así, en vez de dejar que me ayudaran les decía que se fueran a jugar. Cuando conseguían ayudarme a clavar clavos, por ejemplo, me desanimaba y me frustraba ver como trataban de dominar la técnica en cuestión.
En la siguiente ocasión en la que tenía que martillar algo, les decía que no necesitaba que me ayudasen o que el trabajo era demasiado duro. Este tipo de escenas dio lugar a una serie de resultados poco constructivos. Desde un punto de vista educativo, no les daba la impresión de que ellos fueran capaces de hacer algo. No les hice ver que la magia estaba en ellos. Opté por hacer cosas para ellos, en vez de dejar que experimentaran los contratiempos y problemas relacionados con el trabajo duro y el aprendizaje.
Los maestros tienen que evitar este tipo de ayudas. Mi papel como padre debiera haber consistido en trabajar pacientemente junto a mis hijos y promover su gradual adquisición de destrezas. Por suerte, dediqué mucho tiempo de calidad a mis hijos, pero sobre todo de juego, no de trabajo.
Afortunadamente, ellos aprovecharon la oportunidad de desarrollar su espíritu de trabajo mediante actividades deportivas y artísticas, gracias a lo cual superaron el handicap que yo les había provocado inconscientemente.
Echando la vista atrás, comprendo que desaproveché algunas oportunidades importantes de dedicar tiempo a trabajar con mis hijos y ellos perdieron oportunidades de adquirir algunas destrezas importantes para la vida.
Por aquel entonces, desde luego, no entraba en mis planes ayudarlos a destacar.
Este capítulo del libro se centra en qué pueden y deben hacer las escuelas para implicar a sus alumnos en el proceso educativo. Deben abandonar la idea de que los estudiantes son incapaces. Esto nos alejará de la quimera de que la enseñanza tiene que ver con hacer grandes cosas para los alumnos y nos ayudará a comprender que se trata de ayudar a los estudiantes a hacer grandes cosas por sí mismos. Reconoceremos que la magia está en el interior de cada alumno.
APRENDER HACIENDO
Con frecuencia, cuento la historia de una alumna de la que aprendí una maravillosa metáfora sobre dejar que los estudiantes aprendan haciendo.
Hace varios años, en un Congreso de Aprendizaje-Servicio (APS), participé en una mesa redonda en el que estaba también una niña de 12 años, llamada Tina. Durante una sesión, en un aula llena de educadores y dirigentes de la comunidad, se formularon varias preguntas sobre el aprendizaje-servicio a los miembros de la mesa.
Una persona preguntó qué papel debían desempeñar los líderes adultos en los programas de aprendizaje-servicio con una marcada tendencia a que los estudiantes actuaran como planificadores. Cuando los adultos de la mesa se atascaron en respuestas poco inspiradas, Tina esperó a tener ocasión de hablar.
Cuando, por fin, le dieron la palabra, Tina explicó que el papel del adulto era mantener a salvo a los estudiantes, permitiéndoles, no obstante, aprender haciendo. Señaló que el papel de los educadores era actuar como los “parachoques” de la calle de una bolera, con el fin de evitar que la bola salga al canalón, dando ocasión, incluso a los más pequeños, de experimentar el juego.
La metáfora de Tina constituye un magnífico ejemplo del papel del maestro que quiera que sus alumnas y alumnos aprendan haciendo, en vez de hacer todo para ellos.
Las implicaciones para la práctica educativa son de gran alcance. Aprender haciendo suscita dos consideraciones importantes para nuestros estudiantes. En primer lugar, otorga importancia a la actividad que están llevando a cabo y, al mismo tiempo, conserva el potencial de dar a los estudiantes la sensación de logro. En vez de enfocar una determinada destreza o actividad desde un punto de vista teórico, los estudiantes pueden verla en la práctica. En vez de ima...

Índice

  1. Cubierta
  2. Título
  3. Índice
  4. Prefacio
  5. Introducción: ¿Por qué no conseguimos lo que nos proponemos?
  6. Capítulo 1: Trabajamos para nuestros alumnos
  7. Capítulo 2: Oportunidades para que los estudiantes “tengan voz”
  8. Capítulo 3: La relación interpersonal, lo más importante
  9. Capítulo 4: Enseñar y aprender
  10. Capítulo 5: Doce principios para ser un profesor excelente
  11. Capítulo 6: Contemplar la educación desde una perspectiva más amplia
  12. Bibliografía
  13. Webgrafía
  14. Página de créditos