Jacques Rancière: Ensayar la igualdad
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Jacques Rancière: Ensayar la igualdad

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Jacques Rancière: Ensayar la igualdad

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Explicar el pensamiento político de Jacques Rancière es un acto contradictorio. Explicar es, de hecho, una acción que somete una inteligencia al camino de conocimiento que otra inteligencia impone. Explicar es, por tanto, una acción que crea desigualdad, dos inteligencias, dos tipos de humanidad: los que saben y los que no saben.Y el pensamiento de Rancière rechaza la explicación, precisamente, porque parte de una igualdad radical y la performativiza. ¿Cómo puedo "explicar" aquí, pues, el pensamiento de Jacques Rancière?Digamos, entonces, que hay otras formas de escribir, de transmitir, de aprender que no pasan por la "explicación", como también hay otras maneras de pensar la política que no son, como se practica hoy en día, la gestión del poder por parte de unos expertos o profesionales.En el pensamiento de Rancière, la política es efectivamente una práctica de igualdad: escenas y momentos en que cualquiera tiene la capacidad de emanciparse, es decir, de interrumpir la naturalidad de un consenso jerarquizado. Llevando al extremo esa igualdad, toda jerarquía resulta entonces contingente, la política no tiene fundamento y, por ello, la democracia es anárquica.

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Información

Año
2019
ISBN
9788417835422
El desacuerdo: una igualdad
sin fundamento
Propongo que nos preguntemos, para empezar este segundo capítulo, si lo que estoy haciendo aquí es «filosofía política», si este libro —con todas sus paradojas ya mencionadas— no ha de sentirse incómodo también con esa etiqueta disciplinaria; si el autor y la lectora/el lector no debemos escribir y leer evitando identificaciones demasiado rápidas que quizá vendrían a sustraer la potencia de lo que propone Rancière con sus reflexiones, la potencia de lo que nos proponemos en este mismo libro e incluso de lo que se intenta en esta colección de pensamiento político posfundacional. Y ello porque «filosofía política» no es, para Rancière, el nombre de una disciplina o sub-disciplina, ni de un género específico dentro de la filosofía. No se trata de pensar la filosofía política como una rama de la filosofía general que tendría como objeto de reflexión la «racionalidad política». La filosofía política es un «encuentro polémico» («une rencontre polémique», escribe JR) entre la política y su aporía, a saber, la ausencia de fundamento propio.
Tomando como punto de partida una cita de Aristóteles en la que se trata, precisamente, la relación entre la filosofía, la aporía y la igualdad,27 Rancière defiende que la filosofía política no es sino el interés que la filosofía tiene por las aporías, por las paradojas, por los escándalos que tambalean todo fundamento y que, en el caso de la política, tienen que ver con la igualdad. JR escribe a este respecto:
La filosofía se vuelve «política» cuando acoge la aporía o el agravio propios de la política. La política —volveremos a ello más adelante— es la actividad que tiene la igualdad por principio, y el principio de igualdad se transforma en repartición de las partes de la comunidad bajo el modo de un agravio: ¿de qué cosas hay y de qué cosas no hay igualdad entre unos y otros? ¿Qué son esas «cosas», quiénes son esos «unos» y «otros»? ¿Cómo es que la igualdad consiste en igualdad y desigualdad? Éste es el aprieto propio de la política por el que ésta se convierte asimismo en un aprieto para la filosofía, en un objeto de la filosofía (Rancière, 1995: 12).
Si queremos que este libro sea un libro de «filosofía política», en el sentido ranciereano, lo que tengo que hacer es abordar ese aprieto, el mal trago, el atolladero de la política que no es sino la determinación y manifestación, en cada caso singular, de la igualdad: un atolladero del que no puede salirse con una conclusión definitiva y fundamentada. La igualdad es entonces la aporía de la política —está en un aprieto, se encuentra en un apuro, no sale del atolladero— porque consiste en igualdad y desigualdad, como apunta la última cita. Así, pues, ¿cómo pensar esta aporía? ¿Cómo pensar la igualdad? ¿Cómo escribir un libro de «filosofía política» en este preciso sentido?
… el agravio del todo y las partes de la comunidad
Si quisiéramos hablar de corrientes y escuelas de pensamiento político, Rancière podría situarse efectivamente en una corriente de pensamiento posfundacional porque la igualdad que propone como principio de la política es una igualdad sin fundamento y des-sustancializada: la igualdad de Rancière, que consiste en igualdad y en desigualdad, no adopta la figura de un principio metafísico, de una ley, de una esencia, de un «fundamento», sino que adopta más bien la figura de un «agravio» (en francés, tort). Mediante esta palabra, se designa el «perjuicio que se hace a alguien en sus derechos e intereses», según el diccionario de la RAE. La igualdad que Rancière propone como principio de la política no es, por tanto, una igualdad aritmética o geométrica: no se trata de la igualdad del 1+1+1, que acaba creando una comunidad de iguales homogeneizados; no se trata tampoco de una igualdad que, según las propiedades de cada uno, acaba otorgando a las diferentes partes una porción geométricamente proporcional a sus propiedades (capacidades, competencias, poder, etc.). La igualdad que propone Rancière parte de una concepción de la comunidad como recuento de las partes (le compte des parties) que siempre resulta ser una falsa cuenta o, mejor, una cuenta errónea (mécompte). Desde esta perspectiva, la comunidad aparece entonces como el resultado de un recuento de sus partes que siempre deja sin contar una parte, la parte de los sin parte, la parte de los que no tienen parte en el recuento de la comunidad. Y es, precisamente, la «parte de los sin-parte» (la part des sans-part) la que, en un momento dado, declara y manifiesta la igualdad señalando el agravio que sufre ante las partes efectivamente contadas de la comunidad. Este agravio no es simplemente la lucha de clases, ni una disensión que se pueda corregir con una buena gestión social, fruto del acuerdo entre los intereses de la mayoría y de la minoría, de los diferentes agentes sociales. El agravio de una comunidad, el recuento de sus partes que deja a una parte sin parte, es la consecuencia de la falta de fundamento, de principio, de arkhé de todo orden social: toda cuenta de las partes está basada en la contingencia (intereses y circunstancias de los dominantes) y no en la necesidad de un fundamento rector ni de un principio natural, y por ello tal recuento siempre deja fuera una parte, la parte de los sin-parte, que no cuenta (o no se quiere que cuente) en el todo social. El agravio como noción técnica en JR se convierte, pues, en un litigio entre los que son visibles —cuya palabra se entiende como discurso (en el griego de Aristóteles, logos)— y los que no son visibles —cuya palabra se entiende simplemente como mera voz (phoné). Y la igualdad es, en definitiva, lo que resulta de declarar y manifestar un agravio en el recuento de una situación concreta.
En su libro de 1995 titulado La mésentente (El desacuerdo), núcleo de su pensamiento político, Rancière reflexiona sobre la democracia de Atenas y sobre otros momentos de la historia de Occidente para figurar con ejemplos históricos ese agravio y el recuento falso o erróneo de la comunidad. Retoma, para ello, la figura del démos ateniense para mostrar que éste no tenía ninguna otra propiedad que no fuera su libertad y que, de hecho, esta libertad era vacía de contenido e implicaba un tipo de igualdad que no era ni la aritmética ni la geométrica, sino la igualdad de cualquiera con cualquiera (l’égalité de n’importe qui avec n’importe qui). Asimismo, retoma la interpretación que hace Pierre-Simon Ballanche del relato escrito por Tito Livio sobre la secesión de los plebeyos romanos en el monte Aventino, en el año 287 a. C. El escritor romano no podía entender esa secesión de los plebeyos más que como una revuelta, pero la lectura de Ballanche se concentra más bien en cuestionar la existencia o inexistencia de una «escena común» en la que plebeyos y patricios —los agentes del litigio— pudieran debatir o, incluso, simplemente «hablar». El interés de esta lectura de Ballanche radica en el «agravio» que sufren los plebeyos por no ser contados en el recuento de la comunidad y, más precisamente, porque sus palabras no eran entendidas como un discurso (logos) sobre el recuento de las partes, sino como una simple voz (phoné): según la posición de los patricios —enunciada por boca de Appius Claudius—, la voz de los plebeyos no expresa nada más que las sensaciones de placer y dolor, de modo que es incapaz de abordar la cuestión de la justicia y de articular un pensamiento político.
Al agravio sufrido por los plebeyos y provocado por el recuento de la comunidad que no los tiene en cuenta, se añade entonces una situación de desacuerdo (mésentente): no es que los patricios no hayan entendido los actos y las palabras de los plebeyos porque estos querían decir una cosa y aquellos la han entendido de otra manera (no es un malentendido —un malentendu—, como si dijéramos: «¡Ah, querías decir “en blanco”! ¡Pues yo había entendido “en el banco!”»); no se trata, tampoco, de que los patricios desconozcan aquello de lo que hablan y lo que hacen los plebeyos (no es una cuestión de conocimiento o ignorancia —no es méconnaissance—, como si dijéramos: «No nos entendemos porque no conozco el tema del que me hablas…»); lo que sucede en este «desacuerdo» (mésentente) es que los patricios no consideran a los plebeyos como portadores de logos, de un discurso competente sobre la justicia y, por tanto, no reconocen una escena común, un espacio y un tiempo de igualdad entre patricios y plebeyos. Es un desacuerdo en el sentido específico y político que Rancière nos propone:
El desacuerdo tiene que ver menos con la argumentación que con lo argumentable, con la presencia o la ausencia de un objeto común entre X y Y. Tiene que ver con la presentación sensible de este común, la calidad misma de los interlocutores para presentarla. La situación extrema de desacuerdo es aquella en la que X no ve el objeto común que le presenta Y porque X no entiende que los sonidos emitidos por Y componen palabras y conjuntos de palabras semejantes a los suyos (Rancière, 1995: 14).
Los plebeyos, con su secesión como acto de emancipación, han interrumpido el reparto de lo sensible que los mantenía separados del recuento de la comunidad, sin nombre ni discurso, para constituirse como iguales los unos con los otros. Los unos, pues, como los otros. De la misma manera que los obreros de La nuit des prolétaires se ponen a escribir y a gozar de una experiencia del tiempo que pertenece a la otra clase, a los que sí tienen tiempo para escribir, Rancière lee ese mismo gesto de emancipación en la historia de Tito Livio según Ballanche: resulta que los plebeyos pueden hablar y hablan como los patricios, abren una escena común entre iguales, de tal modo que la dominación de estos sobre aquellos se revela contingente (contingencia, por tanto, de éste y de todo orden social). Dominación que no tiene ninguna necesidad real ni natural ni lógica («las cosas son así, el mundo es el mundo, es lo natural, es evidente…», como se suele decir), dominación sin fundamento.
La igualdad no es entonces, siguiendo éste y otros ejemplos que propone Rancière, ni un principio ni una meta, no es un derecho humano ni el postulado de una teoría política; la igualdad no es tampoco nuestra esencia como humanidad. La figura de la igualdad que nos presenta Rancière es una figura posfundacional, por decirlo en la línea de esta colección, porque la igualdad está aquí des-fundamentada, des-sustancializada, des-reificada: la igualdad de cualquiera con cualquier —que no es aritmética ni geométrica, decíamos— no es sino una presuposición, una hipótesis, que debe verificarse de manera siempre singular, declarando y manifestando un agravio, un daño causado a una parte del recuento de la comunidad que se queda sin parte, es decir, a una parte que se presenta como no visible, no audible, no portadora de logos, dentro de un consenso, dentro del reparto de lo sensible que todo consenso presenta como verosímil, necesario y fundamentado. Ahora, se trataría aquí de ver cómo se ha interpretado desde la filosofía la figura del agravio; ver así cómo se han descrito los cuerpos y las voces emancipadas que, en un momento y siempre con un gesto «inconmensurable», interrumpen una asignación de roles, tareas, maneras de ver y decir, temporalidad y espacialidad.
… archi, para y metapolítica
Rancière establece tres grandes maneras de entender este inconmensurable, estas voces excesivas de los sin-parte que declaran y manifiestan la igualdad, esa interrupción de un reparto de lo sensible consensuado.28
Primero, Rancière identifica la archi-política con el pensamiento de Platón tal y como aparece principalmente en el libro VIII de las Leyes y en los libros III y IV de la República. Según su lectura y siguiendo las nociones que he ido identificando, Platón quiere sustituir la igualdad aritmética —que sustenta el sistema que el ínclito pensador griego considera como «democracia»— por una igualdad geométrica —como proporción del cosmos que debe armonizar el alma de la ciudad. El programa platónico contiene, pues, el típico gesto de la filosofía política en el sentido académico y tradicional —del que JR se aleja, como ya he señalado— o, más bien, el típico gesto de la política de los filósofos: pensar la política en tanto que realización de una esencia determinada por la filosofía.
Para la política platónica, la comunidad tiene que funcionar bajo el régimen de lo Mismo, es decir, que todas las partes deben expresar la arkhé (palabra griega para «principio, fundamento», y de aquí el prefijo «archi» de arkhé) y el telos (la meta, el propósito, el objetivo) de la comunidad: el régimen que Platón defiende y que llama politeia (en singular, opuesto a otros regímenes de gobierno basados en el desacuerdo) implica, efectivamente, un modo de vida armonizado c...

Índice

  1. Índice
  2. Un niño se mata
  3. Introducción
  4. De Althusser a los Proletarios
  5. El desacuerdo: una igualdad sin fundamento
  6. El escándalo de la democracia
  7. A modo de biografía
  8. Bibliografía citada