Sermones escogidos
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Sermones escogidos

Tomo 2

  1. 534 páginas
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Sermones escogidos

Tomo 2

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Leer los escritos inspirados es la mejor forma de conocer el mensaje profético de la mensajera del Señor para el tiempo del fin; pero "escuchar" sus sermones es una experiencia que no podemos perdernos. Por supuesto que no existen grabaciones de las predicaciones de Elena de White; pero sí hubo quienes las transcribieron, y hoy, con un poco de esfuerzo de la imaginación, podemos oír la calidad potente e impactante de la voz de aquella gran mujer de Dios que en sus setenta años de ministerio profético predicó más de diez mil sermones. Es la primera vez que se publican en español los "Sermones escogidos" (2 tomos) de Elena G. de White. Todo el material que contienen es inédito y se imprime íntegramente como fue transcrito originalmente en vida de la autora.

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Información

Año
2020
ISBN
9789877981827

1

Diligencia en la obra de preparación1

No pretendo hablar mucho esta tarde, para no cansarlos. Apenas tengo fuerzas, y si fuera a tomar en cuenta cómo me siento, ni siquiera debería estar aquí. Amo al pueblo de Dios, pero no sé qué decir o qué hacer con el fin de que despierte de su actual letargo. Parece que prácticamente se me han agotado las fuerzas, pero no cesaré de exhortarlos hasta que caiga rendida, si acaso es esa mi suerte.
La luz de la verdad ha brillado en este lugar con gran claridad. Esa luz ha sido dada línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y otro poco allí. Pero la verdad que ustedes han tenido el privilegio de disfrutar, no ha sido cuidadosamente atesorada y llevada a la vida práctica. De ahí que nosotros tengamos tan poca fuerza en la actualidad.
Muchos se preguntan: “¿Por qué tenemos tan pocas fuerzas? ¿Acaso es porque el cielo ha sido sellado? ¿Será porque no hay trascendentales enseñanzas reservadas para nosotros? ¿Será porque nuestra fuente de fortaleza y poder se ha agotado, y por ese motivo no podemos recibir más? ¿Por qué no somos todos luces en el Señor? Él fue varón de dolores, experimentado en sufrimiento, fue herido por nuestras rebeliones y molido por nuestros pecados, y por sus llagas fuimos nosotros curados. Él es el Alto y Sublime, y la gloria de su presencia llena el Templo. ¿Por qué esa gloria se oculta de nosotros, que vivimos en un mundo de pecado y luchas, tristeza y sufrimiento, corrupción e iniquidad?”
El problema radica en nosotros mismos. Son nuestras iniquidades las que nos han separado de Dios. No somos saciados porque no reconocemos nuestra necesidad, porque no tenemos hambre y sed de justicia. La promesa es que si tenemos hambre y sed de justicia seremos saciados. La promesa es para ustedes, mis hermanos y hermanas. Es para mí, es para cada uno de nosotros. Las almas que tienen hambre y sed serán las saciadas. Podemos acudir a Cristo tal como somos, con nuestras debilidades, con nuestra necedad e imperfecciones; si, arrepentidos, caemos a sus pies, presentando nuestra petición con fe.
A pesar de nuestros errores, de nuestra continua apostasía; la voz del misericordioso Salvador se escucha invitándonos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cansados, y yo os haré descansar”. La invitación es “Venid”: al necesitado, al desfalleciente, a los que están cargados de pesares, de preocupaciones y perplejidad. Es la gloria de Cristo la que nos rodea con los brazos de su misericordia y amor; la que venda nuestras heridas; la que nos hace identificarnos con quienes necesitan empatía y fortalecer a aquellos que necesitan fuerzas. Cuando hemos estado a punto de hundirnos, hemos lanzado el suplicante ruego: “Señor, ¡sálvame, que perezco!”, y qué agradable ha sido encontrar su mano extendida para salvarnos. Él ha sido precisamente lo que ha prometido: una ayuda efectiva en momentos de necesidad. El Señor, en su misericordia, ha invitado a todos para que vengan. Cuando estuvo en la Tierra dijo a los incrédulos y obstinados fariseos: “Y no queréis venir a mí para que tengáis vida”. Ojalá que eso jamás se diga de nosotros. Hay vida, paz y gozo en Jesucristo. Él es amigo del pecador. Hay poder, gloria y fortaleza para todos nosotros en él. Si creemos que ese poder y gloria son nuestros, si cumplimos con las condiciones estipuladas en su Palabra, seremos fuertes en la fortaleza del Todopoderoso.
Hay muchos que podrían ser representados por la enredadera que se arrastra por el suelo, trenzando sus zarcillos en las raíces y los desperdicios que hay en su camino. A todos ellos les llega el mensaje: “Salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo impuro; y yo os recibiré y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Cor. 6:17, 18).
Hay condiciones que cumplir si es que deseamos ser honrados y exaltados por Dios; separarnos del mundo, rechazando aquellas cosas que separarían de Dios nuestras respuestas afectivas. Dios posee el primero y más elevado reclamo sobre ustedes. Dirige tus afectos a él y a las cosas celestiales. Tus zarcillos deben ser cortados, para que no estén en contacto con todo lo terrenal. Se nos exhorta a no tocar nada impuro pues, de hacerlo, nos volveremos inmundos. Es imposible que ustedes permanezcan puros si se unen con los que están corrompidos. “¿Qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión, la luz con las tinieblas? ¿Qué armonía puede haber entre Cristo y Belial?” Dios y Cristo, y las huestes celestiales, desean que todos tengamos en claro que si alguien se une con los corruptos, se corromperá. Si somos hallados mezclándonos con el mundo, compartiremos la misma suerte del mundo.
Los requisitos divinos nos han sido expuestos con toda claridad, y lo que ahora tenemos que preguntarnos es: ¿los cumpliremos? ¿Aceptaremos las condiciones presentadas en su Palabra, que suponen la separación del mundo? Esta no es la obra de un momento, o de un día. No se alcanza al inclinarse ante el altar familiar, presentando una ofrenda verbal; tampoco mediante exhortaciones u oraciones en público. Es la obra de toda una vida. Nuestra consagración a Dios debe ser un principio vivo, entretejido con la vida, y que conduzca a la negación y al sacrificio personal. Debe permear todos nuestros pensamientos y ser el impulso de toda acción. Eso nos elevará por encima del mundo y nos separará de su influencia contaminante.
Nuestra experiencia religiosa impacta todo lo que hagamos. Si dicha experiencia está asentada en Dios y entendemos los misterios de la santidad; si a diario estamos recibiendo el poder del mundo venidero y tenemos comunión con Dios y la compañía del Espíritu; si cada día nos aferramos con mayor firmeza a una vida superior, acercándonos más y más al sangrante costado del Redentor; entonces habremos forjado en nosotros los principios que son santos y elevadores. De este modo, resultará para nosotros tan natural buscar la pureza y la santidad, y la separación del mundo, como a los ángeles gloriosos les resulta el llevar a cabo la misión de amor que se les asigna con el fin de salvar a los mortales de la corruptora influencia del mundo.
Todo aquel que entre por las perlinas puertas de la ciudad de Dios será un hacedor de la Palabra. Será un copartícipe de la naturaleza divina, luego de haber escapado de la corrupción que existe en el mundo a causa de la lujuria. Es nuestro privilegio reconocer la riqueza que hay en Cristo, y ser bendecidos por la provisión realizada a través de él. Se ha hecho una amplia provisión para que seamos levantados de lo más bajo de la tierra, y para que tengamos nuestros sentimientos afianzados en Dios y en las cosas celestiales.
¿Acaso esa separación del mundo, en obediencia al mandato divino, nos incapacitará para llevar a cabo la tarea que Dios nos encomendó? ¿Impedirá que hagamos el bien a quienes nos rodean? No. Cuanto más firme sea nuestro asidero del cielo, mayor será nuestro poder para ser útiles en el mundo. Deberíamos estudiar la forma de imitar a nuestro Modelo, de manera que el Espíritu que estuvo en Cristo pueda morar en nosotros. El Salvador no se encontraba entre los personajes más populares y honrados del mundo; no pasó tiempo entre aquellos que perseguían el ocio y el placer. Él se mantuvo haciendo el bien por todo lugar. Su misión era ayudar a los necesitados, salvar a los perdidos y a los que perecían, levantar al caído, romper el yugo de opresión de los que estaban en servidumbre, sanar a los afligidos y dirigir palabras de consuelo y gracia a los agobiados y afligidos.
Estamos obligados a imitar ese Modelo. Ocupémonos buscando bendecir al necesitado y consolar al afligido. Cuanto más tengamos del Espíritu de Cristo, más intentaremos hacer a favor del prójimo. Nos llenaremos de amor por las almas que perecen y nos gozaremos al seguir los pasos de la Majestad del cielo.
El cierre de la gracia está cercano. En breve se proclamará en el cielo el decreto: “Consumado es”. “El que es injusto, sea injusto todavía; el que es impuro, sea impuro todavía; el que es justo, practique la justicia todavía, y el que es santo, santifíquese más todavía. ¡Vengo pronto!, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apoc. 22:11, 12). Para ese entonces, se habrá ofrecido la última oración por los pecadores; se habrá derramado la última lágrima; se habrá dado la última advertencia, la última exhortación se habrá realizado. La suave voz de misericordia no se escuchará más.
Por ello Satanás está realizando esfuerzos tan poderosos para asegurar en su lazo a hombres y mujeres. El diablo ha descendido con gran poder, sabiendo que le queda poco tiempo. Lo que intenta, por encima de todo, es que los profesos cristianos se unan a sus filas, de forma que pueda atraer y destruir a muchas almas. El enemigo está apostando por cada alma en el juego de la vida. Él está obrando para despojarnos de todo lo que sea de índole espiritual; y, en lugar de los hermosos dones de Cristo, desea llenar nuestros corazones con todos los malos rasgos de la naturaleza carnal: odio, suposiciones maliciosas, celos, amor al mundo, amor al yo, amor a los placeres, orgullo. Necesitamos fortalecernos contra el enemigo que se acerca, que obra mediante todo engaño e injusticia en los que perecen. Si no nos mantenemos vigilantes y en oración, esos males entrarán en el corazón y expulsarán todo aquello que es bueno.
Muchos que profesan creer en la Palabra de Dios no parecen entender la engañosa obra del enemigo. No se dan cuenta de que el fin de todo se acerca. Pero Satanás lo sabe, y mientras los hombres duermen él trabaja. Los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida están controlando a hombres y mujeres. Satanás obra, aun en medio del pueblo de Dios, para causar desunión y diferencias de criterios. Entre ellos se muerden y devoran, y Satanás espera que se aniquilen mutuamente. El egoísmo, la corrupción y la maldad de todo tipo se están arraigando con firmeza en los corazones.
Muchos descuidan la preciosa Palabra de Dios. Una novela o un cuento fantástico cautivan la atención y fascinan la mente. Cualquier cosa que excite la imaginación será consumida con ansias, mientras que la Palabra de Dios es puesta a un lado. ¿Por qué sería que el pueblo judío rechazó y dio la espalda a Cristo, solicitando con denuedo que se le entregara a un ladrón mientras que el Príncipe de la vida fuera crucificado? ¿Cómo es posible que la gente llegara a tal grado de ceguera? Pues poque se distanciaron de la Palabra de Vida, porque no escudriñaron las Escrituras.
En estos últimos días, muchos son pesados en balanza y hallados faltos porque permiten que sus mentes se llenen con cosas sin importancia, mientras que la verdad eterna es descuidada. La verdad de Dios, que nos elevaría, santificaría, refinaría y nos prepararía para el toque final de inmortalidad, es soslayada a causa de asuntos de menor cuantía. Ojalá que esta ceguera se disipe, y que la gente se dé cuenta de la obra que Satanás está realizando en su medio.
Se han provisto los medios para que la comunicación entre el cielo y nuestras almas sea libre y abierta, para que recibamos la influencia de los santos ángeles. Podemos colocarnos donde los rayos de luz y gloria del Trono de Dios se nos prodiguen en abundancia. Ojalá que la luz del conocimiento de la gloria de Dios, según se observa en el rostro de Jesucristo, pueda brillar sobre nosotros, y que se diga de nosotros: “Ustedes son la luz del mundo”.
Si no fuera por la comunicación que existe entre el cielo y la tierra, no habría luz alguna en el mundo. Igual que en Sodoma y Gomorra, todos perecerían a causa de la ira de un Dios ofendido. Pero el mundo no ha sido dejado en la oscuridad. La paciencia y la misericordia de Dios aún se extienden a los hijos de los hombres. Es su deseo que los divinos rayos de luz que emanan del trono de Dios sean recibidos en nuestros corazones y reflejados por los hijos de la luz.
El amor que se revela en la vida de abnegación y desprendimiento del Salvador tiene que verse reflejado en las vidas de sus seguidores. Somos llamados a “andar como él anduvo”. La causa de nuestra debilidad radica en nuestro rechazo a obedecer este mandamiento. Por todos lados hay oportunidades para trabajar a favor de nuestros prójimos, no solamente supliendo sus carencias temporales, sino también sus necesidades espirituales. Es nuestro deber llevar almas al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Es necesario que ocupemos debidamente nuestra posición en el mundo, en la sociedad y en la iglesia; pero no podremos hacerlo a menos que estemos fuertemente aferrados a la justicia.
Nuestra fe debe hacer un esfuerzo por penetrar hasta dentro del velo, donde ha entrado nuestro Modelo. Es posible que nos aferremos por fe de las eternas promesas de Dios. Pero para hacerlo, hemos de poseer una fe inquebrantable, firme, inamovible; que se apropie de las realidades del mundo invisible.
Es nuestro privilegio estar en pie mientras la luz del cielo nos ilumina. Haciendo eso fue que Enoc caminó con Dios. Vivir una vida pía en aquella época no le fue más fácil a Enoc de lo que nos sería a nosotros en la actualidad. El mundo en los tiempos de Enoc no era más propicio para el crecimiento en gracia y santidad que el de ahora, pero Enoc dedicó tiempo a orar y a tener comunión con Dios. Esto le permitió escapar de la corrupción que ha penetrado en el mundo a través de la codicia. Fue su devoción a Dios lo que lo capacitó para ser llevado al cielo.
Vivimos en medio de los peligros de los últimos días, y debemos recibir nuestra fortaleza de la misma fuente que la obtuvo Enoc: debemos caminar con Dios. Se pide que nos apartemos del mundo. No podemos permanecer libres de contaminación a menos que sigamos el ejemplo del fiel Enoc y caminemos con Dios. Pero ¿cuántos no son esclavos de los deseos de la carne, y de los deseos de los ojos y de la vanidad de la vida?
Todo eso nos impide participar de la naturaleza divina, y evita que podamos escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a la codicia. Ellos sirven y honran al yo. Su constante preocupación es: “¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Qué ropa nos pondremos?”
Muchos hablan de sacrificios, pero no saben lo que es un sacrificio. No han tomado de esa copa ni siquiera un primer sorbo. Hablan de la cruz de Cristo, profesan la fe, pero no saben lo que es la negación del yo, exaltar la cruz y cargarla en pos de su Señor. Si fueran partícipes de la naturaleza divina, el mismo espíritu que moró en su Señor moraría en ellos. La misma compasión y amor, la misma piedad y gracia se manifestarían en sus vidas. No tendrían que esperar a que los necesitados y afligidos se acercaran a ellos, ni tendrían que ser exhortados a compadecerse de sus cuitas. Sería natural para ellos ayudar al necesitado y suplir sus carencias, como lo fue para Cristo hacer el bien por todo lugar.
Todo hombre, mujer y joven que profese la religión de Cristo debería reconocer la responsabilidad que descansa sobre ellos. Todos deberían sentir que esta es una tarea individual, una guerra individual, un testimonio individual de Cristo en la vida diaria. Si cada uno reconociera esto, y se empeñara en dicha tarea, seríamos tan poderosos como un ejército abanderado. La Paloma celestial revolotearía sobre nosotros, el Sol de Justicia brillaría sobre nosotros, y la luz de la gloria de Dios no se apartaría de nuestro lado como no se apartó del devoto Enoc.
La orden que se nos da es: “Salid de en medio de ellos y apartaos”. No se espera que digan: “No tengo nada que ver con mi prójimo; él está inmerso en el mundo. No soy guarda de él”. Por este mismo motivo usted debería tener algo que decirle. La luz que se les ha dado a ustedes no deberían ocultarla debajo de un canasto; no deben guardarla únicamente para ustedes mismos. Eso es del todo contrario a la voluntad divina. El mandato es: permitan que vuestra luz alumbre delante de los hombres. ¿La dejarán brillar por sus palabras, mediante sus acciones?
Quizá se entienda que ustedes crean en el sábado, que crean en el pronto regreso del Señor; pero ¿de qué sirve eso a la gente, si no se refleja en la vida diaria de cada uno de nosotros? Por mucho que digamos que somos seguidores de él, de bien poco sirve si no imitamos el ejemplo de Cristo.
No es únicamente al leer o escribir que ustedes luchan por su fe, sino al mostrar sus buenas obras; al llevar a los pecadores al Cordero de Dios. Su profesión de fe puede ser tan encumbrada como los cielos, pero no los salvará ni a ustedes ni a sus prójimos, a menos que ustedes sean cristianos. El ejemplo de ustedes iluminará mucho mejor al mundo que sus profesiones. Deseamos que el predicador vivo se manifieste en un ejemplo práctico. De esa forma, la luz de ustedes brillará y los demás, al ver sus buenas obras, glorificarán a su Padre que está en los cielos.
Ojalá que el Señor nos permita sentirnos como nunca antes. Si ustedes supieran que tan solo les queda una hora de gracia, probablemente cambiarían su comportamiento. No se atreverían a estar en la condición en que están ahora. Si supieran que la gracia concluye en un año, no seguirían actuando en la forma que lo hacen. Sin embargo, ni siquiera saben si vivirán un día más; no tienen ni un solo día para hacer lo que les plazca. No sabemos cuán pronto estará la muerte pulsando las cuerdas del corazón de cualquiera de nosotros. No sabemos dentro de cuánto el hacha se le aplicará a la raíz del árbol, y saldrá el decreto: “Córtenlo. ¿Para qué inutilizar también la tierra?” ¿Morirán ustedes en su condición pecaminosa, abrigando en sus corazones celos y odio? Si lo hacen, no serán más dignos del cielo que el mismo Satanás.
Están errados, si piensan que podrían abandonar los remos y aún remontar el torrente. Únicamente a través de un decidido esfuerzo, empuñando los remos con todas sus fuerzas, podrán vencer la corriente. ¡Cuántos no están tan débiles como el agua, aunque contamos con una fuente infalible de poder! El cielo está preparado para bendecirnos, de forma que seamos poderosos en Dios y alcancemos la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo Jesús.
Pero ¿quién de ustedes durante el pasado año ha progresado en la ruta de la santidad? ¿Qué ganancia ha tenido en su fuerza espiritual? ¿Quiénes han salido vencedores sobre el enemigo? ¿Quién ha sido capacitado para obtener un logro tras otro, haciendo que la envidia, el orgullo, la malicia, los celos y toda muestra de maldad sean barridos, y únicamente permanezcan las gracias del Espíritu: humildad, paciencia, cortesía, caridad?
Dios nos socorrerá si nos asimos de la ayuda que él ha provisto. “¿O se acogerá alguien a mi amparo? ¡Que haga conmigo paz!, ¡sí, que haga la paz conmigo!” (Isa. 27:5). Esa es una bendita promesa. Muchas veces, cuando me he sentido desanimada y casi desesperada, he acudido al Señor con esta promesa, diciendo: “¿O se acogerá alguien a mi amparo? ¡Que haga conmigo paz! ¡Sí, que haga la paz conmigo!” Al echar mano de la fortaleza de Dios, he encontrado una paz que sobrepasa todo entendimiento.
Yo sé que estas palabras constituyen la verdad, y que ustedes las necesitan. Ojalá que se sientan sacudidos y se suelten del abrazo del enemigo, para que se comprometan de lleno en la batalla por la vida, colocándose toda la armadura para que luchen exitosamente en contra del astuto adversario. Satanás está tejiendo su red a nuestro alrededor, y enredando nuestra alma. Él no espera que su presa acuda a él. Él anda como león rugiente, buscando a quien devorar. Pero ¿acaso siempre ruge? No, cuando le conviene hace que su voz sea un susurro; y, cubierto con vestiduras de luz, aparece como si fuera un ángel del cielo. Los seres humanos conocen muy poco de sus astucias, del misterio de iniquidad, de forma que el enemigo los supera prácticamente todo el tiempo en forma táctica.
Muchos que han vivido bajo la resplandeciente luz de la verdad actúan como si no tuvieran nada que hacer. Observan a otro apostar por su alma en el juego de la vida, y están tranquilos, como si lo único que tuvieran que hacer es ver cómo se lleva a cabo dicho juego. Dios llama a cada uno de ustedes a asumir las responsabilidades de la vida, a empeñarse en la lucha como nunca antes.
Despierten los chismosos, los que se gozan al hablar de las faltas de este y de aquel. Les suplico que examinen sus propios corazones. Tomen sus Biblias y acudan a Dios en ferviente oración. Pidan que él les enseñe a conocer su propio corazón a la luz de la eternidad, a entender sus debilidades, sus pecados y necedades. Pídanle que se les revele, mientras ustedes permanecen a la vista del cielo. Esa es la oración que deberíamos elevar.
Cerraría mis instrumentos musicales e, inclinándome delante de Dios, lucharía con él como nunca antes. Eleven al cielo su petición con humildad, y no descansen día o noche hasta que puedan decir: “Oigan lo que el Señor ha hecho por mí”; hasta que puedan presentar un testimonio vivo, hablando de victorias obtenidas. Este es el tiempo para entonar los cánticos de Sion.
Jacob luchó con el ángel toda la noche antes de obtener la victoria. Cuando llegó la mañana, el ángel le dijo: “Déjame, porque raya el alba. Jacob respondió. No te dejaré, si no me bendices” (Gén. 32:26). Entonces su oración fue contestada. “Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido” (vers. 28).
Necesitamos la decidida perseverancia de Jacob y la...

Índice

  1. Tapa
  2. Introducción
  3. 1 - Diligencia en la obra de preparación
  4. 2 - El deber de pastores y laicos de trabajar unidos en favor de las almas
  5. 3 - El compañerismo cristiano
  6. 4 - Preparación para la venida de Cristo
  7. 5 - El privilegio de ser cristiano
  8. 6 - La necesidad de obreros capaces y consagrados
  9. 7 - Cómo llegar a ser fieles servidores de Cristo
  10. 8 - La intervención del cielo en el conflicto
  11. 9 - La obra en Míchigan
  12. 10 - Utilizar nuestros talentos al máximo
  13. 11 - Trabajemos para mostrar a Cristo al mundo
  14. 12 - Escudriñad las Escrituras
  15. 13 - La importancia de que toda la familia guarde el sábado
  16. 14 - Cristo, puente sobre el abismo del pecado
  17. 15 - La levadura de la verdad
  18. 16 - La espiritualidad de los empleados de la iglesia
  19. 17 - La sumisión de nuestra vida
  20. 18 - La presencia del Espíritu Santo en Avondale
  21. 19 - La obra médica misionera y el ministerio pastoral
  22. 20 - Cristo, nuestro amante Consolador y Sanador
  23. 21 - Preparar el corazón para recibir el Espíritu Santo
  24. 22 - La obra en el Sur
  25. 23 - Acudir a Dios en busca de sabiduría y poder
  26. 24 - La esperanza del cristiano
  27. 25 - La promulgación de la Ley
  28. 26 - Nuestro hermano mayor
  29. 27 - Enseñanzas de 2 Pedro 1
  30. 28 - Los peligros de las políticas y los principios mundanos
  31. 29 - El Cristo divino y humano presentado en el Apocalipsis
  32. 30 - Instrucciones acerca de establecer instituciones y otros asuntos
  33. 31 - Todo el que ofrece alabanzas glorifica a Dios
  34. 32 - Superación personal
  35. 33 - Enseñanzas de Isaías 58
  36. 34 - Una súplica en favor de la unidad
  37. 35 - El matrimonio y el hogar cristiano
  38. 36 - Creciendo en la gracia
  39. 37 - Los juicios de Dios sobre las ciudades
  40. 38 - Charla dirigida a los jóvenes
  41. 39 - Por qué tenemos sanatorios
  42. 40 - Permanecer en Cristo
  43. 41 - “Como niños pequeños”
  44. 42 - Un llamamiento a evangelizar las ciudades
  45. 43 - Enseñanzas de Daniel 1
  46. 44 - Un llamamiento a trabajar en las ciudades
  47. 45 - La higuera estéril
  48. 46 - Perseverar en el Señor
  49. 47 - “No os dejaré huérfanos”