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El efecto de la vaca roja.
La metramorfosis de la consagración
de lo hueco y el vaciado de lo sagrado
([1995] 1996, 2001)
«El registro de la extimidad es el registro del sacrificio».
J.A. Miller
Introducción. Deferencia de im-pureza, junto-y-en-tre consagrar y vaciar
Mi madre, dicen (esto fue antes de que yo naciera), echó un día a correr por los caminos del kibutz hasta que llegó al comedor y, llena de pánico, gritó: «¡Una gran vaca roja me persigue!». Los compañeros se giraron y, efectivamente, algo la perseguía, pero era pequeño, no grande. Y era negro, no rojo. Y era un pavo, no una vaca. Por aquel entonces mi madre no sabía hebreo, pero se empeñaba en hablarlo. Su lengua era una mezcla inestable compuesta de dosis de polaco y hebreo, una lengua «errante» que cambiaba cada día y mejoraba con una lentitud angustiosa. No podía hablarle con sus palabras porque eran pasajeras y no llegaban a estabilizarse en mi memoria, aunque ella tampoco las habría reconocido: eran invenciones, ya olvidadas. Cuando me dirigía a mi madre en hebreo apenas me entendía, y cuando ella se dirigía a mí en hebreo me avergonzaba. Por lo demás, tampoco hablaba conmigo en su lengua materna, porque en casa el polaco sólo lo utilizaban los mayores para hablar sobre lo que había pasado allí. Mientras preparaba este texto le pregunté: «Cuéntame, ¿en qué lengua hablabas conmigo?». Ella me respondió: «No había mucho que hablar contigo. No es que importara mucho, porque tú nunca hablabas». Y añadió, «Lloraba todas las noches porque pensaba que eras retrasada».
Podría haber deducido, por mi experiencia con mi mamalangue errante, que no hay manera de acceder a una lengua materna a no ser que se traduzca a una lengua paterna… pero ¡no es así! Si, en la arena fálica, aquella representa una «naturaleza» que la lengua paterna tiene que sustituir en virtud de su orden constitutivo; si la madre arcaica es el objeto a fálico (el objeto que sólo tiene sentido como ausente), sacrificada por la castración; y si la lengua materna es una metáfora de una arcaica extranjeridad femenina que se oculta en mí y en los otros, un «origen/fuente» escondido que el sujeto sacrifica en el pasaje hacia la cultura y se ofrece al «Otro» en el trabajo artístico, entonces propongo que, en el espacio-fronterizo matricial, se abren varias vías hacia y desde una mamalangue (la cual, en cualquier caso, no fue nunca un origen fijo). Estos caminos no son una traducción, entendida como separación y sustitución en otra lengua, sino pasajes de dispersión y «transmisión-a través de-transformación». Estos caminos tejen la mamalangue en una red crepuscular, conexionista y subsimbólica, cuyos hilos nos permiten una coexistencia relativa y parcial con un mundo extranjero y nos conducen hacia la belleza y el dolor de lo diferente, sin pretender por ello dominarlo, eliminarlo o asimilarlo. La pérdida implicada en este pasaje es el resultado de una transformación y una transmisión, de fragmentar y varializar, de dispersar y compartir lo que ya era conjunto y vario. No el resultado del desgarro, la separación o la sustitución. El símbolo que elegí para designar el movimiento desde esta extensión arcaica y siniestra de unirse junto-y-en-tre el Otro entre la vida y la muerte, entre la consagración y el vaciamiento, en y hacia el trabajo artístico, y desde el arte hasta la escritura —arte como un entre arte y teoría—, es lo que denomino el efecto de la vaca roja.
Este efecto es una metramorfosis compuesta por el cruce de esta pequeña historia con el ritual bíblico de la «vaca roja», esa ofrenda por el pecado que, como cualquier sacrificio, simboliza la conexión entre el hombre y Dios y, como ningún otro sacrificio, es femenino. El mandamiento bíblico consiste en disolver sus cenizas en el agua y rociarlas sobre aquel/la que está contaminado/a para que se purifique. En el judaísmo, la vaca roja se considera un enigma paradójico debido a su doble función: por un lado, profana o contamina lo puro; por el otro, purifica lo contaminado.
En su comentario sobre Pureza y peligro de Mary Douglas, Judith Butler argumenta que, aunque Douglas muestra cómo los tabúes sociales, impuestos mediante distinciones binarias como lo interno y lo externo, instituyen y mantienen las fronteras de la identidad del cuerpo como hombre o mujer, no es capaz de proponer una configuración alternativa de la cultura más allá del marco binario. «Las ideas acerca de alejar, purificar, delimitar y sancionar transgresiones tienen como función principal establecer un sistema sobre una experiencia inherentemente desordenada». Pero, sin embargo, «cualquier tipo de permeabilidad no regulada es un lugar de contaminación y peligro» (Butler, 1990: 132). Si tomamos el concepto de lo «abyecto» de Kristeva, «lo ajeno se establece a través de la expulsión». La consolidación de lo interno y lo externo, lo puro y lo impuro, mantiene la regulación y el control social y establece al Otro como rechazado y repulsivo (Butler, 1990: 133). El problema no es sólo cómo deconstruir las sanciones de prohibición que regulan al «hombre» y a la «mujer», al «yo» y al «Otro», y que constituyen la Ley y el deseo fálicos, sino principalmente cómo lograr «una apertura hacia la resignificación y recontextualización de la sexualidad», cómo describir/inventar otro proceso del significado de donar/revelar/producir (Butler, 1990: 134, 139). Y, como señala Griselda Pollock, el problema es también encontrar una manera de simbolizar relaciones no-fálicas entre varios y diferentes sujetos parciales irreductibles, y generar no tanto una imagen del trauma sino un símbolo que otorgue a lo forcluido el alivio de la significación, un camino hacia el lenguaje. No sólo la Ley y el Orden; también la Creación se funda en el paradigma fálico que enfatiza las convenciones sociales sobre la división entre la luz y la oscuridad y la demarcación de una frontera entre lo puro y lo impuro, para así superar el «abismo» que se convierte en su Otro, su lado reprimido que parpadea desde profundidades que ya no serán accesibles tras la consumación del acto de creación (Chasseguet-Smirgel). La castración como principio creativo instituye el «abismo» como lo sacrificado. Sin embargo, otro sacrificio es el de lo no-significado, el objeto a —un desperdicio, no sólo reprimido sino también forcluido y perdido en aras de la cultura—. J. Chasseguet -Smirgel presenta la separación castrante como un principio universal de orden y no como algo relacionado con las convenciones sociales o la ideología, y entiende la perversión como el incumplimiento de la separación entre el sujeto y el objeto. Efectivamente, es cierto que dicha transgresión en el paradigma fálico representa el colapso de la diferencia entre el deseo, el fantasma y el acontecimiento, mientras que la castración establece la diferencia entre acontecimiento y representación. Mi propuesta, sin embargo, es que, en el paradigma matricial, la «diferenciación-en-transgresión» representa un principio creativo que no corresponde a la Ley y al Orden fálicos y, sin embargo, tampoco los sustituye. Para la Matriz, la creación es «pre-ad-yacente» a la línea unívoca de nacimiento/Creación-como-castración. Se localiza en una zona im-pura donde ni es de día ni es de noche, donde hay tanto luz como oscuridad. Desde este prisma, que yo llamo matricial, un espaciamiento femenino vacía canales de significado y esboza un área de diferencia, con salidas sublimatorias y valores éticos que son por supuesto paradójicos para el paradigma fálico. Los aspectos matriciales se articulan en/para/desde el arte, ni a través de la castración varonil o la prohibición paterna ni a través del goce-sin-sacrificio corporal de la mujer. El efecto de la vaca roja es una metramorfosis de im-pureza como un errar entre lo puro y lo contaminado. Negocia tanto la pureza como la impureza/contaminación sin colapsar la una en la otra, sin pretender separarlas para reprimir o excluir el lado más oscuro, mientras produce una tercera posición de im-pureza. Esta metramorfosis hace vacilar sus vínculos-fronterizos como un recuestionamiento en deferencia de ambos polos que se re-negocia en cada nuevo encuentro, que no busca refugio en el Falo y que no tiene una resolución predefinida.
El goce divino por el sacrificio de la vaca roja
La escena descrita en el Antiguo Testamento suena, en algunas lenguas modernas como el inglés, bastante neutral en términos de género: tienes que traer una «vaquilla roja» [red heifer] «perfecta» («sin defectos»), matarla, quemarla, preparar lo que se llama un agua nida [aguas lustrales]...