Capítulo 1
¿Quién soy yo?
“Vemos las cosas no como son, sino como somos”.
H.M. TOMLINSON
Hay momentos en nuestra vida en los que nos hacemos la pregunta: ¿Quién soy yo? Y, al tratar de respondernos, encontramos normalmente dos caminos: uno, el que lleva a buscar en el exterior: “qué creer” y “dónde”; otro el que nos lleva a la búsqueda interior.
En general, la búsqueda exterior está repleta de zancadillas y decepciones. La exploración de nuestro interior puede ser más rica, más compensadora, ya que nos coloca en contacto con nosotros mismos.
Sabemos que el primer paso para cualquier transformación pasa por el conocimiento propio, o sea, por hacer una autoevaluación que nos ayude a identificar nuestras características, negativas o positivas, fuertes o débiles.
Cuando nos conocemos y tomamos conciencia de nuestros recursos, formamos una autoimagen o el concepto que tenemos de nosotros mismos.
Sócrates, autor de la célebre frase “conócete a ti mismo”, decía:
Todas las relaciones de la vida humana deben ser examinadas a través de una meditación profunda, no aceptando, instintivamente, las costumbres y los acontecimientos, sino razonando sobre ellos.
Su método, llamado mayéutica, preconizaba que, por medio de preguntas, encontraríamos las respuestas dentro de nosotros mismos como portadores de conocimientos insospechados. Según él: “No es sabio el que no se conoce a sí mismo y, para conocerse, aconsejo la introspección”.
Al practicar la introspección, estamos haciendo una investigación sobre nosotros mismos, formando nuestra autoimagen o nuestro concepto personal.
La imagen que cada uno tiene de sí mismo influirá definitivamente en el desarrollo profesional y personal, ya que actuará directamente sobre la autoestima.
En ese concepto sobre uno mismo, se concentran los valores personales, la percepción que se tiene del mundo, los modelos con los que identificarse y todas las referencias para la propia vida. También la motivación personal está vinculada, íntimamente, al autoconcepto.
La forma de vernos a nosotros mismos sufre alteraciones y cambia de acuerdo con el desarrollo personal y con las interferencias del medio; en esas alteraciones son factores predominantes nuestras conquistas o fracasos, así como la visión que tenemos del mundo y de nosotros mismos frente a él.
Cuando conocemos nuestras características nos resulta más fácil elegir entre los caminos que puedan abrirse a nuestro paso. Por ejemplo: si yo reconozco como una de mis características la desorganización, sabré que mi forma de actuar tendrá esa marca y, por tanto, deberé tomarla en cuenta para que no entorpezca mi desarrollo personal y profesional.
Cuando uno “se conoce” adquiere mayor comprensión de sí mismo y de la vida; eso le hará más fácil trazar objetivos y dar pasos en la dirección acertada.
Al determinar el camino que vamos a seguir es necesario tener cuidado para no escoger metas incorrectas, vacías o carentes de significado, llevados por la prisa o la precipitación. Cuando uno se conoce a sí mismo tiene más posibilidades de hallar el propio camino y definir lo que quiere.
Nada mejor que una buena reflexión, una conversación íntima con uno mismo para encontrar las respuestas correctas. Y cuando se encuentra la propia respuesta, llega la hora de actuar. ¿Cómo?
Trabajando con la mente las propias ideas. “Construya” mentalmente la imagen de lo que desea. Muchos fracasan porque no consiguen definir lo que quieren.
Les sucede lo mismo que se cuenta de una persona que, después de entrar en un edificio, se sube al ascensor y cuando el ascensorista le pregunta: “¿A que piso va usted?” responde: “Me da igual, a cualquiera. Como me he equivocado de edificio, me da lo mismo el piso”.
CÓMO SOMOS Y QUÉ QUEREMOS
En nuestra vida personal y profesional debemos tener muy claro dos cosas: cómo somos y qué queremos. Nuestra autoconciencia nos permite “ver” tanto lo que somos como lo que nos gustaría ser en la vida.
Si la visión que poseemos de nosotros mismos viene de otras personas o de los paradigmas sociales vigentes, corremos el riesgo de tener una “visión deformada” de nosotros mismos; porque, en general, la visión o visiones que otros tienen de nosotros son proyecciones de sus propias imágenes. Si aceptamos lo que otras personas proyectan sobre nosotros permitimos que afloren en nosotros sus defectos con relación a la vida.
Por otro lado, la adquisición del autoconcepto, su organización y reorganización, así como sus cambios no cesan nunca.
El autoconocimiento nos permite definir lo que somos, lo que haremos y en qué contexto lo haremos. Los objetivos se vuelven entonces más claros y los deseos y preferencias adquieren mayor intensidad. Cada cual debe crear un sistema propio para relacionarse con las personas y consigo mismo, de manera que nuestras acciones sean más racionales y lineales o continuas a la hora de utilizar los propios recursos.
El autoconcepto libera la imaginación y la creatividad, ya que parte de una visión clara de lo que somos y queremos.
A pesar de estar sujeto a las interferencias del medio, el que tenga un autoconcepto formado, tendrá más fuerza para realizar lo que vislumbra.
El punto de partida para esa nueva aventura comienza con la pregunta: ¿Quién soy yo?
El autoconocimiento es la base, el inicio de la construcción de creencias individuales que servirán de palanca para cualquier transformación, primero personal y después profesional y social. La relación interpersonal es la base de la sociedad en que vivimos. Pero, para relacionarse bien con los demás debemos conocernos mejor. Y para desarrollar el autoconocimiento deben ser analizados algunos factores.
Pregúntese a sí mismo:
• ¿Cómo está mi vida con relación a la salud, la familia, la felicidad, la amistad, el ocio, el éxito, el amor, la vejez?
• ¿Cómo anda mi entusiasmo, mi vida profesional, mi conciencia, mi espiritualidad, Dios?
El autoconocimiento es un ejercicio mental. Trate de preguntarse con frecuencia:
• ¿Qué he hecho hoy?
• ¿Hice mal a alguien?
• ¿Ayudé a alguna persona?
• ¿Conseguí controlarme?
Al realizar estas reflexiones, estará aprendiendo sobre sí mismo, sobre la vida y estimulando el deseo continuo de aprender, que es tan extenso como la propia vida. Cuando se hacen ejercicios de este tipo, se contribuye al desarrollo del propio ser, preparándose al mismo tiempo para educar para ser.
Capítulo 2
Educar al educador
“Sólo el profesional puede ser responsable de su educación”.
A. NÓVOA
Sabemos que el ser humano en formación está sujeto a las interferencias del medio, principalmente en las primeras fases de la vida. Por tanto, la escuela y la familia influyen profundamente en el desarrollo de los niños en todos los aspectos: físico, emocional, intelectual y social.
Según Freud, existen tres funciones imposibles de definir: educar, gobernar y psicoanalizar. Vamos a detenernos en la función de educar, una incumbencia que la sociedad delega principalmente en el profesor.
El profesor no tiene solamente una función, una profesión o especialización, sino que tiene también la misión de transmitir la herencia cultural a las nuevas generaciones, formando mentes proactivas, capaces de enfrentarse a las incertidumbres de la vida.
Esta “transmisión” exige del profesor algo que no se encuentra contemplado en la mayoría de los cursos de formación ni se menciona en los diversos “manuales” destinados a los profesores.¿Saben a que me refiero?: deseo, placer y amor, en el ejercicio profesional.
El profesor debe tener deseo y placer al transmitir la herencia cultural y, también, amor tanto por el conocimiento como por los alumnos.
En la historia de la educación, desde que la educación formal pasó a formar parte de las instituciones escolares, los educadores asumen el papel principal en la formación de las nuevas generaciones. Estas instituciones, teniendo como representantes a los profesores, asumen una correlación con la sociedad: la escuela reproduce la sociedad que produce la escuela.
Nos topamos, por tanto, con otra cuestión: ¿Cómo mejorar la sociedad, sin mejorar la escuela o como mejorar la escuela, sin mejorar la sociedad? ¡Necesitamos cambiar!
Sabemos que todo cambio genera inquietud e inseguridad aunque sea de forma subliminal y, algunas veces, al margen de lo previsto. Solamente después de que las nuevas ideas se difunden y diseminan, adquieren la fuerza capaz de provocar transformaciones.
Nuestros currículos escolares o nuestros programas educativos continúan todavía bloqueando las actividades destinadas al desarrollo del ser. Continúan incentivando y valorando exclusivamente la racionalidad humana y las habilidades intelectuales. La mayor parte de los procedimientos educativos está orientada a “entrenar” las potencialidades intelectuales de los alumnos. ¿Hasta cuándo tendremos una visión tan miope de la naturaleza humana?
La persona humana es un ser maravilloso y complejo. Tiene varias formas de inteligencia.
El nuevo siglo nos apremia a trabajar con el ser humano en toda su complejidad. Necesitamos creer en el potencial humano con la certeza de que la mayor riqueza está en la persona. Y ésta, debe desarrollarse en su creatividad, su imaginación, su conoc...