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La pareja
Antes de alejarnos más de Verdi es necesario hacerle justicia, puesto que él también se ocupó de las relaciones de pareja.
Otelo y la violencia de género
Juan Luis Linares
Otello, sin ir más lejos, es un monumento a los celos conyugales. Y, aunque en este caso, los méritos están compartidos con Arrigo Boito, el libretista, pero sobre todo con el inmenso William Shakespeare, vale la pena detenerse un momento, por cuanto la vida del moro de Venecia y de la desdichada Desdémona ilustra a las mil maravillas una de las lacras que más alarma social crean en la actualidad: la violencia de género.
Es frecuente que, ante la reiterada tragedia de una esposa, o novia, o amante, actual o pasada, muerta a manos de su pareja, se formule la pregunta de si se trata o no de amor. Y es casi una constante que la respuesta sea negativa. Al fin y al cabo, la razón se rebela contra la posibilidad de destruir al ser amado, en vez de gozarlo y disfrutarlo. Sin embargo, una solución tan escueta al trágico enigma no tiene en cuenta la infinita complejidad de la mente relacional humana y, en particular, del amor.
Y, a la vista del final de la ópera Otello, no hay más remedio que aceptar que la respuesta adecuada debe rendir tributo a la complejidad de las relaciones amorosas, incursionando en territorios paradójicos: la muerte de Desdémona a manos de Otello es y no es amor.
Otello.- (…) Desdemona!... Desdemona!
Ah! Morta!... Morta!... Morta!...
(Extrayendo furtivamente un puñal de su ropa)
Ho un’arma ancor!
(Se hiere.)
(«¡Desdémona… Desdémona…! ¡Ah, muerta… muerta… muerta…! ¡Todavía tengo un arma!»)
(…)
Otello.- Prima di ucciderti…
Sposa… ti baciai.
Or morendo... nell’ombra
In cui mi giacio...
Un bacio... un bacio ancora... ah!...
Un altro bacio... (Muere)
(«Antes de matarte… esposa… te besé. Y ahora, muriendo yo… en la sombra que me envuelve… Un beso… un beso más… ¡ah!... otro beso.»)
http://youtu.be/bzfUZLClbYk
1. Del minuto 3 al 7
En los celos de Otelo, al menos en la parte de los mismos cuya responsabilidad le corresponde, puesto que no hay que olvidar el papel jugado por el inductor Yago, existe un importante componente narcisista que, ciertamente, no es amor. Es la rabia del gran hombre, rico y poderoso, que se pregunta cómo han podido hacerle algo semejante y, cegado por el «amor propio» (en la peor acepción del término), destruye a quien osa alterar su autoestima. Pero, al mismo tiempo, Otelo ama a Desdémona, y el arte, tanto la fuerza dramática de la obra de Shakespeare como la potencia de la música de Verdi, comunican esta incuestionable realidad humana mejor que mil sesudos discursos.
El drama original del gran poeta inglés lo expresa con mayor sobriedad pero con igual eficacia que la ópera de Verdi:
Otelo.- Te besé antes de matarte. Ahora ya puedo,
Después de matarme, morir con un beso.
La psicoterapia no existía ni en tiempos de Otelo, ni de Shakespeare, ni de Verdi, por lo que la conclusión del drama, con la muerte de la mujer y el suicidio del perpetrador, puede ajustarse a los cánones esperables. Pero no es de recibo que ésa siga siendo la fatal secuencia de tantas similares tragedias anónimas en nuestros días. A los que se empeñan intentando resolver estos terribles conflictos humanos con simples medidas de control, destinadas necesariamente a fracasar, convendría recordarles que ahora sí existe la psicoterapia.
Aída y las parejas en conflicto crónico
Roberto Pereira
La pareja constituida por Aída y Radamés, los protagonistas de la gran ópera de Verdi, Aída, estrenada en El Cairo en 1871 en las celebraciones por la inauguración del Canal de Suez, suele ser conocida como una de las más sublimes encarnaciones del amor romántico. Sin embargo, ya se ha visto a propósito de Rigoletto y de otras varias óperas verdianas que, tras un amor parentofilial aparentemente abnegado, pueden esconderse claves de muy distinto signo, que ponen de manifiesto graves carencias en el ejercicio de las funciones parentales, capaces de arrastrar a los hijos a la destrucción. Algo parecido ocurre con el amor de pareja, del que Aída es un magnífico exponente.
Existen algunas parejas que se pelean sin parar, pero que no son capaces de reconciliarse. No dejan pasar ninguna oportunidad para herirse mutuamente, para hacerse daño con todos los recursos que tienen a su alcance, generalmente sin violencia física, aunque puede que alguna vez llegando también a las manos. Son parejas que no se separan o lo hacen con dificultad, fenómeno ante el cual es legítimo preguntarse por qué. Trataremos de responder a la pregunta partiendo de un desarrollo teórico de La Teoría de los Juegos, continuando con las ideas de algunos autores que proponen explicaciones a esta situación de conflicto interminable, y utilizando finalmente un fragmento de Aída para ejemplificar la propuesta.
Buena parte del funcionamiento social se basa en una confianza básica en que los demás van a respetar las reglas. Que cuando hay un semáforo en rojo, los coches se van a parar; que cuando un carnicero levanta un hacha no está amenazando a nadie, sino que va a cortar unos filetes; o que cuando el barbero apoya el filo de la navaja en la garganta de uno no es para degollarle sino para afeitarle. Y no es que de vez en cuando alguien no se salte un semáforo en rojo, o incluso que un carnicero no haga filetes de algún cliente, o un barbero mafioso no provoque una degollina. Pero, si estas situaciones no constituyen expectativas habituales, se deja de pensar en ellas como en amenazas cercanas, ya que, en caso contrario, no se podría circular en coche por una ciudad, todo el mundo se haría vegetariano y las barberías tendrían que cerrar por falta de clientes.
Es decir, que todo el mundo se esfuerza en conseguir que las cosas funcionen para obtener beneficios. Lo explica muy bien La Teoría de los Juegos.
Enunciada por los matemáticos austríacos Von Neumann y Morgenstern...