Nacionalismo: a favor y en contra
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Nacionalismo: a favor y en contra

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A lo largo de los últimos siglos, los movimientos nacionalistas han dejado una indiscutible huella política en nuestra historia reciente. Los argumentos a favor o en su contra han movilizado emociones y polarizado posturas. Su auge también acompaña a un proceso de globalización que ha cuestionado soberanías estatales, ha debilitado fronteras para los movimientos de capital y mercancías, y ha puesto a competir a trabajadores y territorios a escala mundial. En esta situación paradójica nos preguntamos: ¿hasta qué punto las personas deben mayor solidaridad para con los miembros de su comunidad? ¿Existen formas positivas y negativas de nacionalismo? ¿Deberían los liberales rechazar el nacionalismo? ¿Cómo conjugar intereses de grupo y derechos humanos universales? Esta obra nos ofrece reflexiones imprescindibles para la comprensión de un tiempo que demanda ser interpretado. Los autores, expertos en derecho y filosofía, examinan los orígenes, la psicología y trasfondo a veces poco consciente de este fenómeno moderno, así como la complejidad respecto a la parcialidad del nacionalismo y de su compatibilidad con un humanismo global. Thomas Hurka es profesor de Filosofía en la Universidad de Calgary. Es autor de numerosos artículos de filosofía moral, particularmente en teoría de los valores. Judith Lichtenberg es profesora de Filosofía en el College Park de la Universidad de Maryland. Ha centrado sus análisis en ética internacional, inmigración, nacionalismo y otras cuestiones de filosofía moral. Jeff McMahann es profesor de Filosofía en la Universidad de Illinois. Ha escrito extensamente sobre ética política y filosofía aplicada. Stephen Nathason es profesor de Filosofía en la Universidad de Northwestern. Ha escrito numerosas obras sobre terrorismo, patriotismo y otras dimensiones de la filosofía política.

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Información

1
Los límites de la parcialidad nacional
Jeff McMahan3
Un millón de árabes no valen lo que la uña de un judío.
Rabí Jacob Perin,
cita recogida en el diario New York Times
el 28 de febrero de 1994.
La parcialidad y la imparcialidad
Las naciones y el nacionalismo
Las naciones son grupos humanos que se distinguen tanto en función de criterios objetivos como en función de criterios subjetivos. Las relaciones objetivas que pueden vincular a los miembros de una nación incluyen una historia de mutua asociación y de ocupación común de un mismo territorio, unos orígenes étnicos comunes, la utilización de la misma lengua, unas creencias religiosas compartidas, un compromiso común hacia determinadas instituciones políticas, una cultura común que implica unos valores y unas costumbres compartidas, y otras cosas similares. Pese a que la mayoría de las naciones se hallan unidas según varios de los modos mencionados, ninguno de estos elementos objetivamente comunales ni ninguna particular combinación de ellos resulta necesario para la existencia de una nación.4 En el plano subjetivo, la mayoría de los miembros adultos de una nación ha de compartir la sensación de que juntos constituyen un grupo diferenciado y de que la pertenencia a ese grupo es un elemento constitutivo de la identidad individual de cada uno de sus miembros. Deben, en otras palabras, reconocerse mutuamente como personas que comparten una identidad colectiva.5
Dado que algunos de estos criterios admiten grados o invocan conceptos de carácter vago (por ejemplo, la cultura), y dado que muchos de estos criterios son también característicos de otras entidades colectivas (como los clanes, las tribus, los grupos étnicos y algunas asociaciones políticas), no resulta sorprendente que existan frecuentes disputas respecto a si determinados grupos son, en realidad, naciones o no. Algunos observadores, por ejemplo, sostienen que la población de los Estados Unidos presenta las características de la nacionalidad, lo que incluye una cultura histórica particular. Otros, sin embargo, aceptan que se trata de una nación, pero de una nación que abarca muchas culturas. Y aun otros, sostienen que los Estados Unidos son un Estado multinacional.6
El «nacionalismo» hace referencia a un conjunto de creencias sobre el significado normativo de las naciones y la nacionalidad. Es característico que quienes se llaman nacionalistas sostengan, entre otras cosas, que la continuación de la existencia y el florecimiento de su propia nación es un bien fundamental, que los miembros de la nación han de poder controlar sus propios asuntos colectivos y que la pertenencia a la nación hace que no sólo sea permisible, sino en muchos casos moralmente necesario, la manifestación de lealtad y parcialidad hacia los miembros del propio grupo. Algunos nacionalistas son «radicalmente particularistas»; restringen el alcance de estas creencias a su propia nación, a la que pueden llegar a considerar como única merecedora de un sentimiento y una devoción partidarios. Posiblemente crean que otras naciones adolecen de diversos defectos, entre los cuales figura el de alimentar engaños respecto a sus propios méritos. Sin embargo, no todos los nacionalistas particularistas menosprecian el nacionalismo de otras naciones. Existen algunos nacionalismos cuyo particularismo posee una motivación teórica. La moralidad, desde su punto de vista, es un producto comunal cuyo rango de aplicación se encuentra lógicamente limitado a la comunidad en la que ha evolucionado. La propia moralidad, por consiguiente, jamás debería condenar ni respaldar el nacionalismo de otros. El hecho de si otros han de ser o no nacionalistas depende de los dictados de su particular moralidad.7
Otros nacionalistas sostienen que, acaso con la salvedad de unas cuantas excepciones, todos los pueblos tienen el derecho moral de valorar su propia nación, de buscar garantías para su carácter autodeterminista y de mostrar parcialidad hacia sus miembros. Es característico que estos «nacionalistas universalistas» sean, en tanto que individuos, altamente parciales respecto de su propia nación. Son, podríamos decir, «universalistas partisanos». Hay, sin embargo, nacionalistas universalistas que carecen de fuertes apegos nacionales pero que respaldan el nacionalismo de aquellos a quienes consideran lo suficientemente afortunados como para poseerlos. Mi preocupación en este ensayo se centra primordialmente en el nacionalismo universalista en general, ya sea del tipo partisano o del tipo desapegado.
Algunos teóricos han afirmado que el nacionalismo insiste en que «la unidad política y la unidad nacional debieran ser congruentes».8 Pero existen dos modos de hacer que la unidad nacional y la unidad política coincidan. Una consiste en volver a trazar las fronteras de las unidades políticas existentes para que se ajusten del modo más estrecho posible a los contornos geográficos de las naciones. El otro consiste en preservar las configuraciones políticas existentes mientras se trata de lograr que las poblaciones de los Estados se conviertan en naciones –proceso al que a veces se alude con la expresión de «construcción nacional». Dado que esta última posibilidad puede exigir el derribo de las identidades nacionales existentes en aquellos casos en que dos o más naciones se encuentren englobadas en el interior de un mismo Estado, se ha convertido en un anatema para los nacionalistas. De este modo, y en la medida en que los nacionalistas creen que las naciones y los Estados deben coincidir, su punto de vista se decanta por la posibilidad de que los límites de los Estados sean moldeados con el fin de adecuarse a las naciones, en vez de que las naciones se modelen hasta adecuarse a los Estados. No obstante, ni siquiera esta posibilidad constituye una característica definitoria del nacionalismo. Pese a que efectivamente parece que los nacionalistas favorecen necesariamente alguna forma de autodeterminación política para su propia nación (y, si se trata de nacionalistas universalistas, también para otras naciones), no es necesario que consideren que la autodeterminación exige el control de un Estado independiente. De este modo, muchos nacionalistas en Quebec, Escocia y otros lugares rechazan las aspiraciones secesionistas; algunos, de hecho, se adhieren a la teoría anarquista de que ningún Estado puede ser legítimo y, por consiguiente, piensan que no debe existir ninguno.
La característica definitoria del nacionalismo en la que concentraremos el grueso de esta indagación es su insistencia en el hecho de que, en muchos contextos, se permite, o incluso se exige, que los miembros de una misma nación –los connacionales– sean recíprocamente parciales –esto es, que, por regla general, puedan, y con frecuencia deban, conceder algún grado de prioridad a sus mutuos intereses, por encima de los intereses de los extranjeros o de quienes no pertenecen al grupo. Este compromiso de parcialidad en el seno de la nación parece convertir al nacionalismo en algo incompatible con el principio rector de...

Índice

  1. Prólogo
  2. 1 Los límites de la parcialidad nacional
  3. 2 La justificación de la parcialidad nacional
  4. 3 Nacionalismo: a favor y (sobre todo) en contra
  5. 4 El nacionalismo y los límites del humanismo global