Industria cultural, información y capitalismo
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Industria cultural, información y capitalismo

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Industria cultural, información y capitalismo

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Durante las últimas décadas, la globalización y la revolución de las nuevas tecnologías han marcado un antes y un después en las formas de articulación del poder. Se confirma así la hipótesis avanzada por Marx, donde el propio sujeto pasa a ser el capital fijo más valioso del proceso de producción, y donde el trabajo abstracto -hoy concebido como "intelecto general"- se configura como fuerza determinante del nuevo modelo tardocapitalista. La actividad creativa, en este nuevo contexto, cobra una novedosa función estratégica, al convertirse en pieza generadora de valor y al posibilitar el desarrollo y sostenibilidad del capitalismo contemporáneo. César Bolaño aborda la comprensión del papel productivo de las comunicaciones y su rol fundamental en la era del Capitalismo Cognitivo. Desde la Economía Política de la Comunicación, Bolaño propone toda una perspectiva de estudio capaz de trascender los límites convencionales del modelo economicista, y capaz de problematizar el fenómeno de la industria cultural y de la apropiación por parte del sistema de todo el ciclo del trabajo inmaterial. Esta obra nos invita a reflexionar sobre el nuevo papel de los productores culturales y a repensar las relaciones entre trabajo y valor, desde un rigor conceptual que permitirá abrir nuevas vías para construir las respuestas que requiere nuestro tiempo.

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Información

Año
2013
ISBN
9788497847551
1
Las contradicciones de la información
La mayor dificultad en la construcción de una teoría marxista de la comunicación de masas en el capitalismo reside en que las pocas referencias de Marx ligadas de alguna forma al tema son claramente insuficientes para tal intento. Fuera de las referencias históricas sobre la revolución de los sistemas de transporte, fruto de la expansión capitalista, que ayudaría, al lado de otros factores, a imprimir a la producción mecanizada «la capacidad de expandirse bruscamente y a saltos» (El capital, libro I, p. 517), y de la indicación de que «el desarrollo de la navegación oceánica y de los medios de comunicación en general eliminó el fundamento realmente técnico del trabajo estacional» (ibídem, p. 549 y ss.), la principal referencia de Marx al tema en el tomo primero es en el capítulo XII, en el ítem sobre «división del trabajo en la manufactura y división del trabajo en la sociedad». Luego de la célebre observación sobre la antítesis campo-ciudad, viene el siguiente fragmento: «[...] la división del trabajo en la sociedad depende de la magnitud y la densidad de la población... Pero esa densidad es algo relativo. Un país relativamente poco poblado con medios de transporte desarrollados posee una población más densa que la de un país más poblado con escasos medios de transporte...» (ibídem, p. 404).
En el libro tercero, Marx retorna en diferentes ocasiones al tema de los transportes (y de las comunicaciones por telégrafo), afirmando, por ejemplo, que «el principal medio de abreviar el tiempo de circulación es el progreso de los transportes y de las comunicaciones» (El capital, libro III, p. 79). Pero es en el libro segundo donde se encuentran las principales referencias. Ya en el capítulo I («el ciclo del capital dinero»), Marx afirma que «hay ramas industriales autónomas en que el resultado del proceso de producción no es ningún producto, ninguna mercancía. Entre ellas, el único sector importante, desde el punto de vista económico, es el de transporte y comunicaciones, que abarca tanto el transporte de mercancías y personas, como la transmisión de noticias, servicio postal, etc.» (El capital, libro II, p. 55), para enseguida analizar las características del sector en relación con la producción industrial propiamente dicha.1 Más adelante, en el capítulo VI («los costos de circulación»), el autor se refiere más específicamente, en el ítem 3, a los «costos de transporte». En ese ítem, Marx destaca que, al contrario de los demás costos de circulación, «derivan sólo del cambio de forma de la mercancía [y] no agregan a esta valor» (El capital, libro II, p. 52):
[...] el transporte no aumenta la cantidad de los productos. Si eventualmente altera las cualidades naturales de éstos, esa alteración no es efecto útil anhelado, y sí mal inevitable. Mas el valor de uso de las cosas sólo se realiza con su consumo, y ese consumo puede tornar necesario el desplazamiento de aquéllas, el proceso adicional de producción de la industria del transporte. Así, el capital productivo aplicado en ella agrega valor a los productos transportados, formado por la transferencia de valor de los medios de transporte y por el valor adicional creado por el trabajo de transporte. Este valor adicional se divide, como en toda producción capitalista, en reposición de salario y plusvalía (ibídem, p. 153).
En los Grundrisse, esa diferencia entre costos de transporte y otros costos de circulación aparece de la siguiente manera:
Los costos de circulación que derivan de la circulación como acto económicoen cuanto relación de producción, y no directamente en cuanto momento de la producción, tal como es el caso en los medios de transporte y comunicación—, no pueden ser tratados antes de enfocar el interés y en particular el crédito [...] Cuanto más se funda la producción en el valor de cambio, y por tanto en el intercambio, tanto más importantes se tornan para ella las condiciones físicas del cambio: los medios de comunicación y de transporte. El capital, por su naturaleza, tiende a superar toda barrera espacial. Por consiguiente, la creación de las condiciones físicas del intercambiolos medios de comunicación y de transporte— se convierte para él en una medida totalmente diferente, en una necesidad: la anulación del espacio por el tiempo (Grundrisse, vol. 2, p. 12 y ss.).2
Y enseguida:
Como en los mercados lejanos el producto inmediato sólo puede valorizarse masivamente en la medida en que disminuyan los costos de transporte, y como, por otro lado, los medios de comunicación y transporte no pueden transformarse ellos mismos en otra cosa que no sea la esfera donde se valoriza el trabajo puesto en acción por el capital; en cuanto se opera un tráfico masivo —a través del cual se reintegra más del trabajo necesario—, la producción de medios de circulación y de transporte se convierte en condición de la producción fundada en el capital y por consiguiente éste la lleva a cabo (ibídem, p. 13).
Mas «para que el capital singular se encargue de esa tarea, esto es, cree aquellas condiciones del proceso de producción inmediato que quedan fuera del mismo, es necesario que el trabajo se valorice» (ibídem, p. 14). En la secuencia, Marx utiliza el ejemplo de la construcción de una carretera para discutir la cuestión de las condiciones generales de la producción, lo que remite mucho más a la temática de las relaciones entre capital y Estado (véase Bolaño, 2003a y 2003c) que propiamente al asunto que nos interesa más particularmente en este punto.
Las conclusiones que se pueden extraer de todo esto son las siguientes: a) que el conjunto de «medios de comunicación y transporte» es visto por Marx como haciendo parte de las condiciones generales para la reproducción del capital; b) que tienen una función en la constitución de los mercados de consumo y en la provisión de materias primas y productos intermedios para el sector industrial; c) que forma un sector específico de la economía con características peculiares, y d) que es productivo, que genera valor. No son pocas por tanto las pistas a ser exploradas con base en esas citas de Marx, importantes sobre todo para la caracterización de los sectores técnicos de la comunicación (telecomunicaciones, por ejemplo), pero también para otras discusiones importantes, como la de las condiciones generales para la acumulación del capital o la del carácter productivo o improductivo de los sectores de la comunicación y de la publicidad, por ejemplo.
No obstante, esas citas no sirven como punto de partida para un adecuado abordaje marxista del problema de la comunicación y mucho menos de la cultura en el capitalismo. No hay reduccionismo capaz de identificar, desde el punto de vista de las funciones en la producción, un medio de comunicación como la televisión con otro como un carril de hierro. Son dos cosas distintas, dos significados diferentes de la expresión «medios de comunicación». No quiero decir con eso que no existan ciertas identidades interesantes entre uno y otro. Es evidente que el ferrocarril u otro medio de transporte desempeñan un papel cultural integrador, sea por la aproximación que permite entre grupos humanos espacialmente separados, modificando patrones de comportamiento o alterando las formas de percepción de lo real, sea por el simple hecho de servir, como los satélites, de medios de transporte de bienes culturales y de información. De la misma forma, es evidente que por los mismos canales por donde circulan los programas de televisión pasan también volúmenes de capital ficticio que alteran la situación patrimonial de los agentes económicos. Ciertamente fue pensando en ese tipo de identidades a las que Marx se refirió siempre, en los fragmentos citados, como un sector amplio de «comunicaciones y transportes». Pero hoy se ve que aun la identificación de dos medios de comunicación tan distintos como los medios de radiodifusión y el telégrafo o la telefonía impone problemas teóricos importantes.
Sea como fuere, es innegable que las observaciones de Marx arriba citadas son insuficientes para una aproximación teórica al tema de las comunicaciones de masas en el capitalismo. La estrategia teórica aquí adoptada, al contrario, parte de una investigación sobre la forma de comunicación adecuada a las determinaciones generales del capital expuestas por Marx, acompañando la trayectoria lógica de El capital, en el sentido de fijar, con base en los niveles de abstracción más elevados, la categoría básica que condensa las determinaciones y las contradicciones inmanentes de la forma capitalista de la comunicación. Así, el punto de partida se desplaza del análisis de las funciones, propio de las construcciones montadas sobre el modelo de base y superestructura, hacia el llamado método de la derivación de las formas (Bolaño, 2003a). Si no puedo contar para ello con el confortable consentimiento que algunas citas de Marx pudieran traer, creo que será posible defender en términos rigurosamente marxianos la propuesta, siguiendo los pasos del propio Marx, desde el análisis de la circulación simple y explorando aspectos que, para las necesidades del autor, no eran relevantes, pero que para mis objetivos adquieren un papel fundamental y exigen tratamiento detallado.
Es evidente, por otro lado, y es bueno dejar eso claro desde el inicio, que no me voy a referir en ningún momento a un concepto ideal de comunicación o de información. El objetivo de lo que sigue es construir un concepto teórico de información capaz de adecuarse a las determinaciones generales más abstractas del modo de producción capitalista. Si en la realidad concreta existen otras formas de comunicación y otros tipos de información que no se acomodan a la definición precisa que será propuesta aquí, eso no invalida el presente esfuerzo. Al contrario, si esas diversas formas de comunicación y tipos de información aparecen en la realidad de forma mezclada, dificultando la percepción de sus diferencias, nada más necesario que un análisis riguroso que pueda facilitar los instrumentos para una más correcta discriminación.
Circulación simple e información
El cambio de mercancías constituye un proceso de comunicación entre propietarios privados que sobrepasa la mera relación económica que lo motiva. La apariencia fantasmagórica de una relación entre mercancías, para usar la feliz imagen de Marx, reduce esa relación a una relación impersonal en que los agentes del cambio se reducen a meros soportes (Trägers), autómatas programados para hacer funcionar el mecanismo de la circulación de mercancías. Pero esa apariencia apenas encubre una relación compleja entre seres humanos que procuran, por medio de aquel acto, satisfacer necesidades humanas concretas que no podrían ser satisfechas por la producción independiente de un único productor aislado. Es ése el presupuesto antropológico que fundamenta la contradicción básica de la forma mercancía de los productos del trabajo humano. Aun cuando una de entre las innumerables mercancías se autonomiza y pasa a cumplir funciones de equivalente general, ese fundamento no se altera. Al contrario, cuando el valor de uso de la mercancía dinero pasa a representar el valor de cambio de todas las demás mercancías, queda patente que no estamos tratando de una relación de cambio fortuita, sino de una norma social que, entre otras cosas, debe ser refrendada por una fuerza de coerción extraeconómica. No es casual que la primera referencia de Marx al Estado en El capital se dé justamente en el capítulo sobre el dinero, en el tomo I.
La norma social que se puede extraer del análisis de la relación mercantil implica una forma particular de relación entre los hombres, una relación económica de compra y venta de mercancías, lo que implica una forma particular de comunicación, diferente, por ejemplo, de la forma de la comunicación que se procesa entre parejas sexuales, compañeros de trabajo o miembros de una secta religiosa. Se trata, en el caso del cambio de mercancías, de una comunicación verbal con base en información objetiva. El propio precio de la mercancía es una unidad básica de información sin la cual no se puede pensar una relación de cambio, sin la cual el comprador no puede ejercer su capacidad de decisión autónoma. Pero la relación entre comprador y vendedor envuelve otras informaciones indispensables en cuanto al valor de uso de la mercancía en cuestión, su calidad, el tipo de materia prima utilizado, las habilidades del productor, las condiciones de producción, la distancia de la unidad productiva en relación con el lugar del cambio (lo que, al exigir la acción de la industria de los transportes, altera, como se acaba de mostrar en las citas de Marx, el propio valor de la mercancía), las características particulares del producto, así como la po­sibilidad de recursos financieros suficientes del comprador, además de, en el caso de una venta a crédito, por ejemplo, las condiciones de financiamiento, plazos de pago, intereses, etc. En fin, la información es condición de existencia, presupuesto de una economía mercantil.
La circulación mercantil representa el momento de la igualdad que caracteriza a la economía capitalista, marcado, no obstante, por la desigualdad fundamental que todavía no puede ser aprehendida en el nivel de la apariencia (Ersheinung) al que se limita el análisis de la circulación simple. Aquí la relación social es una relación de igualdad formal entre individuos que son igualmente propietarios privados de mercancías y se dirigen al mercado con el mismo objetivo de realizar operaciones de compra y venta.
En este punto podemos replantear la cuestión de la verdad, una de las características, según Habermas, de una acción comunicativa normal, no distorsionada. Pero si la información propia de la relación mercantil es una información objetiva, eso no significa que deba ser verdadera. Está claro que existen formas de verificar la veracidad de una información de ese tipo (como...

Índice

  1. Prefacio a una crítica de la economía política de la comunicación
  2. Prefacio a la edición brasileña
  3. Nota introductoria a la edición en español
  4. Presentación
  5. Agradecimientos
  6. 1. Las contradicciones de la información
  7. 2. Capitalismo monopolista e industria cultural
  8. 3. Industria cultural y funciones
  9. 4. La economía de la comunicación y de la cultura
  10. 5. De la producción a la competencia: hacia la reconstrucción de la economía de la comunicación y de la cultura
  11. 6. Subsunción del trabajo intelectual y la economía política de Internet
  12. Conclusión y perspectivas: comunicación y capitalismo en el siglo xxi
  13. Post scriptum
  14. Bibliografia citada
  15. Créditos