La posverdad
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La posverdad

Una cartografía de los medios, las redes y la política

  1. 188 páginas
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La posverdad

Una cartografía de los medios, las redes y la política

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El fenómeno de la posverdad es considerado como una de las principales amenazas a la democracia actual: convierte a la ciudadanía en consumidora de noticias, la responsabiliza del alcance de las fake news a la vez que la empuja a la desconfianza, y cuestiona a los medios de comunicación y a la propia práctica del periodismo.Este libro plantea un profundo análisis sobre las múltiples caras de la posverdad y reflexiona sobre sus implicaciones mediáticas, sociales, tecnológicas, filosóficas y políticas. La obra establece una cartografía de los aspectos que explican este fenómeno, examina de manera analítica las formas que adquiere y aborda las diferentes estrategias y técnicas utilizadas por los poderes para controlar y manipular a los ciudadanos.Estructurado en 360 grados, con principio y final dedicado a las aportaciones de Jacques Derrida sobre la construcción de la mentira, éste es un trayecto descriptivo, crítico, analítico y filosófico alrededor de uno de los desafíos más urgentes de nuestros días.

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Información

Año
2019
ISBN
9788417690502
Categoría
Social Sciences
Categoría
Media Studies
SEGUNDA PARTE
Periodismo y poder
6
Propaganda, manipulación y uso emocional del lenguaje político
Andrea Pérez Ruiz29 y Manuel Aguilar Gutiérrez30
Introducción
La emoción es un componente esencial del lenguaje humano. Esta cualidad, aplicada al ámbito de la vida pública, concede al lenguaje el poder de intervenir, convencer, dar sentido articulando un relato, implicándose en una versión de los hechos. La utilidad de la emoción en comunicación política va unida a la efectividad del discurso, cuando este se expresa ideológicamente sobre acontecimientos que constituyen una experiencia común compartida en sociedad. El concepto de discurso político entraña una relación intrínseca entre lenguaje, ideología y poder; el discurso político es, en sí mismo, un uso ideológico del lenguaje y, además, un producto social de la época en que se desarrolla, siempre vinculado a los medios por los que se transmite.
La oratoria (del latín, oratio: «discurso») se distingue por completo del resto de literatura oral por su finalidad explícitamente persuasiva y el discurso político es un descendiente natural de esta práctica. La persuasión ha marcado el discurso político en su evolución hasta los diversos formatos actuales que adopta hoy en día, por ejemplo, en televisión o en las múltiples plataformas de redes sociales como Twitter. La razón de ser del discurso continúa vigente por su función social, necesaria tanto en la oratoria de la Antigüedad como en la propaganda posterior tan representativa de regímenes totalitarios o en la campaña electoral de estados democráticos. No obstante, la forma que presenta está en cambio permanente, su utilidad y presencia varían, y no responde a las mismas pautas estructurales ni se guía por los mismos valores con el paso de los siglos.
El discurso en Grecia
Los orígenes del discurso político se remontan al nacimiento de la oratoria, que se desarrolló principalmente en la Antigua Grecia hacia el siglo V a.C., como un instrumento para alcanzar prestigio y poder político. La oratoria, concebida como «el arte de hablar con elocuencia»,31 era imprescindible en la democracia ateniense, ya que el ciudadano debía ser capaz de hablar en asambleas y defenderse ante los tribunales. La retórica, como lenguaje de explicación y persuasión, marcaba el proceso en la toma colectiva de decisiones y el poder emanaba del dominio del lenguaje público. Pericles usa la palabra achreios (del griego, «inútil») para definir a aquel ciudadano que no quisiera o pudiera participar de los asuntos públicos de debate. En su obra Retórica, Aristóteles la define como «análoga» de la dialéctica y sostiene que, a pesar de que son dos disciplinas que se sirven de pruebas y argumentación, la retórica trabaja con probabilidades en vez de certezas, y carece del rigor intelectual de la dialéctica. El filósofo explica el funcionamiento particular de la retórica introduciendo los conceptos de ethos (carácter y prestigio del orador) y pathos (emoción y sintonía con el público). La combinación del ethos y el pathos con el argumento puro (logos) representa el equilibrio en que se distribuye el poder persuasivo de la retórica.
En la actualidad, se conservan obras de grandes autores como Lisias o Isócrates, que ejercieron de logógrafos, oficio dedicado a escribir discursos jurídicos para clientes. Sin embargo, fue Sócrates quien fundó una famosa escuela de oratoria en Atenas e instauró un concepto más amplio de la misión del orador, que debía ser un hombre movido por ideales éticos y patrióticos, siempre con el objetivo de garantizar el progreso del Estado. En realidad, la oratoria surge verdaderamente con el movimiento sofístico que, en su afán de enseñar el arte político, inventó y propagó el de hablar en público. Se hace evidente, ya desde la Antigüedad clásica, la relación inherente entre oratoria y política en el ámbito de la comunicación, y esta realidad pone de relieve la idea del lenguaje como un medio de interacción social, que busca tener un impacto en distintos ámbitos de la actividad pública.
Por fortuna, han perdurado hasta hoy diversas obras escritas que permiten reconstruir la importancia histórica del discurso y comprender su función social observando la temática. De la oratoria forense de Lisias se conserva, entre otros, un discurso titulado Contra Eratóstenes, que contiene una crítica al gobierno oligárquico impuesto en Esparta tras las guerras del Peloponeso; Demóstenes escribió discursos contra Filipo II de Macedonia en los que llamaba a los atenienses a oponerse a este rey; o en el libro III de su Historia de la guerra del Peloponeso, el historiador Tucídides postula un cambio en el lenguaje como un elemento determinante en la degeneración de la democracia ateniense en su transición hacia la tiranía posterior y culpa a la demagogia de pervertir el «significado normal de las palabras» (Tucídides citado en Thompson, 2017: 35). Estos ejemplos demuestran que el contenido de los discursos versaba en gran parte sobre acontecimientos específicos de la política de la época y recurría a las emociones para perturbar el sentimiento de su público.
Posteriormente, la oratoria constituyó en la República romana un elemento indispensable para la clase dirigente en las sesiones del Senado y las asambleas. Una de las figuras más destacadas fue Cicerón quien, haciéndose llamar Pater Patriae (del latín, «padre de la patria»), desarrolló una carrera política durante casi toda su vida. El historiador latino Salustio, en su crónica de La conjuración de Catilina (63 a.C.), presenta la figura de Catón el Joven analizando la crisis del significado tradicional de las palabras en la cultura política latina de la época como un factor subyacente de amenaza al Estado: la sociedad ha perdido, dice Catón, «el verdadero nombre de las cosas», vera vocabula rerum amisimus (Thompson, 2017: 35). Tras la muerte de Cicerón y la instauración del Principado, la utilidad política de la oratoria entró en crisis, sobre todo porque la discusión libre de ideas se agotó durante el Imperio romano, debido al dominio absoluto del emperador.
El Renacimiento
Al finalizar la Edad Media, la implantación de la imprenta supuso una revolución cultural con la invención de la tipografía de la mano de Johannes Gutenberg. Pero más allá de la aportación histórica de la imprenta como precedente en la industria periodística, la técnica de la impresión significó un gran avance como instrumento de difusión de ideas políticas.
Orestes Ferrara, en su obra Un pleito sucesorio. Enrique IV, Isabel de Castilla y la Beltraneja (1945), utiliza ya el término propaganda en referencia a las crónicas medievales que narraban historias sobre la figura de Enrique IV, según el autor, con el objetivo de crear una imagen falsa sobre el rey castellano desde el punto de vista de los Reyes Católicos durante los conflictos sucesorios. Sobre esto, escribe que la historia de Enrique IV se trata de una «leyenda confusa preparada en la lucha sucesoria y después, para deprimir a un adversario vencido, ya sin defensa moral siquiera. Es la obra que se ha fabricado en todos los tiempos para legitimar actos de usurpación» (Ferrara citado en Carrasco, 2000: 28). En la obra de Ferrara, las alusiones a la propaganda isabelina son frecuentes y aspira a esclarecer las ambigüedades y contradicciones confusas presentes en las crónicas de la época: «pasados los años y los siglos, cuando ya es innecesaria la propaganda, que destruye aún más la imaginación, obtusa de por sí, de las grandes masas, creemos que debe volverse por los fueros de la verdad y dar a la Historia su honorable papel de presentar los hechos en su realidad objetiva» (citado en Carrasco, 2000: 28).
Por tanto, antiguas formas del discurso político (anteriores usos del lenguaje) ya trataban de recrear una realidad paralela para definir lo que se consideraba cierto públicamente y condicionar la opinión general, buscando la legitimidad de sus acciones. Esta circunstancia se observa con facilidad en el uso del pretexto como vía retórica para justificar una decisión política de cara a la opinión pública actual cuando, en ocasiones, ésta desconfía de los motivos que guiaron el cambio de postura de un determinado partido frente a un tema. Mark Thompson, presidente de The New York Times, analiza las razones del escepticismo ciudadano ante decisiones cercanas en el tiempo sobre cuestiones bélicas, como la de Tony Blair de participar en la guerra de Iraq «para defender la paz», y encuentra su origen apuntando al pasado:
Si damos un paso atrás, sin embargo, veremos una cuestión más amplia, esto es, por qué el debate sobre los pretextos, reales o imaginarios, aparece con tanta regularidad en la retórica bélica moderna. No es un fenómeno nuevo: los potentados medievales solían buscar alguna excusa territorial, dinástica o religiosa, por descabellada que fuera, para justificar la conquista de más territorio o un intento de quedarse la corona. (Thompson, 2017: 293)
En ambas retóricas, medieval y moderna, el argumento de iniciar la guerra para preservar la paz coincide regularmente y el objetivo atemporal es conducir a interpretar la posterior acción del gobierno como un acto defensivo y no una agresión ofensiva, de forma que, a través del lenguaje, pretende cambiar el sentido de la política para que esté justificada.
La Edad Moderna y la Edad Contemporánea
De nuevo, Mark Thompson cita como ejemplo del poder político del lenguaje público en la Inglaterra del siglo XVII a Thomas Hobbes, quien «vivió una guerra civil que él creía causada en buena medida porque una batalla de palabras sobre la religión —difundida a través de los omnipresentes panfletos que la imprenta había hecho posibles— había debilitado hasta destruir el terreno lingüístico común del que depende un estado ordenado» (2017: 35). Hobbes, teórico del absolutismo político, consideraba la libertad de expresión como una amenaza para la gobernabilidad.
Con el inicio de la Edad Contemporánea, se sientan las bases del estado democrático que obligarán al discurso político a dar un giro sustancial a partir del reconocimiento de la libertad de expresión y las primeras leyes de prensa. El comienzo de la comunicación política moderna se sitúa convencionalmente en la...

Índice

  1. Portadilla
  2. Títulos publicados
  3. Portada
  4. Créditos
  5. Índice
  6. Introducción
  7. PRIMERA PARTE. La posverdad en la era de las redes
  8. SEGUNDA PARTE. Periodismo y poder