A flor de piel
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A flor de piel

Pensar la pandemia

  1. 96 páginas
  2. Spanish
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A flor de piel

Pensar la pandemia

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Índice
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Información del libro

La pandemia es un fenómeno configurado por la biología viral e inmunitaria, la racionalidad de las respuestas y los mitos subyacentes a la mismas en colusión con las desigualdades existentes. Ante ella el homo absconditus, el humano escondido, aparentemente del virus, pero en conflicto con su propia naturaleza biológica y físico química, negocia mágicamente con la enfermedad y la muerte entregar o sacrificar a los "anormales" y excluidos por déficits organizacionales sistémicos.Pero cuanto más tratamos de escondernos, más a la intemperie nos sentimos y nuestra sensibilidad se halla a flor de piel. Se trata de criticar la razón abstracta, interrumpir los mitos y reencontrar las singularidades que escapan a nuestras normas éticas y morales y las dinamizan hacia una justicia interminable.

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Información

Año
2020
ISBN
9788418193521
Categoría
Filosofía
1. Mitos
La belleza del mundo está todavía allí, pero cubierta por un velo ominoso. No se trata de un tsunami, de un alud, de un huracán o de un terremoto, ni del ataque de una especie hambrienta de la que nos volvemos presas para su supervivencia, sino de una amenaza invisible. No es tampoco una bacteria que, aunque también invisible a nuestro ojo desnudo, está dotada de características vitales autónomas. Desde el borde exterior de la vida, contando con sólo algunos de los elementos que la caracterizan, pero sin autonomía, los virus, más antiguos que nosotros mismos sobre la Tierra, sólo se sostienen como entes diferenciados y activos secuestrando nuestras células para poner los mecanismos genéticos de éstas al servicio de su propia reproducción maquinal. Nuestros organismos responden al secuestro de sus funciones nucleares celulares y se movilizan ante el daño en curso que, ahora sí, nos da señales perceptibles. Al mismo tiempo, se moviliza nuestro sistema inmunitario, una de las formas más primitivas de la memoria (junto con la genética, la mental y la cultural), diseñado para mantener nuestra identidad orgánica al adaptarse a las intrusiones a la misma y, sólo como efecto colateral, poniendo en acción mecanismos de eliminación de los intrusos (Varela, 2000). Tras un salto desde la especie donde se solía reproducir a sí mismo, aún en duda, y la nuestra, el coronavirus en cuestión, invitado, como en el caso de otras zoonosis, por prácticas humanas de contacto cercano con esa otra especie (tal vez por insumo alimentario de la misma), induce un daño potenciado por una respuesta celular-inmunitaria que va desde lo inocuo hasta una enfermedad catastrófica y mortal para nosotros, sus huéspedes e involuntarios co-reproductores.
La pandemia es un fenómeno complejo e impuro del que participan el virus, nuestros organismos, las condiciones sociales, culturales y políticas en que se desarrolla la infección y nuestra experiencia cotidiana signada por su cualidad textural, pero es también un tiempo de mitos que retornan y de la dinámica propia a los eventos que aparecen en nuestras vidas y en la forma en que los integramos, con más o menos éxito, a lo habitual y cotidiano. De un modo coherente con dos tradiciones dominantes reafirmadas más que nada desde la segunda mitad del siglo xx, la de la ciencia empírica y la del giro lingüístico, algunos piensan la pandemia sólo en términos del conocimiento científico del virus, mientras que otros la piensan sólo en términos de las condiciones sociales, culturales y políticas dentro de las que la virosis surge y se le responde. La primera tradición es filosóficamente empírica; la segunda, hermenéutico/interpretativa. Si la ciencia empírica radical incurre en un reduccionismo a lo inferior y basal donde sólo existen, con carta de identidad ontológica, los elementos constitutivos pero no los emergentes (los cerebros, pero no los fenómenos mentales o culturales), en el culturalismo del giro lingüístico se sostiene un reduccionismo hacia lo más elevado que descalifica la legitimidad de todo lo que no se pueda reducir al significado lingüístico (Harman, 2013). Ambas posturas involucran ontologías eliminativistas que intentan despoblar al mundo, ya sea de las realidades culturales —en el caso de los empiristas radicales—, ya sea de las realidades biológicas —en el caso de los culturalistas radicales— y, en ambos casos, del nivel intermedio de las cualidades texturales sensuales y materiales de nuestra experiencia, las qualia de la filosofía medieval. Sólo si incluimos todos estos niveles nuestra ontología le dará cabida a una realidad que «abarca estrellas, agonías, migraciones, navegaciones, lunas, luciérnagas, vigilias, naipes, yunques, Cartago y Shakespeare» (Borges, 1985). Ese nivel intermedio a partir del cual se va a desarrollar luego el significado verbal surge durante el desarrollo ontogenético temprano como un elemento incorpóreo de orientaciones, ligado de forma inextricable a nuestra corporalidad en un momento en que la comprensión y el aprendizaje se confunden con procesos sensorio-motrices engarzados en una ecología del regazo (Pakman, 2011, 2014). Este surgimiento ontogenético retoma el proceso de hominización durante el cual, desde un punto de vista filogenético, la emergencia del habla también implicó, a partir de un sentido corporal, el desarrollo de significados progresivamente más abstractos.
Por otra parte, además de evitar los reduccionismos purificadores, para pensar la pandemia debemos estar abiertos a ver que todas las respuestas supuestamente racionales al virus, a nivel individual, técnico y organizacional se dan a la sombra de mitos que siempre nos acompañan (del griego mythos, en Homero: «habla, expresión hablada» de los orígenes y los destinos). En los politeísmos los intercambios humanos con los dioses solían generar catástrofes que las mitologías nos cuentan, para intentar, de paso, dar cuenta de orígenes desconocidos que se pierden en el tiempo. De allí la necesidad de regular esos contactos con tabúes y otras leyes, tanto en politeísmos como en monoteísmos (Freud, 1913). La asimetría más radical con el dios de los monoteísmos también tiene una intención protectora, al precio de exponernos a sus designios inescrutables, ya sean caprichosos, ya sean resultado de su infinita sabiduría que escapa a nuestras pobres y finitas capacidades. En el mito todo lo que nos sucede sólo se puede concebir y es atribuido a fuerzas ajenas y poderosas y, si bien el mito se cuela en el punto de incerteza o de incompletitud siempre presente en los procesos racionales, no sólo completa lo incompleto al ocupar espacios vacíos de la racionalidad, sino que también opera en aquellas ocasiones en las que el proceso racional del dominio del logos parece más completo y acabado. Al decir de un personaje ficticio de Howard Jacobson: «El terror precedió a la razón. Aun en una era científica, los humanos retuvieron algo de la ignorancia prehistórica que es hija del miedo» (2010: 186). Cuanto más ausente parece el mythos, más eficaz es su participación secreta, en la que el logos se sostiene y florece. Cuanto más negado es el mito en nombre de la racionalidad, más eficaz es desde su escondite. El mythos es la contracara obscena,2 la «otra escena» del logos que estructura las micropolíticas dominantes de saber/poder (Foucault, 1980) que dan forma a nuestra subjetividad, constituida como sujetos y agentes que también son parcialmente determinados por ellas.

2. La expresión «contracara obscena» de Eric Santner fue tomada por Slavoj Žižek, siguiendo una lectura «lacaniana» de Freud, para referirse al superyó como «la ley obscena «nocturna» que necesariamente duplica y acompaña, como su sombra, a la Ley «pública»» (1994: 54).
2. Invisibles
Pero no hay velo ominoso que oscurezca la belleza, ni belleza misma, en estos días, para nuestro perro, ni para esos pájaros, ardillas y conejos, árboles y flores que veo ahora mismo por la ventana, empeñados en sus vidas cotidianas, ni tampoco para otros seres vivos sin nuestras capacidades para el arte o para el conocimiento reflexivo, desinteresados en nuestro lenguaje de significados abstractos con toda su precisión y poder racional para llegar a saber, por ejemplo, lo que sucede en esos niveles biológicos invisibles e imperceptibles en sí, cuyo conocimiento científico involucra siempre ser parte de organizaciones sociales.
Lo invisible de lo que se ocupa la ciencia solía ser el territorio de la teología. La relación con Dios y con los dioses, central en las mitologías, a pesar de su decadencia en los ámbitos intelectuales, influye siempre en nuestra relación con los científicos que, ocultos en investigaciones que semejan a los legos la celebración de un misterio, acceden de ese modo a lo invisible que nos afecta, que está en nosotros y en el mundo que habitamos. De un modo semejante a como el sentido influye en el significado verbal y el mythos influye en el logos, ya que los segundos términos en ambos casos se enraízan, encuentran su origen en los primeros. Señores de lo invisible, como sólo solían serlo los dioses y Dios, los científicos carecen, sin embargo, a pesar de su relativo prestigio social, de la asimetría más o menos radical (mayor en los monoteísmos que en los politeísmos) entre los dioses y nosotros. Una racionalidad en principio compartida de forma potencial, y sólo limitada por el acceso a la educación, nos une con los científicos. La fe, si bien media también al crédito que le damos a los saberes que nos hacen llegar, es diferente de la fe en lo divino que prescinde en grado diverso de esa racionalidad común y nos pone a merced de sus poderes.
Al mismo tiempo, nuestras capacidades racionales potenciales no están siempre libres de ser utilizadas, ni son siempre utilizadas de pleno. No sólo no vemos lo que no podemos ver o percibir más que de forma indirecta, por sus resultados. Tampoco vemos, con frecuencia, lo que podríamos en principio ver, o lo vemos con una intensidad existencial mínima (Badiou, 2009), llevados por procesos psicosociales también invisibles. Basta apreciar nuestra habitual ceguera y desmedro hacia el mundo biológico vegetal en favor del mundo animal, a pesar de que el primero es omnipresente y está íntimamente ligado a la posibilidad de nuestra existencia en este planeta, como dador cotidiano del oxígeno del que dependemos y como fuente estética permanente de nuestra vida sensible (Coccia, 2011). O apreciar nuestra ceguera de las relaciones ecológicas bio-psico-sociales que excede a las disciplinas de estudio en las que nos disciplinamos.
Con el distanciamiento físico y el confinamiento, recomendados como respuesta ante el coronavirus para evitar la exposición y reducir el contagio al ponerle obstáculos al contacto interhumano por el que está mediado, lo mítico ha teñido a la racionalidad con una voluntad de ser invisibles para que el virus invisible no nos encuentre. Mediante lo que desde el punto de vista psicológico es una identificación con el agresor, se ponen en juego voluntades de base mítica, y ambos aspectos contribuyen a dar forma al fenómeno pandémico, caracterizado m...

Índice

  1. Contenido
  2. 1. Mitos
  3. 2. Invisibles
  4. 3. Escondidos
  5. 4. Minotauro
  6. 5. Paradojas
  7. 6. Plagas
  8. 7. Desigualdades
  9. 8. Aquelarres
  10. 9. Desafíos
  11. 10. A flor de piel
  12. Bibliografía