Figuras del pensamiento
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Figuras del pensamiento

Autobiografía de un zurdo cojo

  1. 224 páginas
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Figuras del pensamiento

Autobiografía de un zurdo cojo

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¿Pero quién es este zurdo que cojea? ¿Y si fuera el mismo Michel Serres? En este libro Michel Serres lleva a cabo el balance del trabajo de toda una vida. A sus 84 años escribe un libro sobre la invención y sobre el ingenio humano. Serres repasa en estas páginas las principales figuras del pensamiento y nos muestra cómo han influido en su obra filósofos como Nietzsche o Sócrates. Michel Serres nos describe la forma en que ha creado sus libros desde los comienzos con Hermes, hasta su más reciente Pulgarcita, pasando por sus obras Atlas, el Tercero Instruido y el Parásito. A través de los personajes y los objetos propios de sus obras consiguen encarnar a las principales figuras del pensamiento. En este libro, Michel Serres reflexiona sobre lo digital y lo humano, sobre sus límites y su esencia. Figuras del pensamiento es una síntesis antropológica, histórica y científica que busca hilos de conexión entre el presente y el futuro de la humanidad pero siempre desde las obras o el pensamiento de Michel Serres.

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Información

Año
2015
ISBN
9788497849845
Figuras y movimientos
Figuras y movimientos
Explosión de mil personajes
Cuando, imitando esta emanación de nacimiento y sumergiéndose en aguas bautismales, la literatura, suave en efecto respecto al mundo real y la vida encarnada, ambos más duros, inventa y dibuja figuras tan bellas como las de Ulises, Don Quijote, Don Juan o el Gran Inquisidor, nos hace acceder a una suma análoga, a una síntesis virtual y cognitiva, equivalente en lo suave a las que el Gran Relato nos muestra cuando aparecen, duros, hierro, aluminio o manganeso, a las que la evolución hace emerger cuando surgen a la luz cierta gaviota en los aires, sobre la tierra el jaguar o el manatí en los mares, a las que pueblan las mitologías de fetiches y de ídolos, a las que el cuerpo produce en gestos adaptados cuando camina, salta, corre, a las leyes que éste descubre cuando nada licuándose y salta creyendo que vuela, a la figura que hace acceder a la luz del día la maternidad, luego al gesto final y más suave de nombrar.
Los grandes escritores crean estas figuras y las hacen vivir, con una existencia a veces más duradera que la nuestra, al menos en lo virtual de una experiencia indispensable para nuestras metamorfosis educativas. Toman el gesto de la evolución que, también ella, juega con los posibles y produce diamante, tigre o bonobo; imitan el mundo y la vida, en el sentido de la recreación. Así, favorecen entornos culturales imprevistos, como los seres vivos emergentes arrojan medios. No existiríamos, no evolucionaríamos, no aprenderíamos gran cosa, ¿al fin y al cabo, pensaríamos sin la literatura que inventa vivientes posibles y contingentes, que nos empuja a pensar, como lo hacen el Universo y la vida? ¿Precede entonces esta última a la filosofía?
La filosofía produce personajes
Sí, muchos filósofos siguen este camino ni trazado ni trazable, pero de una fuerza de inventiva poco frecuente. De los nombres propios de personas, extraen poco a poco todos los diálogos de Platón, donde Calicles encarna la violencia y Timeo la génesis del mundo; Giges, pastor que fue en busca de un cordero perdido y se convirtió en rey mediante diez sórdidas granujadas, representa una moral exigida al solitario y por él olvidada; las Leyes se le aparecen a Sócrates bajo prosopopeya: con figura y rostro descubiertos, hablan como una aparición en una hagiografía, como un fenómeno inédito.
Así, más bien sintética, la filosofía de lengua francesa está plagada de personajes, desde el Genio Maligno al Ego cartesiano, desde Zadig hasta Jacques el Fatalista; Pascal adorna sus Pensamientos de historietas para la diversión, como lo hace Leibniz en su Teodicea, en la que se destacan los gemelos polacos y vuelve a la lucha el doblemente bien nombrado Martin Guerre. Michelet comprendió que la Bruja inventaba; ¿quién, antes que él, hubiera osado imaginar que la botánica, la farmacia, la química, habían surgido de noches pasadas en un claro entregándose al sabbat? El más francés de los pensadores alemanes evocó a Dionisos e hizo hablar a Zaratustra.
Evocados, pintados, narrados, movilizados por Montaigne, maestro de estilo y de pensamiento para todo autor de mi lengua, los personajes cuyos actos y caracteres pueblan los Ensayos viven y bullen en una muchedumbre tan activa, que ahí la filosofía se convierte en un caravanserai donde cien viajeros van y vienen de todas partes, un país multicultural en estado de renacimiento, un lugar de vida ocupado del cuerpo, de las plantas y de las bestias, una fuente de enseñanza, una especie de utopía —mejor dicho, pantopía— en la que podrían empezar diez novelas, un poco de piedad, menos de política... pero también la matriz de un panteón donde se humanizarían los ídolos, un cielo de ideas encarnadas sobre la Tierra, en suma, un mundo a nuestra manera. ¿Existe una filosofía más cercana de lo real y de la perfección que aquella que acoge o engendra tantas vidas humanas y las reúne como si recreara un universo, diversos colectivos y sus historias respectivas? ¿Se sumergió Montaigne lo bastante profundamente en el dinamismo del relato cósmico y vital como para haber captado su gesto creador y sus «novedades»? Pone al frente de su yo cien figuras que lo encarnan y que vivifican otros tantos conceptos limpiándolos de su abstracción. ¡Imagínense qué cara pondrían los doctores de la Sorbona —tropa con formato de polemistas flacos, repletos de los conceptos analíticos de la escolástica, lo bastante distintos como para dividirlos en escuelas— ante esta marea de muchedumbre pacífica, paralela al desmelenarse del contemporáneo Pantagruel!
¿Cómo conduce Montaigne a esta tropa? Mediante el pensamiento.
El pastor conductor de multiplicidades fluctuantes
De nuevo, ¿a qué llamamos pensar? Cogitare. Un viejo verbo latino de origen agrícola, ago, agere, describe al pastor ocupado, precisamente, en la conducción de su rebaño: actúa4 el pastor. Actuando de este modo, trata de mantener juntos a corderos, ovejas y carneros, frágiles y fuertes, vela porque las cabezas jóvenes no se extravíen en la lejanía de la meseta o en los precipicios de las montañas, para evitar tener que ir, como antaño Giges, en busca de la cabeza perdida abandonando a las demás. Avanzando con él por montes y valles, dos o tres perros lo ayudan en esta práctica delicada de agrupación durante y mediante el movimiento; según el relieve y el estado del pasto, el rebaño, visto de lejos, adquiere figuras metaestables, invariantes por variaciones. Prácticos en el mismo oficio, sus hijos, sus vecinos, conducen también ellos, en la misma temporada, por pastos de montaña distintos, rebaños numerosos —hembras, machos y crías—, y están también los perros de pastor.
Y de repente, el vecino muere; y de repente, víctima del sorteo, uno de los hijos se va con el ejército; de repente, un hermano, enfermo, es operado en el hospital. Estos accidentes inesperados reclaman soluciones nuevas. Para ayudar a la familia, para sustituir al amigo, el padre pastor, ya titular de cientos de cabezas, debe añadir a su rebaño una multitud de cabezas nuevas que no conoce ni domina. Y esto hay que hacerlo con urgencia, porque si no se ocupara él de hacerlo, morirían de hambre, de enfermedad o a causa de los lobos. He aquí pues, de golpe, ante él, a millares de ovejas de pesado vientre, ovejitas ingenuas y carneros recalcitrantes, tanto más difíciles de mantener agrupados cuanto que los perros del vecino enfermo o del hijo ausente entienden mal las llamadas y los gritos de este suplente, obligado a reunir dos o tres rebaños para conducirlos juntos: para co-agere. Dispares, poco unidos, demasiado numerosos, esos animales empujan en todas direcciones y se agitan caóticamente haciendo tintinear cencerros y campanillas: co-agitando. ¡Qué peligro que vayan a la suya, se podrían perder! ¡Perder cabezas, perder la cabeza! ¿Cómo, desde esta misma mañana, porque las cosas urgen, hacer de todo eso un verdadero rebaño, sin duda distinto pero tan dócil, tan orgánico, obediente, sintético y unificado como el primero? ¿Cómo conducir juntos, co-agere, diversos colectivos dispares, innumerables, agitados, co-agitare? ¿A qué llamamos pensar? ¡Cogitare!
Admiremos el modo en que, arriesgándose al caos, este pastor apresurado produce, siguiendo el movimiento fluido del rebaño, figuras variables, síntesis tan imprevistas como lo fueron los tres anuncios: muerte del vecino, partida de un hijo, enfermedad del hermano. De él se dirá que conduce a sus rebaños; sí, pero además, los empuja hacia delante —pro-ducere—, sí, el pastor los produce, en el sentido literal. Pero además, oigan sus cantos a la tirolesa, cómo se desgañita y se desgarra el tórax, por los pastos de montaña, en notas danzantes adaptadas al frescor del viento, al estruendo de los perros, los ladridos de la tempestad y las ondas ovinas... ¿Qué perciben ustedes ahí, llevado por las alas de su voz? Un performativo: él dice y eso se hace. Admiren ustedes de qué modo, mediante sístoles de agrupación y diástoles de dispersión, de acuerdo con sus órdenes moduladas, el conjunto gigante dibuja por el flanco de la montaña, como en una pantalla, mil perfiles de movimientos fluctuantes y, mediante el empuje de su avance, otras tantas figuras diversas, nuevas, de síntesis fluidas, móviles. ¿No ven ustedes ahí imágenes sobrecogedoras, «cogitantes», de todos los brotes de invención que hemos visto hasta ahora, figuras múltiples de cuerpos emergidos en el Universo, especies surgidas del impulso vital, recién nacido de un vientre volcán donde se multiplica la explosión combinatoria, cuerpo vivo que actúa, perfiles inestables de personajes dichos por la novela o la filosofía, otras tantas producciones, emanaciones, empujes hacia delante?
Tengo la intuición, imposible de falsificar, de que esta imagen antigua, pastora, pastoral, de un conjunto creciente, dispar, movedizo, que debe reunirse sin cesar en figuras diversas, es heredera —retomándola en una modalidad doméstica, y por lo tanto reducida espectacularmente a muy pocas especies, como el carnero mutilado—, es heredera, digo, de la visión más arcaica y todavía más activa del ancestro cazador-recolector adaptado al bosque pero asombrado cada día ante las compañías, jaurías y manadas con las que tropieza y en las que reconoce, por muy dispares que sean, a los individuos que deja, mata y come, y también los frutos y vainas que recoge, escoge, rechaza o conserva; ante él se presentan conjuntos compuestos, caóticos, fluidos, análogos, tornasolados, siempre volviendo a empezar, en un desorden permanente que debe ser reconfigurado.
Multiplicidades
Ahora pensamos mediante tropas y rebaños. Desde la edad clásica, el cálculo naciente de las probabilidades manejaba dados, juegos y grandes números; más tarde, la termodinámica estadística consideró recintos con millares de moléculas lentas o rápidas; la teoría de los conjuntos y el álgebra razonaron por equipotencias transfinitas, grupos y estructuras; la cosmología observa y describe amontonamientos lechosos e innumerables singularidades; la bioquímica accede a grandes poblaciones de células y a inmensos océanos ...

Índice

  1. Pensar, inventar
  2. Tiempo
  3. Figuras y movimientos
  4. Espacios y campos
  5. Potencias
  6. Elogio de lo actual
  7. Dedicatoria